¿El Estado-nación de la modernidad capitalista llegó para quedarse?, ¿es posible trascender el capitalismo y su colonialidad sin transformar radicalmente el Estado?, ¿podemos imaginar otras formas de autogobernarnos? He aquí una serie de preguntas con las que el movimiento zapatista nos invita a reflexionar. A partir de ellas, plantearé una serie de provocaciones:
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El Estado-nación es un concepto moderno, y la modernidad realmente existente es la capitalista. Al enfatizar la idea de “modernidad efectiva” sigo la propuesta crítica de Bolívar Echeverría, quien la veía menos como una etapa histórica y más como un proceso de civilización totalizadora. Sin embargo, esta no es la única forma de modernidad posible. La modernidad configurada bajo el capitalismo subsume u obstruye otras experiencias y configuraciones históricas de lo moderno, ya sean precapitalistas o poscapitalistas. El propio Echeverría formula la pregunta sobre modernidades alternativas o sobre las posibilidades de la imaginación y la creatividad en lo político.1
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Una parte fundamental de la configuración capitalista moderna es el Estado-nación, que a su vez produce una “nación de Estado”2 construida sobre una serie de naciones preexistentes, a las que niega, subordina y trata de asimilar mediante un proceso cultural y material constante de homogeneización. Este proceso, conocido como “nacionalismo”, crea lo que denominamos “México” y se apoya en un mito de origen, una selección de episodios de la historia y la creación de símbolos afines.
- El “¡Ya basta!” del 1 enero de 1994 sacó a la luz un proceso que se cocinaba lentamente, al menos desde finales de la década de los setenta, en la selva y la montaña del sureste mexicano. Pero, en realidad, sus orígenes se encuentran mucho tiempo atrás. Hubo un proceso de relectura de la historiografía mexicana y de descolonización frente al Estado-nación, cuyas fuentes fueron diversas: la experiencia de los comités eclesiales de base dentro de la diócesis de San Cristóbal, la propagación de la perspectiva de género desde la Coordinadora Diocesana de Mujeres, la huella de la perspectiva militante maoísta, la lucha agrícola en la región y el camino de la tradición.3
- La revuelta del EZLN ocurre en un momento clave de la historia de la modernidad capitalista. Renueva y vuelve a lanzar un discurso crítico debilitado, con la impronta de un horizonte que vuelve aún más compleja la corriente de izquierda anterior. La caída del socialismo realmente existente parecía significar el triunfo definitivo de la “democracia” occidental; al mismo tiempo, la utopía del consumo masivo se entronizaba en el orbe. Sin embargo, las miradas atentas4 advirtieron que la caída del socialismo no fue sino el inicio del derrumbe de la narrativa de la modernidad como industrialización e ilusión productivista y como Estado-nación.
- El EZLN es uno de los signos más incisivos de ese derrumbe; un signo revelador y rebelde. Marca el inicio de una descolonización radical que surge de los pueblos, donde otra forma de habitar y estar en el mundo se politiza al resistir y luchar en contra de una modernidad que los condena a la desaparición.5 Al mismo tiempo, prefigura una realidad distinta, “otro mundo posible”, “un mundo donde quepan muchos mundos”.
- Los indicios de este proceso se hicieron visibles en un acto memorable: el 12 de octubre de 1992, un grupo de indígenas derribó la estatua de Diego de Mazariegos en San Cristóbal de las Casas. La prensa mencionó el acontecimiento, pero poca gente sabía lo que significaba: era el anuncio de una subjetividad política indígena muy distinta, beligerante, propositiva, dispuesta a tirar estatuas y reconstruir la historia.
