dossier Extractivismo MAY.2023

América Latina frente a la inflación de los codiciosos

Eduardo Gudynas

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El sentido de los extractivismos

Conforme se populariza la palabra extractivismo, se vuelve esencial brindar una definición que delimite su contenido. El término es útil para describir la extracción de recursos naturales en grandes volúmenes y con alta intensidad, a fin de exportarlos bajo lo que comúnmente se conoce como materias primas o commodities, es decir, como productos sin un procesamiento manufacturero.1

​ Desde esta definición los extractivismos son plurales, ya que pueden involucrar minerales, hidrocarburos, productos agrícolas, ganaderos, pesqueros o forestales. No constituyen una industria, en tanto no son bienes manufacturados, sino que son los insumos para una industrialización posterior. Se organizan en enclaves, como pueden ser un tajo minero, una plataforma petrolera o un área de monocultivos, y cuentan con redes de conexión (como carreteras, ferrovías o hidrovías) y áreas de soporte (como represas para proveerles de electricidad o agua de riego).

​ Los extractivismos tienen una condición doble, lo que explica la relevancia en ellos de las coyunturas internacionales: siempre son locales, ya que una veta de minerales o un yacimiento de petróleo están anclados en sitios específicos y no pueden ser relocalizados a voluntad de gobiernos o empresas; pero al mismo tiempo están globalizados, pues los recursos extraídos son exportados. El precio, la demanda y los capitales que necesitan también se establecen en el exterior. Es así que las subidas y bajadas en los precios de referencia que se establecen en Londres, Toronto o Chicago determinan si en América Latina ciertos extractivismos se amplían o se contraen.

©Cecilia Barreto, *It’s never enough 3*, del proyecto *Mercados Felices*, 2016. Cortesía de la artista©Cecilia Barreto, It’s never enough 3, del proyecto Mercados Felices, 2016. Cortesía de la artista


Extractivismos mundializados

El ritmo, la intensidad y los volúmenes de extracción de recursos naturales actualmente son muy distintos a los de tiempos anteriores. En la década de 1990 las exportaciones totales de materiales como minerales, hidrocarburos y biomasa (granos, carnes, etcétera) estaban por debajo de los 500 millones de toneladas (Mt) al año. Al dispararse la globalización, pasaron a 1035 Mt en 2016. El déficit comercial ecológico del continente ha crecido desde hace por lo menos cuatro décadas. Por lo tanto, los extractivismos se han convertido en el principal factor de transformación medioambiental en América Latina, muy por encima de otros y con un ritmo de aumento vertiginoso, destinado a alimentar ciertos mercados que son voraces consumidores de recursos.

​ Al mismo tiempo, han cambiado los destinatarios de nuestras materias primas. En el año 2000 las exportaciones netas de recursos naturales hacia Estados Unidos y Canadá sumaban 82 Mt, hacia la Unión Europea 138 Mt y hacia China 106 Mt. Pero en 2016 las exportaciones hacia Norteamérica se derrumbaron (2 Mt) y aumentaron ligeramente hacia el espacio europeo (155 Mt), mientras que las enviadas a China alcanzaron la impactante cifra de 527 Mt.2

​ Esto quiere decir que en los últimos años China ha importado recursos naturales latinoamericanos a una escala tan dramáticamente alta que duplica la suma de todos los demás destinos. Tal vez sin percatarse, nuestro continente quedó inmerso dentro de “otra” globalización que, en términos comerciales, depende de China. Eso no significa que cambió la relación de subordinación internacional, ya que nuestra región sigue sin ser autónoma frente a los flujos globales, y apenas puede hablarse de un intercambio de papeles de Was­hington y Bruselas por Pekín.


Impactos de la guerra en Ucrania

La invasión de Rusia a Ucrania tuvo fuertes impactos en el orden internacional, y en particular en el comercio de materias primas, lo que implicó la alteración de la dinámica de los extractivismos.3 Inmediatamente quedaron en evidencia fuertes contradicciones, ya que si bien las potencias occidentales impusieron severas sanciones a Rusia, al mismo tiempo distintas naciones necesitaban de los extractivismos rusos, como el gas que consumía la Unión Europea o los minerales, fertilizantes y granos que demandaban otros países.

​ Algunas sanciones comerciales, económicas y financieras fueron muy enérgicas, como congelar las reservas y depósitos del Banco Central de la Federación Rusa en Occidente. Al mismo tiempo, se impidió que bancos rusos pudieran utilizar el mecanismo de intermediación bancaria conocido como SWIFT, se revocaron beneficios comerciales otorgados a Rusia bajo la categoría de “nación más favorecida” de la Organización Mundial de Comercio, y se le bloqueó el acceso a las instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial o el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD). Además, se sancionó a empresas y personas, incluyendo a altos funcionarios del gobierno, los multimillonarios rusos y sus familiares (los oligarcas, según la prensa occidental). Paralelamente, más de cuatrocientas grandes transnacionales se retiraron del mercado ruso.

