¡Por mis calzones! Narrativas de liberación y des-vergüenza, de Marisa Belausteguigoitia et. al.

Sobre calzones y mecanismos de la vergüenza

PAZ / crítica / Diciembre de 2024

Ana Sofía Rodríguez Everaert

 Leer pdf

Hay un momento durante la infancia en el que la vergüenza se instala definitivamente. Con el tiempo la entendemos como un mecanismo de adaptación social y, si bien nos va, la relativizamos a fuerza de diván. Pero el segundo en que aparece, y en relación con qué surge, es determinante en este proceso. Los relatos contenidos en ¡Por mis calzones! Narrativas de liberación y des-vergüenza dan algunas pistas sobre cómo se construyen estigmas y estereotipos vergonzantes alrededor de la sexualidad y las diferencias de género a partir de anécdotas que tienen en el centro los calzones. Se trata de la prenda más reiterada de nuestra existencia y, sin embargo, es depositaria de traumas, expectativas e incomodidades, sobre todo si no es de algodón y tiene costuras.

​ El libro que publica el Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la unam es un ejercicio de reflexión sobre el lugar que ocupan los calzones en la subjetividad contemporánea, y que aspira a la honestidad y el humor. Fue coordinado por Marisa Belausteguigoita, Valeria Romero y Sthefany Canales, y se nutre de los textos escritos por estudiantes de la asignatura de Género, Violencia y Ética Comunitaria, de los años 2021 y 2022; esta clase, de la Facultad de Filosofía y Letras, se impartió en línea durante la pandemia de covid. Sin embargo, la instauración de dicha materia es resultado de una de las demandas de las Mujeres Organizadas de la Facultad de Filosofía y Letras (MOFFyL) que, en coordinación con alumnas de otras facultades, tomaron las instalaciones entre noviembre de 2019 y abril de 2020 como parte de una protesta contra los problemas de violencia de género, crónicos en la universidad. Además de reclamar que se atendieran los casos de acoso y hostigamiento, que se modificaran las sanciones para los mismos y que se constituyera una comisión para lidiar con estos casos en la cual las y los estudiantes pudieran participar, el pliego petitorio solicitaba que hubiera cursos de género y con perspectiva feminista en los planes de estudio para las licenciaturas en sus distintas modalidades.

​ El curso que impartió Belausteguigoitia se interesó en responder a esta solicitud, contribuyendo a “construir estudiantes con autoestima, desenfado, seguridad y confianza, y quienes, además de un futuro profesional pleno, tengan uno erótico, es decir, uno en donde quepa el deseo, el desborde pasional y el goce, no sólo la responsabilidad profesional y la lucha contra el acoso”.1 A partir de la premisa de que los calzones encierran historias susceptibles de ser reinterpretadas desde el lente del género y, por lo tanto, también son liberadores potenciales, los textos escritos por les alumnes exploran la construcción de la identidad y el papel que en ella tienen la vergüenza y el pudor. En ese sentido, el libro puede entenderse como el intento de un doble ejercicio de reconciliación. Por un lado, es un esfuerzo por abrir el diálogo tras la protesta y teorizar, en un curso universitario, algunos de los sentimientos de malestar que tiene la comunidad frente a las vivencias de la desigualdad de género. Y, por otro lado, es la búsqueda de reconciliación de les jóvenes consigo mismes, sus calzones y su sexualidad.

​ En su gran mayoría, las anécdotas se centran en la niñez y la primera adolescencia —son escasos los que se sitúan en la adultez—, así como en los paisajes escolares en donde transcurre buena parte de la socialización en estas etapas: el recreo, el baño y el salón de clases. Como decía Silvina Ocampo —y saben bien los psicoanalistas—: “los recuerdos más importantes, más fáciles de contar, más poéticos, más para siempre, son los de la infancia. […] Con el tiempo, huérfanos inconsolables, ya que todos lo somos, la infancia se vuelve nuestra madre”.2 Esos lugares, junto con “Casa”, “Espacio público”, “Otros” y “Manifiesto de les estudiantes del GVCE”, conforman los siete apartados de la compilación.

Ropa interior de mujer, 1936-1940, Museo Nacional de Estonia, dominio público.

​ En los relatos infantiles de ¡Por mis calzones!, se asoma sobre todo la incomprensión ante los códigos culturales y la arbitrariedad con la que actúan las figuras de autoridad —profesoras y profesores que se hacen de la vista gorda cuando los niños les levantan la falda a las niñas, pero que las regañan a ellas si se cuelgan de cabeza en el pasamanos, dejando que el uniforme se voltee—. Al mismo tiempo, aparecen las complicidades conmovedoras que también definen la infancia y los reductos, breves pero existentes, de la autoeducación, la cual a veces puede ser positiva: “si él le decía a su madre que yo le había pegado, tendría que decirle también que le levantó la falda a una niña, y si yo le decía a mi madre que él había levantado mi falda, tendría que haberle dicho que le pegué”,3 según cuenta Alpha, quien más tarde concluye: “al menos sirvió como lección” para ambos. Hay otros aprendizajes despiadados, como la historia de Sam G. C. sobre una niña obsesionada con la atención, que prueba la forma, de la que todos somos partícipes, en la que se constituyen el morbo y el pudor; o bien, está la deducción de Sthefany: “nadie le quiere ver los calzones a las feas”.4