- Desde el “¡Ya basta!”, la narrativa zapatista no deja de interpelar a la sociedad mexicana. Basta con recordar algunas de sus convocatorias, por ejemplo, la Convención Nacional Democrática de agosto de 1994 en el Aguascalientes de Guadalupe Tepeyac. La estrategia simbólica de esta acción política del zapatismo consistió en construir “Aguascalientes”, centros políticos de las tierras liberadas. Recordemos que la Convención de 1914 fue un episodio fundacional del nuevo Estado. En ese momento surgió un espacio para pactar un proyecto de nación con las fuerzas revolucionarias del norte y el sur —hasta las reivindicaciones del Plan de Ayala fueron incluidas—. Escenificar de nuevo ese momento traía al presente las fuerzas, los programas y las posibilidades que habían quedado truncos. El Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, en julio de 1996, también llamado “Intergaláctico”, mostró la potencia enunciativa, la frescura del discurso, el guiño a la acción de los nuevos revolucionarios. De lo que se trata, seguirán diciendo las y los zapatistas, es de pensar juntes:
En las montañas del sureste mexicano, en las coordenadas longitud 91 grados y latitud 16 grados del supermercado mundial, una rebelión con sangre mayoritariamente indígena ha desafiado el desencanto presente poniendo un pie en el pasado y otro en el futuro. Los sabios del Poder se han atropellado para proponer camisas y etiquetas: “Son milenaristas, marxoides anacrónicos, escombros redivivos del muro de Berlín, fundamentalistas ansiosos de volver atrás el reloj de la historia, ignorantes del progreso, comprensible rezago en la campaña permanente de eliminación de excluidos”. Pero las camisas se rompen y las etiquetas no satisfacen. Los “pensadores” se preguntan: “¿Quiénes son estos indígenas que no venden ni compran nada? ¿A quién preocupan? ¿Por qué molestarse siquiera en eliminarlos? ¿No se encargará de borrarlos la hermosa máquina del Poder que se llama Progreso? ¿Qué hacen estos aborígenes en la superautopista de la informática hablando de dignidad? ¿Qué es eso de ‘dignidad’? ¿En qué índice de valores se cotiza? ¿Cuál es su balanza comercial? ¿Por qué tanto escándalo en el extranjero? ¿Qué ven en esta minúscula revuelta los australianos, japoneses, norteamericanos, argentinos, ingleses, africanos, italianos, ecuatorianos, franceses, chilenos, palestinos, españoles, israelíes, canadienses, suecos, peruanos, alemanes, dominicanos, vascos, kurdos, daneses, brasileños, holandeses, griegos, colombianos, irlandeses, catalanes, venezolanos, escoceses, guatemaltecos, tailandeses y hasta los mexicanos? ¿Qué es eso de ‘la Internacional de la esperanza’? ¿Cuántos aviones de combate, barcos militares, tanques de guerra, cabezas nucleares tiene? ¿Qué mercados financieros domina? ¿Quién los manda? Y, lo más importante, ¿cuánto cuestan?” La rebelión zapatista es una incómoda molestia en el vertiginoso camino de la modernidad que convierte a cada gobierno en un gerente de piso, cada riqueza nacional en una mercancía en el estante de las bolsas de valores, cada dignidad en una oferta de mercancía fuera de temporada y cada historia en un fascículo coleccionable e inútil. Es necesario construir una nueva cultura política. Esta nueva cultura política puede surgir de una nueva forma de ver el Poder. No se trata de tomar el Poder, sino de revolucionar su relación con quienes lo ejercen y con quienes lo padecen. El zapatismo no es una nueva ideología política o un refrito de viejas ideologías. El zapatismo no es, no existe. Solo sirve, como sirven los puentes, para cruzar de un lado a otro. Por tanto, en el zapatismo caben todos, todos los que quieran cruzar de uno a otro lado. Cada quien tiene su uno y otro lado. No hay recetas, líneas, estrategias, tácticas, leyes, reglamentos o consignas universales. Solo hay un anhelo: construir un mundo mejor, es decir, nuevo. En resumen: el zapatismo no es de nadie y, por lo tanto, es de todos.6
- ¿Qué hizo el Estado? Tras el cese al fuego en 1994, se instalaron las mesas del Diálogo por la Paz y la Reconciliación, de las que emanaron, en febrero de 1996, los Acuerdos de San Andrés. Fue un proceso constituyente7 firmado por representantes zapatistas y del gobierno mexicano. Luego de la dilación de su reconocimiento por parte del Congreso de la Unión, se conformó la Comisión de Concordia y Pacificación que elaboró la Ley Cocopa, que tampoco fue aceptada por Ernesto Zedillo, el presidente en turno, quien, por cierto, se sentó a negociar después de intentar apresar a la dirigencia zapatista sin lograrlo. Aún se encuentran en internet los videos transmitidos en los noticieros en los que “le quitaban” el pasamontañas al Sub Marcos como para exorcizar su presencia y potencia antiinstitucional. De 1997 a 2000 el Estado desplegó una “guerra de baja intensidad” contra el zapatismo. La masacre de Acteal el 22 de diciembre de 1997 y la matanza de ocho campesinos zapatistas en el municipio de El Bosque el 10 de junio de 1998 son algunos episodios de esta guerra que se ha recrudecido en la actualidad.
