El narrador intenta consolar a Carlota, testigo y parte de la matanza de Tlatelolco, que se hallaba tomada de la mano de su hermano cuando llovieron las primeras ráfagas de balas en la plaza de las tres Culturas. Carlota, la que no puede olvidar a su hermano muerto, ni a todos los otros muertos, ni siquiera cuando intenta ahogar su recuerdo en el vaso de ron.