“Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, escribió Tolstói en Ana Karénina, creando así una de las primeras páginas más emblemáticas de las letras universales. Infeliz quizá sea un término excesivo para hablar de la familia y la infancia de Miriam Toews pero, sin duda, el recorrido de la escritora ha sido turbulento y, a diferencia de su hermana y su padre, que no pudieron llegar a una salida del laberinto, ella encontró en la literatura un lugar donde organizar y procesar el dolor. Sin embargo, Toews no es una autora de libros autobio gráficos en el sentido tradicional del término: ha utilizado aspectos de su vida para construir ficciones sólidas, en la tradición anglosajona de la novela de personaje. También compuso novelas basadas en hechos leídos en el periódico, con las que transita la frontera que separa la ficción de la realidad. Nació en 1964, se crio en una comunidad menonita y actualmente vive en Toronto.
En Pequeñas desgracias sin importancia, narraste la relación entre dos hermanas; una pianista, la otra escritora. ¿Qué elementos definen una relación como esa y por qué un vínculo así es distinto a otros?
Hay una especie de taquigrafía emocional y conversacional entre dos hermanas mujeres. Al menos así ocurrió entre mi hermana y yo, y los personajes de este libro son, sin duda, versiones de nosotras. Nos conocemos íntimamente, venimos del mismo lugar, podemos terminar la frase que empezó la otra, nos reímos de los mismos chistes y nos enojamos por las mismas injusticias.
Además, se trata de dos artistas.
Sí, supongo que tocar el piano —componer para piano— y escribir libros son vertientes de una misma raíz: una vida interior salvaje que necesita ser organizada, expresada y transformada en arte.
El libro lo escribiste algunos años después de la muerte de tu hermana. ¿Cuáles eran tus procesos emocionales en ese momento? ¿Fue difícil, divertido, complejo?
Todo eso: difícil, divertido, complejo. Me imaginaba a mi hermana leyendo por encima de mi hombro mientras yo escribía, asegurándose de que los chistes fueran graciosos de verdad, que los pasajes duros fueran realmente honestos y que el tono fuera el correcto.
¿Leía lo que escribías?
Siempre fue mi primera lectora. Sus expectativas eran altas y no se andaba con rodeos ni eufemismos a la hora de criticarme. Hubo momentos, luego de su muerte, en los que pensé que nunca más iba a volver a escribir. No tenía sentido para mí hacerlo si ella no lo iba a leer. De cierto modo, toda mi escritura fue siempre para ella.
¿Quién más lee lo que escribís antes de que se publique?
Por lo general termino un borrador completo antes de permitir que alguien lo lea. Me da miedo perder el ímpetu y la confianza en mí misma si dejo que otras personas comenten lo que estoy escribiendo cuando todavía está en proceso; empezar a preocuparme por el qué dirán y tener que recuperar mi ya de por sí inestable autoestima literaria a mitad de un proceso tan delicado como la escritura de un libro. Una vez terminado, se lo puedo dar a mi marido, si quiere leerlo, pero normalmente se lo paso a mi agente. Platicamos e incorporo algunos cambios después de su lectura. Por último, el manuscrito llega a mi editora y vemos si lo quiere publicar.
Y de las cosas que te comentan tu agente, tu marido o tu editora, ¿qué observaciones te sirven más? ¿Las estructurales, las estilísticas, las temáticas?
Las estructurales, sin duda. Dedico mucho tiempo, meses y años, antes de sentarme a teclear, pensando en qué tipo de estructura utilizar para aquello que estoy a punto de escribir.
Al igual que tu hermana, tu padre (sobre el que también escribiste un libro) se suicidó. Tras sobrevivir a estos episodios tan terribles, ¿tenés alguna conclusión personal respecto del misterio del suicidio?
He pasado muchísimo tiempo —y es posible que pase el resto de mi vida— tratando de entender por qué alguien se quita la vida. También intento respetar esa decisión y vivir con ella. Ambos vivieron la mayor parte de sus días bajo la agonía de una enfermedad mental, y los dos descubrieron cómo terminar con ese dolor. Esperaban que nosotros, como familia, los perdonáramos. En el fondo, no buscaban perdón sino comprensión. Es horrible que tuvieran que morir solos y violentamente. Pero entiendo cómo fue que tomaron esa decisión.
