Marichuy, color de la tierra, anticapitalista del corazón. “La cumbia de Marichuy”, Los Originales de San Andrés
Yo tenía doce años en 1994. Mi madre y yo estábamos en la cocina y encendimos nuestra pequeña televisión en blanco y negro. Ahí vimos cómo los hombres y las mujeres del EZLN tomaban el edificio de gobierno en San Cristóbal de las Casas. Todos usaban paliacates o pasamontañas. Pocos llevaban armas de fuego, la gran mayoría traía palos en las manos. Algunas mujeres cargaban a sus hijos en la espalda. Le pregunté a mi madre quiénes eran y me respondió que eran como nosotros. Desde ese día los seguimos. No sé si los balances académicos del zapatismo consideren que su irrupción nos dejó claro que nunca más habría un México sin nosotros.
Desde la invasión genocida europea, un abismo separó el México de abajo, donde subsisten las raíces mesoamericanas, del México que intenta borrar la diversidad de historias, lenguajes, comunidades, territorios, barrios y ciudades habitados por quienes se identifican como lacandones, tojolabales, tsotsiles, tseltales, chontales y más. Es un error necio seguir llamándolos indios. Ese concepto y los de México y mestizo pretenden ajustarnos al molde de la nación. Los que han llegado hasta el presente, tras caminar en una noche de quinientos años, encontraron su voz en la lucha zapatista. Coincidieron con sus demandas de trabajo, educación, tierra, techo, alimentación, salud, independencia, libertad, democracia, justicia y paz, pero la lección más importante del EZLN fue que las comunidades originarias seguían en pie de lucha.
La casa del pueblo
Cuando el EZLN convocó al Foro Nacional Especial de Derechos y Cultura Indígenas, para dar seguimiento a los Acuerdos de San Andrés, los pueblos originarios se percataron de que les hacía falta un espacio para dialogar, escuchar, aprender, reflexionar y hacer acuerdos. Así surgió, el 12 de octubre de 1996 en la Ciudad de México, el Congreso Nacional Indígena (CNI).
El CNI no aspira a tomar el poder ni a gobernar a los demás; es un espacio de encuentro para que los pueblos se organicen, y como tal ha articulado muchas resistencias en nuestro país. Sus siete principios son servir y no servirse, construir y no destruir, representar y no suplantar, convencer y no vencer, obedecer y no mandar, bajar y no subir, proponer y no imponer. Lo llamamos “la casa del pueblo”, pero no es un edificio. Existe cuando las comunidades se reúnen al lado del mar, entre la selva, junto a un lago, dentro del bosque, en la montaña, en el desierto y también en las ciudades. Al terminar cada quien vuelve a su sitio. No están en el mismo lugar, pero continúan en la misma lucha.
Los primeros veinte años del CNI
La hora de hacer un balance crítico del CNI llegó en su vigésimo aniversario. En octubre de 2016 el CNI se reunió por quinta vez en el Cideci-Unitierra, Chiapas, y cada comunidad expuso sus problemas ante la asamblea. Crecía la violencia contra los pueblos originarios; los megaproyectos avanzaban a pasos agigantados, invadiendo e incluso despojando a decenas de comunidades; los defensores del territorio terminaban desaparecidos o asesinados y cada pueblo recordaba a sus presos políticos. En México la vida se agotaba en todos los sentidos.
Ante el panorama desalentador, el CNI decidió consultar una propuesta entre los pueblos que lo integran: crear un Concejo Indígena de Gobierno (CIG), integrado por una mujer y un hombre de cada pueblo, y nombrar a una vocera para que se registrara como candidata en la elección presidencial de 2018. Siete meses después, en mayo de 2017, los delegados volvieron al Cideci-Unitierra y entregaron las respuestas a la consulta. El resultado fue contundente: con la participación de 523 comunidades y 43 pueblos indígenas de veinticinco estados del país, la propuesta fue aprobada. El último día de la reunión se presentó el CIG y el pleno de su asamblea designó a María de Jesús Patricio Martínez, “Marichuy”, como vocera.
Un recorrido inacabado
Marichuy es una mujer nahua de Tuxpan, Jalisco, un pueblo milenario que siembra la milpa y defiende su territorio y sus estructuras comunales de autogobierno. Marichuy es madre, hija, esposa, médica tradicional y fundadora del CNI; también es desconfiada, sabia, orgullosa, fiel. Sus visitas a los pueblos originarios no empezaron en 2017, sino mucho antes, desde su juventud. El CIG encontró en ella la mejor manera de recorrer nuestro país machista, clasista y racista: una mujer del color de la tierra dialogaría con las comunidades originarias, con la gente de izquierda y con quienes se sintieran parte de la lucha contra el capitalismo patriarcal que destruye el planeta. Pero no haría el recorrido sola, la acompañarían cientos de delegados del CNI, las y los concejales del CIG y las comandantas del EZLN.
Sus visitas empezaron en octubre de 2017 en los Caracoles zapatistas de La Realidad, Morelia, La Garrucha, Roberto Barrios y Oventic, y en la cabecera municipal de Palenque, donde aparecían por miles las bases de apoyo zapatista y los milicianos, que se sumaron a la enorme delegación. El recorrido se extendió por todo México. Llegó a las ciudades, las universidades, las colonias, los barrios. Hablaron con colectivos, sindicatos, espacios de mujeres, trabajadores, artistas, intelectuales, obreros, jóvenes y las madres de los desaparecidos. Marichuy y el CIG se reencontraron con un país destrozado. En cada persona y en cada sitio se percibía la urgencia de tejer las luchas que se oponen al capitalismo patriarcal.
El recorrido tuvo sus peculiaridades. Los hombres que se unieron a él no hablaron; solo tomaron la palabra las comandantas, las concejalas y la propia Marichuy. Los encuentros también se basaron en la ética de la escucha, porque solo así era posible entender las historias que contaban las mujeres de las comunidades. Sobre todo, demostraron que hay otra forma de hacer política. Marichuy caminó en silencio, sin pedir votos ni vender soluciones. Lejos de buscar resultados pragmáticos, el objetivo fue empezar el diálogo para organizar la defensa de la vida.
Para los pueblos originarios, fue la vocera; para el resto del país, la candidata. Es cierto que se recaudaron firmas para que el Instituto Nacional Electoral aceptara su candidatura y que no reunió el total (poco más de 866 mil en un plazo de 120 días), aunque resultó ser la participante con el mayor número de firmas válidas. Sin embargo, el ejercicio fue revelador porque mucha gente que no pertenecía a ninguna organización se interesó en apoyar como candidata a una mujer indígena. El hartazgo hizo que la sociedad mexicana viera en ella la oportunidad para provocar un cambio de gobierno.
Pero ese no era el objetivo del CIG ni el de su vocera, su apuesta fue irrumpir en la fiesta de los de arriba, las elecciones. Otros de sus propósitos fueron posicionar las luchas y demandas de los pueblos, hacer que el país no olvidara a los pueblos originarios, y buscar el diálogo con el México de abajo para organizarse y luchar. Es imposible evaluar sus triunfos porque el proceso se mantiene abierto. Marichuy sigue en el camino: no se vende, no se rinde, no claudica. Seis años después, el recorrido sigue organizando encuentros entre los pueblos originarios.
Imagen de portada: Caracol Tulan Ka’u, Chiapas, 2019. Fotografía de © Francisco de Parres Gómez