No sorprende que Susan Sontag eligiera referirse, en su discurso de recepción del Premio Jerusalén, a la “conciencia de las palabras”. Las palabras, sugiere, no son mero material de trabajo: no son ladrillos neutros, cemento transparente, herramientas sin resonancias. Son sobre todo portadoras de múltiples significados que sirven para construir realidades. En ese discurso se pregunta Sontag a sí misma, y le pregunta a todo un auditorio de israelíes, qué significado se le atribuye a la palabra p a z. O shalom, que es también saludo y despedida, que en inglés es peace. Que en castellano tiene apenas tres letritas, pienso yo, como en hebreo, una lengua que se escribe sin vocales. Shin. Lamed. Mem. De derecha a izquierda. Vuelvo a Sontag que se pregunta o les pregunta y en su escritura nos sigue interrogando, a nosotros, a mí, por esa palabra que tantos intelectuales israelíes han debatido a lo largo de décadas. ¿Qué se quiere decir con paz? “¿Queremos decir ausencia de conflicto? ¿Queremos decir olvido? ¿Queremos decir perdón? ¿O queremos decir un enorme cansancio, un agotamiento, un vaciamiento del rencor? Me parece”, continúa Sontag con severidad, “que lo que la mayor parte de la gente quiere decir cuando dice paz es victoria. La victoria de su lado. Eso es lo que significa para unos, mientras que la paz para los otros significa derrota”. Y luego continúa diciendo —imagino a una Sontag impasible, una Sontag que levanta su rostro ya arrugado, sus pesados párpados, sus ojos negros, y mira al público entre las mechas de su pelo entrecano y a pedazos enteramente blanco, una pensadora evaluando la reacción de ellos mientras pronuncia estas preguntas acusatorias—, que aunque la paz es, en principio, deseable, si implica la renuncia a demandas legítimas, si es una paz a costa de la justicia, entonces lo más plausible es que ocurra la confrontación bélica. Y se atreve a decir, también, ante su auditorio israelí, que nunca habrá paz de la verdadera, de la que no supone vencedores y vencidos, de la que no exige sumisión, si no se detienen los asentamientos. Paso las páginas al final de su discurso y confirmo que la ceremonia estaba teniendo lugar en plena intifada,1 un segundo levantamiento que todavía estaría en curso a la muerte de Sontag. Y como si le estuviera dando apoyo, a través del tiempo y de los mares, como si se tratara de una conversación entre dos enormes fantasmas, un militar prusiano de hace siglos le da la razón a esta pensadora de lo contemporáneo. “Victoria”, dice Carl von Clausewitz, “es la creación de una realidad política mejor”. Eso sería una victoria. No la conquista, no ganar todas las batallas pero nunca la guerra, recuerdo que decía uno de los directores de la Shin Bet: cuatro bombardeos a Gaza en doce años no han posibilitado una mejor realidad política para nadie.2 Una realidad de paz que no implique derrota, en la que no se avizoren turbulencias futuras. Porque ni la paz ni la victoria pueden lograrse por medios militares. Una paz victoriosa sólo puede construirse desde la libertad y la confianza mutua.
Fragmento de Palestina en pedazos, Penguin Random House, 2021.
Imagen de portada: Aldo Jarillo, Cruje / germina / florece, 2024.
La segunda intifada (28 de septiembre de 2000-8 de febrero de 2005) fue un levantamiento palestino contra la ocupación israelí que, entre otras cosas, desencadenó la visita del político judío Ariel Sharon a la explanada de las mezquitas en Jerusalén. Como consecuencia, se intensificaron las tensiones y las reacciones violentas de ambas partes: hubo incursiones militares, bombardeos y atentados suicidas. ↩
El Shin Bet es uno de los tres servicios de inteligencia israelí, siendo los otros dos el Mossad y el Aman. Entre sus funciones se encuentra proteger al país de amenazas internas de terrorismo y espionaje. ↩