Lejos de las albercas techadas, donde el deporte mexicano vivió uno de sus momentos cumbre con el oro que el Tibio Muñoz ganó en la prueba de los doscientos metros pecho en los Juegos Olímpicos de 1968, el país se ha distinguido en el último medio siglo como una de las mejores canteras de nadadores de aguas abiertas en el mundo.
Esta tradición incluye a Jaime Lomelín, buque insignia y figura señera de la categoría; al tándem de Nora Toledano y Antonio Argüelles, integrantes del club que ha conquistado los Siete Mares —el canal del Norte, el estrecho de Cook, el canal de Molokai, los canales de la Mancha y de Catalina, y los estrechos de Tsugaru y de Gibraltar—; a Mariel Hawley, poseedora de dos récords Guinness vigentes —por su cruce cuádruple en relevo del canal de la Mancha y el mejor tiempo femenil en cruce a nado por el estrecho de Tsugaru, en Japón—; y a Diego Aragón, quien recientemente, a sus treinta y seis años, completó la vuelta a Manhattan para insinuarse como uno de los estandartes de la nueva hornada.
Nora Toledano, quien también es una gran entrenadora, toma el teléfono desde algún rincón en Tokio, Japón, después de haber acompañado a la nadadora chilena Bárbara Hernández en su incursión por el estrecho de Tsugaru, el último obstáculo para conquistar los Siete Mares. Dice que hay muchas razones por las cuales México se ha convertido en territorio fértil para el desarrollo de nadadores de aguas abiertas:
una, que definitivamente en México contamos con mucho litoral marítimo y lagos donde se puede practicar este deporte: todo el litoral Pacífico, el mar de Cortés, el Caribe mexicano, el golfo de México. Otro factor es que se han incrementado mucho los eventos de aguas abiertas [en el país] y, con ello, la difusión que le han dado a nuestros logros a nivel nacional e internacional. La tercera te diría que es la genética. Creo que los mexicanos tenemos una gran tradición en los deportes de resistencia. Por muchos años en los Juegos Olímpicos destacamos especialmente en los deportes de aguante: maratón, caminata. Y, en ese sentido, claro que [el nado en] aguas abiertas debería ser considerado un deporte de resistencia.
Es curioso que alguien con su hoja de servicio no esté del todo consciente de lo que ha logrado. Cuando se ve obligada a recapitular sus hazañas, repasa con modestia su presencia en la lista histórica de aguas abiertas, en donde se mantiene como la quinta mujer a nivel mundial y la primera latinoamericana en haber completado el reto de los Siete Mares. Hoy, en el mundo, sólo treinta personas lo han logrado. Se ríe con nerviosismo ante la magnitud de la evidencia. No le otorga demasiada importancia. Quedan muchos mares por nadar, dice. Quiere volver a cruzar el Bósforo, de Asia a Europa. No es una distancia demasiado grande, pero como viajera y nadadora también se deja seducir por el romanticismo inherente a la aventura de nadar de un continente a otro.
Veinte días después de la matanza estudiantil de Tlatelolco, con un pueblo en luto riguroso, Antonio Argüelles encendió el televisor en la casa de sus abuelos en Coyoacán; como millones de sus compatriotas, sería testigo de la hazaña del Tibio Muñoz en la Alberca Olímpica de la Ciudad de México, narrada por Agustín “Escopeta” González, de Televisa:
Se está colando, en el carril número cuatro, Muñooooz… El Tibio Muñoz se está adelantando… El Tibio Muñoz en el carril número cuatro, es la locura, la medalla de oro para México. Sí, señores. El Tibio… La locura, la locura. La medalla de oro, la primera medalla de oro para México. No lo esperaba nadie. La locura, obsérvelo aquí, lloran, se abrazan, se felicitan, brincan. Hasta los mismos americanos, los representantes de la Unión Soviética, todos felicitan a México, los jueces invaden el carril número cuatro para felicitar al Tibio Muñoz. Qué carrerón. Una medalla de oro para el Tibio Muñoz. Ya era hora de que escucháramos el himno de México. Esto va a ser, dentro de unos momentos, la locura más grande.
