De manera cada vez más evidente —como lo testimonian diversos libros al respecto, a los que se suma la existencia de un delicado documental—1 va quedando claro que puede fecharse, de una vez por todas, un antes y un después para la literatura y el campo cultural latinoamericanos a partir de la muerte de Ángel Rama, sucedida en aquel fatídico 27 de noviembre de 1983, en las inmediaciones de Madrid, en Mejorada del Campo.
La historia del siniestro se ha vuelto mitológica no sólo a causa de la tragedia colectiva —murieron 181 pasajeros, salvándose apenas once personas con destinos señalados— sino también por las personalidades culturales que viajaban en el vuelo, entre quienes se encontraban los pintores Jairo Téllez y Tiberio Vanegas, colombianos; la pianista catalana Rosa Sabater y Bernardette Landru, primera esposa de Alejandro Jodorowsky; el novelista y poeta peruano Manuel Scorza; la crítica de arte y narradora argentina Marta Traba —autora de una obra crítica extraordinaria, aún pendiente de leer, lo mismo que su formidable creación literaria—; Jorge Ibargüengoitia —quien se encontraba en la plenitud de sus poderes—, y el referido crítico uruguayo, ensayista, editor, profesor, periodista y gestor cultural fuera de serie cuya muerte clausuró una de las mejores posibilidades de emancipación cultural que tuvo América Latina en la segunda mitad del siglo pasado.
Rama fue parte de lo que él mismo llamó la “generación crítica”, entre quienes se encontraban figuras como Carlos Quijano (fundador del mítico semanario Marcha), Carlos Real de Azúa, Ida Vitale, el mismo Emir Rodríguez Monegal —némesis de Rama, cuyas disputas son, desde hace mucho, polvo de la historia—, Mario Benedetti, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Idea Vilariño y Jorge Ruffinelli. Monegal, con la habitual pedantería que destila su prosa, escribió:
Mi polémica con Ángel Rama no es tal, era una guerra a muerte por el poder y punto. Rama era una persona muy ambiciosa y yo también. Yo era mayor que él y ocupaba posiciones que él quería. A veces se acercaba lo suficiente como para olerlas. Otras veces se alejaba de ellas. Entonces, cuando yo estaba en el poder lo masacraba a él y cuando él estaba en el poder me masacraba a mí. Y no hemos tenido una polémica seria sobre nada porque yo soy un especialista en crítica literaria y Rama un publicista.
Tras formarse en Montevideo tanto en literatura y derecho como en artes dramáticas, el uruguayo parte un par de años a París y asiste al Collège de France, donde escucha a Bataillon, Barthes y Braudel; vuelve a su país natal hacia 1957 y, de 1959 a 1968, dirige la sección literaria del Marcha.
En su gestión, de acuerdo con Rosario Peyrou en el prólogo de Una vida en cartas. Correspondencia 1944-1983, Rama “se planteó un proyecto ambicioso: explorar, conocer a fondo y divulgar la cultura del continente, establecer vasos comunicantes con sus principales creadores y ofrecerle al público la posibilidad de entrar en contacto con una literatura que, además de disfrute estético, aportaba un espejo donde mirar nuestra condición de latinoamericanos”. Rama hizo esto en años clave para el siglo XX latinoamericano, que vivió el terremoto político y la efervescencia cultural de la Revolución cubana. Todas las instancias de su desarrollo profesional estuvieron atravesadas por la cultura escrita y sus ecosistemas, como lo demuestra su trabajo al frente de diversas empresas editoriales, ya sea como editor de la Enciclopedia Uruguaya o como encargado de adquisiciones de la Biblioteca Nacional de su país.
Además de su labor como crítico, ensayista y profesor del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias, destaca su labor como fundador de las editoriales Arca, en Uruguay, y Galerna, en Buenos Aires, un oficio en el que fue palpable de manera muy nítida “la lección del tiempo, porque la Revolución cubana, la apertura del nuevo marxismo, el desarrollo de las ciencias de la cultura, las urgencias de la hora marcaban nuevos derroteros”.2
Hacia 1972 fundará el Centro de Estudios Latinoamericanos en Montevideo —proyecto que no terminó de concretarse, porque Rama ya no regresó a esa ciudad— y será entonces cuando consolide una meteórica carrera académica, puesto que a esas alturas se volverá un asiduo visitante de las principales universidades de la época (sólo leerlas produce vértigo). Fue profesor, periodista y un investigador de tiempo completo que asombra por la cantidad de cursos, artículos y ensayos que pergeñó para sobrevivir, alimentando en su torbellino las currículas de la Facultades de Letras de América Latina.
