Llevo casi 10 años viviendo en Lille, una ciudad de poco más de un millón de habitantes en su zona metropolitana, que hoy se reconoce a nivel nacional como la segunda ciudad con mayor oferta artística y cultural en Francia, sólo después de París. Sin embargo, esta imagen positiva que he visto crecer desde que llegué en 2010 no sólo es reciente, sino que ha sido el fruto de una agresiva política cultural por parte del gobierno de la ciudad para transformar la capital de la región más desfavorecida del país en una capital cultural internacional. La región del norte de Francia, cuya capital es Lille, fue la más afectada de la llamada crisis industrial de la segunda mitad del siglo XX. Territorio predominantemente industrial (es la tierra de las minas de carbón en donde se filmó la película Gerónimo, y de la más importante industria textil del siglo pasado), la región contaba con una población mayoritariamente obrera poco calificada, que quedó en el desempleo tras el cierre de las minas y la desindustrialización del país en el último tercio del siglo pasado. El norte de Francia añadió a su imagen de territorio obrero e industrial la pobreza, el alcoholismo, el desempleo y la terrible reducción en la calidad y en la esperanza de vida que todo eso conlleva. La transformación de un territorio no se logra solamente a partir de una política cultural, pero no puede haber transformación de fondo sin cultura. Pierre Mauroy (quien además de ser alcalde de Lille de 1973 a 2001 fue primer ministro del gobierno socialista de Mitterand entre 1981 y 1984) apostó desde los inicios de su mandato por una fuerte inversión pública en equipamiento cultural. Creó una red de casas de la cultura con el objetivo de difundir las expresiones artísticas “clásicas” o de “alta cultura” a una población estigmatizada como popular y favoreció una política de inversión cultural gracias a la cual durante su gestión 27 museos fueron inaugurados o reinaugurados en la comunidad urbana de Lille, además de la fundación de instituciones como la Orquesta Nacional de Lille y el Teatro del Norte. La política cultural de Mauroy fue secundada por una política de inversión en infraestructura coronada por la negociación de la conexión ferroviaria entre Lille y Londres gracias al túnel bajo el canal de La Mancha y entre Lille, París y Bruselas, y a los trenes de alta velocidad (TGV) a partir de 1994. El siguiente paso en la transformación territorial era demostrar a nivel internacional la dinámica económica, social y cultural de la comunidad metropolitana de Lille. Tras el intento fallido de obtener la sede de los Juegos Olímpicos de 2004 pero aprovechando la sinergia que la candidatura había logrado por parte de los actores económicos y las instituciones públicas, se presentó una candidatura para Capital Europea de la Cultura para el mismo año, 2004. Una vez logrado el nombramiento y tomando como ejemplo el caso de Glasgow, ciudad con un pasado industrial semejante que aprovechó la obtención del título de Capital Europea de la Cultura en 1998 para renovar su infraestructura, modificar su imagen y atraer turismo y desarrollo económico, el centro de la reflexión se basó en cómo hacer perdurar la dinámica Lille 2004 y convertir un evento mediático e internacional en la base de una política de desarrollo local. El ambicioso proyecto sólo podía llevarse a cabo aliando al sector privado con las instituciones públicas y se lanzó así una enorme campaña de mecenazgo que funciona hasta hoy. Las grandes empresas con presencia en la región se implicaron en el proyecto financiando la música sinfónica, la danza contemporánea, etcétera. El proceso no careció de debate. Algunos actores del sector cultural denunciaban el secuestro de la oferta cultural local y la transformación del público en consumidor, mientras que los empresarios defendían el rol de los artistas como factores de innovación social y creatividad, y la necesidad de encontrar un modelo económico viable para desarrollar su labor. Para poner las cosas en perspectiva, Lille 2004 rompió los récords de mecenazgo para la organización de los eventos de Capital Europea de la Cultura (13 millones frente a los seis que habían logrado Luxemburgo y Brujas previamente) y aun así la inversión privada representó sólo 18 por ciento de los recursos totales del evento.1