En Ellas hablan, recogiste una historia estremecedora: muchas mujeres fueron violadas en una comunidad menonita boliviana entre 2005 y 2009. ¿Cómo recibieron ese texto en la comunidad en la que te criaste?
Me sorprendió lo bien acogido que fue en mi comunidad menonita. No por todos, claro. Siempre habrá quienes estén enojados conmigo; suelen ser hombres que se preguntan por qué elijo exponer estos “aspectos negativos” de la comunidad. Estoy acostumbrada a esa desaprobación.
¿En qué sentido?
A las mujeres se nos enseñó desde un principio a no escribir novelas críticas y a no usar nuestras voces para el cambio, sino a permanecer en silencio y a someternos a los hombres y a Dios, cosas así. Dicho esto, ahora hay personas en la comunidad menonita que entienden y aprecian el hecho de que tomemos conciencia de las cosas que ocurren y, de esta forma, podamos abrir nuestras mentes y nuestros corazones al cambio.
Esa novela tuvo una adaptación cinematográfica muy exitosa. ¿Qué te ocurre como autora cuando un libro tuyo pasa al cine? ¿Sentís que tenés que acompañar el texto o lo podés soltar con facilidad?
Sarah Polley me mantuvo informada del proceso. Conversamos sobre los diversos borradores de su guion, el casting y muchos detalles de la puesta en escena, el vestuario y la música. Hubo decisiones que se vio obligada a tomar que yo no habría tomado. Después de todo es una producción de Hollywood, pero al final creo que hizo un gran trabajo. La respuesta es sí: fue fácil soltarlo, dejarlo ir.
¿Tenés rutinas fijas de escritura?
Escribo durante unas horas por la mañana. Tomo notas a cualquier hora del día o por la noche, pero me siento a trabajar por la mañana, en un pequeño escritorio en el dormitorio de invitados. En la casa siempre hay mucho ruido —somos cuatro generaciones viviendo bajo el mismo techo—, así que literalmente tengo que labrarme tiempo para mí, conseguir mi espacio y mi soledad.
¿Y cómo sos como lectora? ¿Lees un libro a la vez, varios al mismo tiempo?
Solía leer un libro a la vez, pero ahora que me estoy haciendo mayor y el tiempo se acaba, jaja, tengo varios abiertos simultáneamente. ¡Hay tantos libros que quiero leer! Si pudiera pasar los próximos veinte años de mi vida solamente leyendo, sería feliz.
¿Y lees libros que se relacionan con lo que estás escribiendo o que te sirven para escribir mejor tu manuscrito en proceso?
Sí, libros que podrían ayudarme con lo mío, o inspirarme, o que en general abordan los mismos temas o tienen las mismas estructuras que el que estoy trabajando, pero los leo antes de empezar a escribir. Cuando ya avanzo en el manuscrito, suelo leer cosas diferentes, como biografías de artistas abstractos o libros sobre payasos. Esta mañana leí La analfabeta, de Agota Kristof, un breve texto autobiográfico sobre su infancia y su huida de Hungría en 1956.
¿Qué es lo mejor y lo peor de vivir en Toronto?
Me encanta vivir en Toronto, es un lugar lleno de vida. Vivimos en el centro. Anoche bajé caminando hasta el lago y me senté en una colina con un grupo de personas que escuchaban a Patti Smith y su banda. Fue increíble. Las cuatro generaciones de mi familia en la casa incluyen a mi madre, mis hijos y mis nietos. Es una especie de sueño. ¡Un sueño caótico! Pero hermoso. Ojalá Toronto fuera un lugar más soleado. Extraño intensamente las praderas, los cielos, el sol, el viento y la gente amable de mi infancia.
Imagen de portada: Mujer leyendo junto a una lámpara de aceite mientras otra toca el piano. Calendario familiar ilustrado de Warendorf, 1901