El día de Acción de Gracias es la historia de origen nacional por excelencia: la “paz” entre nativos y colonos se logró con pavo rostizado y ñame en Plymouth, Massachusetts, donde los peregrinos del Mayflower establecieron una colonia en 1620. Para coronar la matanza indiscriminada de unos setecientos pequots, en 1637 el gobernador de la colonia de la Bahía de Massachusetts, William Bradford, decretó que se celebrara el día de Acción de Gracias “en honor de la sangrienta victoria, para agradecer a Dios que se ganó la batalla”. La paz en tierra robada surge del genocidio. Era el día de Acción de Gracias de 2016. Habíamos pasado una noche fría en una gasolinería de Wyoming junto a la carretera I-80, acompañados de los Protectores del Agua, entre media docena de autos cargados de suministros de campamento. Todos nos levantamos antes del amanecer, con la esperanza de que la interestatal se abriera después de la helada nocturna. Había nativos y no nativos del noroeste del Pacífico y la Costa Oeste; llevaban ropa militar y chamarras Carhartt negras y beige, con parches que anunciaban: “EL AGUA ES VIDA”. “Éste es territorio de Trump; ¡tenemos que irnos!”, exclamó uno de los Protectores del Agua, medio en broma, ante el atestado baño de camioneros. Afuera, hombres blancos nos dirigían miradas amenazadoras desde sus pickups de ruedas dobles. Wyoming es un estado productor de petróleo, gas y carbón, y estaba enviando a sus policías a combatir en la moderna Guerra India en la que nos disponíamos a ayudar a la resistencia. Subimos a nuestros autos y tomamos la carretera hacia Standing Rock. Era mi cuarto y último viaje al campamento Oceti Sakowin, el mayor de los que existieron entre abril de 2016 y febrero de 2017 en la confluencia de los ríos Cannonball y Misuri, al norte de la reserva india Standing Rock. Al principio, los campamentos se habían establecido para obstruir la construcción del Oleoducto de Dakota Access (DAPL), un oleoducto de 2,755 kilómetros y 3,800 millones de dólares que atravesaba territorio no cedido por el Tratado de Fort Laramie de 1868 y cruzaba Mni Sose (el río Misuri) justo arriba de Standing Rock, amenazando el suministro de agua de la reserva.
No sólo se trataba del agua de Standing Rock: el oleoducto cruzaba el río arriba de la reserva india de Fort Berthold, transportaba petróleo extraído por la floreciente industria del fracking en esa reserva. Pasaba por debajo del río Misisipi en la frontera entre Iowa e Illinois, donde se le oponía una coalición de pueblos indígenas y granjeros, rancheros y ambientalistas blancos. Atravesaba cuatro estados: Dakota del Norte, Dakota del Sur, Iowa e Illinois; pero la resistencia más intensa provenía de Standing Rock y las naciones indígenas aliadas, entre ellas Fort Berthold. Después de que el gobernador de Dakota del Norte, Jack Dalrymple, declarara el estado de emergencia el 9 de agosto de 2016 para salvaguardar la construcción final del oleoducto, el movimiento se intensificó. Dalrymple llamó a la Guardia Nacional y ejerció poderes conferidos por el Convenio de Asistencia al Manejo de Emergencias (EMAC), que normalmente sólo se usan en desastres naturales como inundaciones, incendios y huracanes. El EMAC también permite que las agencias de seguridad municipales, estatales y federales compartan equipo y personal durante “desórdenes comunitarios, insurgencia o ataque enemigo”. En abril de 2015, el gobernador de Maryland, Larry Hogan, había usado los poderes del EMAC para sofocar un levantamiento de personas negras que exigían justicia para Freddie Gray, un hombre negro asesinado por la policía de Baltimore. Esta vez una nación indígena fue declarada como amenaza. Los campamentos buscaban más que detener un oleoducto. Hacía más de cien años, o al menos siete generaciones, que no ocurría la largamente esperada reunificación de las siete naciones hablantes de dakota, nakota y lakota, dispersas y aisladas durante la invasión. Oceti Sakowin, llamada “la Gran Nación Sioux” por los colonos, alguna vez ocupó un territorio que se extendía desde las orillas occidentales del lago Superior hasta las montañas Bighorn. Yo sólo había oído historias sobre la reunión de Oceti Sakowin, la hoguera encendida y los siete tipis o cabañas —cada una de las cuales representaba una nación— dispuestas en forma de cuerno de bisonte. Históricamente, esta reunificación había ocurrido en tiempos de celebración, para danzas solares anuales, grandes ferias comerciales entre tribus y cazas de bisontes. Pero la última vez fue también en tiempos de guerra: para resistir la invasión. Ahora, la reunión se había convertido en lo