Una grieta supone una fractura en aquello que insiste, inútilmente, en la unidad. Se agrietan los muros, el suelo, la piel y, lo sabemos, también las familias. La tensión se acumula y, estemos listos o no, un exceso de energía encuentra siempre el punto más endeble en una estructura para abrirse paso.
Es en ese instante previo al estallido que Laura Baeza (Campeche, 1988) fija su mirada. La autora se interna en la oscuridad de las relaciones familiares y amorosas, hurga en los mecanismos de lo violento a través de eventos en apariencia ordinarios y pacta con los demonios más íntimos para que, al menos por un rato, estos nos devuelvan la mirada. El resultado de ese descenso a los infiernos es Una grieta en la noche, libro que resultó finalista del Premio Ribera del Duero 2022.
Este reconocimiento no debe extrañarnos, la trayectoria de Baeza ha seguido un paso firme y cada vez más experimentado. A su publicación más reciente le anteceden otras tres de relatos: Margaritas en la boca (Simiente, 2012), Ensayo de orquesta (FETA, 2017) y Época de cerezos (Paraíso Perdido, 2019) —estos dos últimos ganadores, respectivamente, del Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri y el Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo— y una novela, Niebla ardiente (Alfaguara, 2020).1 En estos textos, que exploran universos tan disímiles como las relaciones tras bambalinas entre los miembros de una orquesta, las consecuencias de un desastre nuclear o el reencuentro con los fantasmas del pasado, es posible advertir ciertas afinidades temáticas que se consolidan en Una grieta en la noche. Tal vez la más palpable sea el enrarecimiento de los vínculos familiares, cómo el territorio de lo conocido, aquello que debería hacernos sentir seguros, puede transformarse en el lugar donde el daño echa las raíces más profundas.
Una grieta en la noche nos enfrenta al origen y la revelación del trauma, esa fuerza soterrada en el inconsciente que lucha hasta hacerse visible. Por eso es imposible salir ileso de los seis cuentos que conforman esta propuesta. Aquí, irrumpimos en la vida de boxeadores caídos; padres de familia que brillan por su ausencia; brujas que vuelven cada noche para cobrar antiguas deudas; madres crueles, fantasmagóricas y aguerridas, madres atravesadas por el dolor; niñas aferradas a falsas promesas y jóvenes parejas que huyen de la soledad y no entienden cómo acompañarse.
El inicio es convulso. Apenas abrimos el libro, somos arrojados a un mundo frenético en el que nos damos cuenta de que la supervivencia es un lujo que pocos pueden permitirse. Este ritmo se establece en el cuento que inaugura Una grieta en la noche, “Quinto round”, donde la adrenalina y la agitación, propias del ring de boxeo, se trasladan al lenguaje. En el texto no hay lugar para los puntos y aparte. Diálogos, descripciones y rugidos se mezclan en un párrafo que apenas admite descansos mientras se desarrolla la historia de una familia recompuesta, de dos hermanos que lo son porque lo han elegido —“Nos decíamos carnal por costumbre, no porque lo fuéramos”—, de una figura paterna que abandona a su familia con la promesa de enviar dinero desde Estados Unidos y de un boxeador de peso pluma que estuvo a punto de rozar el éxito con los puños.
“Quinto round” abre un combate en varios frentes: la inmigración, el abandono y la presión de pequeñas violencias que se apilan sobre las espaldas de sus personajes. Este mismo efecto de acumulación tiene eco en los demás cuentos del libro; el desgaste, en apariencia anodino pero constante, solo puede conducir a la explosión. Ya lo dice Claudia, la joven protagonista de “Veintidós días en la vida”: “De niña me habían dicho que las veladoras estallaban si no se les apagaba a tiempo”. Para construir estas narrativas a presión, Baeza confiere un gran peso a aquello que se omite y permanece en silencio: secretos familiares, rencores alimentados en la penumbra y viejas heridas que se resisten a ser verbalizadas.
