A Juan Antonio Ribeyro

Cartas / dossier / Octubre de 2024

Julio Ramón Ribeyro

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En esta carta, el gran escritor hispanoamericano reflexiona en torno a su iniciático viaje europeo y la política y la sociedad de su tiempo, pero también acerca de minucias cotidianas y financieras, en una conversación lúcida, emotiva y vehemente con su hermano.


París, 28 de enero de 1954


Querido Juan Antonio:

La llegada del Año Nuevo, enojosa siempre como la presencia de un acreedor, me ha hecho constatar con sorpresa que hace más de un año que estoy en Europa. Claramente recuerdo que el 14 de noviembre de 1952 desembarqué en Barcelona. Entonces me acompañaban Alberto Escobar, Alberto Arrese, César Delgado, Fernando Rey, Leopoldo Chariarse. Ahora todos nos hemos dispersado. Diríase que nunca hemos estado juntos. Sin embargo, aquella vez, con qué emoción recorrimos las calles de Barcelona, hasta la madrugada. Era la primera ciudad europea que veíamos. Estábamos mudos, trastornados, poseídos de un extrañísimo delirio. ¡Qué momentos tan puros y tan espontáneos! Solamente he sentido lo mismo en mi primer viaje a París y a mi llegada a Londres. Después todo ha sido rutina, hábito contraído, lenta emanación de fastidio. El gran error de la naturaleza humana es adaptarse. La verdadera felicidad estaría constituida por un perpetuo estado de iniciación, de sucesivo descubrimiento, de entusiasmo constante. Y aquella sensación sólo la producen las cosas nuevas que nos ofrecen resistencia o que aún no hemos asimilado. El matrimonio destruye el amor, la posesión mata el deseo, el conocimiento aniquila el placer; el hábito, la novedad; la destreza, la conciencia. Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante: he allí una fórmula para ser feliz. Una fórmula, sin embargo, difícil. La naturaleza humana reclama la estabilidad. La estabilidad en el amor, en la residencia, en el pensamiento. Hay en nosotros una pesada carga de sedentarismo que nos obliga a vivir en un sitio, querer a una mujer, permanecer fiel a una ideología. Y esto es terrible, pero necesario. Necesario porque tiene sus compensaciones, y porque hace posible, además, la vida social. El nomadismo, como lo concibo —geográfico e intelectual— produciría una sociedad anárquica y primitiva, constituida por hombres egoístas y dispersos. Quién sabe, sin embargo, si esto sería lo mejor. Por lo menos cada uno sería feliz —lo creo al menos— y ésta es ya una razón suficiente.

​ No sé a propósito de qué ha venido esta digresión. Escribo sin método, sin deliberación, siguiendo el curso de mis ideas. Lo que me proponía al principio, lo que me propuse cuando me senté frente a la máquina fue rendir un homenaje póstumo a este primer año de vida europea que termina, celebrar dignamente sus exequias, cavar una bonita fosa funeraria y depositarlo con ternura, como a un pariente querido. Ahora, sin embargo, he perdido las fuerzas y sería capaz de dejarlo en el aire, expuesto a la voracidad del olvido. Ser ingratos con nuestro pasado es una de nuestras peores ingratitudes. ¿No forma acaso parte de nuestro tesoro particular cada uno de nuestros días? Yo debería entonar un himno, sacar la cabeza por la ventana sobre la calle desierta —son las tres de la mañana— y prorrumpir en estrofas… Mis vecinos se despertarían, sin embargo, y creo que no me comprenderían. Mejor es continuar así, en silencio, echando lentas paladas de tierra sobre el tiempo muerto, y echando también flores y vino y sentencias y trovas y frutas maduras y todas aquellas cosas con que, primitivamente, se honraba la muerte de los personajes ilustres.

El gran silencio, Remington Noiseless, Compañía Remington, póster, 1978. KIK IRPA, Royal Institute for Cultural Heritage, Creative Commons, 4.0.

