Carta abierta al hombre de mis sueños

Cartas / dossier / Octubre de 2024

Ana Clavel

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Se me olvidaba decirte que, a pesar de todas mis muertes, todavía te sueño. Claro, en un mensaje de tan pocas líneas, donde imagino mi nueva muerte, es difícil dar cabida a las turbulencias que aún provoca tu imagen. Pero cuando te sueño no te pareces. En cada sueño, eres alguien diferente. No sé cómo es que, a la postre, termino por entender que siempre se trata de ti.

​ Por ejemplo, el sueño donde te creí mi padre y que consigna una de las maneras en que todavía me gustaría morir. Íbamos por el sendero de arena que conducía al arroyo. Las hormigas se me subían a las chinelas que él me había regalado, en otra muerte, cuando era niña. Me retrasaba el cosquilleo y papá regresaba su mirada paciente a mis pasos. Entonces me subía en sus hombros y mi cuerpo era una sonrisa que florecía en cada milímetro de la piel. Llegábamos por fin a la orilla. Mis chinelas eran barquitos de seda china que me hacían flotar en el agua. Papá me las quitaba para que me hundiera mejor. Abajo del agua, su rostro ya no era el que yo conocía. Ahora era un rey tritón, con las barbas cuajadas de perlas y corales. Me daba un peine de ámbar para que le desenredara cada hilo. Al hacerlo, una música desconocida se desprendía de sus barbas. Y cada acorde era una vibración que se acomodaba en mi costado haciéndome cosquillas. “Detente, papá”, le decía, adolorida por tanto goce. En respuesta, papá se transformaba en un pez de escamas azules que nadaba a mi alrededor con suaves coletazos. Me decía en una voz de ecos abisales que no sé cómo yo conseguía entender: “Súbete a mi grupa”. Al obedecerlo y sentir la piel jabonosa entre mis flancos, me daba cuenta de que no se trataba ya de mi padre. Boca sin labios, ojos membranosos e hipnóticos, cabalgadura a prueba de princesas… entonces me percataba de que en realidad eras tú.

​ O la vez que te confundí con la vendedora de flores, con mi prima Teresa que acababa de dar a luz, con el gato del vecino francés que nunca aprendió a hablar bien español, aunque llevaba treinta años viviendo en México… También con el hombre de rasgos orientales que me llenaba la boca de cerezas en otro sueño, o con el joven terrateniente de una película que muere en un torbellino de éxtasis y delirio en un bosque de abedules —y que es otra de las formas en que me gustaría morir…

​ Pero estas líneas no son sino el recuento de mi reincidencia. Ahora que el día comienza a hendir espadas de fuego, sé que dejaré para después esta carta perenne dirigida, en el sentido más literal, al hombre de mis sueños —que es, por supuesto, otra forma de referirme al hombre de mi vida, que es, ¿necesito insistir?, el hombre de mi muerte—. Siempre deseé que mi muerte no fuera sino un río desbocado hacia tu reencuentro. El epitafio perfecto sería ése que escribí alguna vez en una novela: “Su piel no la contiene”. Así, incontenible, voy a despertar para encontrarte.

​ Pd. ¿Cuál será ahora tu nuevo rostro en fuga?


Escucha el Bonus track de Ana Clavel, con Fernando Clavijo M.

Imagen de portada: Marcos Kurtycz, Péndulo 1 (colaboración con Lourdes Grobet), 1976-77. Sobre. Colección privada. Cortesía de Pedro Ce­ñal Murga y Alfonso Fierro.