Relatos como “Veladoras” y “Una grieta en la noche” dan cuenta de lo anterior. En el primero —en el que la autora se apropia con soltura del tono y las convenciones del género negro—, un policía investiga el sangriento asesinato de Macaria, una conocida bruja del Mercado de Sonora que él visitó de niño y que por más de veinte años ha protagonizado sus pesadillas; en el segundo, que da título al libro, una adolescente relata la irrupción de su tío Marcos en la dinámica vital que ella y su madre han compartido durante años: “Mi mamá y yo éramos dos lunas que orbitaban juntas pero moviéndose lejos de las demás”. La llegada de Marcos, para ella un perfecto desconocido, trastoca este equilibrio. La joven observa con curiosidad el enigmático comportamiento de su tío y plantea preguntas sobre el pasado de su madre, que esta esquiva, hasta que las respuestas acaban por imponerse.
Así como el instante previo a la detonación es esencial, también lo es el momento que le sigue, aquel en el que se remueven los escombros en busca de alguna señal de vida. De este modo la ausencia, que ocupa un espacio importante entre las inquietudes literarias de Baeza, obliga a un cambio de tono en “Ruinas”, donde una madre viaja del sureste del país hacia el Centro Histórico de la Ciudad de México y se hospeda en la última habitación donde su hija vivió. Tiempo después de recibir la noticia de su feminicidio, una vez que el duelo deja de ser grito para convertirse en dolor puro y solitario, vuelve sobre los pasos de su hija:
Yo llegué por lo que quedó de Paulina en ese edificio, y tal vez con eso se terminaban los eslabones, porque nadie iría por mí, no había nadie siguiendo mi rastro.
Es imposible ignorar que las violencias a las que están expuestos los personajes de Baeza son consecuencia, muchas veces, de una realidad precaria; policías, cargadores, marchantes, coheteros, santeras y trabajadoras de la maquila pertenecen a una clase social asfixiada por la desigualdad y el abandono. Son figuras sujetas a una erosión a cuentagotas que luchan por hacerse un lugar en las calles, mercados y edificios de la Ciudad de México. La elección de esta arena no es aleatoria. La autora reconoce y describe la combinación infinita de realidades que caben en la capital mexicana: la ciudad es una para quienes desean salir de ella pero no lo consiguen, otra para quienes intentan desaparecer y otra para quienes buscan a sus desaparecidos.
Este mosaico de realidades y problemáticas sociales se expresa en el marco de lo insólito. Así, la de Laura Baeza es una narrativa que se nutre y dialoga con el trabajo de escritoras como Mónica Ojeda, Samanta Schweblin o María Fernanda Ampuero, cuyas poéticas ensayan sobre el terror de lo cotidiano y el desconcierto que puede producir lo familiar. En Baeza esto se traduce en la construcción de atmósferas en donde apenas se insinúa la presencia de lo sobrenatural. Este es, por ejemplo, el tono que predomina en “Veladoras” y “Veintidós días en la vida”: elementos como la brujería, la lectura del Tarot, las presencias fantasmagóricas o el conjuro corren un velo que nos impide observar lo siniestro en su completud, ambigüedad que resulta aún más estremecedora. El policía que investiga el asesinato de Macaria en “Veladoras” explica:
Lo mío con la bruja iba más allá de un horrible homicidio, porque había visto peores, pero únicamente el de ella se repetía por episodios mientras dormía, y solo después de ver las fotografías de sus altares y el cuerpo lacerado volví a sentir el olor a putrefacción que me despertaba por las noches, el mismo que se instaló en mi nariz infantil después de visitar a la bruja por primera vez.
Los relatos de Baeza atienden ese eco de la infancia al que alude la cita anterior. Una vez que se engendra el trauma, este permanece en la penumbra y espera durante años algo que por fin libere esa energía, que abra una grieta. No obstante, a pesar de la violencia, el estallido es productivo. Esta lectura se refuerza con el epígrafe que abre Una grieta en la noche, un par de versos tomados de la canción “Anthem” de Leonard Cohen: “There is a crack, a crack in everything / that’s how the light gets in…”. Pero las grietas son también lugares por los que la luz emerge. Si un manto de oscuridad se cierne sobre los protagonistas de estas historias, la grieta es lo que los coloca cara a cara con la verdad, es la fractura donde se desata el horror pero también de la que germinan nuevas posibilidades.
Páginas de Espuma, Madrid, 2022
Imagen de portada: Ciudad de México, 2023. Fotografía de Roger Ce. Unsplash
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Esta novela se reseñó en los números 879-880 de esta publicación [N. de los E.]. ↩