Madame Mao contra Buda y Confucio

Escuela / panóptico / Junio de 2023

Samuel Cortés Hamdan

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La Revolución es un drama pasional. Mao Tse-tung


Revolution is a fat funky person. Funkadelic, “Wars of Armageddon”


Se le encomendó una sencilla labor revolucionaria: hacer retroceder del corazón de 700 millones de chinos los milenarios esfuerzos de Buda y Confucio.

​ Años antes del inicio del día más importante de su vida, se sumó a una compañía de actores, militó en las fuerzas comunistas de su país amenazadas por el imperialismo japonés, actuó para el celuloide propagandístico y devino la mujer más influyente de un país capaz de interpelar a la Unión Soviética y a los Estados Unidos.

​ “La Revolución Cultural Proletaria es un levantamiento histórico que cambiará las perspectivas de la cuarta parte de la población mundial”,1 ponderaba hacia su arranque, en 1966, la prensa intestina de una nación entonces gobernada por el guerrillero, filósofo y versificador Mao Tse-tung.

​ Eran los días del Revolver de los Beatles (“Mañana nunca sabes”, calcula ahí dentro John Lennon); de Mafalda aturdiendo a su madre, cansada de lavar la ropa, con interrogaciones sobre un lugar lejano, enigmático y conflictivo llamado la China comunista; del abrumador bombardeo de Estados Unidos para repetir la fórmula de la península de Corea e instalar un gobierno títere en una escindida Vietnam del Sur, proyecto malogrado hasta la reunificación del país en 1975. Eran los años posteriores a la crisis de los misiles que enfrascó, en los albores de la conflagración nuclear, a Kennedy, Castro y Jrushchov; los tiempos limítrofes de una radicalización obligada y promovida por el retiro abrupto de ingenieros y científicos soviéticos de suelo chino, como fruto de las diferencias políticas e ideológicas entre Pekín y Moscú.

Madame Mao, 1976. Dutch National ArchivesMadame Mao, 1976. Dutch National Archives

​ Eran, en México, los días del parto de ese engendro de palabras titulado José Trigo (Fernando del Paso, Siglo XXI, 1966). Y mientras su autor, tallereado por Juan José Arreola y Juan Rulfo, se abría paso entre las voces de la mejor novela latinoamericana, esta mujer era encomendada a endurecer los postulados colectivistas de la Revolución China y a reconfigurar el pensamiento cultural de un gigante mediante el destierro de intelectualidades entendidas como élites viciosas, herederas de un privilegio de clase (también acumulativo de capital cultural para acentuar los goces de la desigualdad).

​ El esfuerzo, en cambio, debía apuntalar una cultura de la solidaridad, del bien común, de la voluntad curtida en el frente de batalla simbólico y polvoso, ideológico y real, de la revolución, que —dicen, nada más— a partir de su triunfo en 1949 abrió un boquete en las configuraciones del siglo XX:

El maoísmo había existido como una corriente, y luego como la tendencia dominante del comunismo chino durante treinta o 35 años. Fue bajo su bandera que las principales fuerzas de la Revolución China libraron la guerra civil más prolongada en la historia moderna y alcanzaron la victoria en 1949, abriendo la brecha individual más grande del capitalismo mundial desde la Revolución de Octubre y liberando a la Unión Soviética del aislamiento.2

​ Tenía 52 años cuando se le encargó ponderar el brillo definitivo de Beethoven y Pushkin entre sus connacionales. Se trata de la tercera o cuarta —no es imprecisión, sino cuestión de perspectiva— cónyuge del camarada Mao —“No ama a Cuba el que no ama a Mao”, propondrá la picaresca caribeña en la lucha por la redistribución del universo político del siglo XX—, con quien se enlazó en 1939.

​ Es Jiang Qing o Chiang Ching o Lan Ping o Li Shumeng o Li Jinhai o Li Yunhe, sintetizada en Madame Mao, dependiendo de a cuál occidental incomprensión de las otredades que son el mundo nos adhiramos para ensayar las aproximaciones.

