Es un país hermoso, le han dicho, según quién seas. Ocean Vuong
Una imagen, el fuego. La cámara de seguridad registra el momento en que se enciende una llama desde una esquina del techo. Es un colchón que un migrante prende como protesta. Son las nueve de la noche del 27 de marzo de 2023 en un centro de detención del Instituto Nacional de Migración (INM) en Ciudad Juárez. En un extremo de la celda, otro hombre patea los barrotes para intentar huir. La cámara registra el ir y venir de los guardias que hacen llamadas desde sus celulares, caminan, miran las llamas que se propagan. Después se alejan y abandonan el área sin abrir la celda. Los migrantes están encerrados con el fuego. Sus cuerpos dejan de verse. Un humo blanco abarca todo el cuadro. La imagen se funde en negro.
Apenas unos segundos es lo que dura el video compartido en redes sociales. En el incendio mueren cuarenta migrantes: de Colombia (1), Ecuador (1), El Salvador (7), Guatemala (18), Honduras (6) y Venezuela (7); veintisiete hombres más quedan heridos.
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El 21 de marzo de 2020 se cerró la frontera. Apenas unos días antes, México y Estados Unidos habían declarado el estado de emergencia por la pandemia de Covid-19. Mientras que ciudadanos y residentes permanentes en Estados Unidos aún podían ingresar a ese país, las demás personas con visa de turista no. Tampoco los migrantes que buscaban asilo. Aunque Donald Trump aplicó el Título 42 para evitar la propagación del virus, su implementación también permitió deportar migrantes a México o a sus países de origen.1
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Escribo desde El Paso, Texas, a tres años desde aquel cierre de la frontera. Leo una nota de un periódico estadounidense de cuando comenzó la pandemia, que anuncia que el cierre se extenderá hasta noviembre de 2020. El periodista que escribió esa nota ignoraba que la frontera continuaría cerrada más allá de la fecha prometida. Un total de veinte meses, hasta noviembre de 2021, en que la comunidad fronteriza de las ciudades gemelas de Juárez y El Paso vio interrumpido el tránsito normal de 13773 peatones, 31468 vehículos de pasajeros, y 2591 camiones de carga diarios.2
Cercar. Clausurar. Cerrar. Quiero entender cómo se cierra un desierto.
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En su ensayo “Buildings, Boundaries, and Blood: Medicalization and Nation-Building on the U.S.-Mexico Border, 1910-1930”,3 Alexandra Minna Stern cita entrevistas realizadas por el Institute of Oral History en las que residentes mexicanos cuentan que, a comienzos de 1900, el pasaje a través del Santa Fe Street Bridge, entre Ciudad Juárez y El Paso, era libre. No existían restricciones de migración ni medidas sanitarias. Los mexicanos solo tenían que dar su nombre, lugar de nacimiento y decir a dónde iban. Era todo.
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Carmelita Torres era una mujer que trabajaba como empleada doméstica en alguna casa adinerada de El Paso, por lo que tenía que cruzar diariamente la frontera. Tenía 17 años cuando lideró lo que se conoce como los Bath Riots de 1917.
Nadie sabe cuál era su aspecto físico porque no existen fotografías de ella. Sin embargo, hace no mucho asistí a una exposición en el Centennial Museum en la Universidad de Texas, en El Paso, donde encontré su retrato. Un artista la pintó dentro del paisaje del desierto. Detrás, la montaña y el Río Bravo; en primer plano un cactus y un ocotillo; en el centro, ella con una blusa de lunares, un paliacate amarillo y una abeja detenida en la camisa.
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Mientras la Revolución Mexicana estaba en pleno apogeo, una élite anglosajona se asentó en El Paso. La construcción de una barrera se hizo entonces imperativa. En 1916, debido a un pánico de fiebre tifoidea que había dejado cuatro muertos en dos meses, el entonces Departamento de Salud Pública de los Estados Unidos impuso nuevas regulaciones de cuarentena. A los mexicanos se les atribuía ser portadores de enfermedades silenciosas y de estar infestados de parásitos, así que, con el fin de determinar su elegibilidad para ingresar a los Estados Unidos, debían pasar obligatoriamente por una planta de desinfección instalada en el paso fronterizo de la calle Santa Fe.
En su ensayo, Minna Stern describe el procedimiento: Cuando entraban al edificio de desinfección separaban a los hombres de las mujeres y tenían que desnudarse. La ropa era lavada y desinfectada con químicos en lavadoras y secadoras industriales. Mientras tanto, los cuerpos eran examinados para descartar que tuvieran piojos y liendres. Si era necesario, a los hombres los rapaban y a las mujeres les cortaban el pelo que después era enrollado en periódico y arrojado al fuego. Los cuerpos pasaban por duchas en las que se les rociaba queroseno, agua y jabón. Finalmente, se les regresaba su ropa esterilizada, arrugada; a veces incluso les devolvían los zapatos derretidos por las secadoras, según cuentan algunos testimonios. Pero el proceso no terminaba ahí: después tenían que ser evaluados por posibles defectos físicos o mentales.
