Un planeta sano para un mundo pacífico

PAZ / dossier / Diciembre de 2024

Julia Carabias

 Leer pdf

Resulta un golpe muy duro escuchar a los jóvenes reclamarle a mi generación, la del séptimo piso y más, que mientras nuestra aspiración era vivir mejor que nuestros padres, la suya es no vivir en peores condiciones que los suyos. En los años setenta, miles de personas imaginábamos que el México del siglo xxi gozaría de mayor bienestar, sería menos pobre y más equitativo, disfrutaría de libertades y estaría instalado en la democracia. Aspirábamos a la paz. Durante la invasión de Estados Unidos a Vietnam, salimos a las calles a gritar: ¡ni una guerra más! Éramos jóvenes e idealistas, pero teníamos razones para creer en todo ello porque los movimientos sociales lograron abrir algunas rendijas por las que obtuvimos derechos y, con los años, fuimos construyendo un régimen democrático incipiente. También teníamos motivos para creer porque la ciencia, después de evidenciar los efectos que las sociedades estaban ocasionando en el medio ambiente, comenzó a aportar cada vez más elementos para tomar mejores decisiones. La Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992, fue el auge de nuestra esperanza. En dicha cumbre, se asumió una visión que reconoció que los problemas de la humanidad sólo podrían resolverse si la dimensión ambiental se incorporaba a las esferas económica y social. El desarrollo sustentable se convirtió en un nuevo paradigma, se dibujó como un horizonte deseable y posible de alcanzar. Cobramos conciencia: había razones para luchar.

​ El nuevo milenio nos recibió con un gran revés. El ataque a las Torres Gemelas en 2001 desvió el rumbo de los gobiernos: las prioridades adoptadas en las agendas nacionales para la construcción de un mundo sustentable fueron sustituidas por el combate contra el terrorismo. A partir de entonces, las guerras se multiplican —en el Medio Oriente, en Ucrania, en Sudán— y, desde hace varios años, el crimen organizado ocupa buena parte de la atención global.

​ Por su parte, el capitalismo, exacerbado bajo las reglas del libre ­mercado, impuso en las sociedades modos de producción y consumo depredadores de la naturaleza. Nuestras formas de producir energía y alimentos han desatado el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la disminución de agua dulce disponible y suelos fértiles. Cada año se registran nuevos récords de temperatura y las olas de calor se intensifican. Los patrones pluviales se han modificado: llueve de forma más concentrada y en mayor cantidad en las regiones tropicales, lo que provoca más inundaciones y huracanes más destructivos; sin embargo, llueve menos en las zonas áridas, lo que causa sequías severas y prolongadas. Por si fuera poco, la contaminación reduce la calidad del agua, del suelo y del aire, afectando la salud humana y la del resto de las especies. El costo ambiental de nuestra producción y consumo ha implicado la alteración de casi la mitad del planeta. Las crisis que resultan de ello nos afectan a todos, aunque no de la misma manera. Es la población más vulnerable la que más sufre: quienes viven en condiciones de marginación, quienes no tienen cómo adaptarse a los cambios imprevistos, quienes habitan en zonas de riesgo, así como las niñeces y las personas de la tercera edad.

Lourdes Grobet, Paisajes pintados, 1982, © de Lourdes Grobet S. C.

​ A todo esto, en el primer cuarto del siglo xxi, se sumó la crisis sanitaria ocasionada por el virus sars-cov-2. El covid-19 postró al mundo. Aunque sabemos que esta pandemia fue producto de una zoonosis generada por un mal manejo de la naturaleza, fuimos incapaces de aprovechar la oportunidad para recuperarnos bajo nuevos esquemas de desarrollo y las tendencias de deterioro ambiental, pobreza y desigualdad aumentaron.

​ A la vez estamos inmersos en una crisis humanitaria que se expresa en los migrantes, los refugiados y las víctimas del crimen organizado. En muchas regiones de México, observamos la repetición imparable de estas tragedias. En particular, se manifiestan en Chiapas. El crimen organizado se encuentra en toda la entidad y la violencia no cesa. Como consecuencia, el tejido social se ha desgarrado, las comunidades se han dividido y los espacios naturales están amenazados. Los gobiernos —tanto el federal como el estatal— no cumplieron con su responsabilidad, pues la impunidad reina.

​ En medio de todo esto, vemos con perplejidad cómo se derrumban las democracias incipientes frente al populismo y el autoritarismo, y cómo resurgen los fundamentalismos donde las democracias estaban consolidadas.

​ El diagnóstico es apabullante, pero no debemos perder de vista que estas crisis son generadas por nuestra economía y nuestras sociedades. Si nosotros provocamos el deterioro, está en nuestras manos detenerlo y revertirlo. Atender a las generaciones futuras y los rezagos que he descrito, sin aumentar la degradación ambiental, requiere de transformaciones.