​ De los personajes ilustres digo y me parece que estoy exagerando el valor de mi año en Europa. Pienso que lo que en buena sociedad y buen comercio se entiende por “provecho” es inaplicable a mi caso, pues según eso mi año en Europa es lo menos provechoso que pueda esperarse. Si un hombre práctico —uno de esos hombres gordos que hacen multiplicaciones rápidas de memoria y que se quedan dormidos en los conciertos— o una sensata madre de familia me preguntara: “Vamos a ver, ¿qué cosa es lo que usted ha hecho?”, yo no sabría qué responderle. No tendría sentido referirles todas mis experiencias. Decirles por ejemplo que me he aburrido, que he leído un montón de libros, que me he emborrachado muchas veces, que he hecho inscripciones obscenas en un baño público de Londres, que he viajado de pie en trenes de tercera clase, que me he acostado con mujeres horribles, que he dormido hasta la fecha en treinta lugares distintos, que he pasado semanas sin hablar rodeado de millones de personas, que no he dormido en días enteros y en otros me he acostado después de gastar diez mil francos en un festín, para despertar al día siguiente con la boca amarga y el corazón atravesado por una gran culpa. Me tildarían de loco o de imbécil y es claro que, desde mi punto de vista, no se equivocarían. Yo pienso distinto, sin embargo. Yo creo que todas aquellas cosas, aparentemente frívolas o insignificantes, tienen para mí una significación especial. He aprendido y me he acostumbrado, por ejemplo, a vivir solo, lo cual es una cosa encantadora al principio pero terrible después. Vivir solo implica un constante ejercicio de la voluntad y de la capacidad de elección. Significa decidir a cada momento a qué hora te vas a acostar, dónde y qué cosa vas a comer, qué ropa debes lavar, qué relación debes cultivar, en qué lugar te conviene vivir y así infinitas cosas más. En la vida de familia, muchas de estas cosas nos vienen ya dadas y nosotros no hacemos otra cosa que aceptarlas o rechazarlas. Tarea pasiva, simplemente discriminatoria, ausencia de iniciativa. Aparte de esta ventaja y de sus incontables enseñanzas, creo haber obtenido otra y es la de haber crecido en una dimensión interior, en la medida que es posible hablar de crecimiento del espíritu. No quiere decir esto que mis ideas se hayan fortalecido o que mi concepción del mundo se haya afirmado. Todo lo contrario. Nunca como ahora tengo mayor número de dudas, pero esto significa que han aumentado mis puntos de vista o que he avizorado perspectivas que antes me eran desconocidas. Por ejemplo, he tomado conciencia del problema político, lo cual no quiere decir que haya tomado partido. En Lima probablemente la política es una cosa bastante sucia, reservada a las personas del oficio y que el grueso de la juventud prefiere ignorar. Aquí en cambio se vive intensamente la política, como se vivió la filosofía en época de los griegos, la religión cuando apareció el cristianismo o el arte durante el Renacimiento. Cualquier hijo de vecino, por ignorante que sea, sabe dar una opinión concreta sobre determinada ley, acuerdo o conferencia, así como cualquier esclavo ateniense citaba a Platón, cualquier pescador cristiano citaba a san Mateo o cualquier tirano florentino recitaba a Dante.

Macuquina, moneda de oro de Perú, 1721. Museo Pedro de Osma, dominio público.

​ Pero no solamente se trata de un conocimiento profundo del manejo político interno, sino también de la conciencia que tiene cada ciudadano de su responsabilidad política. Me lamento mucho de no haber leído la Ley del Petróleo cuando se puso en vigencia. En cambio, me enteré de cuánto puso en los 100 metros planos el corredor Pérez, de tercera categoría, aquel Pérez que llegó último y que probablemente se ha muerto ya. La política en Europa no solamente es una profesión, sino también una ciencia, y más aún: una dimensión humana. No se concibe ahora un hombre apolítico, porque ignorar la política es ignorar las tres cuartas partes de lo que ocurre diariamente a nuestro alrededor. Tomar posición política, cualquiera que sea, es, pues, un imperativo de toda persona que se considere honrada e inteligente. No hay, por otra parte, mucho que escoger: Oriente u Occidente, Estados Unidos o Unión Soviética, el capitalismo o el socialismo, la libre competencia o la economía dirigida, la libertad que desconoce la justicia o la justicia que restringe la libertad. Ése es el problema. Grave por lo demás, aunque nuestros jóvenes se rían de ello.

​ Me he enterado por la revista Caretas1 que en Miraflores un grupo de alegres chicos y chicas han fundado en la avenida Dos de Mayo un club humorístico y social que hace poco se inauguró con una salchicha-party. ¿Cómo es posible que hayan ustedes permitido eso? ¡Y a sólo cuatro cuadras de la casa! Es necesario planear su aniquilación inmediata. Comunícale a Castellanos este atentado y realicen una asonada en regla con destrucción de los implementos de cocina, violación de las mujeres, castración de los hombres y enmierdamiento de las paredes. Mientras nuestros jóvenes se sigan dedicando a fundar este tipo de clubes, donde se baila, se comen salchichas y se planean picnics, continuaremos siendo el país más atrasado de América desde el punto de vista social. No es que sea yo un ermitaño, en guerra declarada contra la alegría, la música o el “sano esparcimiento” —para emplear el término de la revista—, sino que esta salchicha-party ha superado los más delirantes cuadros de frivolidad que había yo imaginado. Es sencillamente delicioso, de auténtico humor inglés, y, por este mismo motivo, entre nosotros no tiene razón de existir. Por otra parte, el hecho de que hayan escogido una salchicha como símbolo del club revela una sexualidad reprimida, y encomiendo al buen Javier sacar todas las conclusiones de esta observación.