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El 23 de enero de 1917 Carmelita Torres bajó del tranvía en el Puente Internacional y se negó a desvestirse para pasar por el procedimiento de desinfección. No puedo saberlo, pero imagino su indignación como una chispa en su cuerpo antes de decir que no; una chispa que se incendió entonces como bengala e hizo propagar el fuego por los cuerpos de otras mujeres de Ciudad Juárez que se unieron a ella inmediatamente. Después de una hora ya eran casi doscientas mujeres diciendo que no. Que no se desvestirían, que sus cuerpos no serían auscultados por ningún médico, que sus ropas las lavarían sus propias manos. Que sus cuerpos no serían rociados con queroseno.
Se levantaron como se levanta una pared y lanzaron insultos a los funcionarios de aduanas. Estaban armadas con botellas vacías, piedras y palos. Al cabo de unas horas, miles de manifestantes se encontraban agolpados del lado juarense del río, aventando piedras, acostados delante de los vehículos. Carmelita y las demás mujeres encabezaban la protesta.
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En 1916, año en que se institucionalizó el edificio de desinfección, también sucedió lo que se conoce como “el holocausto”. Dentro de la cárcel, en el centro de El Paso, alrededor de veinte prisioneros mexicanos, sospechosos de ser simpatizantes de Pancho Villa y de estar infestados con liendres, fueron bañados con gasolina. Se dice que alguien, sin intención aparente, prendió un cerillo para encender un cigarro. El edificio se cubrió en llamas, los cuerpos ardieron.
El alcalde de El Paso en ese momento, Tom Lea, dijo que fue un accidente inevitable.
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Nadie sabe qué pasó con Carmelita Torres luego de la revuelta. Dicen que la arrestaron y que después desapareció. A pesar de los Bath Riots, al final de esa semana los mexicanos y otros inmigrantes que querían entrar a Estados Unidos desde Juárez tuvieron que pasar de todos modos por la planta de desinfección. El procedimiento de entrada, que incluía la desnudez forzada, continuó hasta finales de los años veinte.
En 1924 se institucionalizó la Border Patrol y lo que antes había sido una frontera difusa, marcada únicamente por el río, se convirtió en un perímetro vigilado. Foco del suroeste como punto de inmigración y centro de salud pública.
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Se dijo que los migrantes murieron en marzo pasado en el centro de detención del INM porque la persona que tenía la llave de la celda no estaba. Me pregunto cuánto de ironía subsiste entre esta declaración y la del alcalde de El Paso ante la muerte de aquellos mexicanos hace un siglo. “Un accidente inevitable”. Después de tantos años, aún hay cuerpos que mueren calcinados o que no pueden cruzar un límite, un borde, una frontera.
Mientras tanto, la tensión entre los niños, mujeres y hombres que llevan meses en Juárez aumenta. Sus cuerpos aguantan agolpados contra el muro, esperando rendirse a la Border Patrol para pedir asilo. En Estados Unidos la declaración federal de emergencia de salud pública del Covid-19 finalizó apenas este 11 de mayo, y con ella, el Título 42. Sin embargo, la entrada en vigor del Título 8 podría, ahora, prohibirles a los migrantes la entrada por cinco años, en caso de ser deportados.4
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Es casi verano, el viento del desierto levanta el polvo caliente y se vuelve difícil permanecer bajo el sol que comienza a abrasar todo. En poco tiempo el paisaje se ha modificado, desde el río con sus dos nombres, Bravo o Grande, que está más bajo que nunca, hasta las excesivas medidas de seguridad fronterizas.
Desde el bordo en Juárez veo las tanquetas del ejército estadounidense detrás de una triple concertina de púas afiladas; más allá, el enorme muro de vallas metálicas. ¿Cómo imaginar el libre tránsito hace apenas cien años? Sin púas ni muro. Solo el caudal del río y la fuerza desbordante del agua atravesando un mismo territorio, un mismo desierto.
Imagen de portada: Mapa de El Paso, 1944. National Archives and Records Administration
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El Título 42 fue una orden emitida por la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras (CDC) con el objetivo de prohibir la entrada a Estados Unidos, desde Canadá o México, a cualquier persona que pudiera representar un riesgo para la salud del país. Solo los menores migrantes no acompañados estaban exentos de esta medida. El Título 42 estuvo vigente del 20 de marzo de 2020 al 11 de mayo de 2023 [N. de los E.]. ↩
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De acuerdo con cifras registradas por PDN Uno. Disponible aquí. ↩
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Alexandra Minna Stern, “Buildings, Boundaries, and Blood: Medicalization and Nation-Building on the U.S.-Mexico Border, 1910-1930”, Hispanic American Historical Review, 1999, vol. 79, núm. 1, pp. 41-81. Disponible aquí. ↩
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Según la Dra. María Inés Barrios de la O, de El Colegio de la Frontera Norte, “el establecimiento de este título es un regreso a las viejas medidas que tratan de frenar el flujo migratorio por parte de Estados Unidos. Esto significa medidas más duras y de índole penal contra la población migrante”. Disponible aquí [N. de los E.]. ↩