- En las elecciones de 2000 cayó el PRI después de setenta años en el poder y triunfó el PAN en un proceso que algunos analistas denominaron “transición democrática”. Se inauguró un periodo de esperanza. El zapatismo anunció su Marcha del Color de la Tierra, que salió en febrero de 2001 de San Cristóbal, recorrió doce estados y llegó al Distrito Federal con veintitrés comandantes del EZLN y delegados del Congreso Nacional Indígena.8
- En este contexto tuvo lugar un acto sin precedentes: todos esperaban la palabra del Sub, pero fue la comandanta Esther quien habló por el EZLN en el pleno del Congreso de la Nación. En el recinto (al que varios diputados y senadores habían dicho que los indígenas no podían entrar), resonó su voz clara y firme, enunciando un reclamo que, independientemente de lo que sucedió después, instituyó otra nación posible. Cabe mencionar que en ese acto habló Marichuy por el Congreso Nacional Indígena.
- Sabemos que los Acuerdos de San Andrés fueron traicionados y que se bloqueó el camino para la reforma del Estado y la pluralización de la nación. Una vez más prevalecieron el Estado y su nación.
- En 2003 comenzó el periplo de los Caracoles con la construcción del autogobierno, es decir, los zapatistas llevaron a efecto los Acuerdos de San Andrés pese al Estado y sin su ayuda, asumiendo de forma colectiva y coordinada todas las necesidades sustantivas: educación, salud, trabajo, justicia, seguridad, forma política y la participación y el reconocimiento de las mujeres. Se anuncia el camino de la autodeterminación y el florecimiento de los pueblos, preparando la escena para 2006 y el llamado a “la otra campaña”, que nos propuso reconocer y retomar una manera colectiva de hacer política.
- Hay mucho que decir sobre la vida zapatista entre 2006 y 2017. Los Caracoles fueron sede de múltiples encuentros. El EZLN convocó a científicos, artistas y promotores culturales, y específicamente a los intelectuales y a las mujeres. Desarrolló el “cine imposible”.9 Ha logrado la transformación más radical de las mujeres jóvenes y las infancias, convirtiendo a los Caracoles, hoy amenazados por paramilitares y fuerzas del narcotráfico, en verdaderos epicentros culturales.
- En 2017, el zapatismo decide, junto con el Congreso Nacional Indígena, lanzar su campaña por la Presidencia de la República. En realidad, interpela de nuevo a la sociedad mexicana proponiendo un cambio impensable en ese entonces: la llegada de una mujer indígena a la Presidencia. No solo una presidenta sino la vocera de un Congreso Indígena de Gobierno. Marichuy, María de Jesús Patricio, quien rechazó el financiamiento de su campaña para juntar los votos necesarios para el registro, realizó un periplo por el país, donde encontró una amplia familia con los mismos problemas: extractivismo, desapariciones, asesinatos, desplazamiento. Esta campaña, que muchos imaginaron como la entrada del EZLN al redil de la política electoral, sembró aún más semillas de autonomía.
