Desde el ojo del huracán
Leí La encomienda, la más reciente novela de Margarita García Robayo, publicada por la editorial Anagrama, sin ninguna pista de qué se trataba el libro. Más allá del título, del gato fisgón de la portada y los entusiastas elogios de algunos amigos, no sabía nada de La encomienda (tampoco leí la contraportada, porque solo leo contraportadas cuando se trata de una emergencia). La verdad es que me daba lo mismo el tema, porque Margarita puede escribir sobre una mosca, un bote de basura o el clima y aún así (o por eso mismo) deslumbrarme. Dice Margarita en su libro ¿Qué tienes en la cabeza?:
Cuando leo un libro, no me da igual quién lo escribió. Me gusta reconocer sus tics, imaginar hipótesis de por qué está tan obsesionado con determinados tópicos, determinadas formas narrativas y determinadas hipótesis no dichas pero insinuadas, sugeridas, colocadas con cuidado y conciencia en las zonas nebulosas de sus historias.
Así me pasa con Margarita, que creo adivinar en sus libros un diálogo, cambios de opinión, fijaciones, como haría a lo largo de varios años de charlas con una amiga.
Ahora sé de qué va La encomienda, y también que es un deber de las reseñas explicarle al público de qué trata el libro. Pero no quiero. Temo que hacer un resumen sería echarlo a perder (en el fondo es eso siempre, pero con esta novela más). ¿De qué se trata ese cuento, “La mancha en la pared”, de Virginia Woolf? De todo y nada. De una mancha en la pared que en realidad es un caracol y del misterio de la vida, la incertidumbre de las ideas, los caminos del pensamiento, Shakespeare y botánica. El estilo de Margarita me recuerda a Virginia Woolf, a Clarice Lispector y a Thomas Bernhard; y reivindica esa pobre palabra tan vilipendiada, estilo, devolviéndole su sentido original. En latín stilus es el punzón con el que se escribía en la Antigüedad sobre unas tablas enceradas, y es el trazo particular, el dibujo de las letras, el gesto, la huella de ese punzón lo que distinguía una caligrafía de otra, lo que le daba una personalidad distinta a cada escritura. El estilo de Margarita me hace pensar en esa arma filosa capaz de herir, abrirse paso y profundizar en temas grandes y pequeños, un arma que puede incluso bastarse a sí misma.
Pero ya sé que no me voy a librar. No sería esta la primera vez que un editor termina pidiéndome que agregue un párrafo “resumiendo la trama” o algo similar, como si fuera posible en un libro como este separar las acciones evidentemente principales de las sutiles pero fundamentales. Digamos que hiciera ese esfuerzo para adelantarme al posible reclamo del editor. Me encontraría entonces con el dilema de cómo abreviar la trama sin arruinar las sorpresas. Porque este libro, desde el principio, está lleno de giros inesperados, que no son fuegos artificiales ni acrobacias, sino cambios como los de la vida, muchas veces absurdos, molestos, pequeñas vueltas de tuerca con repercusiones inmensas.
Voy a empezar (ya sé que vamos a la mitad de la reseña) por el título, a ver si así. Cuando decimos en México encomienda pensamos, en primer lugar, en el sistema colonial que impusieron los españoles, según el cual a ciertos señores se les encomendaba un grupo de “indios” para que trabajaran sus tierras. Así que yo empecé a leer esta novela con la vaga expectativa de que quizás era una novela histórica. Ahora puedo decirles con seguridad que no lo es, o lo es en la medida en que toda novela es producto de la Historia y la refleja, nos guste o no. En Colombia, al parecer, la palabra encomienda refiere, en primer lugar, a las cajas que los migrantes mandan con regalos para su familia, aquello que en México llamamos elocuentemente paquetes.
Y así es como empieza esta historia, con la encomienda que la protagonista recibe de su hermana (de nombres desconocidos las dos). En México la palabra encomendar nos remite también a los encargos, y el paquete que manda la hermana viene con un tremendo encargo que no voy a revelar.
La novela entera está llena de adultos, niños y animales que son puestos al cuidado de otras personas (y de otros animales). La palabra cuidado, en este mundo patriarcal, suele remitirnos a algo aburrido, mecánico y lento, y a veces es así, pero en las odiseas cotidianas del cuidado, como las que se narran en este libro, también hay adrenalina, situaciones de vida o muerte, misterios, dilemas éticos, terror y comedia. De los cuidados se ha empezado a hablar con una nueva conciencia en la literatura reciente. No abundaré en ello, solo diré que ponerlos al centro de las conversaciones literarias, económicas, ecológicas y sociales me parece fundamental para la sobrevivencia de nuestra especie. Pero lo que yo agradezco de los libros de Margarita es que cuando se adentran en temas que están en el aire lo hacen siempre para complejizar, darles la vuelta, ir más allá de la fórmula y el eslogan. En La encomienda los cuidados son un derecho, un fastidio, una forma de autoconocimiento, un placer; ridículos, incómodos, necesarios y deseados.
¿Entonces es una novela sobre los cuidados? Sí y no. Es una novela sobre cuidados tanto como lo es sobre la clase media en Buenos Aires, la extranjería, la precariedad laboral, los gatos y las juntas vecinales. En particular, diría yo, es sobre los gatos y las juntas vecinales. Pero más que sobre esto o sobre lo otro, es una novela del pensamiento y las emociones. Así puesto suena todo abstracto, revuelto y vago. Me disculpo, pero es difícil describir lo indescriptible: la agudeza, el carisma con que el punto de vista de la narradora, tan incisivo, percibe y disecciona el mundo que la rodea. Hay un placer inmenso en atestiguar la maquinaria de esa mente de cara al mundo, su atención al detalle, a lo infraordinario, su capacidad de describir gestos y silencios que definen y determinan su humor, sus decisiones y su existencia.
De la mano de esa mirada vamos del sarcasmo a la compasión, de la ira a la angustia y a la risa. Y me detengo un instante en la risa, porque es una de las características que más agradezco de los libros de Margarita: su irreverencia, su mordacidad, la capacidad de su voz y las de sus personajes de una autocrítica implacable que, sin embargo, no renuncia a la ternura. Ese ir y venir entre la ironía y la ternura es lo que me atrapa y lo que me mata de sus libros.
Pero si me obligaran a elegir un eje, un centro gravitacional de La encomienda, diría que es la identidad. Como en tantos libros de Margarita, se acumulan las preguntas en torno a quiénes somos, nuestro lugar en el mundo, el país, el barrio, la familia y frente al espejo.
Tal como lo presentía, no me libré del resumen. Así que acá va:
Una mujer recibe una encomienda de su hermana. Está tratando de escribir un proyecto literario para una residencia y un anuncio sobre vacas para la agencia en la que trabaja, pero la escritura se ve interrumpida por el tiempo que debe pasar con su madre, el hijo de la vecina, su novio, buscando a una gata perdida y lidiando con el portero y varios vecinos insoportables. La suma de estos incidentes cotidianos forma un huracán cuyo ojo permite a la protagonista ver desde otro lugar su universo.
Ahora olvídense de esta sinopsis y vayan a leer La encomienda.
Anagrama, Barcelona, 2022
Imagen de portada: Will Barrnet, Woman and Cats, 1962. ©Smithsonian American Art Museum