periódicas Alturas MAR.2025

Verónica González Laporte

La dama de Jalisco

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Está hincada sobre la mesa de mármol. Y tiene abiertos los dedos de sus pequeñas manos, pegadas a sus brazos cortos. Así fue creada, para que, al ser enterrada junto a su dueño, no se le rompieran las extremidades. También para facilitar su transporte. Un paño atado a la cintura le cubre el pubis, sostenido por un hilo entre las nalgas, igual al que usan las chicas en las playas de Ipanema. En su seno derecho, una sombra de ceniza dejó la huella de su caricia. Su vientre de barro modelado, liso y rojizo, acusa la pátina del tiempo. Sobre los hombros le brotan diversas pústulas. A primera vista podría pensarse en una extraña enfermedad cutánea, pero, al observarla con detenimiento, se percibe que las burbujas a punto de reventar están bien alineadas y siguen un patrón. Son escarificaciones, un tanto más oscuras que el resto de la piel, hechas a partir de inserciones de pedazos de cerámica o de piedritas. Lleva pulseras en los brazos, grandes aretes redondos y un elaborado tocado cónico decorado con pastillaje, accesorios que indican su elevada posición social.

​ La figura proviene del actual estado de Jalisco y pertenece a la cultura de Tala-Tonalá, que legó dos sitios arqueológicos importantes en esa zona, siendo esta última reconocida por su tradición alfarera. Me pregunto, mientras volteo al derecho y al revés la estatua de unos cuarenta centímetros, si esta representación de mujer fue hecha entre los años 300 a. C. y 600 d. C., es decir, entre el Preclásico Tardío y el Clásico Temprano, o apenas hace unas décadas. Fue sepultada, sin duda; el estado de la terracota lo atestigua. Pero, ¿con qué fin? Pudo ser dentro de una tumba de tiro, cavada en el tepetate, varios metros bajo tierra, para acoger diversos cuerpos. En esa matriz simbólica habría sido parte de una ofrenda a difuntos de alcurnia y para acompañar su viaje a la eternidad, entre instrumentos musicales, vasijas con comida, conchas, braseros y metates. También pudo ser enterrada un buen rato como un artilugio para hacerla pasar por verdadera.

Einar y Jamex de la Torre, Ya sabritas, 2014. Cortesía de De la Torre Brothers Art.

​ Saquear una sepultura es romper con la narrativa, una palabra en boga que en este preciso contexto tiene todo el sentido. Es sabotear la interpretación de los arqueólogos, a quienes les faltará la información necesaria para saber de quién son los restos y por qué están ahí.

​ Recuerdo que, cuando era niña, mi madre me llevaba a Teotihuacan, donde se nos acercaban vendedores furtivos. En voz baja le ofrecían un jaguar de jade “recién sacadito de una tumba” o “una máscara de obsidiana de verdad”. Encantada con la idea de adquirir un recuerdito, me conformaba con un silbato que emitía un horrendo sonido de gato herido y que terminaba por decolorarse conforme pasaban las semanas. Lo cierto es que, junto al Cristo de caña frente al cual nos persignábamos por órdenes paternas antes de emprender un viaje, reinaba en un estante de la biblioteca una mujer de barro con las piernas cruzadas, túnica larga, cráneo deforme y grandes aros en los lóbulos de las orejas. Era una copia, más grande que el Cristo de caña, de la que había en el Museo de Antropología. A ella también le rezaba de pasadita, no se fuera a caer el avión.

​ El objeto de mi observación fue decomisado por funcionarias de la embajada de México en Portugal en febrero de 2024. Bajo la escueta descripción de “figura femenina”, estaba valuado en la indignante cantidad de trescientos euros. Las piezas prehispánicas circulan a la venta en toda Europa a través de subastas, a cargo de casas de mucho prestigio o de pequeña envergadura. Desde hace décadas, por tratarse de una violación a la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, el gobierno mexicano lucha por recuperarlas, con intervenciones más o menos sostenidas, más o menos publicitadas. Tras detectar la pieza de nuestra incumbencia, la víspera de la puja, unas funcionarias se presentaron en la casa de subastas lisboeta, al grito de “¡nuestro patrimonio no se vende!”. El joven encargado de la exhibición de las piezas del catálogo fue incapaz de mostrar un certificado de exportación. Apanicado, llamó a su superior y en menos de diez minutos ambos entregaron la dama de Jalisco envuelta en plástico dentro de una caja, sin mayor trámite. Con algarabía se le desempacó, se le puso al pie de la bandera tricolor, se le fotografió por todos los costados y se enviaron las debidas notificaciones al Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Einar y Jamex de la Torre, Chacamotas 1, 2009. Cortesía de De la Torre Brothers Art.