Su profesión no sólo lo llevó a escribir libros centrales en nuestra tradición —tales como Rubén Darío y el modernismo y Transculturación narrativa en América Latina o los póstumos y esenciales La ciudad letrada y su Diario 1974-1983—, sino a confeccionar el catálogo de la Biblioteca Ayacucho, un esfuerzo titánico colectivo y la obra mayor de su vida. Hecho al amparo de la bonanza petrolera venezolana, este proyecto supuso una auténtica tentativa de emancipación cultural en el continente. Bajo su dirección, la Biblioteca de Ayacucho publicó ciento diez libros en los años comprendidos entre 1974 y 1983. Fue un momento de esplendor en la historia editorial de América Latina, un hito histórico nutrido con obras que alimentan una idea robusta de nuestra tradición intelectual. En los prólogos y las presentaciones excepcionales de estos libros se apuntala la máxima conciencia posible sobre el sentido del “ser latinoamericano”, una estrategia de representación política e intelectual que se inscribe en la historia de las ideas de Occidente, se sostiene en el andamiaje de la literatura y se encuentra sintetizada en obras con aparatos críticos que, en cuanto tales, aún pueden ser leídos con provecho en nuestros días.
Por todo lo anterior, la publicación del epistolario Una vida en cartas. Correspondencia 1944-1983, preparado con esmero por su hija Amparo Rama Vitale, es un acontecimiento editorial en toda regla, puesto que da cuenta de la progresión de un intelectual latinoamericano excepcional en un momento único de nuestra historia cultural. En sus cartas se aprecia que Rama fue un hombre con una profunda conciencia de clase —un valor escamoteado en la tradición de la literatura mexicana, pero siempre presente en la horizontalidad crítica de la tradición intelectual sudamericana—, en el que pactaron no sólo una voluntad y una capacidad de trabajo fuera de serie, lo mismo que una inteligencia práctica para establecer conexiones significativas entre vivos y muertos, sino sobre todo se dieron cita los elementos indispensables para comprender, con herramientas críticas más efectivas que las nuestras, una época convulsa.
Las cartas de Rama —de las que se publica una selección cuidada y exhaustiva, pero no completa— admiten ser leídas como una novela en fragmentos, cuyos narradores y personajes son los principales creadores de la mejor literatura hispanoamericana del siglo XX. Todos ellos dan cuenta de un entorno donde la figura del intelectual, entendido como escritor, tuvo un peso preponderante en la esfera pública que hoy, sencillamente, no existe (o existe pero no ejerce, y si se ejerce, no importa). Imbuidos en nuevos paradigmas comunicativos de legitimación simbólica, la figura del escritor como intelectual ha caído presa, como tantos otros oficios precarios, de las condiciones históricas que le aseguran una inobjetable irrelevancia (como no sea el consumo narcótico de su propia imagen en redes sociales, ese muro que ha descrito con certeza Mark Fisher entre el sujeto y la esfera social en su libro Realismo capitalista).
Las diversas misivas que Rama establece con varias figuras del continente3—entre las que destaca por su singularidad la presencia de intelectuales brasileños— demuestran la riqueza de su horizonte cultural para pensar la literatura latinoamericana más allá de los distintos provincianismos regionales y su intento de comprenderla como un sistema a partir de un marco histórico específico, es decir, concibiendo la creación, edición y difusión de obras como parte de un sistema crítico que explora, analiza y combate las necesidades de las sociedades en las que éstas nacen.
Libro de valor historiográfico aplicado, se trata de una obra que puede ser leída a la manera de un misal latinoamericano, en la mesita de noche. Por ello, resulta más bien ocioso reseñar sus intercambios, aunque sin duda vale la pena transcribir el talante crítico del uruguayo, como cuando le marca los puntos sobre las íes a Julio Cortázar:
tendrás que convenir conmigo [en] que siendo el boom un fenómeno socio-cultural de amplísima difusión y espectro, su definición no se puede dar a través de tus pareceres, por más que tú seas uno de sus protagonistas, sino por un consenso de opinión que corresponde, desgraciadamente, a los más dispares niveles […]. Para ti el boom es la expansión de la literatura narrativa latinoamericana que ha adquirido lectores, sobre todo en las capas juveniles, atendiendo a buenos libros modernos […]. Pero el boom no es eso, sino un recorte que ha podado la multiplicidad creativa del continente y que ha instaurado un parnaso elitista […]. Tampoco se puede ignorar cómo los instrumentos masivos se han apoderado de los escritores haciendo de ellos vedettes y servidores de la más estúpida coffee society, con lo cual la función revolucionaria del escritor me parece hoy más desmedrada y empobrecida que hace veinte años.4
La asonada de Rama, la cual es posible calibrar en paños menores gracias a esta pulcra edición, refuerza en cada una de sus obras y gestos aquella idea señalada por el poeta colombiano Jorge Zalamea —por algún tiempo suegro de Marta Traba— al respecto de que en poesía no existen países subdesarrollados, sino un derecho universal al ejercicio de la imaginación y la lengua, relacionado de manera directa con la autonomía económica, la posesión de la tierra y la dignidad laboral.