​ Estas y otras medidas afectaron de forma inmediata el comercio de recursos naturales (hidrocarburos, diversos minerales y granos) e incidieron en los extractivismos latinoamericanos. En los mercados financieros se sucedieron meses de picos y récords en precios, y luego paulatinos descensos en algunos casos, como ocurrió con el petróleo y el gas (el crudo West Texas Intermediate [WTI] alcanzó un pico de 121 dólares el barril en marzo de 2022, el valor más alto en la última década, para ahora ubicarse en precios semejantes a los de 2021). Los efectos coyunturales de la guerra se entremezclan con el hecho de que los hidrocarburos están en una fase de agotamiento. Esos altos precios incentivaron la continuidad de la explotación petrolera convencional en Brasil, la exploración de áreas nuevas (como las oceánicas en Colombia y Argentina) y la insistencia con el fracking en Argentina.

©Cecilia Barreto, *Caer en el abismo* (detalle), 2022. Cortesía de la artista©Cecilia Barreto, Caer en el abismo (detalle), 2022. Cortesía de la artista

​ Con los minerales sucedió algo similar, por ejemplo: el registro en 2022 de la mayor alza del precio del carbón en la última década —que decayó en 2023—, multiplicó la extracción de este mineral en Colombia.

​ También los agroalimentos dispararon sus precios debido al desplome de las exportaciones de granos desde Ucrania, la limitación y encarecimiento de los fertilizantes, el incremento del costo de la energía y las restricciones asociadas al cambio climático. Un ejemplo de ello fueron los picos del precio del maíz, que superaron los 300 dólares por tonelada en 2022, para luego ir cayendo poco a poco.

​ La guerra en Ucrania coincide, además, con cambios en los sectores de energía y alimentos de algunos países industrializados, que influyen en los extractivismos del Sur. Por ejemplo, la reconversión energética que alientan, e incluso subsidian, Estados Unidos y la Unión Europea eleva los precios y promueve la minería del litio en América Latina. De modo similar, la necesidad de reducir la huella de carbono en la agricultura y el propósito de proveer alimentos más sanos, en particular bajo el Pacto Verde Europeo, repercute en los mercados de hidrocarburos, fertilizantes y agroquímicos y, desde ellos, en los extractivismos agrícolas. El aumento en la demanda de materias primas necesarias para la reconversión energética o para la transformación de los sectores agroalimentarios induce entonces un curioso mecanismo de inflación verde conocido como verdeflación.


La inflación de los codiciosos

Después de un año de guerra en Ucrania se está advirtiendo que muchos conglomerados empresariales usaron este conflicto como excusa para mantener los precios altos y asegurar ganancias extraordinarias. Es cierto que, por ejemplo, se alcanzaron récords históricos en los precios de productos agropecuarios en 2022, pero luego descendieron, aunque eso no se tradujo en una reducción de los precios de los alimentos para el consumo cotidiano, lo que alimentó la inflación.

​ En un raro vuelco de sinceridad y alarma comenzó a hablarse de la “inflación por la avaricia” (greedflation en inglés). El respetado analista en economía global Albert Edwards, desde la muy tradicional institución bancaria Société Générale, admitió que en cuarenta años de trabajo nunca había observado ese extremo de codicia. Al igual que otros, quedó espantado con la inoperancia de los mecanismos del capitalismo convencional para lidiar con esta crisis. Se esperaría que a finales de 2021 el aumento de los costos en energía, materias primas y transporte determinara una reducción en los márgenes de las ganancias empresariales, pero la información disponible muestra lo contrario. En Estados Unidos los márgenes de ganancia empresariales incluso se acercan a un récord; y en la eurozona la rentabilidad empresarial en 2022 alcanzó su nivel más alto en los últimos nueve años.4 También se reveló que los diez mayores fondos inversores de riesgo lograron ganancias de 1.9 mil millones de dólares especulando con el precio de la soya inmediatamente después de la invasión rusa.5

​ Este es un camino riesgoso, ya que esas ganancias se obtienen de elevar el costo de vida de enormes mayorías, lo que podría desembocar en reacciones y protestas que, como reconoce Edwards, quizás lleven al fin del capitalismo.


Disciplinamiento en el reordenamiento global

La avaricia corporativa y otros efectos de la guerra en Ucrania se entremezclan con las secuelas de la pandemia por coronavirus, especialmente en el periodo 2020-2021. A su vez, todos estos factores están enmarcados en problemas ya presentes desde 2019; de manera que la guerra ha servido para mostrar que se desarrollan cambios sustanciales en la globalización.

