¿Hay algo más importante que el mercado?
Ubiquémonos en América Latina, donde los países no cuentan con las posibilidades tecnológicas y económicas para realizar por sí mismos extracciones a gran escala y recurren a empresas con el capital adecuado y la tecnología suficiente para “vaciar” —por decirlo de forma elegante— el territorio. Para ello se suele usar mano de obra barata local. Siempre será más rentable contratar a une latinoamericane que a alguien de Canadá o Estados Unidos.
Hasta aquí, lo que les teóriques llaman modelo clásico extractivista, la estructura que siguen las economías latinoamericanas respecto a sus recursos naturales (RRNN). Cuando esto no ocurre, puede deberse a dos posibles factores: o no se tienen los RRNN o ya se agotaron. En años recientes se ha hablado de neoextractivismo, que, entre otras cosas, se diferencia del extractivismo en la supuesta pretensión de que las empresas explotadoras buscan corregir errores cometidos antes, o que harán lo mismo pero más limpio y con un “respeto total a la protección de la naturaleza”, tal y como tuvo a bien decirme —no sin algo de descaro— el ingeniero responsable de atender a les periodistes que fuimos admitides en las instalaciones de La Herradura, la sexta mina de oro a cielo abierto más grande del mundo y la principal en México.
Claro, el vaciamiento y la destrucción siempre podrán mejorarse, perfeccionarse.
Construida en territorios ejidales del municipio de Caborca, en Sonora, y explotada por el grupo Penmont —parte del grupo Fresnillo, a su vez del Grupo México, y propiedad de la familia Baillères—, desde 1997 esta mina ha ganado diversos reconocimientos, entre ellos el Código de Cianuro,1 una auditoría que avalan instancias internacionales respecto del manejo del cianuro de sodio, uno de los químicos más mortíferos que se usan para separar el oro y la plata de las piedras. A pesar del peligro que conlleva usar esta sustancia, los diplomas colgados en la sala de juntas reconocen a la mina como una industria socialmente responsable y “limpia”. En el recorrido por las instalaciones, frente a lo que parecían campos de futbol —que en realidad son terrenos en donde se usa la solución de agua y cianuro sódico para lixiviar la piedra y separar el mineral—, una de nuestras guías afirmó que las mangueras de PVC usadas en este proceso “terminan por deshacerse, son biodegradables”.
De acuerdo con la terminología actual, esta empresa podría considerarse extractivista porque pretende extraer y despojar los recursos naturales del territorio donde está asentada. No obstante, una visión amplia del concepto de territorio incluye también a las comunidades humanas que habitan en él y, por lo tanto, a la relación que establecen con la naturaleza.
Si algo nos puede enseñar la historia reciente de los procesos de resistencia frente al extractivismo minero es que la explotación de la naturaleza para la obtención de recursos minerales es insostenible. El despojo de lo que hay en el subsuelo trae consigo el fin de los recursos acuíferos, contamina los ríos y el aire, destruye la biodiversidad y acaba con las montañas.
Oro en tierras zapotecas
Integrantes de Articulación por la Vida y habitantes del valle de Tlacolula y el valle de Ocotlán, al sur de la ciudad de Oaxaca, me invitaron a sus comunidades para realizar un diagnóstico que pudiera dar cuenta del nivel de despojo —legal, por supuesto, faltaba más— que se operaba en su territorio y el que estaba por venir de parte de empresas mineras canadienses y estadounidenses como Cuzcatlán, filial de Fortuna Silver Mines.
Todas las montañas que ves frente a ti, sin importar dónde te pares, están concesionadas para la explotación de oro, principalmente; algunas son para hierro y se está explorando a ver si hay litio,
me dijo mi guía en este duro andar por lugares donde, de no frenar la minería, no solo será imposible caminar, sino vivir.
En un lugar similar a este, pero en el estado de Guerrero, a mitad de camino entre Iguala y Chilpancingo, se encuentra la comunidad de Carrizalillo, perteneciente al municipio Eduardo Neri. En este sitio se estableció la empresa minera canadiense GoldCorp, que en 2007 comenzó su explotación de oro a cielo abierto.2 La población ofreció resistencia y sufrió represalias por parte de la empresa, que escalaron cuando un grupo paramilitar comenzó a ejercer las funciones de seguridad en la mina. Ante cualquier protesta aparecían personas muertas.
