…O de cómo no todo tiene respuesta pero nada escapa a una pregunta: un recorrido que intenta acercarse a la deuda que las escuelas tienen con las infancias diversas y con la posibilidad de que crezcan libres.
¿Qué recordamos de nuestra infancia?, ¿de nuestro yo de 2, de 5 , de 8 años? ¿Cómo crecimos?, ¿de qué manera fuimos conociendo el mundo? ¿Cuáles fueron las formas en que aprendíamos?, ¿con quién, con quiénes? ¿A través de qué medios o en qué lugares fuimos construyendo el mundo? ¿Cuántos mundos posibles quedaron sin manifestarse por eso que nos enseñaban? ¿Seguimos aprendiendo?
Suelo volver a mi niña
para no olvidarme
de cómo eran las cosas
cuando acariciaba el mundo,
con toda mi curiosidad
me hacía preguntas
y aprendía.
Hoy veo a mis hijes,
juegan y crean mundos,
y sobre este mundo
me hacen preguntas
que la mayoría de las veces
me dejan sin respuesta;
me enseñan a unirme a su juego
para que mi yo-niña
recuerde
cómo volver a acariciar el mundo
en preguntas.
Crecer es un proceso único e irrepetible, especialmente durante la infancia, una etapa vital llena de aprendizajes y del descubrimiento de todas las posibilidades que el mundo externo —e interno también— tiene para ofrecer. Pero en ese ir aprendiendo entre juegos, rituales propios y hallazgos, las personas adultas se vuelven un filtro ineludible del mundo: esto sí, esto no, ya no me contradigas, péinate, deja esa muñeca y ve con tus primos a jugar futbol, cierra la boca o te aviento la chancla, esto es cosa de grandes, vete a tu cuarto.
Las infancias van aprendiendo como pueden, a partir de lo que los adultos les permiten, habilitan, niegan y acompañan. No hay infancias independientes del mundo de los adultos, por eso, para hablar de que sean libres y diversas, es inevitable conversar sobre la relación que ese mundo establece con ellas: ¿de qué manera acompañamos?, ¿cuán disponibles estamos para cuestionarnos? ¿Cuál es el valor que le asignamos a la visión del mundo de les niñes?
Vivimos en un mundo adultocentrista. Basta con reflexionar: ¿cuántas veces se le consulta a un niño sobre cómo hacer las cosas?, ¿cuánto vale la opinión de una niña?, ¿qué lugar se le da al sentir de une niñe? Pensar la educación para infancias diversas implica articular estrategias emancipatorias que las liberen del reinado invisible del mundo adulto. Y como primer movimiento, como fuerza clave que marca la disrupción de ese orden de poder, aparece la escucha.
Vivimos en tiempos acelerados donde la atención es un recurso finito, escaso, como un mineral explotado a punto de agotarse, casi inexistente. Vivimos ante un bombardeo de información que tiende a crear crisis permanentes, con nuestras miradas sumergidas en pantallas y nuestras cabezas agobiadas, buscando producir para pagar y pagar y pagar y seguir pagando. Y de pronto, las infancias nos sustraen de esa vorágine cotidiana y nos fuerzan a prestarles atención fuera de los modos en que producimos. En su proceso de hacerse un lugar en el mundo, les niñes reclaman que salgamos del remolino diario para entrar en su órbita temporal signada por el juego, el descubrimiento, las frustraciones, la risa sin motivo y el llanto necesario. La escucha atenta se convierte, entonces, en una conexión directa, sin dispositivos de por medio.
¿Cuándo fue la última vez que escuchaste a une niñe? ¿Alguna vez une niñe te hizo cambiar de parecer, te enseñó algo, te hizo dudar? Las infancias nos hablan y es necesario prestarles atención. Y algo tan sencillo como escuchar a les niñes esconde una fuerza revolucionaria: la escucha verdadera (no simulada) supone repensar el mundo en que vivimos, cómo se ordena, se organiza o se fragmenta. Esto tiene la potencia de un oráculo: puede revelarnos dimensiones que no vemos, arrojarnos verdades que no queremos, plantearnos preguntas que ni siquiera vislumbramos.
