Para la ideología racista del colonialismo interno, nosotros, los indios, somos el epítome del atraso, es decir, los sin cultura. Uno más de los nadies, de Eduardo Galeano. La política indigenista panameña está diseñada con la fórmula genocida española: muerte al indio. Sólo que esta masacre no es de orden físico (aunque se produzca de tiempo en tiempo), sino espiritual, y se maneja con parámetros paternalistas. El paternalismo es la expresión más animalesca del racismo. Panamá, como todos los países iberoamericanos, a partir de la década de los cuarenta empezó a servirse de una semántica completamente colonialista. A las pintadas de “civilización y cristianización”, grito de guerra heredado de la genocida madrastra patria, España, se les yuxtapuso “asimilación, aculturación, integración, incorporación”. A la fuerza ni los zapatos entran. Sin embargo, ninguno de estos hechos sociales se explica sin su contrario. Según algunos teóricos de la antropología cultural, la asimilación ocurre durante los contactos que se dan entre las “culturas iletradas” y la “civilización”. Es preciso subrayar que la palabra asimilación se deriva del latín, asimilare (“simular, fingir, aparentar, hacer semejante, imitar, copiar”). Hay que recalcar y saber que cada pueblo tiene su propia cultura, así sean pueblos ágrafos o letrados. Pero cuando una nación es asimilada por otra, comienza a reproducir en su seno la cultura ajena y se ve obligada a hablar otro idioma (caso común entre los dules escolarizados), entonces la cultura recipiente, según Mello Mourão: “practica un fraude contra su propio espíritu y contra su propio destino. No se navega en el mar de la historia a bordo de una cultura ajena. Cada cual debe construir su propia nave”.1 Allí le ocurre al asimilado lo que dice Voltaire del francés que, dejando el mundo rico de su cultura, llega a Londres para encontrar un mundo vacío. Según Nietzsche, la lucha por la creación del valor la constituía la cultura y considerando, además, que ésta es la conciencia que tiene el hombre de su hogar histórico, no en vano vimos que los dules denominaron a su patria Dule Nega, que traducida significa “El hogar del hombre”. Por otra parte, el verdadero nombre del indio guna es dule, es decir, gente, persona, ser humano, hombre; además de ello, somos conscientes de que cada una de nuestras naciones se autodenomina asimismo como pueblo, nación, gente, persona; y dule significa todo esto. Gunasdule, por otro lado, es el “hijo de mamatierra”, de allí que tengamos las siguientes equivalencias:
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Dule Nega: el hogar o santuario del hombre.
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dule masi: la comida del hombre (comida típica del dule).
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dule gaya: el idioma del hombre (el idioma dule).
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gunasdule: el hijo u hombre de la tierra.
Mientras para Marcuse “podríamos definir la cultura como un proceso de humanización”; para Kierkegaard se trataba del ciclo que recorre el individuo “para alcanzar el conocimiento de sí mismo”. Es fácil de entender el proceso mediante el cual el mal llamado indio guna se ha enfrentado con su propio ser para autodenominarse dule, y por ello acuñó el dule daed o la cultura de la gente, que es sinónimo de anmar daed (“nuestra cultura”); en otras palabras, pueblo dule significa pueblo con cultura. En este sentido, los dule no se diferencian absolutamente en nada de los griegos, para quienes los otros pueblos eran bárbaros, o sea extranjeros, y por la sencillísima razón de que, al no hablar griego, carecían de cultura y, por tanto, eran bárbaramente incultos. No hay etnocentrismo sin racismo. Ser etnocentrista no es lo mismo que ser narcisista. El ladinocentrismo, heredero directo del coloniaje y del racismo español, es enfermizamente narcisista porque es colonial y practica el colonialismo interno. Por inercia histórica y herencia, el