CUATRO ESTRATEGIAS AMBIENTALES PARA MÉXICO

Es cierto que la transición hacia el desarrollo sustentable no es una tarea sencilla, pero sabemos cuáles son las soluciones a los problemas que hemos causado; mejor aún, contamos con el conocimiento, la tecnología y las capacidades para ponerlas en marcha. Hoy es posible, como nunca antes, compartir las experiencias exitosas. Aunque parezca lo contrario, incluso existen los recursos económicos suficientes para emprender los cambios requeridos, siempre y cuando se inviertan correctamente en atender estos asuntos y no en guerras y militarización. La tecnología es indispensable para implementar las soluciones, pero ésta debe ir acompañada de valores como el respeto por todos los seres vivos del planeta —la inteligencia artificial puede formar parte de la ecuación si se utiliza de manera ética, bajo un marco global de gobernanza.

​ En cuanto a las soluciones, la sesión 79 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, celebrada en septiembre de 2024, adoptó el Pacto para el Futuro. El documento que contiene dicho pacto define acciones específicas para acelerar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible e incluye un pacto digital mundial y la declaración sobre las generaciones futuras. Esta iniciativa propone fortalecer las negociaciones multilaterales para poner fin a las guerras, priorizar los intereses de la juventud, enfrentar la emergencia ambiental del planeta y garantizar el respeto a los derechos humanos, la diversidad cultural y la igualdad de género.1 Como tal se suma a otro documento que lanzó, en 2021, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente: el plan científico para hacer frente a las emergencias del clima, la biodiversidad y la contaminación, titulado Hacer las paces con la naturaleza. Estas iniciativas contribuyen a que las sociedades comprendan mejor que no sólo el bienestar de los pueblos, sino la supervivencia misma de la especie humana son imposibles ante una naturaleza deteriorada.

K. Marsh y H. Gustdat, póster de Peace now, ca. 1965-1975. Library of Congress, dominio público.

​ En este sentido, México debería asumir que, si bien cuenta con una extraordinaria diversidad de ecosistemas, agua suficiente, abundantes suelos fértiles, múltiples recursos minerales y una gran diversidad cultural, ha degradado estas riquezas durante varias décadas. Ante ello, debemos proponernos, como nación, metas ambiciosas como detener la deforestación y la sobreexplotación de especies para evitar la pérdida de biodiversidad, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y desarrollar capacidades para adaptarnos a las condiciones climáticas cambiantes, recuperar la calidad de los cuerpos de agua y restablecer el funcionamiento natural del ciclo hidrológico, impedir la erosión de los suelos y fomentar su recuperación. En resumen, debemos frenar y revertir el deterioro de la naturaleza, así como utilizar sus servicios de manera responsable, bajo estrictos criterios ambientales, en aras del bienestar social y el interés público.

​ Para cumplir estas metas, es necesario actuar en múltiples frentes de forma simultánea, integral y urgente. Ninguno de estos propósitos puede alcanzarse por medio de acciones sectoriales y aisladas, como ha sido la norma hasta ahora. En específico, resulta crucial comprender y atender las causas de los procesos demográficos y los patrones de producción y consumo que han desencadenado los impactos ambientales. Nada de esto ha sido abordado de forma adecuada por las políticas gubernamentales.

​ La causa demográfica requiere, por ejemplo, políticas que garanticen la salud reproductiva y los derechos de las mujeres a la educación y al empleo digno; de igual modo, resulta indispensable una planificación ordenada del territorio. En cuanto a los patrones económicos, debemos reducir el nivel de consumo, sobre todo de mercancías nocivas para la salud y el ambiente, así como modificar la producción de bienes de ciclo corto y caducidad programada. Es imperativo erradicar la cultura del consumismo desenfrenado que domina nuestra época.2

​ Sin pretender simplificar estos patrones y procesos tan complejos, propongo cuatro estrategias que podrían contribuir a la transformación que requerimos en México.

​ La primera yace en la conservación de los espacios naturales cuyo funcionamiento se encuentre en buen estado. Es posible usar de manera sustentable estos espacios, si se seleccionan los sitios donde hacerlo no comprometa su integridad. La legislación mexicana ha establecido diversos instrumentos para ello, como las áreas naturales protegidas, el pago de servicios ambientales, las unidades de manejo para la conservación de la vida silvestre, el manejo forestal sustentable, el ecoturismo y el ordenamiento ecológico, entre otros. Estas políticas deben volver a activarse, con recursos económicos adicionales y personal calificado, ya que han sufrido recortes presupuestarios de casi el 60  % y un desmantelamiento institucional en los últimos años.

