Imagen y relato
Tres décadas después del clamoroso y muy retratado levantamiento que impulsó un ejército indígena en las montañas de Chiapas, la producción cinematográfica de, o sobre, el EZLN puede considerarse abundante. Pero si incluimos las muchas horas de documentales, las creaciones televisivas y las videonotas de las agencias internacionales, sobre todo entre 1994 y 2003, contamos con un océano de imágenes narrativas de un importante movimiento social. En los años posteriores al cambio de siglo, la presencia zapatista disminuyó en la prensa internacional, al mismo tiempo que los llamados medios independientes o alternativos aportaban nuevos materiales audiovisuales. El EZLN privilegia como interlocutores a estos medios, además de que produce sus propios clips y documentales, por obra de los tercios compas, como se conoce a sus propios reporteros y documentalistas.
El neozapatismo tuvo dos grandes atractivos. Por un lado, los enormes y vistosos actos públicos cargados de simbolismo en la Selva Lacandona y los Altos de Chiapas, así como la fotogenia de sus voceros. La lucha se presentaba como un espectáculo intencionado que servía también como vehículo para sus mensajes, denuncias e iniciativas. El zapatismo de Chiapas se convirtió en todo un subgénero fotográfico y las agencias lo vendían bien. En galerías y museos se montaban exposiciones al respecto, y las revistas y los periódicos se poblaban de encapuchados indígenas, mujeres en bellos huipiles, niños en gracia o en desgracia según el momento, multitudes en resistencia, eventos masivos y operaciones de las Fuerzas Armadas mexicanas.
El segundo aspecto fundamental reside en la escritura de Marcos: formal, informal, en diatriba, con indicios de ensayo académico, abundante en aforismos; un torrente hipertextual poblado de guiños y citas filosóficas, poéticas, históricas, cinematográficas y musicales. Heredero de los métodos de Walter Benjamin, Julio Cortázar, Umberto Eco y “Por mi madre, bohemios” (la columna periodística satírica de Carlos Monsiváis), este escritor deslumbrante y encapuchado narra, en los umbrales del Mundo Internet, cuentos mitológicos. A lo largo de comunicados multimodales habla de la vida de las comunidades, la alegría alegórica de los niños indígenas, sus propias aficiones televisivas (de Speedy González a Game of Thrones) y cinematográficas, su amplia y lúcida cultura general poblada de referencias literarias y hasta incluye cartas de amor. Se trata, pues, de uno de los últimos escritores epistolares públicos y privados.
Muchos documentales y alguna ficción
¿Qué son los zapatistas de Chiapas para el cine y qué es el cine para ellos? Por mencionar los principales documentales, tenemos a los pioneros Los más pequeños. Un retrato del EZLN (María del Carmen Ortiz y José Luis Contreras, 1994), La verdadera leyenda del subcomandante Marcos (Tessa Brisac y Carmen Castillo, 1995), Las compañeras tienen grado (María Inés Roqué y Guadalupe Miranda, 1994), Chiapas: paisaje después de la batalla (Irma Ávila, 1994), Viaje al centro de la selva. Memorial zapatista (Epigmenio Ibarra, 1994), Un lugar llamado Chiapas (Nettie Wild, 1998), Zapatista (Benjamin Eichert, Rick Rowley, Staale Sandberg, 1999), Caminantes (Fernando León de Aranoa, 2001), EZLN: 20 y 10, el fuego y la palabra (EZLN, 2003), Zapatistas, crónica de una rebelión (La Jornada y Canal 6 de Julio, 2003), Autonomía zapatista. Otro mundo es posible (Cristina Híjar y colectivo AMV, 2008). Más recientemente está el documental ruso Los hombres sin rostro (Elena Korykhalova y Oleg Myasoedov, 2016) y la producción de Netflix La Montaña (Diego Enrique Osorno, 2023), en la que un equipo de filmación acompaña a una avanzada zapatista en su viaje por el océano Atlántico durante 47 días de 2021. Al redactar estas líneas, Valentina Leduc edita un documental sobre la más reciente aventura zapatista: la gira europea de varias delegaciones del EZLN, el segundo capítulo de la travesía que narra La Montaña.
Un par de importantes documentales, periféricos al zapatismo, son Flor en otomí (Luisa Riley, 2012), que ilustra los orígenes del EZLN a principios de los años setenta a través del retrato de la malhadada guerrillera Dení Prieto, y La vocera (Luciana Kaplan, 2020), un perfil de María de Jesús Patricio, “Marichuy”, mujer nahua propuesta por el Congreso Nacional Indígena como candidata independiente a la Presidencia de la República en 2018.