Este vistazo al pasado es también una mirada a un género literario que hace menos de tres décadas aún era practicado y apreciado; en papel y tinta, a máquina y a mano, las epístolas eran espacios donde fluía la subjetividad, hoy irremediablemente perdida en los mares y sentinas del ciberespacio. Al respecto, Beatriz Sarlo resalta algo valioso en su evocación entrañable de Rama, a la manera de un retrato a mano alzada: “la carta pone de manifiesto, descubre y des-encubre, revela y confirma. Tal [es] la hermenéutica de Rama frente a ciertas comunicaciones personales que, bajo la forma de carta, se creen protegidas por una intimidad que el destinatario no acepta. Lee una revelación, porque de esa potencia también pueden ser portadoras las cartas”.
Algo debe decirse, empero, sobre la obsolescencia de la carta, y es que el tiempo que prodigaban —por el hecho de escribirlas, esperarlas, recibirlas y contestarlas— nos habla en el presente de un mundo prehistórico. La misiva, por naturaleza, otorgaba presencia al ausente y, para quienes no conocían bien a bien al emisario, permitía un acercamiento fugitivo a una personalidad imaginada. Por ello las cartas se leen con amor o con tristeza, son un sentimiento que se atesora, se arrulla junto al pecho, se esconde bajo la almohada o se hace trizas entre lágrimas con los ojos encendidos por el fuego. Las cartas, como las fotos de los muertos, son algo definitivo y, por lo tanto, pertenecen a un mundo que ya no existe.
Desde nuestro mundo, miramos las misivas de Rama como una foto envejecida, donde advertimos su pasión, su vitalidad, su sensibilidad que no sólo contuvo sino que organizó multitudes y las puso a escribir en una misma enciclopedia, en aras de darle valor y dignidad a las distintas tradiciones intelectuales de América Latina, un lugar imbuido al mismo tiempo de zozobra, de obra negra y de infatigable esperanza.
Carta a Marta Traba, de 1969 [sin fecha] 5,
Querida,
me llegaron tus cartas, las febriles y entusiastas y también las otras. No sé a qué santo encomendarme y encomendarte, ni qué carajo hacer desde aquí porque ya no hay otra solución para tu vida que nombrarte «curador» como a los imposibilitados, ya que en cierto sentido es correcto: te es especialmente dificultoso vivir.
Recibo simultáneamente unas líneas de Nico que corroboran lo de la campaña del monstro llérico, aunque sospecho son noticias por ti dadas. A esta altura, aunque me es muy difícil desde aquí, sin conocer lo que ocurre, hablar, parece que sería (sic) horas que salieras de ese maldito país. Eso, al menos, me decía Benedetti, que por unos meses estará en Montevideo trabajando con nosotros y a quien contaba lo ocurrido. Yo argumenté lo que tú argumentas, pero en verdad no veo cómo coordinarte a ti y al país, ya que ambos no marchan de consuno; mejor dicho, tú y el gobierno mierdita de ese lugar.
Lamento que no vengas. Aunque no no no me pienso casar contigo y es conocido el odio que te profeso, visto que en cambio soy paciente y hasta sumiso, me había hecho a la idea de soportarte durante un mes, y había previsto que la democracia uruguaya, aunque ya bastante deteriorada, permitiría tu permanencia por ese lapso sin entrar en ninguna crisis grave. Contarás cómo evolucionan las cosas y qué posibilidades existen de que te pongan un candado en la boca para limitarte a discutir ideas y no personas, que, como es sabido, es uno de los principios de la convivencia humana. Existe un conocido texto de Brecht acerca de cómo decir la verdad en épocas de opresión que podrías copiarte y colgar a la cabecera de la cama en vez del «Sí» de Kipling que te lleva a estos disparates.