¿Cuál es la deuda que tiene la educación con las infancias? ¿Cómo podemos enseñarles a les niñes desde un lugar de libertad amorosa? ¿De qué manera podemos pensar la escuela como un espacio de posibilidad para construir otros mundos, en lugar de que sea tan solo una etapa de mera adquisición de conocimientos? ¿Qué saben las infancias que nosotres, les adultes, ignoramos? ¿Qué acciones deben tomar las instituciones educativas para que las infancias crezcan libres y diversas?
Si pienso el gesto materno como escuela inicial, y el ámbito familiar-doméstico como primera instancia de aprendizaje, puedo procurar que mis hijes aprendan desde el afecto, brindarles acompañamiento para construir entendimiento y habitar de la mejor forma el presente. Sé que mis dominios son limitados y aunque yo doy todo por mis hijes, la realidad no es tan amable ni cuidadosa. La socialización también implica transitar las violencias de lo real.
A la hora de pensar la educación como forma de entender y construir el mundo, distintas instituciones sociales —la familia o la escuela— se erigen como maquinarias para perpetuarlo, ponerlo en jaque o transformarlo. Si bien tradicionalmente se ha concebido a las infancias como una población a cuidar y educar, un cambio de perspectiva nos permite empezar a pensarles como sujetos de derecho, aunque la Convención Internacional para los Derechos del Niño ha promovido esta visión desde 1989. Aun cuando existen estos derechos, muchas veces hay que volverse activistas para garantizarlos de un modo efectivo.
La educación en México es un tema complejo, inquietante y difícil de impartir sin importar el lugar físico, económico y cultural en el que nos encontremos: la inclusión es una de las deudas más importantes con nuestras infancias, y debería resarcirse porque históricamente la libertad de estas poblaciones se ha coartado desde un absoluto adultocentrismo.
El filósofo de la educación y pedagogo argentino Carlos Skliar suele reflexionar sobre las instituciones educativas en el presente. Sus pensamientos desmenuzan estos tiempos, caracterizados por nuestros hábitos moldeados por el mercado, como si nuestras vidas se orientaran casi en su totalidad al orden de lo productivo; por eso las escuelas, con sus programas curriculares actuales, se convierten en fábricas de “futuros prometedores”, ofreciendo en realidad contenidos formativos que solo sirven para embellecer un Currículum Vitae con el que buscar opciones laborales. Como personas adultas, pensamos en lo que necesitan aprender nuestras infancias para destacarse en el mercado laboral, pero las preguntas realmente urgentes son: ¿Las escuelas preparan a les niñes para la vida?, ¿qué hay de la dimensión psico-emocional?, ¿cómo podemos hacer para que los valores primen tanto como las habilidades?, ¿de qué manera el aula puede desvincularse del mercado y volverse un terreno para explorar la vida?
Es importante no solo fomentar el desarrollo de habilidades y competencias, sino también considerar las emociones y la salud mental: una educación integral que contemple las múltiples dimensiones de la persona es una necesidad innegable. Quienes enseñan tienen que adaptarse a las necesidades y realidades de las nuevas generaciones y dejar de lado modelos de enseñanza unilaterales que no promueven el pensamiento crítico ni el desarrollo emocional. Es ahí donde la escucha se vuelve motor de transformación y aprendizajes. Sobre todo porque escuchar derriba construcciones heredadas y da lugar a que cada subjetividad se exprese, posibilitando la manifestación de la singularidad, abriéndose a lo múltiple y lo diverso.
Necesitamos escuelas que reconozcan las diferencias y no las estigmaticen; escuelas libres de prejuicios para que cada quien pueda ser y sentir sin temor; donde la expresión individual no sea juzgada y se construya a partir del respeto. Suena utópico, pero la transformación no ocurre sin las ganas de que algo cambie.
La fuerza de lo colectivo me enseñó acerca de la colaboración: sostenernos desde el afecto y unir fuerzas para lograr algo entre muches. En el plano de la crianza, mis amigas-madres son maestras y aliadas; mi familia, faro y horizonte. En el plano de la acción cultural, el vínculo con quienes gestionan desde la convicción por transformar me ha llevado a construir plataformas de sentidos fuera de lo esperado, permitiéndome superar frustraciones e imaginar desde el deseo.