​ He leído el número de la revista La Novela Peruana y me parece que está bastante bien. En mi cuento hay dos erratas y una omisión, que felizmente no destruyen el sentido.2 Creo que, aparte del mío, los mejores cuentos, desde el punto de vista formal, son el de Galdo y el de Vargas Vicuña. En Congrains sólo veo una promesa. Su novela corta es, desgraciadamente, un cuento largo. Es decir, un cuento que debió ser más corto. Hay demasiada recreación en el detalle, demasiada alusión a cosas concretas —el precio de la leche, las piezas del motor, el nombre de las calles— que si bien contribuyen a crear el ambiente, agotan al lector. Dramatiza, sin embargo, con mucha facilidad y esto es un don inapreciable. El contenido de su cuento es de un realismo crítico simplemente expositivo, pero contiene una indirecta protesta social. Es quizá su relato más significativo.

Moneda del Estado surperuano, moneda de oro de Perú, 1838. Museo Pedro de Osma, dominio público.

​ En cuanto a mí, a partir de “Interior L”, sólo he escrito tres o cuatro cosas más, con mucho esfuerzo y con muy pocas esperanzas. Creo que este año tampoco me presentaré al Premio Nacional. Estoy desconcertado realmente, porque no sé cómo escribir. Mis amigos burgueses, cuando leyeron acá mi cuento, me dijeron que estaba genialmente escrito y me felicitaron de todo corazón. Mis amigos de izquierda, en cambio, admitiendo que desde el punto de vista formal era impecable, criticaron su contenido, diciendo que era negativo, que era pesimista, que no daba a mis personajes posibilidades de redención. No sé cuál de los dos bandos tiene la razón. Mi gran defecto es admitir todas las razones, encontrar en todos los argumentos un fondo de verdad. Me gustaría conocer la opinión de Escobar al respecto. Además de ser especialista en la materia, tiene un juicio muy sereno y ponderado. Otro motivo por el cual se me hace cada día más difícil escribir es mi alejamiento de la realidad peruana. Necesito ver las cosas de cerca, sorprender en la calle los pequeños dramas cotidianos. Ahora estoy convencido de que debemos escribir sobre lo que ocurre en nuestro país, eso es lo único que interesa. El gran error de mis cuentos anteriores es que no transcurrían en ningún sitio, que sus personajes carecían de nacionalidad, estaban desarraigados del paisaje y de la tierra. Todo quedaba, entonces, librado al estilo o el ingenio de la tesis. Ahora el estilo o el ingenio son cosas adjetivas, lo que interesa primordialmente es el problema humano que se plantea en un lugar y en un tiempo concretos. Qué fácil es, sin embargo, caer por este camino en el folclorismo, cosa que detesto entrañablemente. Sería necesario encontrar la justa medida entre lo regional y lo universal, entre lo anecdótico y lo trascendente, y contar todo esto en un estilo lapidario y con una técnica modernísima. Labor de síntesis, de suma, que es la esencia del cuento. El cuento que tengo ahora en mente puede ser, tal vez, la realización de este proyecto. Si me sale bien, habré encontrado el camino y con la fórmula en la mano podré fabricarlos en serie.3 Parece mentira cómo se conjugan las proporciones en la labor literaria, que está cerca de las ciencias exactas. Yo siempre he dicho que un buen cuento es aquel que reúne observación, ironía, buen gusto, estilo, trascendencia, originalidad y poesía. ¿En qué medida? He allí el problema.