que los pasajeros de nuestro auto —Carolina, una abogada de inmigración indígena, Dina, una escritora indígena, y yo— llamábamos Ciudad India; en su momento de mayor esplendor, el campamento fue la décima ciudad más grande de Dakota del Norte. Su población era de más de 10 mil personas, y quizá llegara a las 15 mil. Cuando arribamos, el campamento estaba paralizado y completamente rodeado por las agencias de seguridad, que emplearon cientos de kilómetros de alambre de serpentina, barricadas y vigilancia aérea de 24 horas en algo parecido a una ocupación militar. En un esfuerzo por sembrar la discordia, TigerSwan, una agencia de seguridad privada contratada por DAPL para ayudar a las agencias de la ley de Dakota del Norte, se infiltró en los campamentos y plantó en redes sociales y noticiarios locales reportes falsos que comparaban a los Protectores del Agua con insurgentes yihadistas. Según afirmaban en documentos revelados por The Intercept, el movimiento #NoDAPL era “una insurgencia con motivación ideológica y un fuerte componente religioso”. Los efectos fueron devastadores, y muchas de las historias implantadas continúan circulando como verdaderas; la división que crearon sigue supurando. Y debido a la violenta represión policial de las protestas, incluida la famosa redada del 27 de octubre en el campamento Tratado de 1851, se habían suspendido las acciones directas de alto riesgo, como colocar cuerpos frente a las removedoras de tierra. Al día siguiente —Viernes Negro—1 fuimos al centro comercial. En Bismarck, Dakota del Norte, los compradores, casi todos blancos, inundaron el centro comercial Kirkwood, ansiosos de aprovechar los descuentos de temporada. Nuestro plan era perturbar las compras del Viernes Negro, en concierto con otras acciones, para que el mensaje de #NoDAPL siguiera en las noticias y el fuego continuara ardiendo en los corazones y en las mentes de la gente. En el campamento me había topado con un amigo de la infancia, Michael, y su pareja Emma, y nos metimos a su auto. El tránsito estaba detenido por completo en la Autopista 1806, la ruta más rápida hacia las poblaciones de Mandan y Bismarck, colindantes con la reserva; los puestos de control militar obstaculizaban la entrada de clientes al casino Prairie Knights —una importante fuente de empleos y de ingresos para Standing Rock— y entorpecían el acceso de los residentes a trabajos y compras fuera de la reserva. Nuestro camino fue entre 30 y 45 minutos más largo debido a lo que parecía un embargo económico y, en otras circunstancias, podría considerarse un acto de guerra contra una nación soberana. El centro comercial estaba abarrotado de gente. Policías de Bismarck, todos blancos, custodiaban las entradas con rifles AR-15. Una vez dentro, nuestro objetivo era formar un círculo de oración en el amplia área de comida del centro comercial, sin que nos capturaran; eso significaba que tendríamos que “camuflarnos”, lo cual era bastante difícil para unos nativos en un mar de gente blanca. Nos descubrieron. Una mujer blanca gritó: “¡Huelen a fogata!”. Los clientes del centro comercial se detuvieron a mirarnos. Ella señaló a un grupo de mujeres de rostros curtidos por el viento y el sol y faldas sin lavar, que se dirigían a los baños. Dos policías, con los AR-15 colgados del hombro, se acercaron a una mujer y le torcieron el brazo. La mujer tenía piel oscura y el cabello negro peinado en una pulcra trenza que le llegaba a la cintura. Yo esperaba oír el crujido de su brazo al dislocarse o fracturarse mientras el policía la tiraba de cara sobre la delgada alfombra. —¡Sólo quiero ir al baño! —¡Cállate, carajo! Pronto las cuatro mujeres estuvieron sentadas en el suelo con las manos atadas con sujetadores de plástico a sus espaldas, y los policías se las llevaron a rastras. El olor de las fogatas, un aspecto fundamental de la vida en el campamento —para las ceremonias, la planeación, la cocina, la comida, el sueño, las canciones, las historias y para mantener el calor—, las había delatado. Nada raro si consideramos que en la frase Oceti Sakowin, el primer término significa “el fuego del consejo”. En otro tiempo las habrían acusado de “oler como indias”, porque el fuego es fundamental en la vida ceremonial lakota; pero ahora, el humo también indicaba que venían de los campamentos de #NoDAPL. Finalmente logramos formar un círculo de oración… hasta que los policías comenzaron a derribarnos, golpearnos y patearnos. Le quitaron las muletas a un hombre, que renqueó sobre un pie mientras otro policía lo tiraba al suelo. Los hombres blancos de la multitud comenzaron a sujetar a los Protectores