- No solo en el sureste mexicano encontramos este ejercicio de autodeterminación, también en Michoacán, Guerrero, Sonora, Nayarit y en muchas comunidades y pueblos de Oaxaca. Debajo de estas delimitaciones territoriales, los pueblos reverberan como naciones sin Estado. Yásnaya Elena A. Gil es una de las voces más persistentes en esa dirección. Cito aquí una de sus provocaciones: “Los pueblos indígenas no somos la raíz de México, somos su negación constante. Esto de ser las raíces de México es despolitizarnos, usarnos para justificar algo en lo que nunca participamos, es decir, crear el Estado. Por eso somos una negación”.10
- Vivir sin el Estado ni para el Estado. Dejar de ser el otro de la Nación. Volcarnos a la reproducción concreta, comunitaria y colectiva de la vida. ¿Esta es la forma que anticipa una modernidad no capitalista y poscolonial? ¿Cualquier forma de poscolonialidad implica superar el Estado-nación? De nuevo, las palabras de Yásnaya nos orientan:
Hacia una confederación de naciones autónomas
- Reconocer que México no es una sola nación, sino un Estado en el que existen, oprimidas, muchas naciones.
- Aspirar, en consecuencia, a crear una confederación de comunidades autónomas capaces de gestionar la vida en común sin la intervención de las instituciones estatales.
- Empezar por desarticular los discursos y prácticas nacionalistas que pretenden hacernos creer que México es una nación única e indivisible.
- Fortalecer los espacios autogestivos que las comunidades indígenas han creado a lo largo de su historia.
- Declarar la existencia de territorios indígenas autónomos en los que el Estado no pueda concesionar proyectos extractivos que atenten contra la calidad de vida de las personas.
- Respetar los mecanismos de gobierno y de administración de recursos económicos de las comunidades indígenas.
- Reconocer la existencia de múltiples formas de entender la justicia, el castigo y la reparación del daño.
- Promover la organización comunitaria como una vía efectiva para las labores de seguridad y vigilancia locales.
- Gestionar los servicios de salud de manera comunitaria, impulsando un diálogo intercultural entre la medicina occidental y los elementos de la medicina propia de cada pueblo indígena.
- Reconocer el derecho de cada comunidad indígena a gestionar la educación básica y a asociarse con otras comunidades para gestionar la educación superior.11
Después de todos estos hechos y provocaciones, ¿es pertinente en la actualidad el Estado-nación? De cara a la sexta extinción, la crisis civilizatoria, la destrucción que provoca modelo de “desarrollo” capitalista, la violencia contra las mujeres, la migración masiva, la racialización de los cuerpos, la militarización, el ambiente guerrerista, encontramos en las experiencias referidas un ejercicio constante de naciones sin Estado. Este ejercicio parece dialogar con otras experiencias distantes en la geografía territorial, pero cercanas en la geografía de las resistencias y las emociones.
Imagen de portada: Derriban la estatua de Diego de Mazariegos en San Cristóbal de las Casas, 1992. Archivo General Histórico del Estado de Chiapas
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Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, Ediciones Era, México, 1998; ¿Qué es la modernidad?, UNAM, México, 2009. ↩
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Bolívar Echeverría, “La nación posnacional”, en Vuelta de siglo, Ediciones Era, México, 2006, pp. 143-154. ↩
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Jan de Vos, “Cuatro caminos. Una experiencia reciente de los indios de Chiapas”, Este País, julio de 1999, núm. 100. ↩
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Susan Buck-Morss, “Theorizing Today: The Post-Soviet Condition”, Log, núm. 11, invierno de 2008, pp. 23-31. ↩
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Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, El Colegio Nacional, México, 1950. ↩
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“Invitación al Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo”, EZLN, México, mayo de 1996. Disponible aquí. ↩
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Francisco López Bárcenas, “Los Acuerdos de San Andrés, proceso constituyente y reconstitución de los pueblos indígenas”, El Cotidiano, marzo-abril de 2016, núm. 196, pp. 87-94. Disponible aquí. ↩
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“¿Qué es el CNI?”, Congreso Nacional Indígena, Oventic, enero de 2017. Disponible aquí. ↩
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“El cine imposible” fue un festival zapatista cinematográfico, cuya primera edición se llevó a cabo en el Caracol de Oventic en 2018 ↩
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“Los pueblos indígenas no somos la raíz de México”, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa, 2 de septiembre de 2019. Disponible aquí. ↩
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Yásnaya Elena Aguilar Gil, “Nosotros sin México: naciones indígenas y autonomía” en Humberto Beck y Rafael Lemus (eds.), El futuro es hoy, Biblioteca Nueva, Madrid, 2018. ↩