​ Aunque el libro trata tanto de los calzones como de las faldas y las licras —shorts hechos de ese material que se usan para ocultar los calzones, una prenda absurda, pero normalizada—, hay otros temas circundantes a la temprana construcción de lo femenino que no se exploran. Es el caso del corpiño, por ejemplo, también motivo de cuchicheo incansable y que, sin embargo, ocupa un lugar más difuso en la formación identitaria porque, como probablemente todas recordemos, portarlo puede ser motivo de profundo orgullo. Y, salvo en un caso, tampoco se habla de la menstruación y la endeble infraestructura que la acompaña. A su vez, quizás una de las cosas más enternecedoras del libro sean las ventanas que ofrece sobre la constitución de la masculinidad y sus propios ritos de iniciación en la vergüenza, como la idea dolorosa de que “la glorificación de uno jamás está completa sin la dominación al otro”,5 según explica Rafael, o la imposición de que “los niños […] no pueden ser pudorosos. Tienen que ser valientes y no inseguros”,6 a decir de Leo D. S.

​ Asimismo, llama la atención que hayan pocos atisbos de las lecturas teóricas que, según escribe una de las coordinadoras, se consultaron a lo largo del curso y, además, parecen ser más recurrentes en los textos escritos por hombres. Me pregunto si este hecho revela algo de la forma diferenciada mediante la cual hombres y mujeres jóvenes están procesando las preguntas sobre las desigualdades de género en la actualidad. Tal vez las anclas teóricas que aparecen en los escritos de los hombres son indicio de una cierta incomodidad con la narrativa en primera persona. En ¡Por mis calzones!, son claros los códigos del discurso de esta “cuarta ola del feminismo” que, como explica Belausteguigoitia, denuncia las injusticias desde la rabia y la tristeza, pero dando entrada al desparpajo: con diamantina, los calzones al aire y la desnudez que desafía las equivalencias entre imagen y verdad, temas de los que habla la filósofa feminista Geneviève Fraisse.7 Sin embargo, quizás el elemento más reconocible del discurso de esta cuarta ola sea la prioridad que otorga al testimonio.

​ Por otra parte y sorprendentemente, son escasos los relatos que tienen algún grado de retrospección y que hablen de la superación de la vergüenza infantil. Pero más escasas aún son las anécdotas en las que los calzones sean gozosos y protagonicen el sutil lindero entre la timidez y el erotismo que se construye en la adolescencia, como sí revela el texto de Chely. Se extrañan más reflexiones sobre cómo estas prendas permiten resignificar aspectos de nuestra personalidad. Insny, por ejemplo, discurre sobre una humillante caída, que, por lo menos, la mostró tal cual era: “como dicen por allí: ‘Las cosas se parecen a su dueño’, y yo soy como unos calzones rosa pastel con estampado de ositos”.8

​ La lectura deja con ganas de saber cómo se produce esa toma de conciencia que da paso a la liberación. ¿Exactamente de qué está hecha la posibilidad del goce a la que aspira este ejercicio narrativo? En parte, la satisfacción es producto de la rebeldía, es verdad, pero también de la exposición a nuevos referentes sociales —lejos de las normas de la escuela o de la casa—, de cierta reconciliación con la idea de la moralidad y sus usos sociales, de formas de consumo —el tránsito a la feminidad adulta también está acompañado por aparadores de tangas, encajes y transparencias—, pero quizás, y sobre todas las cosas, lo crucial sea tener experiencias positivas de la intimidad. Como concluye Osmar en un relato que nada tiene de erótico: “lo importante es con quién compartes tus calzones y con quién te dejas sentir vulnerable”.9

¡Por mis calzones! Narrativas de liberación y des-vergüenza, Marisa Belausteguigoitia, Valeria Romero y Sthefany Canales (coords.), UNAM, CIEG, Ciudad de México, 2024.

Imagen de portada: Ropa interior de mujer, 1936-1940, Museo Nacional de Estonia, dominio público.

  1. Marisa Belausteguigoita, Valeria Romero y Sthefany Canales (coords.), ¡Por mis calzones! Narrativas de liberación y des-vergüenza, UNAM, CIEG, Ciudad de México, 2024, p. 24. 

  2. Adela Grondona, “¿Por qué escribe?”, Silvina Ocampo, El dibujo del tiempo, Buenos Aires, Lumen, 2023, pp. 146-147. 

  3. ¡Por mis calzones!, op. cit., p. 40. 

  4. Ibid., p. 203. 

  5. Ibid., p. 71. 

  6. Ibid., p. 121. 

  7. Geneviève Fraisse, Los excesos del género, Cátedra, Universitat de Valencia, Madrid, 2016, pp. 99-113. 

  8. ¡Por mis calzones!, op. cit., p. 35. 

  9. Ibid., p. 151.