Ante una clara posición de inferioridad respecto a los favoritos Vladimir Kosinsky y Brian Job, Muñoz, de apenas diecisiete años, remontó de manera espectacular después de los terceros cincuenta metros para firmar uno de los hitos más grandes en la historia del deporte mexicano. En ese momento decenas de nadadores se inspiraron; entre ellos se asomaba un pequeñísimo Antonio Argüelles, quien con nueve años decretó que quería convertirse en nadador olímpico.
Para Antonio Argüelles, Premio Nacional del Deporte en 2009, supone una contradicción muy estimulante pensar que en un lugar de viento, olas y mareas se pueda encontrar estabilidad y paz interior: “El primer paso es respetar el mar. En la medida en que tú entiendas, tengas clara nuestra insignificancia, aprendes a respetarlo y aprendes a nadar con él. Hay una gran diferencia entre nadar en él y con él. Cuando nadas con el mar, al unísono, en un solo ritmo, encuentras la armonía”.
En tanto, Mariel Hawley, responsable de inaugurar la ruta vikinga en el estrecho de Øresund, el canal de agua que conecta Dinamarca con Suecia, habla de mimetizarse con el entorno y desgrana la simbiosis con una sentencia irrebatible: “Yo, cuando nado, quiero ser menos Mariel y mucho más mar”. El mar, asegura, “sana y cauteriza”.
Nadar también es una forma de conquistar lugares. Ocho horas rodeando la isla de Manhattan supone una nueva manera de aproximarse a ella. Para Diego Aragón, cruzar la isla principal de Nueva York, el tercer escollo de la Triple Corona, fue una oportunidad para dejar atrás la “ciudad caótica, llena de edificios rascacielos y departamentos” e internarse en la ciudad de “bosques frondosos y parques naturales”. Manhattan tiene un punto que la hace especial: la corriente a favor permite imponer un ritmo de nado muy alto. Esto, a su vez, “te va dando cierta perspectiva de la ciudad que vas dejando atrás, con su arquitectura emblemática, mientras pasas por debajo de los veinte puentes que conforman la isla”.
En suma, nadar en mares, lagos y ríos significa rodear islas, coleccionar kilómetros, soportar el frío y el calor, ser indiferente a las rozaduras, pasar hambre, avistar focas y tiburones, sobrevivir a picaduras de medusas y aguamalas, atestiguar un amanecer, bañarse en un crepúsculo, cruzar estrechos y abrir puertas transcontinentales. Pero, en esencia, representa volver las aguas mucho menos profundas.
El día de hoy el gran rito de iniciación para todo aquel que busque abrirse camino como nadador de aguas abiertas es el cruce del canal de la Mancha. El punto de partida es en Dover, cuyos acantilados remiten, inexorablemente, a un pilar de la literatura en habla inglesa: Shakespeare. En su libro Marea (2023), Mariel Hawley, nieta de un oficial inglés que combatió en la Segunda Guerra Mundial y que por motivos estrictamente militares también cruzó el canal de la Mancha, lo relata así:
Estar frente al mar en la playa Shakespeare, esperando la señal del capitán Mike Oram para empezar el nado, será en sí un triunfo. No cualquiera tiene esta oportunidad, pues aun y cuando se trabaje arduamente para ello, ha habido nadadores que ni siquiera llegan a ese momento, ya sea porque su entrenamiento no fue el adecuado o bien porque el clima no fue favorable. Soy una persona muy afortunada por el solo hecho de estar esperando que suene la sirena del barco para correr hacia el agua y empezar la travesía.
Lord Byron parece haber compartido con Hawley el inusual entusiasmo por nadar en aguas abiertas. El poeta romántico nadó el estrecho de los Dardanelos, el antiguo Helesponto de la Grecia clásica, en 1810, e inmortalizó su hazaña en el poema “Escrito después de nadar de Sestos a Abidos”, donde desmonta el mito de Hero y Leandro con ese humor cáustico y nihilista que lo caracterizaba: “Mas desde que él saltó a las olas,/ de acuerdo con la incierta fábula,/ por amor a ella —Dios lo sabe—,/ yo brinqué al agua por la gloria”.1 Byron, un poeta inglés, marcó el camino que luego Hawley, Toledano, Argüelles, Aragón y tantos otros mexicanos habrían de seguir.
Imagen de portada: Fotografía de Johanna Steppan, 2021. Unsplash.
Versión de Víctor Manuel Mendiola, publicada en Laberinto, de Milenio, el 3 de abril de 2024. ↩