​ Después se supo que su dueña la había puesto en venta porque a su marido le parecía espantosa, en el sentido castellano del término, ya que en portugués significa exactamente lo opuesto. Ella la había adquirido veinte años antes, en la misma casa de subastas y la había alojado en un estante de su biblioteca, y aunque dudo mucho que otra niña le rezase antes de salir de viaje, su aspecto debió irritar al marido lo suficiente como para querer devolverla.

​ Días más tarde, se presentó indignado el jefe de policía encargado de la unidad de objetos de arte. Nada de sacarla de Portugal sin los debidos permisos, ni siquiera por valija diplomática, oiga, de qué se trata. Nomás falta que otros países empiecen a reclamar lo suyo y los museos europeos se vacían, pudo haber agregado mientras sopesaba con delicadeza la pieza prehispánica. La colección de momias del Museo Británico de Londres de vuelta al Cairo, las máscaras y los ídolos de madera del Museo del Quai Branly de París de vuelta a África… ¿Y el penacho que habría sido de Moctezuma Xocoyotzin, el quetzalapanecáyotl, del Museo del Mundo de Viena? Este regalo del emperador mexica a Hernán Cortés, quien a su vez lo obsequió al rey Carlos I, acabó en la colección de Fernando II de Austria. Dicen que se maltrataría si se trasladase a México. ¿Y los códices? De los quince existentes, trece se hallan en museos europeos. Uno fue robado de la Biblioteca Nacional de Francia por el periodista mexicano José Luis Castañeda del Valle en los años ochenta. El códice Tonalámatl-Aubin, calendario ritual de dieciocho láminas, fue sustraído ilegalmente en 1840 por el profesor francés Joseph Aubin. Reposaba en una caja de cartón en París cuando José Luis pidió consultarlo. La caja de cartón fue rellenada con papel periódico y el códex viajó de regreso a su tierra, escondido en una gabardina. Da vértigo imaginarlo.

Figura femenina de terracota de la cultura Tala-Tonalá, recuperada en 2024. Fotografía de la autora.

​ Ya más apaciguado, el jefe de policía describió la parte más apasionante de su trabajo. Cómo había logrado desmantelar una red de tráfico de estatuas de mármol de palacios lisboetas, por ejemplo. Una banda de gitanos solía leer las palmas de la mano de día y adentrarse de noche en los jardines para robarse sus esculturas. De preferencia las del siglo XVIII: las ninfas níveas, de pelo rizado, encaramadas sobre tritones y caracolas, y los querubines mofletudos de alas puntiagudas con la boca llena de jugosas uvas. Allá va nuestro policía, con sus acólitos vestidos de civiles, por la carretera bordeada de olivos centenarios y alcornoques rasurados para sacar corcho, siguiendo la camioneta blanca destartalada hasta Sevilla, donde a la mañana siguiente un gitano gordo de aspecto bonachón abre la cortina metálica de su tienda de antigüedades para pregonar la mercancía recién llegada. Aquí les traigo unos bibelots, mire usted, unas preciosas estatuas barrocas auténticas.

​ Incontables paneles de azulejos, que, como las tumbas prehispánicas, suelen contar una historia, han sido sustraídos de Portugal. Algunos incluso parecen historietas de otros siglos, como los del palacio Fronteira que Pascal Quignard se dio a la tarea de describir en La frontière (1992). Amén de los azulejos de época removidos con cincel de las fachadas de Lisboa para terminar en un mercado de pulgas.

​ Como un gesto de buena voluntad, el jefe de la unidad de objetos de arte entregó a la embajada mexicana otras dos piezas decomisadas anteriormente: una vasija policromada maya y la estatua de un dignatario zapoteca con penacho. En demasiado buen estado para ser verdaderas, hasta un neófito las tomaría por artesanías.

Einar y Jamex de la Torre, Chat with Chac, 2021. Cortesía de De la Torre Brothers Art.

​ Al no tener en sus manos la figura antropomorfa femenina decomisada, arqueólogos mexicanos especializados en la cultura de Jalisco se dieron a la tarea de analizarla a través de métodos comparativos a partir de fotografías. La dama de barro aún sigue en Portugal, a la espera de los permisos: un perito tendrá que certificar su origen y antigüedad, la policía habrá de investigar si proviene o no del crimen organizado y el tráfico ilícito y, por último, un juez deberá autorizar la salida de la pieza. Sin embargo, allende el mar ya se cuestiona su autenticidad. ¿Y si se trata de una copia? Bien hecha, ni duda cabe. La contemplo una y otra vez como si ella pudiera mover su ancha boca para darme la respuesta. ¿Se habrían entablado amplias negociaciones diplomáticas, fricciones intergubernamentales y decenas de comunicaciones tan sólo por una reproducción? Sí. Y habrá valido la pena correr el riesgo.

Imagen de portada: Figura femenina de terracota de la cultura Tala-Tonalá, recuperada en 2024. Fotografía de la autora.