En México hemos hablado mucho de la violencia. Llevamos más de quince años hablando sobre ella a diario, documentándola, estudiándola y viviéndola de manera cada vez más próxima. Los noticieros, las conversaciones, la música y otras expresiones artísticas nos recuerdan con frecuencia la realidad en la que estamos inmersos. Sin embargo, poco hemos propuesto social- mente para intentar alcanzar la paz.
Es cierto, el país está en guerra o, si no se le quiere llamar guerra, está enfrentando un conflicto interno armado que, al cierre del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, dejó doscientos mil homicidios y más de cien mil desaparecidos, la mayoría jóvenes. La dimensión de la tragedia nos obliga a cuestionarnos: ¿nos hemos acostumbrado a esto?, ¿cómo se vincula la normalización con las narrativas en las que participamos y cuáles de éstas escogemos libremente?, ¿qué tan víctimas somos de los medios de comunicación, de la publicidad, de las cajas de resonancia?, ¿cómo se forman los sesgos que nos ponen lentes invisibles con los que despreciamos a los otros?, ¿de qué manera la falta de empatía abre la puerta a la violencia?, ¿qué aportes se pueden hacer desde el arte para cambiar esta situación?
Con estas preguntas en mente, hace cinco años iniciamos los Laboratorios de Paz en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT), con la intención de crear, desde la unam, alternativas a la grave crisis de violencia, a través de la cultura para la paz. Los nombramos “laboratorios” justo porque son un experimento en el que estamos dispuestos a aprender, compartir saberes y también a equivocarnos.
¿Cómo hacer cultura para la paz?, ¿qué significa eso?, ¿por dónde empezar? Intuíamos que se trataba de usar el arte como medio y que debíamos vincularnos con poblaciones violentadas y excluidas, trabajar con sus emociones y las nuestras, y generar convivencia en comunidad apostando no sólo a conocernos, sino a comprendernos mutuamente.
Lo primero que hicimos fue acercarnos a las infancias en situación de calle. En ese entonces creíamos ser un centro cultural inclusivo porque no le negábamos la entrada a nadie, hasta que nos preguntamos cómo llegarían esas infancias a visitar nuestras exposiciones si no sabían de nuestra existencia. Estaba claro que teníamos que invitarlas activamente. Por lo tanto, nos pusimos en contacto con la Fundación Pro Niños de la Calle, y cuando las niñas y niños llegaron al Memorial del 68, el área de Mediación, acostumbrada a tratar con jóvenes e infancias que asisten a la escuela, enfrentó sus primeros retos: ¿cómo abordar aquel movimiento estudiantil y otros movimientos sociales con niñxs que no necesariamente tienen los mismos referentes históricos que el resto de nuestros visitantes? A partir de ahí, surgieron nuevos cuestionamientos: ¿qué es lo más importante que podrían experimentar lxs niñxs en situación de calle durante su primera visita a un espacio expositivo?, ¿una clase de historia o una experiencia de gozo en la que el arte sirva como medio para que se sientan bienvenidxs? Estas preguntas nos revolucionaron y pronto ajustamos las experiencias de mediación de modo que fueran inclusivas para nuestros invitados, lo cual nos ha permitido dimensionar y poner en práctica el acceso al derecho a la cultura.
Con base en nuestra experiencia de mediación inclusiva, decidimos abrir una nueva área expositiva en el CCUT, a la que llamamos Espacio Excéntrico, destinada a mostrar la obra de artistas que, debido a la exclusión social (¿o a la discriminación curatorial?), normalmente no tienen la oportunidad de exponer en museos, centro culturales y galerías. Sobre todo porque, en el caso de los temas que explora el arte social, estamos acostumbrados a que sean artistas profesionales quienes plasmen, desde su mirada, los sentimientos de estas poblaciones. Sin duda, muchos artistas han desafiado sus propios privilegios y, antes de intentar conmover a los espectadores, se han conmovido ellos mismos ante las realidades injustas y han logrado poner el foco en estas desigualdades. Hay grandes fotógrafos que retrataron el zapatismo y el movimiento indígena en nuestro país, y que han fotografiado a las personas y comunidades LGBTTTIQ+ o a las infancias en situación de calle; excelentes pintores han imitado el art brut que se produce en las cárceles o en los psiquiátricos; reconocidos escritores han narrado en novelas y cuentos lo que imaginan del narco y los barrios violentos. Es cierto que varios artistas “les dieron voz”, durante largo tiempo, a muchas pobla- ciones que no eran vistas ni escuchadas por la sociedad, exponiendo la situación de otrxs, contribuyendo a poner las experiencias de esos grupos en el debate artístico, político y social.