​ En 1914 nació la que sería la segunda al mando en el Estado que, ya entrados en el siglo XXI, parece ser el próximo nuevo foco del mundo, la primera economía planetaria hacia 2050 y un agente de las provocaciones que, en alianzas estratégicas con Argentina, Brasil, Sudáfrica, Rusia y la India, impulsa la desdolarización de la banca financiera.

​ Desde la provincia de Zhucheng, localizada unos 600 kilómetros al sur de Pekín y relativamente frente al mar Amarillo, que da la cara a su vez a Corea del Sur, Jiang Qing pasó de la adolescencia al comunismo, a la mayor capacidad de influencia sobre la República Popular China, a la defenestración y anatemización, al encarcelamiento, a la pena de muerte conmutada por cadena perpetua, al turbio suicidio por ahorcamiento en prisión.

​ Antes de encabezar la reorientación artística de la patria proletaria para despojar de su aburguesamiento y comodidad a los enquistados en el placer piramidal que les otorgó la poesía como privilegio de clase, una quinceañera inició en 1929 sus andanzas en los criterios de la estética como integrante de una compañía de actores.

​ Debutó con papeles menores en el cine bajo el ala de la compañía de celuloide Diantong, orientada a la izquierda, y con la que surgió otra de sus identidades, Lan Ping. Así aparece acreditada en una cinta de 1935 y dos más de 1937, cuando estalla la guerra sino-japonesa.3 Su primer arresto ocurrió en 1933. El último en 1977, un año después de la muerte de su marido.

​ En 1937 la joven se incorporaría al Central Movie Studio, de gestión gubernamental, para luego sumarse a las filas comunistas de la ciudad de Yenan, donde adquiriría otro de sus nombres, Jiang Qing. Fue por ese entonces, mientras colaboraba como docente de la Academia de Artes de Lu Xun, que conoció a un orador invitado —autodefinido como maestro— de nombre Mao Tse-tung.

​ Dos años después, la docente y el maestro contraerían nupcias, para incomodidad de las dirigencias políticas. Los líderes comunistas aprobaron el matrimonio con molestia dado que la antecesora en el corazón de Mao padecía entonces una hospitalización en Moscú, pero resolvieron el conflicto amordazando a la artista cinematográfica, vetándola de la vida política por las siguientes dos décadas.

​ Diez años después del matrimonio, en 1949, la Revolución China triunfaría con tal elocuencia que orillaría a Estados Unidos a desconocer al gigante asiático como interlocutor, en una necedad política que no se flexibilizaría sino hasta la década de 1970, bajo gestiones de Richard Nixon.

​ Unos años antes del deshielo entre Was­hington y Pekín, en 1963, Jiang Qing cobraría dominio cultural mediante la mezcolanza de motivos proletarios con formas tradicionales del ballet y la ópera para divulgar el pensamiento revolucionario: el germen de la Revolución Cultural.

En los regímenes capitalistas o feudales, la cultura es un privilegio. El hecho de que en los grandes países capitalistas modernos la cultura esté hoy al alcance de fracciones de la población que se extienden más allá de los miembros de la clase dirigente no constituye ningún cambio radical. Existen poderosos obstáculos estructurales e ideológicos que hacen inaccesible la cultura a la gran mayoría de los obreros. Ser culto es gozar de una ventaja que no tiene la mayor parte de la gente,4

dejó anotado, no sin pasión, Jean Daubier, uno de los testigos participantes del proceso que sería incansablemente denostado por los ideólogos de Occidente —entre ellos, por ejemplo, un aliado del dictador Augusto Pinochet blanqueado por la academia y por el premio Nobel: Henry Kissinger— como una aberrante maniobra para enajenar a millones de chinos y “decapitar” a Chopin. Antes de la China comunista, de acuerdo con la publicidad del espectáculo Shen Yun,5 todo fue abundancia, enriquecimiento y jarrones milenarios, hasta que una tropa de cavernícolas enajenados de rojo atentó contra la bonanza del dragón. O eso ladra la danza de las incomprensiones.

