María Luisa Mendoza Romero dispuso que su biblioteca y su archivo personal quedaran a resguardo, tras su muerte, de la Universidad de Guanajuato. La voluntad testamentaria consistía en mudar, ordenar, catalogar y valorar los libros y el archivo de la escritora guanajuatense. Un total de 8 089 volúmenes, muchos de ellos con firmas y dedicatorias, algunos con anotaciones de interés, se encuentran, ahora, en la Biblioteca Luis Rius de la sede Valenciana del departamento de Letras Hispánicas. El archivo, un astillero donde Mendoza construyó su vida de escritora, ha sido colocado en el Mesón de San Antonio.
El orden de los documentos permite imaginar una disposición ideada por ella misma, un mapa subrepticio en el acomodo de los papeles biográficos y legales que muestran su itinerario creativo, periodístico, político y personal.
Parte del archivo lo constituye una serie de cartas que conforman un epistolario. Escritas a mano o a máquina, algunas en papeles sueltos, otras en hojas membretadas, tienen como remitentes a Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y José Luis Cuevas; a Alberto Gironella, Julio Cortázar o Beatriz de Moura; a José Carlos Becerra, Carlos Monsiváis, Hugo Gutiérrez Vega o Sergio Pitol.
De estas cartas remitidas entre 1965 y 1987 destacan las que firma el escritor veracruzano y viajero; en total son 87.
Las primeras, enviadas desde Varsovia, muestran su etapa inicial en la capital de Polonia. Pitol le cuenta a María Luisa que ha conocido el Báltico y que se siente enamorado; así en esta misiva del 9 de marzo de 1965:
Después de muchos años estoy enamorado hasta el tuétano y hasta más allá si es posible. Despierto y me parece que los días son más ligeros, más alados que los pajarillos cantan, que el cielo no es plomo sino rosa, y canto y canto en los autobuses, en la calle, en el restaurante, en la Universidad […] Fuimos al Báltico, pasamos unos días sorprendentes en un inmenso hotel vacío del siglo XIX, frente a un mar casi congelado. Gdansk. El Danzig anterior. ¿Has leído El Tambor de hojalata? Toda esa atmósfera la sorbí gritando de felicidad, como en un delirio.
Cuenta a su destinataria, no exento de flagelos autocompasivos, sus descubrimientos. Utiliza el medio epistolar como vehículo para acercarse, para continuar la amistad a la distancia. Redacta estas palabras el 18 de junio de 1965:
Anoche mismo, en la peor postración moral y física sucedió un milagro. Uno de esos que sólo ocurren en el Bristol. Descubrí una secta de Ramnakrishnas en el Bristol,1 gente que había visto durante años, que me parecía muy rara; algunas veces me habían invitado a sus habitaciones, y yo creía que se trataba de otras cosas y me había resistido. Ayer acepté al fin. Cuál sería mi sorpresa al encontrarme en una especie de santuario hinduista en el 3er. piso en una suite. Comencé a interesarme; la fiebre me ayudaba a mostrarme espiritual y desganado. Y me fueron revelando las primeras verdades. Luego hice un ejercicio con ellos, repitiendo una especie de salmos, sin zapatos, sentados todos en el suelo, sólo a la luz de varas de incienso que ardían. Lloré, les dije que jamás había sentido tal paz, volví a llorar, anuncié que sentía algo nuevo que nacía en mí, que el viejo hombre se resquebrajaba. Caí en una especie de catarsis.
Una serie de temas tienen lugar en las cartas desde el inicio de su estancia en Europa del Este. Por un lado, el desánimo ante la precariedad; Pitol vive en Varsovia con una beca para estudiar la cultura polaca y tiene 32 años. Por otro, el entusiasmo y la esperanza por proyectos que se convertirán en realidades, como es el caso de la Antología del cuento polaco, que apareció en la editorial Era, en 1967, y la solicitud permanente de que María Luisa Mendoza publicara esos textos en el periódico El Día, que ella cofundó en 1952 y de cuyo suplemento, El Gallo Ilustrado, fue jefa de redacción. Estos párrafos se extraen de una larga carta escrita a mano el 29 de julio de 1965:
China, estoy ahora terriblemente mal de dinero. Trabajo en una antología del cuento polaco contemporáneo. Para ediciones Era. Hazle si puedes o quieres algo de publicidad. Va a ser la primera selección de autores polacos que aparece en español, hecha con criterio literario. Hubo una que publicó Grijalvo hace unos diez años, que se llamaba Páginas polacas. Se trató de un trabajo fundamentalmente propagandístico. Una colección de materiales hecha con sentido bastante estalinista. Te mando dos de los cuentos, uno de la preguerra de un autor, Bruno Schultz, bastante afín a Kafka, y otro, una especie de crónica de Auschwitz, cuyo final me resulta más desgarrador que miles de páginas escritas sobre los famosos crematorios. ¿Puedes tú hacerlos publicar en el Suplemento de El Día y cobrármelos y enviarme el dinero en un cheque en poderosísimos dólares?
