Recorrí bosques, selvas, valles y desiertos de México y Latinoamérica, del 2018 al 2023. Estos viajes forman parte de una investigación que resultó en una video-instalación en colaboración con Rafael Ortega y Lena Esquenasi, producida por Elena Navarro, que se expuso en el Museo Amparo y que ahora es parte de su colección. Aparece, además, en un libro que publicará este año la Editorial RM/Ediciones El Mojado, editado por Ángeles Alonso Espinosa y diseñado por Cristina Paoli. Retraté a mujeres en resistencia que luchan por abolir la violencia de quienes irrumpen en sus territorios para ocuparlos; es una lucha que se encarna en la piel y el cuerpo femenino.
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En el camino de regreso, Sonia me señaló el horizonte. “¿La ves?, ¿ves una serpiente en el horizonte?” Le respondí que no. “Ya las irás viendo cuando llegue tu tiempo. Se puede ver una serpiente enorme aquí en el desierto, yo la he visto. Salió del oriente hacia el norte de América, bajando por Latinoamérica, y se quedó aquí.”
Sonia es defensora de su territorio ante las mineras de litio en Atacama, Chile. Ella se autodenomina intermediaria entre la naturaleza y el hombre.
Rosa, mi abuela paterna, nació en el campo en Cataluña y, junto con su familia, se fue a una pequeña ciudad obrera donde tuvo que trabajar desde los ocho años. Por su carácter rebelde la corrieron varias veces de las fábricas hasta que, a principios de la guerra, se afilió a las Juventudes Comunistas. Participó en la Guerra Civil como enfermera y, cuando perdieron, tuvo que abandonar Cataluña.
En el segundo barco que salió con refugiados, el cual zarpó de Francia hacia México, Rosa subió sola a los diecinueve años. En esos momentos no sabía que no volvería a ver a sus padres con vida. El Partido Comunista Español en México mandó a Rosa a Acapulco para que averiguara quién era un español anarquista que acababa de llegar de la guerra y que estaba entrenando a la policía del pueblo. Llegó al único hotel de la bahía, donde conoció a Ángel, y tuvieron cinco hijos. Mi padre fue el mayor, se llamó Félix.
Bolivia
Mujeres monte, mujeres pájaro, mujeres que son ríos me han acompañado en este trayecto como mediadoras del diálogo entre la humanidad y la naturaleza. Mujeres que hacen de la curación y los rituales de sanación un gesto personal y comunitario para convertirlo en un acto de defensa política de la vida.
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“El camino amáutico para las mujeres es duro. Tienes que renunciar a muchas cosas personales porque tienes que apoyar en la sanación de las personas; tienes que viajar a lugares que están muy lejos; dejar a tus hijos, a tu madre. La espiritualidad, para nosotros, es vivir en familia: para mí, ese cerro que ves allá es mi abuelo; el lago Titicaca es mi madre; esa piedra es mi abuela; a ese río le asignamos o tiene un rol; por ejemplo, hay cerros que son sanadores de tu espíritu.”
Beatriz Bautista, amauta, filósofa aymara de Bolivia
Chile
“Yo me fui un tiempo, cuando todo esto se contaminó, y después vine a mi pueblo. Cuando me bajé del autobús, vi un pueblo todo seco. Me puse a llorar, pues antes era todo verdecito y toda la chacra bonita. ¡Vi mi pueblo muerto!”
Gloria Palape Suárez, aymara de Quillagua, Calama, Chile
“¿Dónde van las mujeres cuando llegan las mineras? Se van a las ciudades, pierden su lengua, sus protectores, su tierra, sus cultivos: nos condenan al destierro; es el exterminio. Las mujeres son las últimas en irse, son las que viven la contaminación, la violencia, son las que se quedan sin agua. Cuando quieres acabar con un pueblo para poder explotarlo, primero tienes que acabar con todas sus mujeres.”
Beatriz Bautista, amauta, filósofa aymara de Bolivia
Yucatán
“¡No, no puedo!”
Fue lo primero que me salió al ver el hoyo en la tierra. María, mi hija, me dijo: “Es una gran oportunidad, ¿cuándo vamos a poder entrar a un cenote virgen? ¡Es ahora!”
Ya adentro, en las entrañas de la tierra, una no quiere salir. Más cuando vas viendo la vida, los peces, la claridad del agua azul. La Dama Blanca se encuentra justo en el paso del tren. Hoy está tapado.
Chiapas
Mi abuela vivía en un pequeño pueblo de italianos en Long Island. Un día llevó a mi madre, cuando era chica, a una reserva de indios que la confrontó con otras formas de vivir. A partir de entonces, empezó a leer mucho sobre otras culturas y sobre viajes. Como mi abuela paterna, a los diecinueve años se vino a la Ciudad de México para estudiar su carrera en antropología, reinventarse y buscar una vida mejor. Aquí se enteró de una fotógrafa que trabajaba en la Lacandona. Viajó en autobús a los Altos de Chiapas con el proyecto de tomar fotografías y expandir su mente. Pero, igual que mi abuela, nunca regresó; conoció a mi papá y tuvo dos hijos: Canek, mi hermano, y yo, Maya.
## Tucson
Sonia me dijo: “Vamos al útero de la Madre Tierra cuando bajamos al inframundo, de donde venimos genética y biológicamente. Ahí, el rastro de la serpiente me guio por el estrecho camino entre la vida y la muerte. Le pedí que me llevara hacia aguas profundas para poder beber de ellas y así reencontrarme con mis muertos, con mis ancestros, con mi memoria, con mi fuerza”.
Zapotitlán, Puebla
“Es posible que tu memoria se haya extraviado, lo que te ha llevado a una búsqueda continua. Tú vas a ir recordando sola. Vamos siendo guiados sobre cómo vivir sin transgredir, sin extraer.”
Panamá
“Nuestras antepasadas, herederas de los vínculos históricos con la naturaleza, luchan a diario por sanar las heridas ocasionadas de generación en generación, para proteger su relación con el cosmos. Así me apropié de la rueda medicinal, símbolo sagrado del origen del cosmos, la fertilidad y la Madre Tierra, para transformarla en mi propio mapa.”
Sonia
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“Es similar a lo que dicen los pueblos originarios del norte o de Sudamérica: surge una mujer curandera cuando te parte el rayo. Para mí, fue la partida de mi hija, pero, a partir de esa noche tan oscura, surgió otra mujer.”
Yasmín, Iquique, Chile
Todas las fotografías son cortesía de la artista.
Imagen de portada: Cortesía de la artista.