Llama la atención la casi total ausencia de cine de ficción, salvo alguna mención en cintas como Sin dejar huella (María Novaro, 2001). La única película en este rubro es Corazón del tiempo (Alberto Cortés, 2008), actuada por indígenas zapatistas de distintas localidades de la Selva Lacandona, producida en parte por la Junta de Buen Gobierno de La Realidad y rodada en la cañada tojolabal de Las Margaritas. De manera propiciatoria, el mismo cineasta filmó tres breves documentales en los Altos y la Selva: Resistencia… somos la gente del maíz, Territorio zapatista… nuestro futuro que viene después y Cerro el Huitepec… porque somos origen acá (2007). A su calidad visual y cinematográfica, cabe añadir que son de los pocos materiales fílmicos producidos dentro de las comunidades y sus campos. Las bases de apoyo protagonizan ante la cámara su vida cotidiana y su lucha diaria. Aquí no aparecen marchas históricas ni concentraciones masivas. Las entrevistas y registros fílmicos del movimiento generalmente han sido realizados en las afueras del territorio autónomo rebelde, en escenarios elegidos por los propios zapatistas, por lo que la “intimidad” de esta pequeña trilogía le confiere una cualidad única.
Entre la producción documental, vale la pena destacar algunos trabajos. La cinta de Brisac y Castillo, La verdadera leyenda del subcomandante Marcos, hace una lectura del movimiento rebelde en la escena revolucionaria latinoamericana. Incluye una amplia entrevista con Marcos sobre los orígenes del EZLN y confiere un entorno lírico al torrente zapatista: “Cuando bajan los torrentes es que lleva tiempo lloviendo en la montaña”.
El irrepetible documental de María Inés Roqué y Guadalupe Miranda, Las compañeras tienen grado, registra la poderosa experiencia de las mujeres combatientes zapatistas que participaron en la batalla de Ocosingo en enero de 1994. Bajo esta óptica vemos a las guerreras a caballo, armadas y a la vez tiernas y sensibles. Hablan de la lucha de las mujeres, que empieza en las comunidades y en las filas insurgentes, pero que incumbe a todas las indígenas de México. Filmado en la primavera de 1994, el documental aparece cuando el destino del movimiento rebelde era incierto.
La conocida documentalista canadiense Nettie Wild se arriesgó más que nadie. Durante un par de años entrevistó a ganaderos que tenían contratadas guardias blancas y a los primeros paramilitares en la conflictiva zona chol. Un lugar llamado Chiapas se aparta de la narración canónica del zapatismo y plantea cuestiones incómodas a los rebeldes. Es quizás el documental más cabrón de todos y conserva una fuerte vigencia histórica.
En Caminantes, Fernando León de Aranoa y su guionista Ángel Luis Lara optaron por cubrir la Marcha del Color de la Tierra de 2001. Esperaron a los zapatistas en la comunidad purépecha de Nurio, Michoacán, mientras televisoras, fotógrafos y documentalistas acompañaban el recorrido de la comandancia zapatista desde Chiapas con destino al Congreso federal para plantear una nueva legislación en materia indígena que cumpliera los Acuerdos de San Andrés, firmados por el EZLN y el gobierno en 1996, que el presidente Zedillo jamás cumplió. Nurio había sido designada como la sede de una gran asamblea del Congreso Nacional Indígena, previa a su histórica y polémica intervención en la Cámara de Diputados, que incluso fue televisada.
En la comunidad purépecha, León de Aranoa obtiene reveladores testimonios sobre la escuela primaria y las condiciones de los menores en medio de un generalizado abandono de sus madres y padres, ocasionado por la migración hacia Estados Unidos. A través del documental, escuchamos a pobladores, maestros y representantes comunitarios hablar del impacto zapatista. Finalmente la marcha llega a Nurio. Después de muchos días a la espera de una entrevista con el subcomandante Marcos, el equipo de León de Aranoa decide regresar a España. Sin embargo, ya en el aeropuerto reciben la respuesta positiva de Marcos. El cineasta decide perder el vuelo y filmar la entrevista.
Una mirada (al corazón) (2009), el detrás de las cámaras de Corazón del tiempo, es un simpático documental filmado por camarógrafos y videoastas zapatistas, quienes ya para entonces se habían apropiado de los medios audiovisuales tras largos años de talleres y ejercicios fomentados por las cooperativas Ojo de Agua (Oaxaca) y sobre todo Promedios-Chiapas Media Project (San Cristóbal de las Casas). Recrean a su modo la experiencia del rodaje desde la óptica de pobladores y participantes. Aparte de la música propia (marimbas, guitarras, coros), la banda sonora incluye dos bellas canciones originales de la española Amparo Sánchez, del grupo Amparanoia.
