En 1966 el físico Luis Estrada Martínez fue nombrado director del Boletín de la Sociedad Mexicana de Física. Junto con sus amigos Jorge Barojas, Manuel Muñoz, Andrés Palacios, Sergio Reyes y Rebeca S. Juárez de Muñoz, decidió proponer la revista Física en lugar del boletín, y fundó la asociación civil para la divulgación científica H. Lorentz para resolver en forma independiente trámites fiscales y administrativos. Estrada tenía como modelo la revista Physics Today del Instituto Estadounidense de Física. En el comité editorial de la revista mexicana también se encontraban los físicos Juan Antonio Careaga, Jorge Flores y Fernando del Río Haza.
Poco a poco la publicación se hizo más independiente de la Sociedad, hasta que se escindió de ella en 1969 y se robusteció en contenidos y colaboradores. Durante ese año las actividades académicas enfrentaban dificultades para su realización debido al reciente movimiento de 1968; sin embargo, un año después, en 1970, el nuevo rector, Pablo González Casanova (a quien le interesaban mucho los nuevos métodos de enseñanza y las ciencias), creó el Departamento de Ciencias, adscrito a la Dirección General de Difusión Cultural, lo que redundó en que la revista contara con respaldo institucional y se ampliara el espectro de temas científicos abordados en ella.
Luis Estrada había realizado, durante dos años, su investigación doctoral en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y eso transformó su visión de la actividad científica. Se dio cuenta de que se necesitaba difundir el conocimiento científico no sólo para formar mejores profesionales mexicanos, sino que también debía fomentar en ellos una formación cultural más amplia que no estuviera reducida a su especialidad. A la vez, era importante que la población adquiriera más cultura científica, dado que del ciudadano promedio dependen muchas decisiones, tanto a nivel político como en la cotidianeidad, por ejemplo, en lo relacionado con la salud y la alimentación.
Luis Estrada sabía que no sólo en física se estaban haciendo grandes avances, sino también en biología y en química orgánica, por lo que en 1970 Física se transformó en Naturaleza y así se pudieron abordar en la publicación temas de toda la ciencia natural. Además de ser director fundador de la revista, Luis Estrada fue nombrado en 1970 jefe del Departamento de Ciencias de la entonces Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM, y así consiguió un incremento en el tiraje de la revista, por lo que ésta pudo llegar a una cantidad mayor de lectores universitarios y dejó de ser leída sólo por estudiantes de ciencias.
En un inicio la publicación fue mensual y, a partir de 1971, bimestral. Se integraron al consejo editorial Ariel Valladares, Salvador Malo y Servando de la Cruz. En 1975, el Departamento de Ciencias se mudó al número 26 de la calle Comercio y Administración, en la colonia Copilco Universidad. Fue entonces que me integré a su equipo editorial. Tenía veintiún años y era estudiante de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Elena Urrutia, que trabajaba en Difusión Cultural, me dio la opción de que solicitara trabajo en la revista Fem o a Luis Estrada. No es que no me interesara el feminismo, pero la ciencia ha sido desde siempre una de mis mayores pasiones. Fui a ver a Luis y me propuso que realizara trabajos de redacción que tuve que ir aprendiendo. Jorge Barojas, que estaba muy interesado en el cambio climático y otros temas ambientales, me hacía leer, traducir y resumir artículos de La Recherche sobre la revolución verde y los daños ecológicos de nuestros sistemas de producción. No tenía mucha idea de lo que estaba haciendo, es más, no escribía bien, pero me empeñaba en cumplir con lo que me encomendaban.
En 1976, el físico y escritor Fernando del Río Haza asumió la jefatura editorial de la revista y fue él quien me enseñó el trabajo que llevaría a cabo durante años. Se había doctorado en Estados Unidos, por lo que su idea de la edición era similar a la que se hacía en las publicaciones científicas estadounidenses. Encargaba los artículos a especialistas, pero Fernando sabía que muchos de ellos no tenían experiencia escribiendo ni tampoco tenían cultura literaria, así que reescribía los artículos junto con los autores, pidiéndoles que aclararan conceptos y que utilizaran un lenguaje lo más llano posible. Incluso creó un instructivo para los colaboradores. Al principio yo no sabía hacer ese trabajo, pero con la paciencia de Fernando, y entre ensayo y error, llegué a lograrlo. Recuerdo un artículo sobre el blanqueamiento de los corales al que Fernando le hizo muchísimas correcciones. Y fue precisamente con sus correcciones que aprendí no sólo a editar, sino a escribir. Estas tareas colaboraron en mi formación como poeta, porque mi trabajo implicaba un continuo discernimiento sobre el lenguaje.
También participaba en las reuniones del comité editorial, que tenían lugar los martes. Por entonces yo estudiaba filosofía y leía a Kant, y escuchaba a los participantes sin entender mucho de lo que decían. No obstante, esas reuniones en las que casi no podía intervenir me hicieron muy consciente de mi ignorancia y me volvieron más crítica en una época en que las ideologías y ciertas teorías predominaban y oscurecían todo.
Más tarde Luis aumentó mi salario; a cambio, también me ocupaba de todo lo concerniente a la impresión. La revista se hacía en Imprenta Madero y allí aprendí muchísimas cosas referentes al diseño editorial. Era, por cierto, una época de gran efervescencia cultural y acudían a los talleres muchos encargados de importantes publicaciones. Además, ahí trabajaba el mejor equipo de diseñadores que formó Vicente Rojo, y yo tenía oportunidad de convivir con personas que más tarde serían mis amigos; a dos los integraría a la revista: Carlos López Beltrán y Marisela Bracho.