​ El camarada Mao —proclamado marxista leninista, cuyo pensamiento político serviría de andamiaje para la fundación del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, a su vez inspirado por un ensayista apasionado de nombre José Carlos Mariátegui— falleció en 1976, y un año después la artista del celuloide propagandístico Jiang Qing caería en la cárcel: de impulsar el destino de toda China pasó a ser el blanco de una campaña de desprestigio que la empaquetaría junto a otros tres maoístas, Wang Hongwen, Zhang Chunqiao y Yao Wenyuan, bajo el mote peyorativo de la Banda de los Cuatro.

​ El 3 de abril de 1977, la periodista Roxane Witke publicaría un artículo en The New York Times, “Un mensaje de la viuda de Mao”,6 que le daba voz en Occidente a la lideresa entonces recién capturada. Juzgada en un proceso público entre 1980 y 1981, Jiang Qing sería condenada a muerte bajo la acusación de promover una confrontación civil durante la Revolución Cultural. Su pena fue conmutada en 1983 por cadena perpetua.

​ Murió en 1991, el año preciso de la disolución definitiva de la Unión Soviética y de la toma de posesión del primer presidente de la Federación Rusa, Borís Yeltsin. El parte oficial indicó suicidio.

Propaganda con la imagen de Madame Mao sosteniendo el *Libro Rojo* de Mao, *ca.* 1966-1976Propaganda con la imagen de Madame Mao sosteniendo el Libro Rojo de Mao, ca. 1966-1976

​ Ya antes de la Revolución Cultural, hacia finales de la década de 1959, Pekín procuró la publicación de ediciones en lenguas extranjeras de los versos de Mao, líricas de a veces no tan sutil reverberancia triunfal en las que se cuestiona la inamovilidad de lo viejo y se llama a la total renovación del mundo y sus mosaicos. “Si la diosa de la montaña aún mora entre nosotros / se sobrecogerá al notar que su mundo ha cambiado”.

​ Hoy, la Madame Mao que gobernó los destinos ideológicos de una cuarta parte de la población mundial tal vez sedimenta su mejor secreto en un único ejemplar que bosteza entre los miles de libros que recogen las bibliotecas de la UNAM. Se trata, precisamente, de un reportaje firmado por Roxane Witke y que, con más de seiscientas páginas, espera ojos lectores entre los estantes del CCH Naucalpan: Camarada Chiang Ching: recuerdos de su vida e historia (R. M. Bassols [trad.], Plaza & Janés, 1980).

Imagen de portada: Propaganda con la imagen de Madame Mao sosteniendo el Libro Rojo de Mao, ca. 1966-1976

  1. VV. AA., La revolución cultural china: Documentos seleccionados y presentados por K. H. Fan, Félix Blanco (trad.), Era, CDMX, 1970, p. 279. 

  2. Isaac Deutscher, El maoísmo y la Revolución Cultural China, José Luis González (trad.), Era, CDMX, 1971, p. 9. 

  3. Guerra que, por cierto, documentaría un homosexual británico, Christopher Isherwood, a su vez autor de la mejor novela sobre el ascenso del nazismo y el desvanecimiento de otro mundo en el siglo de los mundos agonizantes: Adiós a Berlín, publicada en 1939, año de la invasión de Hitler a Polonia. 

  4. Jean Daubier, Historia de la revolución cultural proletaria en China, Jaime Goded y Alejandro Licona (trads.), Siglo XXI, México, 1977, p. 25. 

  5. Reiterada este 2023 hasta el hartazgo vía YouTube. 

  6. “A Message From Mao’s Widow”. Disponible aquí [N. de los E.].