Antes de la filmación de Corazón del tiempo, miembros del célebre Teatro Campesino de María Alicia Martínez Medrano impartieron talleres de actuación en La Realidad. El proyecto original consideraba la participación histriónica de sus integrantes, pero una serie de avatares y dificultades lo postergó durante más de un año. Cuando finalmente se rodó la película, todo el trabajo actoral recayó en los indígenas zapatistas.
La preparación de Corazón del tiempo, en la que participé como coguionista, tomó ocho años. Durante ese tiempo cambiaron muchas cosas. Por ejemplo, se hizo posible filmar y retratar a los zapatistas sin el rostro cubierto, a partir de nuevas disposiciones de los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno que relajaban, hasta cierto punto, el secreto. Dichas medidas “ciudadanizaron” a las bases zapatistas y resolvieron el desafío que hubiera implicado filmar la vida cotidiana con pasamontañas: besos, comida, trabajo en la milpa, asambleas internas, baños en el río y cosas de esas.
La película, que narra una historia de amores difíciles en un pueblo ficticio, contó con una producción a gran escala. La estupenda banda sonora fue compuesta por los cubanos Descemer Bueno y Kelvis Ochoa, además de la participación de Ojos de Brujo y Cecilia Toussaint. Corazón del tiempo fue seleccionada para el Festival Sundance, de manera independiente participó en la Bienal de Venecia y fue proyectada en los estudios de Cinecitá en Roma. Nominada para varios Arieles, fue premiada en el Festival de Cine de Guadalajara. Se proyectó además en varios festivales de Europa, Estados Unidos y Sudamérica entre 2009 y 2010.
Películas y palomitas
Para sorpresa de los primeros visitantes al territorio zapatista, los alejados, marginados, olvidados, invisibles, desechables indígenas, su ejército, sus mandos y sus bases de apoyo tenían ya una relación con “las películas”, gracias a la difusión de obras cinematográficas en casetes VHS. Con una batería de auto generaban la electricidad para una pantalla y la videocasetera. ¿Qué géneros los apasionaban? Dramas y comedias musicales nacionales; las rancheras de Pedro Infante, Luis Aguilar y el Piporro; narcopelículas y dramas violentos de los hermanos Almada; cintas de artes marciales (un comandante tojolabal era conocido como Brus Li) y algunas películas infantiles.
Durante aquellos años, los insurgentes encargaban a los visitantes copias de películas inconseguibles, como La rebelión de los colgados, Las mujeres de mi general, Cartas marcadas. Los vi reír a pierna suelta con la India María y Cantinflas. Más adelante, los vi descubrir —y alucinarse con— Charlie Chaplin y Matrix, durante las giras de cine comunitario realizadas por Alberto Cortés y Ana Solares con apoyo de la Filmoteca de la UNAM a principios del siglo XXI.
La cinefilia zapatista desembocó, en noviembre de 2018, en el Festival de Cine Puy ta Cuxlejaltic (“Caracol de nuestra vida”) en Oventic, donde se exhibieron decenas de películas nacionales e internacionales, con la participación de actores y directores de renombre. Hubo un segundo festival, con todo y marquesina, taquilla y puesto de palomitas, en el Caracol Tulan Ka’u, cerca de San Cristóbal de las Casas en diciembre de 2019.
En sus años de mayor resonancia, el EZLN y Marcos ofrecieron un gran atractivo visual y anecdótico. En algún momento se interesaron por él Oliver Stone, Luis Mandoki y, al parecer, Francis Ford Coppola, quien habría desistido cuando Stone se le adelantó en su encuentro con el subcomandante en La Realidad. La comandancia rebelde y el cineasta cruzaron a caballo el río del pueblo y se internaron en la selva. Más tarde, en la espesura, darían una histriónica conferencia de prensa. Sin embargo, no se concretó la escenificación hollywoodense, aunque abiertamente se barajaban como opciones para interpretar al subcomandante Marcos los actores Daniel Giménez Cacho y Antonio Banderas. Jorge Fons filmó la Marcha del Color de la Tierra en 2001, pero no concluyó la edición de sus materiales.
La irrupción del zapatismo en los últimos años del siglo pasado entusiasmó por igual a intelectuales, artistas y a la sociedad civil. Las figuras de los indígenas sublevados y de sus comandantes —entre ellos el seductor personaje del subcomandante Marcos— atrajeron la atención de creadores de muchas disciplinas, que produjeron una serie de obras que hablan ya de un momento fundamental de la historia mexicana reciente. Tres décadas después podemos ver que “el sueño zapatista” (como se titula un excelente libro del historiador francés Yvon Le Bot) y el del cine se han soñado mutuamente a lo largo de los años.
Imagen de portada: Fotograma de Un lugar llamado Chiapas, de Nettie Wild, 1998