dossier Identidad SEP.2017

Vapor, humo, vapor humano. Poema

Pura López Colomé

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No sé si sabré. No sé si llegará el día de interpretar la transparencia. Cuándo (o si) atravesé la puerta falsa, al escuchar o leer por primera vez eso que por y en la boca fue al pensar, al recordar, al saber de memoria; la carne una, la sangre otra que circula invisible en vocablo cristalino, replicándose, repitiéndose: se desprende júbilo, se desploma tormento.

1. Capítulo ubicuo, de juncos y cañas

En los orígenes, se deslizó íntegra la historia por la lengua y la garganta hasta quedar pintada en misivas anónimas halladas luego sin querer:
en o entre páginas delgadas, papel calca (que revela el Verbo), papel de arroz (ni cerca ni lejos), papel Biblia, nombres y hombres fuera de quicio unidos y flotando
por mares rojos (montañas inversas de rubí) que al tacto se abren de par en par (como las tapas de aquel libro) para que un pueblo entero llegue a la otra orilla. Sin olvidar a nadie, sin dejar a nadie atrás. Mundo de arte mayor de un autor imaginario. A sus espaldas, el oleaje va en aumento mientras murmuran las espumas: no hay nada que temer, no hay nada. Y revienta, gritando frases marinas.

2. Versículo siniestro, redes de algas

En la curva de la empuñadura, una famélica cabeza de serpiente. El guía posa la palma encima, las sinuosas líneas de la vida; se distingue al conocerlas, al mirarlas se descubre en un mar negro, artículo de muerte, Mare Nostrum.

3. No te vayas

Soñé contigo, conmigo. Nos revolcábamos en un césped de agua, profundamente felices. Mirando sin pupila, sin tímpano escuchando. Nada podía prendernos fuego porque todo venía en llamas… a punto de arder de amor bajo las olas. Se disparaban los matices. Turquesa, verde esmeralda, oro naranja y plata derretida. En las puntas de los nervios un infierno febril y duradero.

4. Enclaustrados en el mundo

Y en aquella solitaria habitación, frente al espejo, todo lo que has dicho, lo que te ha hecho ser quien eres en tan grandiosa, única ocasión de brillo personal y colectivo, chispa, aquella con que quemaste mariposas al captar el rayo del sol con una lupa. De golpe recordaste los colores del diseño, la belleza consumiéndose despacio, su ígneo ser danzando por los aires. Sin ilusión de cambios, sin fe, sin fénix.


Muerto mar, que en vapor humano se disuelve id est, esto es, idéntico a ser para no ser.


No solamente recibí explicaciones: con lujo de detalles se me mostró la entraña etimológica, las partículas, las vísceras de la palabra justa, amén de sus contiguos grabados, para que no cupieran sombras ni dudas: Moisés, transmitiéndole a “la gente” el mensaje: al llegar a buen puerto, hay que quemar la ofrenda; Abraham, más adelante, obedeciendo la consigna, colocándola sobre el tabernáculo, frotando luego las dos piedras y… Entraban en escena toda suerte de víctimas propiciatorias, de mirada tierna, seres antes vivos desangrados, su hermosa lana manchada, la oscura lengua de fuera, listos para la transformación de la materia, para volverse humo en ascenso… Ésa era la palabra, el holos caustos: eso, quemarlo todo. Al salir y al ponerse el sol. Diariamente. Hasta el final de los tiempos, es decir, hasta nunca. Y mientras escuchaba semejante admonición, el sueño se iba haciendo realidad.
Ser para No ser.
No ser para Ser.
El ánima sola, encadenada, en una imagen voluptuosamente vulgar. El fuego la encarcela, mientras ella, desnuda, lanza una plegaria, un ruego a las alturas. [Después de habitar cielos mitológicos, mira cuán bajo has caído, Alma, Mariposa, Psique, Psiquis. Tú, la Inmortal, Inmortal mente amada.] Surge del inframundo tras la condena (su pecado “mortal”, la hermosura); surge del infernal espanto de un país moderno que, hundido en abyecto deterioro, se cree lejos de la barbarie; donde los tesoros que guarda la tierra “nutricia” son cadáveres sin acta de nacimiento/defunción. Surge entre cuerpos inertes y amontonados, descritos “objetivamente” como “desaparecidos”. Algo de carne aún pegada al hueso, esqueletos manchados (como la lana del cordero) que parecen reír a mandíbula batiente. [Mira lo que son las cosas, Fernando Pessoa; de qué manera estas cosas son el sentido oculto de las cosas.]

No hubo un arder, un reducirse a polvo calcáreo aquellos huesos, el ser de plata, sedoso y volátil, de alas cenicientas…
ni un abandonar la condición de oruga, ser crisálida y desplegar velos de papel calca, papel de arroz, papel Biblia, que permitieran no deambular más.

Insecto en capullo, hombre en la tumba.

¿Cómo irrumpir desde ahí hacia una vida mejor? Cuando comenzaron a sacarlos, nadie percibió el revoloteo de animales dignos del “Monarca” apelativo; sólo agoreros enjambres negros de polillas, del tipo llamado “Psíquide” por los entomólogos.

Ningún lepidóptero perfecto saliendo intacto de la larva.
Palabra justa. Palabra clave, doliente, ensangrentada. Palabra (capilla) ardiente. Palabra en holocausto. Sobre el altar del (sacrificio) sinsentido. Llena de mí. Replicándose, repitiéndose. Palabra a secas. Puerta falsa.

Imagen de portada: László Moholy-Nagy, A11, 1924 (detalle).