En términos de infraestructura, en nombre de la Capital Europea de la Cultura se renovaron y construyeron diferentes instalaciones y se recuperaron fábricas abandonadas en toda la zona metropolitana para convertirlas en centros culturales aliando así el pasado industrial de la zona con el nuevo proyecto cultural. En términos de la programación cultural del evento, ésta asoció la cultura tradicional de la región (como las fanfarrias, los desfiles, los gigantes) con la valoración del patrimonio histórico y expresiones artísticas contemporáneas tanto locales como internacionales. Los objetivos de Lille 2004 Capital Europea de la Cultura fueron alcanzados no sólo en las cifras de visibilidad y atracción, sino en términos de la dinámica y la cohesión de los actores locales, privados y públicos, institucionales y ciudadanos, que unieron fuerzas para hacer del evento un verdadero símbolo de orgullo territorial y un motor de desarrollo local. Sin embargo, el impacto más importante de este evento se ha dado a largo plazo. Hasta hoy, las 8 “Maisons Folies”, instalaciones culturales estratégicamente ubicadas en antiguas fábricas de las zonas más vulnerables y con menos oferta cultural de la zona metropolitana, siguen siendo el centro de una política cultural local a través de la incorporación de las iniciativas ciudadanas, de los intereses de la población y la participación de los habitantes en una programación cultural diversa que incluye talleres, festivales, exposiciones y espectáculos. Lejos de quedarse en una dimensión efímera, Lille 2004 sería la punta de lanza de una política cultural que tendría en el centro de sus preocupaciones a la población local más alejada de la cultura. Para esto se creó la asociación Lille 3000 cuyo objetivo es mantener la dinámica de la Capital Europea de la Cultura a través de la organización de grandes temporadas culturales temáticas cada tres años. Con esta dinámica, la ciudad siguió convirtiendo lugares abandonados en centros culturales, como la famosa “Gare St Sauveur”, antigua estación de trenes en el centro de Lille que es hoy un centro cultural de acceso gratuito compuesto por enormes espacios de exposición, una sala de cine, una sala de conciertos, un restaurante-bar y un jardín participativo, que fue inaugurada para la tercera edición temática de Lille 3000 en 2009 y que es hoy uno de los lugares más frecuentados por los habitantes de Lille. Además de la programación cultural, cada temporada temática deja en la ciudad alguna instalación artística que haya enriquecido el patrimonio urbano, como la obra monumental God Hungry de Subodh Gupta realizada en el marco de la primera edición Lille 3000 en el 2006. La dinámica cultural iniciada por Lille 2004 generó también un fuerte aumento en la constitución de asociaciones artísticas y culturales, la aparición de talleres de artistas, galerías, cafés, librerías y salas alternativas de difusión, etcétera. El incremento de la oferta cultural alentó —y se vio a la vez alentado por— una fuerte alza en la cantidad de estudiantes que eligen Lille para sus estudios y que la convierten hoy en la primera ciudad estudiantil de Francia (fuera de París). En términos de las prácticas culturales, la cantidad de habitantes de la comunidad metropolitana de Lille que asisten a manifestaciones culturales o practican alguna disciplina artística de manera profesional o amateur es sólo comparable a la de París y en algunos casos, como en el de la danza, incluso superior. La política cultural de Lille no genera consenso y al ser hoy una de las ciudades con mayor densidad cultural de toda Francia, muchas asociaciones critican la concentración del presupuesto cultural de la ciudad, que por cierto fue de 12.5 por ciento en 2019, en las acciones de Lille 3000 (que no se limitan a grandes temáticas trienales). Sin embargo, nadie niega el papel que ha jugado dicha política cultural en la transformación de la ciudad y la importancia que el vector cultural tiene actualmente en la economía, la cohesión social y la calidad de vida de los habitantes de esta ciudad.
Imagen de portada: Maison Folie Moulins, centro cultural municipal, Lille, 2019. Cortesía de Maisons Folie-Lille
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Christine Liefooghe, Lille, métropole créative?, 2016. 10.4000/books.septentrion.13439 ↩