racismo español se aposentó en el corazón del ladinocentrismo y continúa siendo su eco, por lo que, pese a las famosas independencias, el indio y su cultura vernácula aún siguen siendo extranjeros en su propia patria. La semántica hipócrita y redentorista (“ay de vosotros, hipócritas y fariseos”) de las naciones iberoamericanas no es más que el reflejo de su racismo y paternalismo. ¿No está acaso el indio incorporado a su modus vivendi? El ladinocentrismo del colonialismo interno lo único que busca es que el indio deje de serlo y se convierta en un ladino de quinta clase. Pero cuando un hombre nace en el seno de una cultura amenazada, ese hombre tiene el deber moral de pelear por la cultura que lo amamantó desde su más tierna infancia: ésa es una actitud ética y revolucionara. Ser indio y no ser revolucionario es una contradicción ética y racial. Giovanna Benedetti formuló:
cuando una sociedad logra integrar nacionalmente su peculiar conjunto idiosincrático de valoraciones intelectuales y artísticas, tiene la obligación de defender con celo maternal el que otras culturas en expansión no le arrimen sus fronteras tan cerca de las suyas que se le instalen dentro.2
La nación dule ha logrado, pese a cinco siglos de colonización, integrar nacionalmente su peculiar conjunto idiosincrático y, aún más, con ello ha embellecido y engrandecido la gran cultura nacional de Panamá. Sólo para los miopes (no de ojos: de cacumen) del IPAT3 (una de las instituciones del colonialismo interno, cuyas siglas parecerían significar Indios Para Atraer Turistas) a conciencia y de mala fe, los indios somos exóticos. Exótico, en términos de política criolla, se le llama a la ideología comunista satanizada. ¿Cuál será la suerte o la desdicha de una persona que la vez sea indio y comunista? Entre los politicastros y el IPAT lo convertirían en chicha de piña, ya que sería dos veces exótico. Exótico en castellano significa “lo que procede de un país extranjero”. De tal manera que serían exóticos, por ejemplo, Vasco Núñez de Balboa y todos los gamberros que llegaron de España a Panamá. (La madrastra patria es el Estado nacional que ha causado la catástrofe más sangrienta y destructora que conoce la humanidad a través de su historia.) Otro ejemplo: castizamente hablando, la lengua española o el castellano es una lengua exótica, no así los idiomas vernáculos (ngäbere, naso, buglere, dulegaya, emberá y wounaan). Otro más: la religión cristiana, a la luz de la semántica es “exótica”, no así las religiones de las naciones panameñas de raíz.
La alienación cultural es terrible. En una sociedad multirracial, como es el caso de Panamá, pero que no es democrática ni soberana, se entiende por cultura nacional la de la clase dominante y de su etnia, y las otras culturas, las de los pueblos minorizados llegan a ser consideradas como culturas exóticas, tal como lo plantea el IPAT. Es decir, que no se toman en cuenta para la formación de la identidad nacional, porque los valores de una sociedad colonial son valores torcidos. En una sociedad soberana y democrática, las diferentes culturas que conforman el rostro nacional tienen la misma jerarquía y a nadie se le endilga lo de exótico. Pareciera que Panamá, por sufrir tantas invasiones, españolas o yanquis, ha perdido la brújula. Pobre país. Se hace preciso viajar hacia adentro.
En los principios enunciados por Max Scheler sobre la cultura, podemos hablar de las culturas abyayalenses en la medida que sus habitantes reproduzcan ya sea su microcosmos o su macrocosmos total, acuñando en él la presencia de un ser nacional en el tiempo y en el espacio, es decir, en la historia.
La teoría del alemán Scheler puede ser ilustrada con una leyenda dule titulada “Ibelele y sus hermanos”, quienes fueron criados por una rana llamada MūBuna Gwenibdule. Un día, los niños se preguntaron cómo siendo ellos tan hermosos podían ser hijos de una mujer horrible. He aquí, pues, la conclusión a la que llega Scheler: “La cultura es una cultura del ser”.