Muches de les pobladores se fueron por las amenazas recibidas o las enfermedades a consecuencia de la exposición a metales pesados en el aire y al ácido cianhídrico que resulta de la evaporación de la solución de agua y cianuro de sodio.3 Afectaciones respiratorias como la silicosis y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) son comunes en la zona, así como partos prematuros y malformaciones congénitas. Además, la contaminación de los mantos acuíferos de la comunidad ya es permanente. Quienes se quedaron, o comenzaron a trabajar para la empresa o se resignaron a conservar la vida en silencio.
Ni todo el oro del mundo vale lo que valen las vidas humanas y la belleza de los territorios.
Para extraer el oro, el complejo minero de Los Filos (propiedad canadiense posteriormente vendida a una empresa estadounidense) usó el 83 por ciento de las 1406 hectáreas de tierras cultivables de la comunidad. Pero su ambición es tal que la extracción ocurre 24 horas al día, en tres turnos ininterrumpidos, los 365 días del año. Este es uno de los espejos en que puede reflejarse Oaxaca si el extractivismo avanza como modelo económico hasta instaurarse.
Antiguamente, los pueblos zapotecas buscaban oro en algunas vetas de los ríos o dentro de cuevas. Lo usaban para generar joyas o piezas ornamentales que reflejaban de alguna manera su cosmovisión, aunque el centro de su economía no era la acumulación de este metal. Si bien la orfebrería a pequeña escala se convirtió en uno de los patrimonios culturales de lo que hoy conocemos como Oaxaca y como México, la extracción intensiva de oro podría significar la destrucción de estos lugares.
Al término del recorrido por los valles del sur de la capital oaxaqueña, escuchando diversos testimonios e historias de cómo las comunidades están en desacuerdo con estas concesiones y cómo las empresas ni siquiera se establecieron bajo la normatividad mexicana, sino gracias a corruptelas con los distintos gobiernos municipales y el estatal, me llega una frase que marca la guerra que se libra continuamente: “Son ellos o nosotros”.
Como si fuera una enfermedad
Miguel Mijangos, integrante de la Red Mexicana de Afectadas y Afectados por la Minería (REMA) de la que es parte Articulación por la Vida, contra la minería del valle de Ocotlán, me confió:
Si las empresas extractivistas cumplieran con todos los procedimientos para acabar con sus procesos de extracción, y luego cerraran adecuadamente sus instalaciones y llevaran a cabo todos los procesos de reparación de daños a la naturaleza, tal y como está establecido internacionalmente, gastarían una fortuna; tanta que no tendrían ganancias, y por eso no lo hacen, para tener la mayor cantidad de ganancias posibles. Además de que el daño a la naturaleza no es reversible y por esto tampoco son sustentables actividades como la minería.
A veces el horror brilla como el oro, y nos convence. A veces el horror es una montaña totalmente destruida.
Ese mismo día, luego de caminar hasta un punto en el que se podían ver algunos de los tajos hechos por la empresa, quienes realizamos este recorrido nos juntamos bajo un gran árbol. Había entre nosotres autoridades agrarias, comisarios, ejidatarios y comuneros de otras comunidades sobre las que la minería se cernía como un enemigo. Entre todas las intervenciones, hubo una que recuerdo hasta ahora:
Hay que evitar que estas empresas extractivistas se instalen en nuestro territorio. Desde el primer paso que dan hay que cerrarles el camino. Cualquier acción que tomemos y que ayude a frenar su avance es importante. Una vez que se instalan es casi imposible detenerlas en su explotación de los “recursos naturales”, como le llaman ellos a la naturaleza. Necesitamos entender que todo esto se puede evitar, y hay que hacer conciencia porque después, como vemos, las consecuencias son terribles.
El extractivismo como paradigma no es sustentable, por lo que cualquier esfuerzo que hagamos para impedir que se imponga será necesario. Es apremiante construir alternativas que no acaben con nuestro entorno y con nosotres. La ambición sin medida no puede ser un fin a secas porque sus consecuencias son violentas, insostenibles e irreversibles.