Desde hace años, venimos impulsando junto a otras almas sensibles una colectiva llamada Niñeces Presentes, con el fin de materializar proyectos culturales en torno a las infancias y juventudes, recuperando su rol protagónico a través de talleres, conversatorios, experiencias lúdicas y de creación. Se trata de otra forma de activar la cultura desde el terreno del amor, la empatía y la ternura; siempre teniendo en cuenta una perspectiva de derechos y poniendo la voz de las infancias en el centro.
Y desde ese trabajo, en articulación con la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM y la Cátedra Extraordinaria de Fomento a la Lectura “José Emilio Pacheco”, a partir de 2020 realizamos el Encuentro Internacional de Infancias y Adolescencias Libres y Diversas: una cita anual que se vuelve cada vez más necesaria, en la cual se construye colectivamente para que el mundo gire a favor de las infancias, para que sean ellas las protagonistas de sus propias historias en vez de seguir sujetas al adultocentrismo. En palabras de Bruno Velázquez, coordinador de la Cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos en las Artes:
Es un encuentro que genera diálogos, relaciones de amistad, redes de apoyo, propuestas constructivas y actitudes propositivas basadas en la búsqueda de nuevos aprendizajes y comprensiones.
Este impulso acompaña un movimiento mundial de reivindicación de las infancias para que estas ocupen un lugar digno en la sociedad: las infancias deben crecer libres, sin obstáculos en su toma de decisiones sobre el sentir, el ser y el estar en un mundo que, además, debería permitirles una vida feliz. Entendamos que les niñes no son amortiguadores o muletas emocionales, mucho menos propiedad de sus cuidadores; las infancias sienten, desean e imaginan individualmente, y es por eso que su identidad sexogenérica, su cuerpo y su historia son personales, por lo tanto, debemos respetar su autonomía. Como personas adultas, es nuestra responsabilidad acompañarles desde el respeto; tal como dice bell hooks en su libro Todo sobre el amor:
Amar a nuestros hijos significa reconocer en todo momento, con todos nuestros actos, que no son de nuestra propiedad, que tienen derechos, derechos que deben ser respetados y defendidos. Sin justicia no puede haber amor.
Resuena en mí esa última frase y agradezco que en la más reciente edición del Encuentro Internacional de Infancias y Adolescencias Libres y Diversas tuve la oportunidad de conocer a Gabriela Mansilla, escritora y reconocida activista por los derechos de las infancias travesti-trans, madre de Luana, primera niña trans en el mundo en ser reconocida por el Estado argentino y en recibir un documento según su identidad autopercibida.1 Gabriela, como madre-activista y justiciera, ha luchado contra prejuicios y estigmas, batallando desde lo íntimo-doméstico hasta llevar el amor por su hija y sus convicciones al dominio de lo público, logrando un reconocimiento jurídico que no solo aporta al bienestar de su hija, sino al de una población históricamente violentada. Esta transformación personal, que se vuelve histórica, me inspira a seguir creyendo que nada está dado y todo está por hacer; si ponemos a las infancias al centro, cualquier constructo social puede transformarse para hacer valer sus derechos.
¿De qué manera las instituciones educativas se actualizan, acompañando el tiempo presente? Sobre todo, ¿cómo se construye un entendimiento desde el respeto hacia la diversidad en las infancias? El caso de Gabriela Mansilla puede servir como guía para pensar el cambio de paradigma hacia una educación más inclusiva e instituciones sensibles a la diversidad sexogenérica (entre otras dimensiones que puede encerrar el término diversidad). A través de su Asociación Civil Infancias Libres, Mansilla creó el manual Un mundo donde quepan todes (Chirimbote, 2022), que revisa los abordajes tradicionales sobre educación sexual desde una perspectiva travesti-trans. Esta publicación es clave para entender otras formas de ser, de sentir, de construirse en el mundo; sobre todo, sirve para derribar prejuicios y estigmas. Un claro ejemplo de que la educación todavía puede ser ese terreno donde buscar lo que queremos aprender por el bien de todes. Una escuela no solo enseña, sino que debe seguir aprendiendo. Y en el terreno de la diversidad queda mucho por hacer. Al aprender nos transformamos. Solo es cuestión de estar a favor de nuestras infancias.
Imagen de portada: Bill Harris, Did Anybody Get a Good Look at Faye Rae Especially You…, 1984. Artura.org
Para conocer la historia de Gabriela y Luana puede consultarse el episodio “Yo nena” de Radio Ambulante [N. de los E.]. ↩