Pero me estoy adelantando un poco. En 1980, Luis, junto con todo el equipo de la revista y otras personas más, fundó el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia de la UNAM, que tenía su sede en Coyoacán. En ese entonces, ocurrió algo que muchas veces he considerado un accidente más que una recompensa meritoria: Fernando ya no quería ser jefe de redacción de Naturaleza y, aunque había muchos científicos que aspiraban a serlo, creo que Luis no quería que el proyecto se le fuera de las manos, pues estaba convencido de que la revista debía ser, ante todo, un bien cultural al servicio de una población amplia. Recuerdo que mi amistad con Luis se estrechó; me hablaba mucho de su idea casi medieval de fundar un lugar donde se cultivara la divulgación de la ciencia por distintos medios y donde personas con diferentes habilidades investigáramos cómo hacerlo. Era una idea novedosa que me maravilló; pensé que más que a la filosofía, quería dedicarme a esto que terminó llevándome a la escritura. Tenía por entonces veintiséis años y al Centro, que finalmente se fundó, se integró un gran equipo. La vitalidad de la conversación, la exposición de ideas, la convivencia y la guía de gente mayor, sabia e intuitiva, contribuyeron a la creación de trabajos espléndidos, como el boletín del Centro, Prenci, realizado por Alejandro Quevedo y Estrella Burgos.
En los ochenta se hicieron grandes descubrimientos, como el del código genético y su ingeniería, hallazgos astronómicos derivados del estudio cada vez más detallado del espectro electromagnético, avances en la física de partículas y en el estudio de la fisiología celular y hallazgos de restos fósiles trascendentes para la humanidad. Comenzaba la integración de todo el conocimiento científico y surgían desarrollos tecnológicos como la computación, los grandes telescopios y la microscopía electrónica. Se empezaron a descubrir datos importantes sobre la atmósfera terrestre y los ecosistemas de la Tierra, así como de las complejas relaciones entre sus seres vivos y la disponibilidad de recursos. El inmenso desarrollo de lo que ahora llamamos IA se gestaba entonces con el diseño de procesadores cada vez más pequeños. Se fueron descubriendo cada vez más aspectos de la evolución de los organismos, del origen de la vida, del comportamiento de los seres vivos y de la anatomía y fisiología cerebral; además, a raíz del sida, se estudiaron más las epidemias.
Naturaleza estaba en contacto con la mayoría de las revistas importantes de divulgación científica que se hacían en otros países y el Centro tenía una gran biblioteca, donde yo trabajaba. Además, la revista contaba con una sección de noticias que dirigieron, en diferentes momentos, Ana Luisa Guzmán, Carlos López Beltrán y Guadalupe Zamarrón. Había otra sección de comentarios sobre distintos temas científicos, incluso desde el punto de vista político, en la que colaboraban Fernando del Río, Ruy Pérez Tamayo y Salvador Malo. Fernando tenía una columna titulada “León Máximo”, que era muy divertida y estaba bien escrita.
Se publicaban tres artículos por número. Hubo una serie maravillosa, asesorada por Servando de la Cruz, sobre cada planeta del sistema solar, sus atmósferas y elementos. Manuel Robert publicó varios artículos sobre biología molecular. Francisco Bolívar escribió sobre su logro al producir insulina artificial. Hubo textos sobre tectónica de placas, volcanes, termodinámica, neutrinos, radioastronomía, el observatorio de San Pedro Mártir, el microscopio electrónico de la UNAM, los temblores, la erupción del Chichonal, la tabla periódica de los elementos, el teporingo o conejo de los volcanes, las tortugas marinas que desovan en las playas de Oaxaca, los pájaros bobos, la enfermedad de Chagas, las mujeres científicas. Luis mismo redactó un artículo de física, “Del trompo y su proceder”, que ilustró a lápiz de una manera excelente porque, además, pintaba y dibujaba. Por mi parte, escribí un artículo sobre el descubrimiento del fósil de Australopithecus afarensis, Lucy, llamado así en honor a la canción de los Beatles. Completaba la publicación una sección dedicada a los problemas ambientales, a cargo de Carlos Vázquez-Yanes y otra de fotografía científica a cargo de Agustín Estrada.
En total, se publicaron en Naturaleza alrededor de 375 textos, pero todo lo bueno se acaba y sucedió que quien estaba a cargo de la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM en el periodo 1987-1988 no quería que la revista estuviera ligada a la asociación civil H. Lorentz. Luis Estrada consideró que esto daría pie a que distintos grupos intentaran apropiarse de la revista, alejándola así del proyecto original. Buscó financiamiento para editarla de forma independiente, pero no lo consiguió porque eran momentos de crisis económica. Así, se hizo aún más difícil hacer funcionar la revista con el personal adscrito al Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia ocupado en otras cosas. En estas circunstancias, y dado que yo era la jefa de redacción, mi trabajo ahí terminó, aunque después, en distintas épocas, he seguido trabajando en la redacción y traducción de textos de divulgación científica.
Imagen de portada: Portada de la revista Naturaleza, noviembre de 1970. Fotografía de Javier Narváez.