El pensamiento de Villoro, una invitación a trastocar nuestra razón
Si la razón instaura el orden y la disrupción es una brusca interrupción, La razón disruptiva, título de esta antología, podría ser un oxímoron o por lo menos plantear la pregunta sobre si una razón interrumpida produce una sinrazón. Disruptivo también alude a algo que se rompe, a una fisura que aparece en el modo consuetudinario de realizar alguna actividad. Por lo tanto, La razón disruptiva hace referencia a un orden fracturado que debemos repensar y reparar, o bien romper, para encontrar nuevas disposiciones y equilibrios, unos más afines a quienes hoy queremos ser. El título apunta también a la idea de que la facultad de la razón, usada adecuadamente, fomenta alteraciones en el orden porque no existe uno único ni uno final, sólo maneras de organizar el mundo. Al percatarnos de que nuestro orden promueve diversas formas de la injusticia, nos enfrentamos a la obligación de modificarlo, de procurar caminos que conduzcan a la justicia y que nos permitan identificarnos con la realidad que nos abarca y nos abraza. Éste es el pendiente que nos dejó Luis Villoro (Barcelona, 1922-Ciudad de México, 2014).
Las páginas de esta antología hablan de cómo la figura del mundo —es decir, la imagen que resulta del orden vigente—, pese a que continúa siendo eje y guía de nuestra imaginación social y política, ha perdido aptitud, agarre, sentido. De la importancia de mirar que algunos de nuestros significados más estables han quedado a la deriva, de la importancia de imaginar otras figuras para construir un nuevo mundo en este hoy que se dijo ayer, pero que sigue siendo mañana para todos.
La excelente selección de textos a cargo de Guillermo Hurtado —investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas, estudioso de la filosofía mexicana, conocedor a profundidad de la obra y el pensamiento de Villoro y curador de la que este autor dejó inédita— nos invita a constatar la preocupación política que subyace a los planteamientos de don Luis y su interés por la filosofía como una forma de pensar este mundo para poder vivirlo. El libro está dividido en cuatro apartados que reflejan cuatro temas centrales en la obra de Villoro. El primero, La otredad, se pregunta quién es la otra persona, qué la hace otra, ¿puedo comprenderla? El segundo tema —la relación entre el conocimiento, la verdad y la racionalidad— explora las relaciones que hay entre los valores tradicionalmente considerados como epistémicos y los valores personales o éticos, y sostiene que todas tenemos derecho a que se respeten nuestras propias creencias. El tercer tema —el nexo entre el poder y las ideas— gira de manera importante en torno a la noción de ideología y su papel en la sociedad. Finalmente, la última parte explora el vínculo entre comunidad, democracia y justicia y se centra en la preocupación de Villoro por encontrar una manera de hacer de éste un mundo plural, con una democracia participativa.
Aunque los temas son distintos, hay ejes que los atraviesan y les ofrecen cierta cohesión. Por cohesión no quiero decir consistencia ni estabilidad, tampoco invariabilidad. Parte de la riqueza del pensamiento de Villoro es la oscilación, la duda, la capacidad de preguntar, de andar y desandar caminos de indagación para retomarlos después de abandonados y entrecruzarlos con otros que parecían ajenos y distantes. Así, este libro contiene una exploración de posturas, tradiciones y formas de hacer filosofía. En él Villoro explora no sólo escuelas de pensamiento (desde la fenomenología o el existencialismo hasta la filosofía analítica o la teología del vedanta advaita), sino también estilos de escritura (léase La mezquita azul: una experiencia de lo otro en contraste con “Saber y verdad”). En este sentido, La razón disruptiva exhibe que la academia no consigue abarcar la amplitud del pensamiento creativo, hace patente que la herencia de futuro es aquella que logra liberarse de los corsés del formalismo académico, que el rigor y la claridad provienen del compromiso y el amor por el conocimiento, no de las formas obedientes que silencian disonancias.
El amor, en particular, atraviesa los diferentes tópicos del libro: el que se siente por otra persona (el filial, el romántico), por lo otro (la tierra, el planeta, los objetos), por el conocimiento. Todas esas formas del amor son condiciones de posibilidad para una vida justa. Según Villoro, el amor es una renuncia a una misma, una habilidad para capturar a la otra, a lo otro, en lo que ella o eso es. Por ello es inaprehensible. Por eso es a través del amor que podemos conocernos a nosotras mismas: somos todo lo que no podemos ser, todo lo que se nos escapa, todo lo que amamos porque no podemos poseerlo. Dice Villoro:
[E]l ser real de cada persona está en la liberación del apego a sí mismo y en su unión liberada con lo otro, como en la relación afectiva impersonal, cuando cada quien llega a ser realmente al hacer suyo el destino del otro; como en la armonía del universo, donde cada ente adquiere su verdadero sentido en un vínculo con el todo; como en la vida espiritual […] donde cada quien descubre su verdadero yo en la negación del apego a sí mismo.
La perspectiva de la segunda persona es un tema debatido en el ámbito actual de la filosofía de la mente, ésta sostiene que comprender a los demás requiere de una mirada distinta de la objetivante. No basta con elaborar una teoría sobre lo que las personas podrían hacer; tampoco es suficiente formular un cálculo de probabilidades que tome en cuenta sus condiciones iniciales y sus posibilidades de acción. De igual forma, es inadecuado proyectar nuestros deseos y creencias en otras personas o suponer que somos como ellas (o viceversa) para evaluar sus conductas y decisiones en función de lo que nosotras habríamos hecho en su lugar. Estas maneras de comprender al resto de la gente suelen producir distancias e incomprensiones profundas. En cambio, la perspectiva de la segunda persona nos acerca a otras y otros de un modo comprometido y activo en el que se juegan nuestros afectos y emociones, en el que nos permitimos ser tocadas por las diferencias, es decir, por aquello que nos trasciende, por lo que hace que las personas sean quienes son y no quienes pensamos que son o quienes queremos que sean.
Un planteamiento similar está presente en el texto de Villoro “Soledad y comunión”: “En el tú percibo […] el aire de mi propia patria, por eso puedo interiorizarme en él. Pero […] si tal sucede es precisamente porque tú es la única realidad irreductible a mí, es lo único que no puedo sujetar a mi propio yo”. Reconocer la autenticidad y la singularidad de otra persona es lo único que me permite conocerla y, al mismo tiempo, conocerme. La interacción una a una, el encuentro cabal, es una expresión del verdadero amor que acontece cuando podemos captar nuestra propia finitud, nuestro límite, cuando podemos percatarnos de que somos todo lo que no somos.
Este libro retrata, además, algunos rasgos de Villoro. Por ejemplo, queda plasmada su inextinguible voluntad de disrupción, su disposición a estremecer y estremecerse intelectualmente para sacudir la realidad y provocar su transformación. Él escribió que la muerte “consiste en el aislamiento completo, en la ruptura de todo enlace”, pero “si aun después de ella perdura la presencia del ausente en la fidelidad del otro, la muerte no sería tal”. La huella de don Luis ha quedado impresa de maneras diversas en muchas de nosotras. Su muerte, así, no ha sido tal. La inquietud que el mundo nos produce y la actualidad de los planteamientos de Villoro producen volúmenes como esta antología, que exhiben lealtades múltiples que lo mantienen vivo. Este libro es una muestra de que la huella es vida. De cómo la razón que irrumpe, que horada lo establecido, que perfora lo establecido, es una herencia.
Comp. Guillermo Hurtado, Debate, Ciudad de México, 2023.
Imagen de portada: Lorenz Stöer, Geometría y perspectiva, 1567. Universidad de Tubinga, dominio público.