Amor, escríbeme y cuéntame de lo apacible que es la vida dentro de un apartamento nuevo. ¿No podrías ponerte a escribir alguna obra maestra —que te signifique además reescribirla dos veces al menos— durante este encierro que como lo son todos, y máxime en los campos de la política, no será eterno ni implacable? Supe la muerte de Jorge Zalamea. Transmítele a Alberto un pésame muy verdadero: en definitiva era una especie de loco o sonámbulo que decía de pronto cosas muy verdaderas y tenía sensibilidad de ser humano real. No dejaré de publicar Poesía ignorada y olvidada, en su homenaje.
Yo —ahora mi cuota— vivo en la más total, plena y desaforada enajenación que imaginarse pueda un ser humano. Me levanto a las siete de la mañana y trabajo de corrido, comiendo en mi escritorio de la editorial, hasta las diez y once de la noche en que concluyo con la Facultad.
A esa hora no soy un ser humano sino un despojo que sólo sirve para dormir a la espera del día siguiente. Hace un mes que estoy así y todavía no conseguí enderezar los problemas editoriales. Ni contar los restantes que se van apilando sobre la mesa y me hacen morisquetas. La memoria, por suerte, me patina: pierdo el sobretodo porque no sé dónde lo dejo, el dinero, no voy a compromisos que concerté porque olvido releer la agenda, etc. Mi propósito es llegar vivo a fines de junio. Pienso que el lío infernal de la casa en construcción habrá alcanzado, en esa época, alguna posibilidad de cerrarse.
Bueno, ya lloré mi poquito. Ahora te pongo un beso, un cariño, y me dispongo a retornar al mundo enajenado. Cuéntame algo de ese país donde no florece el limonero, de los amigos —todos parecen haber entrado en la niebla y por ella caminar borrachos—, de la ciudad destartalada, de la opresión, de los curas, de los gamines, de las agresiones permanentes, de los afanes infructuosos de felicidad, de la tristeza tras las fiestas. Racontez moi tout cela comme si tu m’écrivais.
Ángel
Imagen de portada: Fédèle Azari, Propaganda lanzada sobre Pavia, Italia, ca. 1914-1919. The J. Paul Getty Museum dominio público.
Hospital del aire de Ernesto García López (2022), Olafo y los amigos. Jorge Ibargüengoitia y avionazo de Avianca en 1983 de Amaranta Caballero Prado (2023), Madrid, 1983 de Arturo Lezcano (2021) y el documental Barajas de Javier Izquierdo (2021). ↩
Ángel Rama, La generación crítica, 1939-1969, Arca, Montevideo, 1972. ↩
Sus interlocutores responden a los nombres de Gabriela Mistral, José María Arguedas, Idea Vilariño, Ezequiel Martínez Estrada, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Mario Benedetti, Reinaldo Arenas, Jean Franco, Haydée Santamaria, Marta Traba, Mario Vargas Llosa, Josefina Ludmer, Juan José Saer, Roberto Fernández Retamar, Juan Carlos Onetti, Antonio Cándido, Ugné Karvelis, Jorge Ruffinelli, Augusto Roa Bastos, Enrique Lihn, Beatriz Sarlo, Carlos Fuentes, Eduardo Galeano, Ulalume González de León, Juan Goytisolo, Margo Glantz, Sebastián Salazar Bondy, Juan Gustavo Cobo Borda, Juan García Ponce, Richard Morse, Arnaldo Orfila Reynal, Tulio Halperin Donghi, Julio Ortega y un largo etcétera. ↩
La cita continúa y vale la pena registrarla: “Por otra parte, nunca he creído en el ‘bestsellerismo’ por la sencilla razón de que, como soy objetivo, me pongo a recabar datos y apilo los numeritos para descubrir que los optimismos exultantes son formas del macaneo… ¿Y desde cuándo la cotización de ventas es un valor? ¿Acaso no tiene que ver con la constitución de la sociedad y las apetencias de público? Estoy y estaré siempre en la defensa de la literatura latinoamericana como una estructura orgánica que interpreta a nuestros pueblos y, como tú decís, les permite una identificación imaginaria que es imprescindible para toda tarea de avance y de dignificación, pero ¿cómo quieres, Julio, que pueda aceptar las definiciones de Carlos Barral que además se proclama como uno de los creadores del boom en cuanto reportaje ha hecho a su paso por América? El fastidio de los jóvenes no creo pueda atribuirse simplemente a la envida o la mediocridad… sino al aparato que ha rodeado todo fenómeno. Y, cosa que ellos no creo que vean con nitidez, a toda una coyuntura del neocapitalismo que ha desarrollado sobre el continente una sujeción colonial bajo el manto desarrollista”. ↩
Marta Traba mantuvo una relación con Ángel Rama desde 1969 hasta la muerte de ambos en 1983. ↩