​ La segunda estrategia es el desarrollo de un sistema alimentario sustentable que atienda las necesidades de la población actual y la que está por venir, sin depender de la ampliación de la frontera agropecuaria ni de la sobreexplotación pesquera. Es posible reducir la ocupación agrícola y ganadera del territorio mediante el aumento de la productividad y la aplicación de prácticas que no contaminen. Así mismo, se pueden disminuir los volúmenes de pesca, si ésta se destina al consumo humano y no para alimentar al ganado. No podemos permitir que continúe el desperdicio de alimentos, y también es indispensable fomentar entre las personas una dieta saludable que reduzca los impactos en los ecosistemas del planeta. Es necesario atender toda la cadena productiva, desde la producción hasta el consumo, de modo que ésta refleje la diversidad cultural y natural del país, respete las condiciones de cada una de sus zonas rurales y reduzca el consumo de recursos, insumos y productos cárnicos.

​ Como tercera estrategia, ­México debe adoptar una política energética sustentable alineada a la política de cambio climático, es decir, basada en fuentes limpias y seguras, que promueva la generación de electricidad limpia y fomente la movilidad neutra en carbono. Esta política debe ser la base para transitar hacia una economía descarbonizada.

​ La creación de una política hídrica sustentable es la cuarta y última estrategia. Es imprescindible que esta política respete el caudal ecológico de cada cuenca para mantener el funcionamiento tanto de los ecosistemas naturales establecidos en ellas como el equilibrio del propio ciclo hidrológico. Además, se debe garantizar el abastecimiento de agua potable para toda la población.

Póster de Help end demonstrations, ca. 1965-1975. Library of Congress, dominio público.


HACIA EL FUTURO QUE LOS JÓVENES DESEAN

El país cuenta con capacidades sólidas en materia ambiental, sin embargo, hoy son insuficientes para diseñar, gestionar y aplicar la nueva generación de políticas requeridas. Éstas implican una redefinición que permita coordinar entre instituciones las políticas sectoriales a partir de una comprensión holística y una estrategia integral. Más aún, lo anterior debe concebirse dentro de nuevas formas de gobernanza que ­promuevan la participación de múltiples actores e instituciones gubernamentales, empresariales, académicas y a la sociedad civil organizada.

​ Las universidades tienen la responsabilidad crucial de asegurar que las decisiones sobre cómo enfrentar la emergencia ambiental se basen en la mejor evidencia científica disponible. Sin embargo, hay un rezago severo en el desarrollo de una visión inter y transdisciplinaria que permita comprender mejor los procesos que están detrás de los cambios globales, por lo tanto, los estudiantes no se están formando bajo este enfoque. Por otro lado, aunque en México ya se ha producido un vasto conocimiento sobre la situación del medio ambiente, esta información no se utiliza lo suficiente para la toma de decisiones, lo que se debe, en parte, a la falta de puentes entre dichos ámbitos. Esta carencia debe ser corregida urgentemente.

​ Con todo, en México se presenta una oportunidad alentadora. Las autoridades que acaban de asumir la gestión ambiental, bajo la dirección de Alicia Bárcena, forman un equipo de profesionales conocedores y responsables. Los retos por venir son enormes. Además de recuperar el personal calificado y los recursos económicos perdidos en recortes presupuestales, deberán diseñar políticas transversales para enfrentar los desafíos nacionales ante las alteraciones del planeta y las estructuras institucionales que las hagan viables.

​ Ésta no es una tarea que sólo le incumba al gobierno. En el sexenio pasado, las organizaciones civiles y la comunidad científica fueron relegadas, estigmatizadas y descalificadas. La nueva administración, por el contrario, debe estar abierta a involucrar a la sociedad civil organizada, que posee una enorme experiencia en la implementación de acciones, y a la comunidad científica, que produce conocimiento en el que deben basarse las políticas. En cuanto al sector privado, es necesario fomentar que más compañías integren los principios de sustentabilidad en sus planes de negocio, de modo que se conviertan en verdaderas empresas verdes y superen el vicio del greenwashing. Afianzar la economía circular es una de las grandes prioridades del país.

​ Para avanzar habrá que restablecer la confianza de los ciudadanos. Debemos dejar atrás la polarización que ha desgarrado el tejido social y mirar hacia adelante con esperanza y convicción. En especial, hay que escuchar a los jóvenes. Es indispensable que comprendamos lo que desean para su futuro. Su justo reproche contra las generaciones previas, lejos de desmotivarnos, debe convertirse en un germen para conseguir un cambio radical, pues las omisiones y los errores cometidos con el afán de eludir costos políticos seguirán haciendo crecer la deuda ambiental que estamos heredando a las generaciones venideras. Pese a que esto resulta obvio, aún no asumimos la responsabilidad intergeneracional de entender que el futuro no llega por sí solo, sino que se construye desde ahora. Por su parte, les toca a los jóvenes organizarse y exigir la garantía de su derecho a un medio ambiente sano. Aún estamos a tiempo.

Imagen de portada: Lourdes Grobet, Paisajes pintados, 1982, © de Lourdes Grobet S. C.

  1. Pact for the Future, Global Digital Compact, and Declaration on Future Generation, Naciones Unidas, septiembre de 2024. 

  2. Tony Judt, Algo va mal, Taurus, 2012.