De ese tiempo en Varsovia, María Luisa guarda los mejores recuerdos transferidos por su amigo. Las cartas se interrumpen cuando Pitol vuelve a México en julio de 1966. Ella evoca la época. Responde a Alberto Dallal en una entrevista que apareció en el número de enero de 1973 de la Revista de la Universidad:
Me gustaría estar en una calle de Varsovia con mucho frío, cayendo nieve, con un sombrero de pieles, con Sergio Pitol junto de mí, yendo a tomarnos vodkas polacos que te dan una maravillosa borrachera, una borrachera elegante, de Naná elegante. Sí, me gustaría muchísimo estar en Varsovia, porque sé que en este momento podría ir a ver los palacios Poniatowski y mañana largarme a ver Auschwitz y volver a llorar como una desesperada.
Pitol retoma el itinerario. La siguiente tanda de misivas las garabatea desde Belgrado, donde es funcionario en la embajada de México a las órdenes de Natalio Vázquez Pallares y, luego, a partir de agosto de 1968, de Ramón Ruiz Vasconcelos, con quien tiene desavenencias que lo crispan, como le cuenta a su confidente. Completa once cartas hasta febrero de 1969. Desde Serbia comienza a escribir el 22 de marzo de 1968:
Belgrado me ha fascinado, una ciudad fea que se transforma aceleradamente en una hermosa capital moderna. Con un poco de Polonia, un poco de Italia, algo de México. […] Lo único terrible son dos cosas: la situación en la embajada. No me comentes nada de esto tú por carta porque puede leerlo alguien antes que yo. Es un verdadero caos; sin orientación de ninguna especie, con un personal terriblemente desmoralizado por la situación.2 En fin, parece que esto se acaba, no queda sino aguantar. Pues yo quiero quedarme aquí mucho tiempo. La otra cosa es que el sueldo es tan miserable que no ajusta para nada.
Estuvo en Serbia, según el epistolario, hasta abril de 1969. Las misivas muestran cómo vive Pitol los cambios políticos del momento. Es mayo de 1968:
ves cómo este país avanza, se mueve, crece, influye en los demás. La maravilla que está ocurriendo en Checoslovaquia, en gran parte está inspirada en el modelo yugoslavo. Y, luego, lo fenomenal que es la libertad. Pueden hacer lo que quieran; no hay censura. Se consigue toda clase de prensa extranjera.
La escritura muestra la familiaridad, la confianza y la cercanía que tiene Pitol con María Luisa Mendoza. El cariño como la intimidad se pueden constatar en los apelativos y los saludos, pero también en el contenido. Sergio Pitol vive en Belgrado. Las cartas de este periodo comprenden la primavera de 1968 y se prolongan hasta principios de 1969, cuando deja definitivamente la capital de Serbia. Se pueden leer impresiones, ideas y razones privadas y sinceras, como lo hace en esta confesión del 18 de agosto de ese año:
Los acontecimientos de México me sacudieron los primeros días; hasta me dejé de hablar con el encargado de negocios de la Embajada que es una especie de aborto de Spellman3 y Nixon; me produjo una indignación absoluta la bellaquería de la represión, pero luego con las manifestaciones sucesivas se me levantó enteramente la moral. En un periódico italiano vi una manifestación en el zócalo. Imponente. Me sentí orgulloso de esta juventud mexicana con tantos huevos. Me alegró más por imaginarme la reacción, pues cuando salí de México no se sentía ese ambiente cívico ni nada que se le pareciera. Las únicas manifestaciones tumultuosas eran en la Alameda para ver a Raphael. […] El mundo se me hace cada vez más incomprensible. Cada vez me cuesta más trabajo entender algo de lo que ocurre últimamente en Europa. Sólo lo de Checoslovaquia4 me parece maravilloso, fuera de serie. Todos los que habían estado allí y han ido últimamente dicen que es otro país. Un júbilo, un entusiasmo, una entrega al nuevo sistema absolutos. A mí parecer esta nueva revolución (porque lo es) va a cambiar muchas cosas en un lapso de dos o tres años en Europa.