No obstante, desde la perspectiva de la progresividad de los derechos, en los Laboratorios de Paz buscamos abrir el espacio para que ahora sean esos otrxs los que expongan directamente su arte y así promover un diálogo social más cercano. Para ello, partimos de reconocer que nuestrxs artistas, por sus condiciones de exclusión, no van a llegar por sí mismos al centro cultural, sino que debemos buscarlxs y generar confianza. La mayoría de ellxs no se formaron en la academia y no van a presentar una carpeta con su obra. Por lo tanto, necesitábamos adecuar nuestros procesos curatoriales, es más, debíamos reinventarlos. Así hemos logrado integrar artistas presos a la UNAM, junto con sus reflexiones sobre la libertad; exponer la obra que realizan las madres buscadoras y las víctimas de feminicidio; mostrar las visiones sobre el cuerpo y el territorio que tienen las trabajadoras sexuales, entre otros ejemplos. Desde entonces, hemos sido testigos de cómo se han detonado diálogos incómodos e improbables entre artistas y espectadores, que provocan, en muchas ocasiones, la empatía indispensable para eliminar prejuicios y formas de discriminación.
Uno de mis recuerdos favoritos sucedió en la exposición De Ícaros y alas (2019-2020), de Kolëctiv.feat, en la que se presentaron pinturas y esculturas creadas tanto por hombres presos como liberados de la cárcel. El día de la inauguración logramos que el sistema penitenciario llevara a los artistas al centro cultural para que vieran su exposición y condujeran la visita guiada. Aquello se llenó de medios de comunicación interesados en saber qué querían decir estos artistas. Desde luego, asistieron también sus familias. Cuando uno de ellos estaba explicando su obra, rodeado de periodistas, noté la sonrisa orgullosa de su hijo, que veía en ese hombre vestido de beige a un artista y no a un preso. Me gusta pensar que eso rompió de cierto modo el rol a seguir, que esa experiencia fue poderosa para romper círculos de violencia, que de cierta manera, por lo menos en el hogar y en la vida de ese niño, construyó paz. No tengo pruebas, pero tampoco dudas, y ahí tengo puesta la esperanza.
Otro momento inolvidable ocurrió en la inauguración de Vivencias y disidencias. Una mirada de lxs trabajadorxs sexuales (2023), que hicimos en cola- boración con la Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales. Esta exhibición nos condujo a profundos debates en los que lxs artistas explicaron la diferencia entre el trabajo sexual y la trata de personas, una distinción que puede parecer muy sutil, pero es enorme porque se basa en la capacidad de agencia y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo.
Ellxs decidieron organizar su exposición de fotografía en tres núcleos: cuerpo, territorio y afectos. Uno de los retratos mostraba a Alba con un cliente suyo que no puede caminar. El día de la inauguración llegó él, en silla de ruedas, a aplaudirle a la artista, a compartir su historia con quienes estábamos ahí y hacernos comprender que las personas con discapacidad tienen deseos y sen- saciones sexuales, como todos, pero su sexualidad es un tabú, que él se ha per- mitido superar con Alba, con quien además comparte afecto y otras vivencias.
El más reciente proyecto expositivo se llamó Grietas y fisuras. Donde se asoma la paz (2024). Nos propusimos encontrar artistas periféricos que vivieran en barrios violentos para hacer talleres que potenciaran sus conocimientos y les dieran herramientas para exponer y vender su obra. Con ello, buscábamos que pudieran inspirar a otrxs jóvenes creativos de sus colonias a acercarse al arte. A este ejercicio se sumó el reconocido artista Carlos Amorales; además de ser uno de los asesores de lxs artistas periféricos, fue su compañero en la muestra colectiva, que tuvo la generosa asesoría curatorial de Cuauhtémoc Medina. Quizá las lecciones más valiosas surgieron en el proceso de crear, sí, pero desde la resiliencia, la solidaridad, el respeto, el cuidado y la amistad.
Actualmente, en nuestro Espacio Excéntrico presentamos un programa de artes vivas dedicado al hip hop, titulado Peace & Flow. Mediante concursos de break dance y rap intentamos detonar en las juventudes nuevas letras que propongan paz, además de batallas que tengan como fin compartir retos centrados en la alegría.
El CCUT cuenta con una Unidad de Vinculación Artística, nuestra uva, una escuela de educación no formal en artes que imparte alrededor de ochenta talle- res y atiende a más de mil alumnxs cada ciclo. En la UVA también nos cuestionamos cómo abonar a los Laboratorios de Paz. Lo primero que se nos ocurrió fue ofrecer becas a gente que perteneciera a poblaciones excluidas, para que pudieran inscribirse en nuestros talleres. He de decir que fracasamos. Nos dimos cuenta de que la mayoría de esas personas no contaban con el tiempo ni con los recursos para asistir a nuestra escuela. Entendimos entonces que teníamos que acercarnos nosotros y modificar nuestra oferta. Así nació el programa: La UVA va.