Tanto Carrizalillo como San José del Progreso —municipio oaxaqueño en el que Fortuna Silver Mines construyó sus primeras instalaciones— y los ejidos donde opera La Herradura muestran un grado avanzado de enfermedad y destrucción. Parecería inevitable su pérdida, pero hay personas que aún resisten, que están organizándose y poniendo en cuestión no solo a una empresa, sino a un paradigma múltiple: el del extractivismo, el desarrollo y el progreso.
¿Una puerta de salida?
No hay recetas para frenar este paradigma. Cualquier intento es válido mientras se enfoque en cambiar de rumbo y no ver la naturaleza como una fuente inagotable de recursos económicos.
Esta es la trampa fundamental: mientras entendamos a la naturaleza como recurso y no como la serie de entornos y relaciones en los que vivimos y a los que debemos cuidados, nos convenceremos de estas ideas de progreso y desarrollo. Incluso aplaudimos las corrientes políticas que asimilan estos conceptos como necesarios para un futuro deseable. Pero se trata de una falacia, un camino errado, una de las tantas caras del mismo sistema económico que, aunque cambie de rostro, continúa exaltando el capitalismo extractivista. Mucho de este engaño lo vemos en el México de nuestros días, en la recta final de un gobierno que no difiere en lo sustancial de sus predecesores.
Para centrarme en los procesos mineros, puedo decir que una actividad tan nociva como esta sigue teniendo al Estado mexicano de su lado y cuenta con ventajas burocráticas para la instalación de empresas que exploten territorios en busca de oro y otros metales y elementos como hierro y litio. En política no hay azares, de manera que no es casualidad que uno de los mayores empresarios mineros del país, Alberto Baillères, haya sido enaltecido por Andrés Manuel López Obrador como un empresario honesto, “de aquellos que debe tener México”.
El actual gobierno ha favorecido las actividades económicas más dañinas para las comunidades (indígenas o no, campesinas o no), la naturaleza y la vida en estos territorios. En realidad, no ha habido cambio de modelo alguno. López Obrador desempeña el rol político necesario para continuar con el negocio que vuelve la naturaleza mercancía, siempre bajo el disfraz de una retórica populista: “primero los pobres”.
El negocio capitalista no se crea ni se destruye; es como la energía, solo se transforma…, ¿o no?
Claro, primero perpetuar la explotación, primero dejarnos los territorios destruídos, primero los pobres porque son los sectores más vulnerables los que sufren las consecuencias de hacer del extractivismo el sostén de la economía.
Inicié las coberturas periodísticas de las minas de oro —y otras tantas de hierro— motivado por la violencia de la que he sido testigo al ver cómo poblaciones enteras han sido arrasadas para que este metal dorado se vuelva lingotes y se guarde en bóvedas, pero también por mi maestro Paul Leduc —aunque tal vez él no lo sabe—, con quien alguna vez platiqué sobre su último largometraje de ficción: Cobrador. In God We Trust (2006). Basada en varios cuentos del brasileño Rubem Fonseca, se trata de una película brutal que desnuda la lógica y la estructura del negocio capitalista, su violencia y sus devastadoras consecuencias para la tierra, la sociedad e incluso la psique de las personas. Si tienen estómago para ver esta obra maestra, les puedo asegurar que mejor explicación del extractivismo no existe.
Necesitamos aprender de la tierra, detener la ambición desmedida y establecer nuevos paradigmas que permitan la reproducción de la vida sin que seamos un cáncer para este mundo. No podemos alimentarnos de boquetes y metales; es absurdo procurar la muerte de miles de personas —asesinadas o envenenadas— en aras de una supuesta ganancia económica que resulta la ficción más poderosa que existe hasta ahora.
Imagen de portada: ©Miguel Fernández de Castro, The time is now for all explorationists to purposefully search for The Subtle Trap, Cortesía del artista
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Ver Heriberto Paredes, “Un recorrido por la mina de oro más grande de México”, Pie de Página, 9 de enero de 2021. Disponible aquí ↩
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Ver Vania Pigeonutt, “Carrizalillo: trece años de devastación minera”, Pie de Página, 6 de septiembre de 2020. Disponible aquí ↩
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Ver “La mina de Carrizalillo”, Agenda SubVersiones. Disponible aquí ↩