El 21 de agosto, el día que los soviéticos pusieron fin a la Primavera de Praga, Pitol comienza la carta así:
Día siniestro. Para empezar, Belgrado es una ciudad cálida, cachonda, alegre, fea, pero inmensamente vital, llena de cafés de calle atiborrados siempre. Hoy, cuando salí para la Embajada, me pareció todo muy raro. La gente como si hubiera tragado un palo. En los sitios, ningún coche lo quería llevar a uno. Alrededor de cada taxi, una multitud oía la radio, me fui a pie. Frente a la Embajada Checa el tumulto. Y, luego, ahí me dan el golpe: Checoslovaquia ocupada. La reunión de Bratislava con todos los jerarcas socialistas no había sido sino una farsa para hacerle bajar la guardia a Dubcek y al pueblo checo. La operación relámpago estaba preparada desde hace tiempo.5 […] Hoy en la noche, hace un rato, fui a casa de un matrimonio que ve los noticieros por televisión y me quedé desolado. Parecían las viejas películas de la sitiada de los alemanes a París, frente al odio, la vergüenza, la impotencia de una población desprevenida. Los jóvenes sentados en el suelo frente a los tanques rusos dispuestos a ser aplastados. Regresé por un Belgrado vacío; todos esperaban en sus casas el informe de Tito6 al pueblo yugoslavo; pues hoy ha estado reunido todo el día el gobierno. Yo lo veré mañana en el periódico; preferí caminar un rato por la ciudad muerta.
La correspondencia entre María Luisa y Sergio Pitol se interrumpe desde esos días de agosto hasta el fin de octubre. Ha sucedido la Matanza en Tlatelolco. Ve en la China Mendoza a una escritora valiente, comprometida, que hace uso de la voz para denunciar. Le escribe esta carta el 28 de octubre:
China querida: en todo este tiempo no he necesitado carta tuya. Tus Oes7 me han hecho sentir junto a ti, estar a tu lado, sentirte cerca, chillar de rabia ante el oprobio que he sabido vivir a tus pies. Esto es literal. Cuando llegó tu O donde narrabas lo ocurrido el 2 de octubre, se la leí a unos compañeros en la oficina. Estaba conmovidísimo; de repente ya no pude seguir porque sentía que se me estrangulaba la voz. Te veía viviendo esa noche de terror. Acababa de recibir una carta de Luis donde me contaba tu visión. De repente me dije: ¿Por qué chillas cuando tienes amigos con tantos huevos? […] En parte, reconozco que, muy egoístamente, me siento sin ganas de volver. Tampoco me voy a quedar aquí. Dentro de un mes me voy, no sé a dónde todavía, quizás a Londres. Mi nuevo jefe es muy buena persona, pero un señor como del siglo XII8; no nos entendemos para nada, así que no tiene caso seguir aquí. […] He sondeado la posibilidad de un trabajo aquí, pero es difícil y muy mal pagado. Así que voy haciendo mis bultos, para a principios de diciembre pelar gallo.
La zozobra se apodera del ánimo de Pitol. El 3 de diciembre de ese año le cuenta a María Luisa Mendoza que le han informado que debe cambiar de lugar de trabajo. Un aire de incertidumbre y especulación se distingue en el informe de su situación en la embajada de Belgrado. Espera noticias. Conjetura, por las amenazas de su jefe, que lo enviarán a Centroamérica. Confiesa que quisiera quedarse en Europa:
El Embajador no ve ya el momento en que llegue Sánchez Mayans, a quien adora, pues trabajó antes con él, y yo no recibo respuesta desde hace cinco semanas y espero que me den siquiera los pasajes, pues no tengo ni quinto. Mientras tanto he lanzado mis redes. Escribí a mucha gente en Europa.
Para febrero de 1969, Pitol sabe que dejará Belgrado. Le informa a María Luisa que le restan cuatro semanas ahí. Relata que está escribiendo:
Chinoise, escribo una cosa desesperadamente difícil. La historia de un hombre que se perdió en el mundo y a quien el mundo se lo comió. No sé si va quedando bien o no. Cómo me gustaría poder hablar sobre esto contigo y con el J. Manuel9, para saber si tiene o no sentido lo que estoy haciendo. Es una cosa terrible no poder hablar con nadie.
Una comunicación más desde Belgrado cierra el conjunto de cartas de Sergio Pitol en 1968, año señero para su generación. Una misiva fechada el 28 de abril de 1969, desde Galveston, Texas, informa que lleva dos semanas viajando en un barco de carga como único pasajero. Relata que se ha dedicado a traducir y a conocer a la tripulación que, al saber que es escritor, le cuenta sus hazañas para que las inmortalice. Se le nota de buen humor y emocionado. Se dirige a Barcelona, desde donde retoma el epistolario a partir del 2 de julio de 1969. Ya en la ciudad condal mantiene al tanto de su vida a María Luisa Mendoza. A través de las veintisiete cartas que remite, cuenta sus impresiones de Barcelona y sus actividades. Le cuenta de los proyectos relacionados con las editoriales Seix Barral, que había sido refundada en 1955 por Carlos Barral y Víctor Seix, y con Tusquets, que comenzaba sus actividades con Beatriz de Moura a la cabeza.