Por otra parte, en el caso de lxs migrantes aprendimos que necesitaban talleres más cortos, ya que nuestros ciclos suelen durar entre cuatro y cinco meses en promedio, lo que puede significar una eternidad para las poblaciones en tránsito. Así que visitamos el refugio Casa Mambré y llevamos cursos breves y prácticos que permitan que lxs migrantes generen ingresos durante su trayecto.
Además, visitamos la organización Casa de las Muñecas Tiresias, hogar de mujeres trans en situación de calle. Por lo difícil de su contexto, lo más importante para ellas era tener tiempo para el disfrute, así que acordamos realizar en conjunto un taller de ballroom que trajo horas de baile y diversión.
También hicimos un taller de escritura con hombres privados de la libertad en el Centro Varonil de Seguridad Penitenciaria I. En el transcurso de las clases, surgió esta pregunta: ¿cómo el arte, particularmente la escritura, puede aportar en los procesos de justicia restaurativa? Entonces nació la idea de suscitar un encuentro por medio de cartas entre quienes están acusados de ejercer violencia y quienes la han vivido. Como el CCUT es un centro cultural y no un juzgado, tenemos limitantes. Estaba fuera de nuestras manos juntar a las víctimas con sus victimarios y, en consecuencia, no podíamos facilitar la reparación del daño. Sin embargo, tratamos de vincularnos con víctimas de diversos delitos. Nos acercamos a Casa Tochan, un refugio para migrantes que llegan a México huyendo de contextos de violencia, principalmente de países centroamericanos, e iniciamos el intercambio de cartas cuyos temas fueron la libertad, la confianza y el perdón. En resumen, intentamos que sanaran ambos, víctimas y victimarios.
Uno de los resultados fue la publicación del libro Punto neutro (2024), una invitación a salir de nuestros límites y un recorrido para quienes estén dispuestos a moverse de su lugar para encontrarse con otrxs. Y es que estamos tan lejos que sólo si ambas partes nos acercamos, las distancias se acortarán y podremos darnos cuenta de que tenemos cosas en común. La principal: el lenguaje que nos ayuda a entendernos. Nuestra apuesta con este libro es más grande aún: que la literatura sirva como instrumento para conocernos socialmente, rebasando las dicotomías entre lo bueno y lo malo o el blanco y el negro, para reconocer nuestros matices, situarnos en medio para expandir nuestra visión y poder entender la complejidad de las violencias e imaginar posibles soluciones.
Finalmente, a partir de octubre de 2024 iniciamos nuestro diplomado en línea Arte, paz y territorio, con el objetivo de alcanzar a los habitantes del interior de la República que tengan interés en construir paz y así desarrollar proyectos socioculturales que incidan en la prevención de las violencias en todo el país. Este diplomado forma parte del Programa de Educación Continua de la UNAM, cuya vocación es extender su oferta educativa y cultural apostando por la creación de espacios accesibles que promuevan el diálogo, la reflexión y la acción orientada a la transformación social.
En suma, en el CCUT no tenemos fórmulas, pero sí algunas metodologías que son públicas.1
Con la experiencia de los Laboratorios de Paz nos gustaría inspirar a otras personas en todo México, compartiendo lo más valioso que hemos aprendido: en la cultura para la paz, los procesos son más importantes que los resultados. Se trata de cambiar las cajas de resonancia violentas por otras que apuesten por respetar la dignidad humana, tejer comunidad, compartir saberes, mitigar daños, fortalecer redes de apoyo, soñar despiertxs y en colectivo, potenciar artistas que viven en contextos de violencia y ex- clusión, acompañar procesos creativos de mediano y largo plazo y, sobre todo, entender el enorme potencial que tiene el arte para mediar los conflictos y crear mejores realidades sociales.
Es importante reconocer a quienes se han sumado para hacer de este sueño un proyecto que hacemos realidad todos los días, empezando por el apoyo de la Coordinación de Difusión Cultural, así como por el trabajo comprometido de todo el personal del CCUT y las instituciones con las que nos hemos aliado, como el Museo Universitario del Chopo, el Colegio de San Ildefonso y el Centro Cultural de España en México. Desde luego, agradecemos a las colectivas y organizaciones civiles que nos han abierto las puertas y nos han brindado su confianza para trabajar en conjunto con las poblaciones que atienden, además de a lxs artistas y gestores culturales que han participado y, principalmente, a los públicos que nos han acompañado, sin los cuales multiplicar la belleza y la esperanza no sería posible.
Imagen de portada: Exposición De Ícaros y alas. Libertad desde la cárcel, 2020. Todas las imágenes son cortesía del Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT), UNAM.