Ese día apenas llovía, con una bruma de palabras entremezcladas en el vaivén dublinés, una herencia lingüística de Joyce, y la oscilación gaélica, las gotas de agua impregnaban a las personas en la entrada para anunciar, a manera de advertencia, con esa soltura característica de la humedad, atollada en el cuerpo, que detrás de la puerta hay un espacio que antes fue un lugar de rezo y aún antes un sitio de conquista, de despojo, y antes de todo, de nuevo y como siempre, un espacio para lo sagrado. Así empiezan las historias de la humanidad.
Antes de entrar, una admonición: aquí encontrarás desnudos, lenguaje sexual y discusiones acerca de la confianza y el consentimiento que podrían no ser adecuados para todo el público. Es lo que se lee en un letrero colocado en la puerta de una capilla dublinesa, dentro del Museo Irlandés de Arte Moderno (IMMA, por sus siglas en inglés). Como una reivindicación política que nos comprueba, una vez más, que las palabras retienen un poder en sí mismas, está escrito en irlandés y, debajo, su traducción al inglés. En Irlanda, la mayoría de las señalizaciones y letreros en la vía pública son bilingües: transmiten una insistencia en su origen. Y éste es el principio: una bifurcación en el relato. Es, tal vez, un lugar común decir que en una historia siempre hay, al menos, dos versiones. Pero, quizá también, en la repetición de ese lugar enunciativo se encuentra algo de verdad.
melanie bonajo nos platica el otro lado de la historia, el envés del mito de la sexualidad. Es muy probable que dentro de esta misma capilla, hace no muchos años, se hayan dictado sermones acerca de la voluntad de Dios, sobre el cuidado de la santificación de los cuerpos humanos como templos devotos del Espíritu Santo. Parte del relato de la inmoralidad sexual que se evoca en el idioma bíblico está inscrito en el vitral que ilumina de forma inminente los rostros de los cuerpos expectantes al ingresar a la sala de exposiciones. Resulta, en este momento justo, irónico. Ninguno, me da la impresión, sabe cuánta certeza había en el letrero que nos hicieron leer en voz alta antes de entrar. Pero todos dimos nuestro consentimiento. Ése fue el primer paso para la inmersión en la obra de bonajo: nuestros cuerpos, con la palabra y el movimiento de las piernas caminando hacia dentro de la sala, dijeron que sí. Más que irónico, me parece encandilante.
When the body says yes (Cuando el cuerpo dice que sí) es una instalación de video inmersiva realizada por melanie bonajo, une artista neerlandesa queer y no binarie, cineasta, trabajadore corporal en sexología y educadore en sexo somático. La instalación, encargada originalmente por el Mondriaan Fund para la Bienal de Arte del año 2022 y que en 2024 se encuentra en el IMMA, “forma parte de la investigación continua de le artista sobre el estado actual de la intimidad, que toma como punto de partida un mundo cada vez más alienante y orientado al consumo”.1 En contraposición con la historia de la sexualidad enmarcada en nuestra era capitalista, para bonajo, el contacto, el roce de los cuerpos, puede ser un poderoso remedio contra la epidemia moderna de la soledad.
En esta pieza, bonajo examina los dilemas actuales de la existencia humana en un sistema capitalista opresivo, en razón de la configuración de la sexualidad hacia adjetivos que puedan tomar los cuerpos en el campo semántico de la libertad y la desposesión. Aquí, junto a cuerpos desconocidos, entramos a una capilla resignificada en torno a la erosión de la intimidad. Inmediatamente, entendemos, nos quitamos los zapatos y avanzamos hacia los cojines multiformes y multicolores para sentarnos y, por fin, actuamos. Somos parte de la pieza. Éste es el momento para emprender el camino hacia la respuesta a la pregunta sobre el aislamiento en un mundo cada vez más estéril y tecnológico, que no tiene un fin concreto más allá de la soledad de sus individuos. La pieza de bonajo investiga cómo los avances tecnológicos y los placeres orientados al consumo aumentan los sentimientos de alienación que eliminan el sentido de pertenencia en el individuo. Éste, podría decirse, es un método anticapitalista de resignificación del deseo y del enlace entre cuerpos humanos para reconectar, explorar sexualidades, intimidades y emociones. Entonces escojo un cojín azul y, sin pensarlo mucho, me acuesto para participar.
El IMMA se encuentra en lo que antiguamente era el Hospital Real de Kilmainham, fundado en 1684 por el duque de Ormond como un asilo para soldados veteranos. Su objetivo era proporcionar atención y refugio a aquellos que habían servido en las Fuerzas Armadas. El edificio fue diseñado por el arquitecto sir William Robinson y sigue la línea del estilo de Les Invalides, en París. A finales del siglo XX se cerró como hospital, y el edificio fue posteriormente restaurado y adaptado para albergar el Museo de Arte Moderno. La construcción original ha sido modificada y ampliada a lo largo de los años, pero muchos de los elementos históricos se han conservado, incluyendo ésta, su capilla.