Dejaría Barcelona, en donde ha hecho amigos como los Azúa, los Donoso o los García Márquez. Las misivas, a partir de septiembre de 1971, las escribe con dirección londinense. Son nueve cartas desde Bristol; la última es de mayo de 1972. Confiesa algunas impresiones que tiene sobre Carlos Monsiváis, amigo en común. Le da aliento a la China ante la queja de que la ningunean y la aíslan en revistas como Plural. En las cartas desde Londres, le revela que volverá a Varsovia. Esta segunda estadía deja seis cartas que remite entre julio de 1972 y enero de 1975, cuando cambia su residencia a París, desde donde sólo envía tres en el transcurso de dos años. Moscú y Praga fueron las últimas ciudades donde Pitol continuó el itinerario epistolar con la China Mendoza. Se trata de misivas escritas entre enero de 1979 y noviembre de 1987. El 19 de mayo de ese año, ya como diputada, María Luisa Mendoza le escribe al embajador de Checoslovaquia, Sergio Pitol. Las palabras que se leen corroboran una amistad que se consolidó a la distancia, enmarcada por un epistolario que se fue constituyendo durante décadas como un programa compartido entre la escritora y el escritor y que ahora nos acerca a la obra y la vida de ambos:
Amadísimo, amadísimo: […] ¡te quise tanto al leerte! No cabe duda que al gran escritor también se le conoce en el género epistolar […] te pienso mucho Sergito, te pienso siempre, te extraño atrozmente, daría cualquier cosa por volvernos a amar como cuando éramos chicos, será también que me separa la ausencia y luego tus horripilantes mujeres con batas de boxeador […] Te extraño amor mío, busco tu inteligencia, tu cultura, tu impagable maldad y no encuentro nada. ¡Eres el lujo de mi vida! Qué lástima que en esta madurez te extrañe tanto.
Es cierto que la frecuencia de las cartas debió disminuir porque las conferencias telefónicas ganaron terreno ante la práctica epistolar hasta hacerla desaparecer. De lo que sí queda constancia en el archivo personal de la China es del inicio y desarrollo de las vidas literarias de Pitol y de María Luisa Mendoza, figuras centrales de la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo XX.
Imagen de portada: Sobre de una carta enviada desde Varsovia por Sergio Pitol. Archivo María Luisa Mendoza. Fotografía de Luis Felipe Pérez Sánchez. Cortesía de la Universidad de Guanajuato.
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Se trata de un hotel polaco que, en la época en que Pitol vivió en Varsovia, hospedaba visitantes internacionales que recibía la agencia de turismo polaco, organismo que había rescatado el hotel luego de las guerras mundiales. ↩
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Se refiere a los enfrentamientos civiles con las fuerzas del orden y a que se vivían momentos decisivos entre movimientos estudiantiles y obreros que denunciaban los actos represivos y antidemocráticos del mariscal Tito. El testimonio de Nicol Janigro en “El 68 yugoslavo. El movimiento de los siete días” identifica aquellos entre el 3 y el 9 de junio de 1968 como los de mayor tensión entre los manifestantes y las represiones oficiales. ↩
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Se refiere a Francis Spellman, sacerdote estadounidense que fungió como obispo de Boston y arzobispo de Nueva York. En sus biografías se destaca su injerencia en asuntos relacionados con el poder religioso y con el político. Participó en la junta de presidencia del Concilio Vaticano segundo de 1962 a 1965. Era famoso por su anticomunismo. En 2002, el periodista Michelangelo Signorile describió a Spellman como “uno de los homosexuales más notorios, poderosos y sexualmente voraces en la historia de la Iglesia católica estadounidense”. ↩
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El 21 de agosto Rusia invadió Checoslovaquia, reprimiendo el movimiento iniciado con la Primavera de Praga. ↩
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La invasión soviética de Checoslovaquia a través de la maniobra militar bautizada “operación Danubio”. ↩
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Josip Broz, “Tito”, también conocido por su título militar como el Mariscal Tito, fue un político, militar comunista y jefe de Estado croata de la entonces Yugoslavia desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta su muerte a los 87 años, el 4 de mayo de 1980. ↩
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María Luisa Mendoza escribe en “Tiniebla tlatelolca”: “Este México es mi patria y me duele hasta la raíz del grito, del grito que se multiplicó en la plaza de las 3 Culturas y que terminó con aquel espeluznante silencio de los muertos, uno tras otro en fila, en el suelo, tapados con las pancartas inútiles, empapados bajo la lluvia pertinaz que duró dos horas. El grito mudo de los cientos de detenidos con las manos en la nuca, de los jóvenes desnudos bajados a culatazos en el edificio más balaceado de este nuevo ghetto que es Tlatelolco”. ↩
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En el cuerpo de la carta se lee “reaccionario”, aunque el propio Pitol lo tacha. ↩
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Se refiere a Juan Manuel Torres, su amigo. ↩