Río Cautín, con orgullo, ostenta tu nombre ancestral y majestuoso
Tu espíritu indómito se ha forjado en el cielo
Eres hijo de la lluvia y de la nieve
La montaña acunó tu cuerpo y de su savia te has alimentado
La Ñuke Mapu abrió un camino entre el bosque y las rocas volcánicas
para que pudieras transitar libre
Así, como un niño travieso, bajas danzando y cantando
Y en tu peregrinar, vas sembrando vida hasta fusionarte
con el Río Imperial.
Si pudiésemos percibir la esencia de lo que nos rodea,
comprenderíamos que solo existe una conciencia y nuestro
espíritu humano es parte de ella.
¿Quién puede entonces arrogarse el derecho a creer ser el dueño
de las montañas, de los majestuosos volcanes, de los bosques
y araucarias milenarias?…
¿Quién puede creer ser el dueño de los ríos ancestrales
y del agua que circula por ellos?…
Solo aquellos insensatos cegados por su arrogancia y codicia.
No somos criaturas ajenas a la naturaleza, somos parte de ella.
Si permitimos que la codicia se alce por sobre el valor de la vida,
estaremos poniendo precio a nuestra propia existencia.
Las generaciones futuras tendrán que lidiar con las consecuencias
de lo que hoy hacemos o dejemos de hacer.
Esa será nuestra única y verdadera herencia.
Los niños del presente y del futuro tienen derecho a vivir y disfrutar de
la naturaleza. Y los adultos tienen el deber de salvaguardar ese derecho.
Los ríos no son solo el agua que corre por un cauce,
son también el entorno que existe, crece, vive y depende de ellos.
Los ríos son corredores de vida y no fuente de lucro.
¡Que los ríos canten su nombre y dancen libres hasta el mar hoy y siempre!
Marjo de La Araucanía
Cristian Alister, Ximena Cuadra et al. (dir.), Cuestionamientos al modelo extractivista neoliberal desde el sur, Ariadna Ediciones, Santiago, 2021, pp. 493-494. Se reproduce bajo licencia CC BY 4.0.
Imagen de portada: ©Blanca González, de la serie Hay manos que contienen y manos que desbordan, 2022. Cerámica. Cortesía de la artista