del Agua o lanzarlos hacia la fila de policías. —¡Vuelvan a su reserva, negros de las praderas! —nos gritó a la cara uno de ellos. Nos encogíamos de miedo cada vez que arrancaban a uno de nosotros de entre la multitud, en espera del ya familiar baño de gas CS o gas pimienta: otro olor que se mezclaba con el humo y que, con un solo ataque, podía embotar el sentido del olfato de una persona por días, y a veces semanas. Sin embargo, la presencia de clientes blancos y sus familias —daño colateral indeseable— nos protegió de que nos dispararan o nos rociaran. En vez de eso, los policías usaron sus manos y sus pies. Arrestaron a 33 personas. Después de escapar, Michael, Emma y yo nos reunimos en el auto. Michael se volvió hacia mí; le temblaban las manos. —Ahora sé cómo se siente que te cacen. En el campamento, el olor de las fogatas nos remitía a otro mundo: un mundo más viejo, un mundo indígena que siempre parecía estar al borde de la extinción; un lugar familiar para los nativos y radicalmente extraño para los colonos. En las horas del crepúsculo, los Protectores del Agua contaban historias y compartían visiones proféticas de un mundo mejor; no sólo del pasado, sino uno que estábamos construyendo en ese momento, mientras el humo gris purpúreo llenaba los espacios entre los tipis, las tiendas y las hileras de autos y camiones.
A menudo, las élites políticas y los medios de comunicación han pintado a los blancos pobres y los nativos pobres como enemigos irreconciliables que compiten por recursos escasos en zonas rurales con depresión económica, sin tener nada en común. Sin embargo, la defensa de la tierra nativa, del agua y de los tratados nos unió. Aunque no era perfecto, el campamento de Oceti Sakowin fue un hogar para muchos, durante varios meses, y los vínculos fueron duraderos a pesar del horroroso historial que obraba en su contra. Durante los últimos 200 años el ejército de los Estados Unidos ha librado una guerra incansable contra Oceti Sakowin, así como contra sus familiares, Pte Oyate (la Nación de los Bisontes) y Mni Sose (el río Misuri). Lo ocurrido en Standing Rock fue la batalla más reciente de una guerra contra los indios que nunca termina. Originalmente, se planeaba que el DAPL cruzara el río Misuri arriba de Bismarck, una ciudad cuya población es 90% blanca. Sin embargo, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército lo reubicó para que cruzara río abajo; las razones que adujeron fueron una ruta más corta, menos cruces por el agua y menor proximidad a zonas habitadas. Ahora, el oleoducto cruzaba el río muy cerca de una zona residencial 84% nativa; esto fue por sugerencia no de Dakota Access, sino del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, que incluso llegó a aconsejar a las compañías que financiaban el oleoducto la creación de estudios ambientales que indicaran que no había “riesgos desproporcionados para una minoría racial”. Mis antepasados fueron historiadores tribales, escritores, intelectuales y nacionalistas indígenas tenaces en una época en la que se suponía que los indios no podían ser más que borrachos, estúpidos o muertos. También fueron Protectores del Agua, defensores de los tratados y gente humilde de la tierra, y cuidaron y defendieron a Mni Sose lo mejor que pudieron. Mis antepasados jamás habrían podido imaginar que un día miles, o quizá millones, se movilizarían para defender a nuestra pariente Mni Sose, el río. Hace medio siglo no había protestas masivas contra las represas que aún causan estragos en nuestro río, una historia sobre la cual he hablado y escrito durante más de una década, ante el desinterés del mundo exterior. En septiembre de 2016, mientras marchábamos en una protesta #NoDAPL en Chicago, cayó una llovizna. —¡Dime cómo se ve la profecía! —entonamos. —¡Así se ve la profecía! Y sí era una profecía. Hablaba de Zuzeca Sapa, la Serpiente Negra que se extendía sobre la tierra y ponía en peligro toda la vida, comenzando por el agua. Desde su cabeza, o sus muchas cabezas, escupiría muerte y destrucción. Zuzeca Sapa es el DAPL, y todos los oleoductos que violan el territorio indígena. Pero aunque la Serpiente Negra presagia la ruina, también presagia una resistencia histórica y el resurgimiento de historias indígenas que no se han visto en varias generaciones. Para proteger a Unci Maka, la Abuela Tierra, pueblos indígenas y no indígenas tendrán que unirse para repeler a las fuerzas que la destruyen: el capitalismo y el colonialismo. Sin embargo, los profetas y las profecías no predicen el futuro ni son ocurrencias místicas y desligadas de la historia. Simplemente son diagnósticos de los