Al observar un retrato de Nikolái Vasílievich Gógol (1809-1852) nada destaca más que su cabello: oscuro como su capote —según los retratos de Theodor von Möller—, con un corte inusual para la época. Gógol, pues, no sólo innovó en la literatura, sino que se adelantó 80 años a la tendencia capilar femenina del page boy de la década de 1920. Quizá lo segundo que se advierta sean los ojos, pequeños pero penetrantes, anunciando una risa sardónica. O el bigote, no muy prominente pero procurado por su dueño. Acaso la nariz sea menos notable, más allá de la sombra entre su punta y el bozo que impide trazar una frontera. No obstante, la nariz de Gógol era gigantesca según sus retratos y el daguerrotipo de Serguéi Levitski, tanto que ni siquiera se observan narinas. Pero al leerlo es evidente que sí tenía fosas nasales: entreveradamente Gógol vierte múltiples referencias a olores y narices en la mayoría de sus obras, lo que no cualquiera logra olfatear. Lo primero que leí de Gógol fue de hecho “La nariz” (1836), que relata cómo una nariz se desprende de su dueño y cobra vida propia. No es extraño que allí se mencione “nariz” 107 veces. Sin embargo, al leer “La avenida Nevski” (1835), advertí que Schiller (de “bastante gruesa nariz”), al discutir con Hoffman, afirma categórico: “¡no la quiero, no necesito la nariz!” Al terminar la discusión, ebrio, Schiller ruega: “¡No quiero la nariz! ¡Córtame la nariz! ¡Aquí tienes mi nariz!” De no aparecer Pirogov, “Schiller se hubiera cortado la nariz”. No pude dejar de evocar La nariz leyendo esto —y palpar la mía para ver si seguía allí—. Posteriormente leí Roma (1842), descripción abigarrada de la Caput Mundi, donde Gógol vivió. Acaso lo menos notorio al deambular por Roma sean las narices, pero él las halla al final, como si olvidara mencionar un obligado leitmotiv nasal en sus obras tras contemplar Roma embelesado. En Roma hay narices que cuelgan “como un hacha”, otras representan números de la suerte; el Diablo arrastra a Peppe de su nariz por los tejados. Comencé a oler algo raro en todo esto. En “El abrigo” (1842), dejando de lado la gran historia de Akaki Akákievich, hay más narices: unas inhalan rapé, otras son “algo encorvadas sin dejar de ser bellas”. Incluso se dice que el mayor enemigo de las narices de los petersburgueses que ganan menos de 400 rublos al año es una helada punzante, que ataca “de tal forma las narices sin elección de ninguna especie, que los pobres empleados no saben cómo resguardarse”. Metí las narices en otras obras de Gógol. Confieso que leí “Diario de un loco” (1835) buscando narices. Y sí: el protagonista, cuya escritura avanza junto a su demencia, registra en su diario que el 4 de octubre, al recoger un pañuelo, casi embarra la nariz en el parqué. El 12 de noviembre una perra casi le muerde la nariz al acariciarla (¿por qué no la mano?). El 30 de febrero —el protagonista ya perdió la razón en este punto—, en Madrid, dice que las narices viven en la Luna “y por eso mismo nosotros no podemos ver nuestras narices, porque todas se encuentran en la Luna”, temiendo que la Tierra se “siente” en la Luna, “imaginando el tormento que sufrirían nuestras narices”. La frase final de “Diario de un loco” es, por si no era claro, “¿Y sabe usted que el rey de Argel tiene un cono debajo de la nariz?” En “El retrato” (1835) hay tres narices más. En las historias de Mírgorod (1835) circulé “nariz”, “nasal” y “narina” 37 veces, 27 tan sólo en “Por qué discutieron Iván Ivánovich e Iván Nikíforovich”, de 63 páginas —o sea: cada 2.3 páginas hay una “nariz”—. En El casamiento (1842) Tecla le asegura a Ágata que la nariz de Baltasar está “en su lugar” (¿dónde más?). En “El lugar encantado” (1832) aparece un rostro en la montaña que tiene nariz “como odre de fragua”, con fosas nasales tan enormes que “¡al menos puede verterse una cubeta de agua en cada una!” En Almas muertas (1842) gasté más grafito circulando “nariz” que en las anotaciones, pues se lee 55 veces “nariz, “nasal” o “narina”. Sin contar “La nariz”, es el texto con más narices en la bibliografía de Gógol, con un protagonismo singular desde cómo el protagonista, Chíchikov, se suena la nariz (“como trompeta”), hasta personajes cuyo desarrollo gira en torno a ella, como Nozdriov. En la era dorada de la literatura rusa ningún personaje tenía un nombre por casualidad. Nozdriá (ноздря) significa literalmente “narina” y Gógol advierte tempranamente que Nozdriov, el señor Narina, “quizá desempeñe un papel muy importante en nuestro poema”:
Nozdriov no podía permanecer en su casa más de un día. Su fino olfato notaba a una distancia de diez verstas dónde había una feria, con reuniones y bailes; en un abrir y cerrar de ojos se iba allí, disputaba y alborotaba ante el tapete verde, pues tenía pasión, como todos estos individuos, por las cartas. Como ya hemos visto en el capítulo primero, no jugaba muy honradamente, sabiendo muchos trucos y otras astucias, por lo cual a menudo el juego terminaba con otro juego: o le daban una tanda de puntapiés, o bien le trasquilaban sus pobladas y vistosas patillas, de modo que a veces volvía a su casa con una sola patilla y aun ésta bastante rala. Pero su salud y sus rollizas mejillas poseían tanta vitalidad, que las patillas no tardaban en crecerle, y hasta mejor que antes. Y lo más extraño, cosa que sólo puede suceder en Rusia, después de algún tiempo volvía a reunirse con aquellos amigos que lo habían apaleado, y lo hacía como si tal cosa, y tanto él como sus amigos seguían tan campantes.1
Demasiada aventura para un buen olfato. Toda la descripción de Nozdriov surge de cómo percibe un olor. Al sustituir la frase “su fino olfato notaba” por la original, “чуткий нос его слышал” (“su sensible nariz oía”), el cambio es notable. No sólo se deriva de la nariz del señor Narina toda su cotidianidad, sino que además aquélla oía. Su nariz es el sujeto de la oración y del párrafo. La sinestesia acentúa adrede un carácter humano en el cartílago que excede sus posibilidades nasales. Esta alegoría se pierde en varias traducciones, y es en esa expresión de lo ridículo, en los oxímoros y aparentes disparates, donde reside el genio de Gógol. Me dediqué a contar las menciones de “nariz/nasal/narina” en toda la obra original en ruso de Gógol.2 Sin tomar en cuenta “La nariz” (107 menciones), restan 189 menciones de narices repartidas en 25 obras por 11 años (1831-1842); en promedio, 7.5 menciones por texto. Sorprende que casi toda obra de Gógol, sea de 15 o 500 páginas, tenga más de una nariz bien descrita. Es indudable su problema con las narices. ¿Era una fijación ante la largura de la suya?
Otro escritor ruso, Vladímir Nabókov, se percató del misterio nasal en su estudio Nikolái Gógol (1944). El libro comienza con la escena de muerte de Gógol el 21 de febrero de 1852: inanición inducida por un sacerdote charlatán, depresión —había quemado desesperado la segunda parte de Almas muertas— y un médico que le introdujo sanguijuelas (¿dónde más?) ¡por la nariz! en su lecho de muerte, anécdota que usa Nabókov para examinar narices en la bibliografía. Por él sabemos que Gógol podía tocarse la punta de su nariz con el labio inferior y que escribía sobre ella en sus cartas.3 Para Nabókov, lejos de una asociación fálica con la nariz —que algo tendrá de verdad—, el leitmotiv nasal era común en ese tiempo, una forma de satirizar y mostrarse “particularmente ruso”. Como afirma Víktor Vinográdov, en la década de 1830 era usual el tropo nasal en la prosa rusa, incluso con nombre propio: “nasalogía” (nosologuia). El número 72 (9 de septiembre de 1831) del Russkii Invalid incluye un chiste francés, “La nariz”, la “confesión tragicómica” de un hombre “cuya colosal nariz desviaba la atención de cada detalle de su rostro”.4 Apareció un año antes de que Gógol escribiera “La nariz” —publicada en 1836—, cuando ya describía narices. De hecho, se repite el chiste en “Moría un farol” (1832), que describe la nariz de un personaje como “continuación de sí mismo”. Incluso Nikolái Chernyshevski dijo que “La nariz” de Gógol aludía a “un conocido chiste”.5 Vinográdov también cita literatura extranjera coetánea de Gógol como posible influencia, por ejemplo, Elogio a la nariz de Heinrich Zschokke (traducido en 1831 en Moldá, suplemento de la gaceta Teleskop), que resalta la importancia de la nariz y el efecto tragicómico de perderla. En 1832, también en Russkii Invalid, se publicó “Panegírico a la nariz” de V. I. Karlhof, que describe cómo “con la pérdida de la nariz se pierde la dignidad humana”,6 moraleja de La nariz de Gógol, y en 1835-1836 apareció Mullá-Nur de Aleksandr Bestúzhev “Marlinski”, con metáforas nasales importantes.7 Influencias tempranas sobre estas obras podrían ser The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman (1759-1767; publicado en Rusia en 1804-1807) de Laurence Sterne y Hajji Baba (1824-1832) de James Morier, donde ya hay sátiras nasales.8 Es mucha coincidencia la aparición de estos textos en gacetas rusas al tiempo que Gógol mencionaba ya narices por doquier. Esta fijación merece respuestas nada fáciles. Simon Karlinsky insinuó que Gógol era homosexual y, por ende, cada nariz tiene asociación fálica.9 Acaso vivía acomplejado con su larga nariz y disolvió el trauma en la nasalogía de su tiempo adaptada a su obra. Como sea, el genio de Gógol es único. La nariz ha sido elogiada por muchos, desde Aleksandr Pushkin hasta Dmitri Shostakóvich, quien le hizo justicia en su primera ópera, La nariz (1928). Andréi Biély, en su obra maestra Petersburgo (1913), hace clara referencia a las narices de Gógol en tres párrafos distintos. Cito el primero:
Pasaban rápidamente los rostros ensimismados; murmuraban las aceras y hacían resonar las pisadas; arrastraban sus chanclos los transeúntes; navegaba solemne una nariz mezquina. Desfilaban narices en gran cantidad: narices aquilinas, de pato, de gallo, verdosas, blancas; desfilaba por aquí incluso la ausencia de toda nariz.10
Una década después, Yevgueni Zamiatin describió de manera similar, gogoliana, varias narices en Nosotros (1921), que cobró fama como antecedente directo de las obras más aclamadas de Aldous Huxley y George Orwell, Un mundo feliz (1932) y 1984 (1949), donde un Estado totalitario dirige casi todo y los seres humanos son piezas indistinguibles entre sí. Zamiatin, en obvia referencia a Gógol, sugiere que en el futuro distópico lo único que distingue a una persona de otra es la nariz y que incluso eso debe igualarse:
Con una brusquedad inusual para mí dije: —Nada de “por desgracia”. La ciencia progresa, y es evidente, si no ahora, dentro de cincuenta o cien años… —Hasta las narices serán iguales… —Sí, las narices también —yo ya casi gritaba—. Desde que haya un motivo para la envidia… Desde que yo tenga la nariz achatada y otro la tenga… —Bueno, si es por la nariz, la suya es incluso “clásica”, como se decía antiguamente.11
Gógol, al igual que Pushkin, murió como uno de sus propios personajes: de forma ridícula y triste a la vez. Es muy revelador que las sanguijuelas que devoraron su nariz en sus últimas horas de vida terminaran por matarlo: como si no pudiese vivir sin ella. Distraído en la magnífica prosa gogoliana, en la sátira implacable y en la exposición de la existencia mediocre e irrisoria de sus personajes, el lector de Gógol quizá no advierte la constante nasal en su obra. No deja de ser curioso que pocos se hayan percatado de ello, pues quien lea a Gógol tiene esa constante, literalmente, ante sus narices.
Imagen de portada: Francis Bacon, Tres estudios para el retrato de George Dyer, 1964
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Nikolái V. Gógol, Las almas muertas, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2007, pp. 115-116. Las cursivas son mías. ↩
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Todo el material puede consultarse en la Biblioteca Electrónica Fundamental en línea (feb-web.ru), que cuenta con ediciones originales comentadas, bibliografía completa y la historia de cada obra de cualquier escritor ruso. ↩
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Vladímir V. Nabókov, Nikolai Gogol, Penguin Books, Nueva York, 1971, pp. 1-5. ↩
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V. Víktor Vinográdov, “Naturalisticheskii grotesk. Siuzhet i kompozitsiya povesti Gogolia ‘Nos’” en Poetika russkoi literatury. Izbrannye trudy, Nauka, Moscú, 1976, p. 7. ↩
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Ibidem, p. 5. ↩
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IIyia Reiderman, “Gogol kak postmodernist”, Doksa. Zbirnyk naukovyj prats z filosofii ta filologuii, vol. 10, Universidad Nacional de Odesa, Odesa, 2006, p. 138. ↩
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Tatiana Pavlovna Savchenkova, “Russkaya romanticheskaya antropologiya 1830-j gg. i stijotvorenie P. P. Yershova”, Filologicheski Nauki. Voprosy teorii i praktiki, Gramota, Tambov, 2013, p. 142. ↩
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V. Víktor Vinográdov, art. cit., pp. 5-7 y 26. ↩
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Simon Karlinsky, The sexual labyrinth of Nikolai Gogol, Harvard University Press, Cambridge, 1976. Cf. la reseña de John Fennell en Russian Review, vol. 36, no. 4 (1977), pp. 526-528. ↩
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Andréi Biély, Petersburgo, trad. de Rafael Cañete Fuillerat, Akal, Madrid, 2009, p. 26. ↩
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Yevgueni Zamiatin, Nosotros, traducción de Alejandro Ariel González, Hermida, Madrid, 2016, p. 16. ↩