La mujer del abrigo claro iba recogida
en su paseo por el jardín botánico.
No se debía a nadie.
Ni siquiera a los penosos fracasos
de sus seres queridos.
Era una mañana soleada de invierno.
Entrando a ras de tierra,
la luz iluminaba las plantas:
raquíticos cultivos de hortalizas
de zonas tropicales.
A lo lejos, en otro camino,
vio pasear a un hombre.
Calzaba zapatos con suelas de cuero,
boleados hasta hacerlos brillar.
La costumbre la llevaba a ella
a replegarse,
a esconderse tras las hojas altas del Amazonas,
a mirar las ranas de un charco
donde se reflejaba una raya de sol.
De repente, el aire
le regala un olor,
un azahar, acompañado
de la primera frase de un poema:
Malabares que abren, dilatándolo,
el secreto de un instante.
Los zapatos, pensaba ella,
los compraría con un ahorro escondido.
Después de la tortura
de llevar por años derivaciones
de la lengua latina en la cabeza,
cómo no aspirar
a zapatos muy finos
y corbatas alegres
con las que resaltar sus ojos claros.
Mientras ella seguía
entre las exóticas plantas americanas,
el hombre se perdió
por otros caminos. ¿De qué manera
influye la botánica
en sus cavilaciones?
la mujer se paró
delante de un colorín mexicano
de cuyas ramas caían unas cuantas gotas
rojas. Luego miró
un gran zapote blanco
cuyo tronco se erguía entre frutos podridos.
Estas plantas eran parte de su vida,
de una vida salpicada de vértigo.
Bajo una palma real se había dado
sus primeros besos sin amor.
La había empujado un hombre joven
contra el tronco,
obligándola así a entrar al mundo.
Llega la noche y vuelve a su cuarto.
Todo en ella es timidez y suposición:
como un relámpago vuelve a su mente
el hombre del jardín, y con el recuerdo,
los primeros trazos
de un punto de fuga:
Ingresa al salón bañado de lluvia, sonriendo. Con la mano limpia todas las gotas de un suéter azul abotonado. En su brazo derecho, el sobretodo. En la cara restos de una juventud hace largos años perdida. El gozo de correr por una calle con una amistad entrañable le ha hecho olvidar la finitud.
Súbitamente, lo interrumpe el teléfono que lleva en el bolsillo. Hay amores que matan. Cuánto extraña los locutorios, los tiempos en que viajar era casi lo mismo que desaparecer, ser joven todavía en un mundo donde no debía nada a nadie.
Imagen de portada: Paul Klee, Jardín en St. Germain en el barrio europeo cerca de Túnez, 1914. The Metropolitan Museum of Art, dominio público.