​ Frente a la invasión de Ucrania, la respuesta de las naciones occidentales industrializadas fue convertir a Rusia en el país con mayor número de sanciones, superando a Irán, Siria o Corea del Norte. Las sanciones fueron acordadas por un enorme número de gobiernos, incluyendo los de la Unión Europea, Estados Unidos, Australia, Canadá, Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda, Noruega y Suiza. En cambio, Moscú tiene pocos aliados explícitos (como Bielorrusia, Siria o Venezuela), mientras que naciones como China e India mantienen cierta neutralidad.

​ Desde América Latina debe observarse con detenimiento esta situación sin caer en esquematismos ni eslóganes pues, precisamente por depender de los extractivismos, la región está sujeta a los vaivenes del comercio y la economía de las materias primas, de manera que no cuenta con márgenes de autonomía que le permitan desvincularse de esas condiciones globales.

​ Un aspecto destacable en esta reconfiguración de la globalización es que está conducida por el poder político y que sus posiciones cuentan con un amplio respaldo ciudadano en varios países. Se derrumbaron las ideas simplistas de un orden global controlado por las empresas y bajo una paz capitalista, como postulaba Thomas Friedman cuando, en 1996, sostenía que si dos países tuvieran franquicias McDonald’s nunca entrarían en guerra (con el inicio de las hostilidades, esa cadena se retiró de Rusia).

©Cecilia Barreto, *Everybody Knows 4*, del proyecto *Cielo abierto*, 2021. Cortesía de la artista©Cecilia Barreto, Everybody Knows 4, del proyecto Cielo abierto, 2021. Cortesía de la artista

​ Sin dejar de reconocer el poder de ese mundo empresarial, presenciamos cómo los actores políticos dirigen la gobernanza global de modos que aseguran que las corporaciones les sigan (a pesar de las pérdidas que eso significa para muchas de ellas), al mismo tiempo que toleran su avaricia corporativa.

​ El efecto demostrativo de este cambio tiene que ser muy visible. Los gobiernos, las dirigencias políticas y las empresariales deben ser testigos del castigo a Rusia. Y aunque la efectividad de las sanciones económicas es limitada —en América Latina lo hemos corroborado en el caso de Cuba— no pueden negarse sus consecuencias. Mientras tanto, el otro gran contendiente global, China, está observando esta situación con detenimiento, y hasta ahora mantiene una postura neutra. El efecto demostrativo, al final, reside en dejar en claro las sanciones que podrían sufrir aquellos que se alineen con Moscú.

​ Ante este contexto, América Latina tiene las manos atadas. Los énfasis en los extractivismos reforzaron su rol de proveedora de materias primas y acentuaron su subordinación a la globalización. La guerra en Ucrania no alteró la dinámica de una región que se mueve según los vaivenes externos.

​ Nuestro continente podría recuperar algo de autonomía si relanza y potencia sus acuerdos de integración regional. Pero debería hacerlo abordando una cuestión que ha esquivado por años: un pacto entre países para iniciar la transición postextractivista. Eso es indispensable y urgente si se quiere diversificar la economía hacia otros tipos de producción y evitar que se agraven los impactos sociales y ambientales. Posiblemente, aquí reside el desafío más inmediato que enfrentan nuestras sociedades.

Imagen de portada: ©Cecilia Barreto, Caer en el abismo (detalle), 2022. Cortesía de la artista

  1. Ver Eduardo Gudynas, Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza, CEDIB y CLAES, Cochabamba, 2015. 

  2. Ver Juan Infante-Amate, Alexander Urrego Mesa y Enric Tello Aragay, “Las venas abiertas de América Latina en la era del Antropoceno: un estudio biofísico del comercio exterior (1900-2016)”, en Diálogos. Revista Electrónica de Historia, 2020, vol. 21, núm. 2, pp. 177-214. Disponible aquí

  3. Ver Eduardo Gudynas, Muy lejos está cerca. Los efectos de la guerra en Ucrania sobre el comercio global, energía y recursos naturales latinoamericanos. Un análisis preliminar, RedGE, Lima, 2022. 

  4. Ver Will Daniel, “‘We may be looking at the end of capitalism’: One the world’s oldest and largest investment Banks warns ‘Greedflation’ has gone too far”, Fortune, 5 de abril de 2023. Disponible aquí. 

  5. Ver Fiona Harvey, “Top 10 hedge funds made £1.5bn profit from Ukraine war food price spike”, The Guardian, 14 de abril de 2023. Disponible aquí.