Fui a Bogotá hace unos días porque me invitaron a la Feria del Libro y a un congreso de lectura. Allí me tocó escuchar algunas charlas relacionadas con el estudio de facetas muy distintas del idioma (quiero creer que el curioso lector sabe que me refiero al castellano, pero lo aclaro aquí por si acaso alguien piensa que me refiero al kurdo o el provenzal). Por un lado, estas pláticas (y yo mismo estuve involucrado en varias) abordaron los aspectos literarios de la lengua, que son muy vastos, y por otro, se enfocaron en sus elementos comunicacionales y sociales, que son casi infinitos. Cuando la gente piensa en ferias del libro suele verles la capa más superficial, es decir, la que representan esos salones llenos de personas que quieren ver a las estrellas de la farándula a las que alguien les publicó un libro (futbolistas y cantantes, reinas de belleza, youtubers, políticos de moda o gente que no se sabe muy bien lo que hace pero es muy famosa, como Kim Kardashian y su clan). Sin embargo, lo que de estos encuentros más vale la pena se da en capas muy diferentes. Y no siempre (aunque con frecuencia sí, tampoco hay que ser llorones y quejumbrosos) entre las figuras estrictamente literarias o periodísticas, que acostumbran llevarse la parte del león en lo que a la atención de los lectores especializados se refiere, sino en otro sector, al que no suelen alcanzar los reflectores y cuyas reflexiones y actividades, sin embargo, me parecen cuando menos igual de importantes para quien desea saber los alcances reales de la lengua en la industria editorial y en la vida en general. Hablo de lo que se discute (y acuerda) entre editores (corporativos e independientes), bibliotecarios, promotores de lectura y académicos, en mesas, foros y páneles. Los escritores hacemos la parte cardinal de nuestro trabajo en solitario, ante un cuaderno o computadora, y cuando salimos al mundo lo hacemos como intrusos, medio de refilón. Pero al resto de la comunidad le corresponde llevar la parte social del asunto, que termina por ser la más importante. Porque el lenguaje es más que un estilo, un género o una obra particular. Es una construcción colectiva y sus brincos tienen consecuencias en la vida de todos. Y hoy mismo, la migración masiva de latinoamericanos hacia Estados Unidos y otras geografías ofrece todo un campo de estudios robusto y creciente. Nuestro idioma se pone en fricción con el inglés, el alemán, el francés, y con el castellano peninsular, y muta. Y esa mutación, que a los puristas los pone de nervios, representa una serie de retos interesantísimos. Porque el idioma no es solamente palabras sino también ideas y vivencias y porque la manera en la que enfrentemos las transformaciones de lo que hablamos irá de la mano con las actitudes que tengamos para con la migración y quienes la protagonizan. Porque en esos millones de migrantes y en lo que cosechen en sus ires y venires estará cifrado el castellano del futuro.
Imagen de portada: Yukinori Yanagi, Pacific, 1996. © Yukinori Yanagi. Photo © Tate.