​ Acabo de volver a la realidad. Manuel Aguirre me ha traído del consulado una última carta tuya en la que me informas lo ocurrido a mamá. Menos mal que la cosa no ha tenido mayores consecuencias, pero de todos modos hay que estar alerta y crear el clima apropiado para que no vuelva a repetirse. Estoy conforme en enviar la suma que dices mensualmente. En febrero mandaré la primera remesa y así sucesivamente, hasta junio en que termina mi beca. En relación a los ahorros que calculas debo haber hecho, te equivocas de plano. En realidad podría tener ahorrado ya trescientos dólares, pero esa suma se me ha ido de la siguiente forma: doscientos diez dólares que he enviado a la casa en diferentes oportunidades, 40 dólares prestados a Alfredo Ruiz Rosas para su pasaje, 50 dólares a Perucho4 también para su pasaje. Estos 90 dólares últimos prestados a los amigos no creo haberlos perdido. Ruiz Rosas es un tipo serio que apenas llegue a Lima me los enviará. En cuanto a Perucho, ya le he dicho que si en el término de cuatro meses no me los devuelve, escribiré a su papá o a su hermano Jorge para que se hagan cargo de la deuda. De todos modos, a partir de marzo pienso ahorrar cien dólares mensuales, lo que me permitiría tener a fines de junio cuatrocientos. De ellos la mitad se me iría en el pasaje y con el resto podría estar dos meses en Italia. Eso es todo. Como ves, cada día se acortan mis planes, pierden altura mis proyectos y quién sabe si concluyendo la beca suprima el viaje a Italia y vuelva directamente a Lima para llegar con algún dinero.

Pelucona, moneda de oro de Perú, 1756. Museo Pedro de Osma, dominio público.

​ Acerca de las condiciones de la beca, quisiera que averigües con sutileza si es obligación mía presentar notas y certificados de estudios o si se trata de una simple formalidad que a última hora no es exigida. Estoy a veinte días de mis primeros exámenes y veo con horror que no puedo escribir una página en francés sin cometer veinte errores de ortografía. Además de esto, los cuatro cursos que he elegido para el examen —Literatura Francesa del Siglo XVII, Literatura Francesa del Siglo XVIII, Geografía Económica e Historia de la Edad Media— son abrumadoramente detallados y creo que leer los textos me llevaría unos meses. Sin embargo, ya me he inscrito para evitar una evasión de último momento y estoy decidido a darlos. Sé de antemano que me van a aplazar, pero de todos modos quiero pasar por esta experiencia para los próximos y definitivos exámenes que son en junio. En estos sí pienso salir bien, pues tengo más tiempo para estudiarlos y para perfeccionar el francés. Para tu cultura, te advierto que la beca Javier Prado es la única que exige esta clase de testimonios, es la única que pide rendición de cuentas y esto es intolerable. Sin embargo, es también la única beca que da doscientos cuarenta dólares y que sólo en virtud de este dispendio es que uno puede resignarse a aceptarla.

​ ¿Qué ha sucedido con Arrisueño? ¿Cómo se ha atrevido su familia a tocar ese maravilloso cráneo? ¿Han querido reducirlo, mediante vergonzosa terapia, a un hombre normal? ¿Para qué? Lo único admirable de él era precisamente su anormalidad y sobre todo la forma como él la había encausado y estaba decidido a sobrellevarla. Datos sobre esto. Es necesario hacer algo por él.

​ ¿Ya apareció Castellanos? ¿Me ha escrito Reynaldo? ¿Teodoro ha conseguido procrear? ¿Cómo va el sudamericano de natación? ¿Cuál es el nuevo hobby de Valverde? Bueno, ya no puedo escribir más. Sobre Perucho: ayer pasó por París rumbo a Londres. Ha reservado plaza en el Reina del Pacífico, que sale de Liverpool hacia el Callao el 3 de abril. Estará en Londres hasta la salida del barco. Ya escribí a su mamá dándole noticias de él. Ha tomado la costumbre de aparecerse por París, como antes se aparecía por la casa a las tres de la mañana: cuando menos se lo piensa uno, un silbido, una piedra en la ventana y allí está él, sin equipaje naturalmente. Ayer tomó el tren para Dunquerque, al vuelo, como si fuera el último acoplado. Desde la ventanilla me gritó: “¡Nos vemos mañana en El Triunfo!”.

Agradecemos a Julio Ramón Ribeyro Cordero por su permiso para publicar la carta de su padre y a Jorge Coaguila por compartírnosla.

Imagen de portada: El gran silencio, Remington Noiseless, Compañía Remington, póster, 1978. KIK IRPA, Royal Institute for Cultural Heritage, Creative Commons, 4.0.

  1. Semanario limeño que circula desde el 1 de octubre de 1950. 

  2. Se refiere a “Interior L”, que apareció en el primer número de esta revista, Lima, 1953, pp. 65-73. 

  3. Ribeyro escribió en su diario meses después, el 2 de octubre de 1954: “Precisamente hoy he terminado ‘Los gallinazos sin plumas’, que considero mi obra maestra”. 

  4. Pedro Perucho Buckingham inspiró varios personajes ribeyrianos.