tiempos que vivimos, y visiones de lo que tenemos que hacer para liberarnos. En el pasado, la juventud seguía los consejos de los ancianos indígenas; pero en estos tiempos proféticos, son los viejos quienes siguen a los jóvenes líderes del movimiento #NoDAPL, entre ellos Zaysha Grinnell, Bobbi Jean Three Legs, Jasilyn Charger, y Joseph White Eyes, quienes llevaron al mundo el mensaje de la Serpiente Negra en carreras de relevos de 1,500 kilómetros entre abril y julio de 2016. Para Oceti Sakowin, profecías como la de la Serpiente Negra son teoría revolucionaria, una manera de ayudarnos a pensar en nuestra relación con la tierra, con otros seres humanos y no humanos, y con la historia y el tiempo. Pero las nociones indígenas del tiempo consideran que el presente está completamente estructurado por nuestro pasado y nuestros ancestros. No hay separación entre pasado y presente, lo cual significa que un futuro alternativo también está determinado por nuestro entendimiento del pasado. Nuestra historia es el futuro. Conceptos como el de Mni Wiconi, “agua es vida”, podrán ser nuevos para algunas personas, pero al igual que la nación a la cual pertenece el concepto, Mni Wiconi antecede a imperios de supremacía blanca como los Estados Unidos, y continúa existiendo a pesar de ellos. Los manifestantes se llamaron Protectores del Agua porque no sólo estaban en contra de un oleoducto, sino que defendían algo más grande: la continuidad de la vida en un planeta asolado por el capitalismo. Esto reflejaba la filosofía lakota y dakota de Mitakuye Oyasin, que significa “todas mis relaciones” o “todos estamos emparentados”. Los Protectores del Agua dirigieron el movimiento con disciplina, con lo que los lakotas llaman woceyike, que significa “honrar las relaciones”. Para el mundo exterior, esto tiene el aspecto de “orar”, fumar la canupa o pipa sagrada y ofrendar tabaco, ceremonias y canciones a la vida humana y no humana. Para Oceti Sakowin, Mni Sose, el río Misuri es uno de estos parientes no humanos; es hembra, está viva, y es parte de Mni Oyate, la Nación del Agua. No es propiedad de nada y, por tanto, no puede ser vendida ni confiscada (¿cómo se vende a un pariente?). Y proteger a nuestros parientes es parte del acto de practicar el parentesco y ser un buen familiar, o wotakuye, lo cual incluye protegerlos de la amenaza de contaminación proveniente de un oleoducto; en otras palabras, de la muerte. Esto también conllevaría la muerte de Oceti Sakowin y sus parientes no humanos. De este modo, el grito de guerra “Mni Wiconi” es también una afirmación de que el agua está viva. Josephine Waggoner, historiadora hunkpapa, ha sugerido que la palabra mni, “agua”, es una combinación de las palabras mi, “yo”, y ni, “ser”, lo cual indica que también contiene vida.
Mni Wiconi y estas formas indígenas de relacionarse con la vida humana y no humana existen en oposición al capitalismo, que transforma a humanos y no humanos en mano de obra y mercancías para la compraventa. Estas formas de relacionarse existen también en oposición al hermano gemelo del capitalismo, el colonialismo, que pide la aniquilación de los pueblos indígenas y sus parientes no humanos. Esto es distinto de la noción romántica de los pueblos y culturas indígenas, popular entre los no nativos, y que ha sido fortalecida por disciplinas como la antropología, la cual nos ha arrebatado un futuro viable al atraparnos en un pasado que nunca existió. En los últimos dos siglos, ejércitos de antropólogos, historiadores, arqueólogos, aficionados y saqueadores han atracado los cuerpos, conocimientos e historias indígenas, del mismo modo que otros han saqueado las tierras y recursos indígenas. Sus historias indígenas distorsionadas y mal interpretadas son irrelevantes y extrañas para los pueblos reales, y los despojan de su poder. La resistencia indígena se nutre de una larga historia que se proyecta hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Mientras los historiadores tradicionales interpretan el pasado, los historiadores indígenas radicales y los guardianes del conocimiento indígena buscan cambiar el presente colonial e imaginar un futuro descolonizado al reconectarse con sitios e historias indígenas. Para que esto ocurra, las prácticas suprimidas deben abrir una grieta en la historia.
Fragmento editado de Nick Estes, Our History Is the Future, Verso Books, Nueva York, 2019.
Imagen de portada: Fotografía de Joe Brusky, 2016. CC BY-NC
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En inglés “Black Friday”; es el día que se inaugura la temporada invernal de rebajas en muchos establecimientos comerciales. ↩