“Un sorbo más y no respondo
por el decoro de esta cena.”
Mi vientre expresa el estado de mi alma:
a punto de estallar
como un timbal exhausto.
Pido un sofá y clemencia.
Déjenme disfrutar del sinsabor del hipo,
del tiempo muerto transformado en boa.
“No. Ni una pastillita de menta”.
Cansado de encontrar belleza
en el vuelo de un ave
—y hasta en las patas de una silla rota—
que no se atreva hoy;
no estoy ya para ella.
Voltios de hilaridad me suben como arcadas;
en esta sed hay algo que no alcanza a saciarse.
(No pienses en la abstracción del apetito,
atiende solo a los detalles:
los dedos tamborileando sobre el vientre;
los tímpanos exhaustos.)
Creo que te conocí imaginando
los platos blancos de la cena negra.
Por culpa de un cuento de Villiers
o unas fotografías de Sophie Calle,
las tardes se nos iban en probar,
con el paladar de los párpados,
el banquete monocromo.
MENÚ
Caviar de esturión,
pan y aceitunas negras.
Sopa de huitlacoche con pimienta,
calamar en su tinta,
postre de zapote y zarzamoras.
Chocolate amargo.
Sambuca o tal vez fernet.
Inevitablemente volvíamos a discutir
la pertinencia de la coca-cola…
Muchos años después,
no hemos comprado aún
los platos enteramente blancos
ni han caído a la mesa
las viandas del árbol de la noche.
Quizá es mejor así.
He llegado a temer
que cuando al fin llevemos a los labios
esas delicias negras
y en tus dedos blancos escurran
los jugos de su tinta,
caerá un telón pesado, oscuro,
entre nosotros, esa desolación
de los sueños cumplidos,
y no tendremos ya nada
que decirnos.
De Pasmo, Trilce Ediciones, Ciudad de México, 2003.
Imagen de portada: ©Paulina Lozano, Pambazo, 2021. Cortesía de la artista