Tiempo y espacio: la cultura es la conciencia del hombre que mora en un lugar y un tiempo determinados. El íncola es el que se halla en un lugar que le es propio y tiene una conciencia lúcida de él: allí cultiva una existencia que ha de sustentarlo durante toda su vida y la prolonga más allá de ella: su casa, su gente, sus dioses. Una nación es una cultura y forma su propio ser para vivir con su identidad autónoma que llega a ser más auténtica y real en la medida en que más cultiva sus virtudes.
En el caso nuestro en particular, el de los gunasdule, y en general, el de los abyayalenses, nos distinguimos de otros pueblos porque siempre nos autoconsideramos capaces de crear una cultura. En dule gaya, el idioma de los dule, tenemos la palabra daed o más específicamente dule daed, la cultura de la gente, que es lo mismo que decir “la cultura de la nación dule”. Se puede hablar de la cultura de la nación dule sencillamente porque el dule daed es sinónimo de “la nación que tiene cultura”.
Han sido los antropólogos quienes con más tino han definido la cultura; sin embargo, han sido las naciones las que se han posesionado del tiempo y del espacio y han marcado su voluntad de existir mediante el soplo y la floración del espíritu para parir la cultura.
La cultura abyayalense es una realidad. Pero el pensamiento colonial, inculto y bárbaro, y particularmente el colonialismo interno, aberrante y estulto, ha querido borrarlas o negarlas anteponiéndoles una política descivilizatoria como la asimilación, integración, aculturación, y demás términos que hoy gozan de mala fama.
Nota bene: El sueño del gunasdule es llegar a disfrutar de la autonomía de la que carece hoy. Existe una tolerancia por parte del Estado nacional de que los gunasdule practiquen su autogobierno, pero esa práctica no llega a manifestarse plenamente como una verdadera autonomía como la que tienen los catalanes. Nada que ver. Sin embargo, hay que subrayar que cada comunidad de la región se rige por sus propias leyes, conocidas con el nombre de Reglamento interno, que son normas escritas en castellano y que todo comunero debe observar. Igualmente existe otro texto titulado Normas kunas, también redactado en castellano, que es la lengua oficial de Panamá. Este texto es como la constitución de la comarca Kuna Yala y todo gunasdule está en la obligación de respetarlo. Tenemos diputados en la Asamblea Nacional y en la Cámara de Diputados, pero en realidad ellos no nos representan, sino a los partidos políticos en los que militan, y todos éstos tienen dueños oligarcas o burgueses. La región no cuenta con un partido político. Hay un tipo de policía llamada Senafront (Servicio Nacional de Frontera), que goza del privilegio de requisar a toda persona que transita por la región bajo el pretexto de que es para saber si lleva contrabando o drogas. La región parece más bien un Estado policiaco. Repito: estos policías pertenecen al Estado de Panamá. No cabe duda de que nuestro pueblo aspira a la autonomía, lo que no sabemos es cuándo la alcanzaremos y cuándo dejará de ser una autonomía sospechosa, tal como la calificó en cierta ocasión un antropólogo que estudió nuestra cultura y nuestras costumbres.
Fragmento editado de Arysteides Turpana Igwaigliginya, Crítica del gunasdule, Consejo Editorial de la Red de Pensamiento Decolonial, Buenos Aires, 2018; reproducido con una nota bene del autor.
Imagen de portada: Oswaldo de León Kantule, DH Centroamérica sumergida, 2016. Cortesía del artista
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Mello Mourão, G., “A cultura e a cultura brasileira”, Caderno Cinza, vol. 1, núm. 2, Río de Janeiro, 1984, pp. 6-12. ↩
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Giovanna Benedetti, El sótano dos de la cultura, Panamá, Mariano Arosamena, 1984, p. 77. ↩
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El IPAT fue el Instituto Panameño de Turismo. Hoy se llama APT (Autoridad Panameña de Turismo). ↩