Los cojines están desperdigados por todas partes, en donde antes solían encontrarse bancas de madera que probablemente formaban dos filas, una tras otra, con vista hacia el atril enmarcado por un vitral, cuyos ángeles resguardan los escudos de armas del antiguo Hospital Real de Kilmainham. Los cojines, por su disposición en el espacio, instan a la multitud a sentarse, acostarse, alojarse para habitarlo absolutamente todo. No hay lugar para uno más. Los cojines son descomunales. Hay algunos que, incluso, son más grandes que yo. Su colocación es intuitiva. Al frente se despliega una pantalla que cubre, en su mayoría, una de las paredes de la capilla. Se anuncia el comienzo. Nos recuerdan que lo que estamos a punto de ver son, principalmente, desnudos. Cuento más de quince pares de nalgas en diferentes tonalidades y con la piel aceitosa, unas junto a otras. Las manos de los cuerpos empiezan a tocarse. Sus dedos no dudan en explorar las cavidades que otorgan las nalgas a la vista del cuadro de la cámara que bonajo dirige. Ésta es la primera imagen del video que se reproduce y, vuelvo a insistir en la memoria histórica del edificio, se está exponiendo dentro de una capilla cuyos visitantes respondían a lecturas católicas de la Biblia. Junto a mí intuyo un ahogo, apenas una inhalación de aire quieto. Alguien sale del espacio, casi de inmediato, tropezando con los cojines que impiden el camino. De fondo, sin embargo, continúan el video y el silencio.
¿Conocemos las dimensiones sensoriales de nuestra respuesta negativa ante una pregunta que implica deseo?, ¿cómo nos sentimos cuando, en lugar de decir “no”, nuestro cuerpo responde con un “sí”? melanie bonajo nos invita a explorar estas preguntas. El amor, parece ahora una certeza, no se aprende en el aislamiento. Aquí, dentro, creamos un hechizo colectivo en forma de un campamento del placer, un eros eco-erótico y queer que celebra a esta comunidad, desde la pantalla, a través del contacto físico. Un lugar de caos productivo y cuidado, donde podemos ver formas de caricias, límites, dónde se hace explícito el consentimiento, un sí, y entonces probamos nuestra propia “cura” en contra de lo inmaculado. Celebramos la belleza de la suavidad de los cuerpos, los sentidos, el portal al presente. Jugamos con la proximidad y la distancia social entre los individuos; esa incomodidad de estar compartiendo un sitio antiguamente sagrado mientras vemos cómo ahora el espacio genera bondad, sensualidad, entrega y diversión.
Ampliamos la visión de la sexualidad más allá del discurso occidental: exploramos y comprendemos qué significan los genitales para los cuerpos que vemos en la pantalla. Entendemos la autoexpresión como una forma de sanación, la manera en que los cuerpos envían y reciben información sobre la cercanía y el tacto, y cómo esto se comunica en distintos lenguajes. No importan otras palabras que no sean las del deseo. Como cuerpos expectantes que forman parte de la pieza, en juego con el consentimiento y la asistencia de las respiraciones y aspiraciones dentro de la capilla, se contraponen los significados de lo íntimo y lo sacrosanto. Estamos aquí, participamos en el lugar mismo del pronunciamiento de las palabras santas en contra de lo que en este momento somos y habitamos:
Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios.2
La refuncionalización de este espacio, antiguamente sagrado, alberga la resignificación de sus propios símbolos, donde los vestigios de las reverencias y las palabras santas se transforman hoy en un diálogo contemporáneo sobre el deseo y la conexión. Los vitrales que antes filtraban luz divina se convierten en marcos que sostienen un nuevo tipo de espiritualidad, donde el arte y la carne fornican. La atmósfera conserva un eco de lo trascendental, pero se inunda cada rincón con un recordatorio de que lo sagrado puede ser también lo cotidiano y que la búsqueda de placer y conexión no desmerece la sacralidad de la experiencia humana. En este contexto, los cuerpos que estamos aquí, recostados, abrazando unos cojines con las piernas, nos convertimos en templos que reverberan con la energía de la comunidad, fusionando lo sagrado y lo profano en una celebración de la enunciación del “sí” frente al placer.
Después de una media hora, la pantalla se oscurece. Evitamos mirarnos a los ojos, pero es imposible, la salida por el camino acolchonado implica al menos un poco de contacto del ser humano más cercano. “I didn’t expect this”, me dice una persona junto a mí, sentada sobre un cojín amarillo. Le sonrío, no sé qué más decir. Permanezco otro rato acostada. No parece haber prisa. Esta fortuna de sentirme eco de un cuerpo que configura arte quisiera retenerla más tiempo.
Imagen de portada: Ros Kavanagh, exposición de melanie bonajo, When the body says yes (Cuando el cuerpo dice que sí), en el Museo de Arte Moderno Irlandés (IMMA), 2024, © del fotógrafo.