panóptico Extractivismo MAY.2023

Contra el insulto: brujería

Reflexiones en torno a la corrección política y otras formas de policía moral

María Galindo

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No es políticamente correcto decir puta, lo que hay que decir es trabajadora sexual. Aunque la palabra puta nos resulta imprescindible para reapropiárnosla si queremos revertir la carga de humillación más profunda con la que se señala a las mujeres que hemos roto una y otra vez, en muchos escenarios, la propiedad masculina sobre nuestro placer y nuestros cuerpos. El contexto no importa. La palabra es incorrecta, o sea inutilizable y, por tanto, “mala”.

​ No es políticamente correcto decir maricón, pero sí decir gay, aunque gay sea una palabra anglosajona que nos encaja a la fuerza en una genealogía política en la que de todas maneras no existimos y que hoy es parte del neoliberalismo inclusionista. El contexto en el que reivindicamos la palabra maricón, su fuerza para hablar del hombre “mal hecho”, del que está a medias, del que se sale del molde de machito, no importa. La palabra es políticamente incorrecta y, por tanto, inutilizable.

​ No se puede decir india, pero sí indígena, como si entre una y otra palabra no hubiera un encierro colonial racista irremediable; indígena es políticamente correcto, india es un insulto.

​ No es políticamente correcto entrevistar al violador; decir su nombre y apellidos, mostrar su cara, escudriñar sus palabras. Pero sí es correcto mostrar a la violada como víctima subordinada y despojada de dignidad, haciendo que su humillación se convierta en el discurso triunfal del violador. A esa operación perversa se la califica rutinariamente como políticamente correcta. No es políticamente correcto preguntarle al feminicida cómo se siente y mostrar su derrota en sus propias palabras, pero sí es deseable y necesario, rutinario y cotidiano mostrar el cuerpo acuchillado, la sangre desparramada de la víctima que funciona como discurso triunfal del feminicida.

Kerry James Marshall, *SOB, SOB*, 2003. ©Smithsonian American Art MuseumKerry James Marshall, SOB, SOB, 2003. ©Smithsonian American Art Museum


Mutilación del texto y del contexto

Estamos viviendo una forma de mutilación del texto que no lleva el nombre de censura, sino que se presenta como “corrección”, “limpieza” y “pulcritud”. Detrás de esta forma de censura/mutilación hay supuestamente un “buenismo”, que es algo así como barrer la basura debajo de la alfombra. Se puede decir la en lugar de usar el absoluto masculino. Se puede decir le en lugar de eliminar la ruptura del binarismo sexo/genérico que el universo trans representa. Claro que estas operaciones las hacemos cotidianamente, lo permita o no la colonial academia de la lengua. PERO ESO NO BASTA.

​ Proscrito por políticamente incorrecto están Pedro Lemebel y una larga lista de escrituras, además de los lenguajes de lucha que recuperan los insultos con los que hemos sido denigrad@s y hacemos política y poesía al mismo tiempo.

​ Entretanto, quienes excluyen, inferiorizan, califican y descalifican tienen en lo políticamente correcto no un límite, sino una herramienta más para seguir perpetrando racismo, misoginia, transfobia, homofobia y colonialismo solapadamente y detrás de su corrección política sin que puedas demostrarles que lo están haciendo. Si te atreves a interpelarles, la respuesta será: “Demuéstramelo, estás loca, te victimizas”.

​ No hay un letrero colgado en las puertas de las universidades ni ofertas de trabajo que diga “Prohibida la entrada a mujeres, indios, maricas, trans o negros”, pero sin letrero colgado esa entrada sigue cerrada de muchas maneras menos explícitas. Está prohibido alquilar una vivienda, producir cine y arte o filosofía según con qué cuerpo, con qué piel y desde dónde se haga.

​ Los métodos de exclusión y denigración han cambiado, y para eso ha sido muy útil el enfoque neoliberal de lo “políticamente correcto”. Logran que sientas que el problema es tuyo, personal y no colectivo. Hemos pasado del racismo hostil al racismo cordial, de la homofobia patologizante a otras formas de homofobia, transfobia y misoginia más enmascaradas, pero no menos dañinas. De entre todos, los cuerpos trans y sus ambivalencias, en lugar de funcionar como poesía y puerta abierta, funcionan como campos de batalla lingüística donde disparar y jugar al tiro al blanco, hiriendo una y otra vez.


Faceboquización y twiterización del lenguaje y las relaciones

Si de facebook o twitter se trata, hablamos de la primera generación de las mal llamadas redes sociales y, muy pronto, si no en este preciso instante, estaremos hablando ya de las segundas y terceras generaciones de estas redes, a las que yo prefiero llamar redes empresariales transnacionales que administran y comercializan relaciones sociales.

​ No importa que estemos yendo hacia nuevas generaciones de redes, lo que sí importa es el disciplinamiento y la domesticación, resemantización y reentrenamiento lingüístico y social que han supuesto el uso masivo de facebook y twitter. Hayas estado allí o no, tengas 10 mil relaciones o cuarenta, el formato de las interacciones en el que nos hemos entrenado de manera inconsciente y durante largas horas de dependencia tecnológica ha modificado y reformateado las relaciones sociales.

​ Justamente la llamada corrección política postulada por facebook ha cancelado lenguajes de lucha y espacios de discusión vitales. No estamos ante un fenómeno simple, sino ante una suma de métodos que conforman un nuevo escenario y una nueva forma de corrección política, que es una suerte de policía moral a la medida del neoliberalismo individualista que diluye todos los problemas colectivos y los convierte en desgracias y paranoias individuales. Es una paradoja en medio de la efervescencia de luchas que tienen una de sus mayores fuerzas creativas en el desmantelamiento de lenguajes de odio, en la creación, desde las palabras, de nuevos horizontes. Es una paradoja que justamente en un momento de despatriarcalización generalizada, de forma hegemónica se imponga la faceboquización y la twiterización masiva del lenguaje. Así, pasan de ser redes sociales a constituirse en formatos de expresión y relacionamiento social masivos. Hablo de la resemantización por capas que esta faceboquización/twiterización implica.

​ Hay una banalización del vínculo afectivo, como es la amistad, que de todos los vínculos humanos quizás sea uno de los más preciados y horizontales, para convertirlo en una conexión digital sin consecuencias ni compromiso alguno.

​ La posibilidad de eliminar o bloquear con la facilidad con que se aprieta una tecla del aparato te convierte en un ser todopoderoso por un segundo, en un juez que ejecuta con su dedo la permanencia o la eliminación del otro y del vínculo. Ya el algoritmo determina lo que verás y el encierro en el que te relacionarás, creando una falsa noción de realidad y de relación. El nombre que llevan ambas operaciones lo dice todo: eliminación y bloqueo. Ambas nominaciones implican una poderosa forma de violencia simbólica, no tanto sobre “el otro”, sino la que detentas como parte del paquete de construcción/destrucción de relaciones. Te otorga la posibilidad de cumplir el sueño fascista de eliminar el discurso del “otro” borrándolo de tu círculo de relaciones ficcionales. Con la eliminación de espacios reales de diálogo y discusión, ambos instrumentos imprescindibles de la política y de la construcción colectiva de interpretaciones de la realidad, nos hemos convertido en emisores de un discurso siempre unilateral que, a su vez, imposibilita el diálogo.

​ El fenómeno de la cancelación de autores es hoy solo un derivado de esta práctica; la etiquetación de sus trabajos a partir de una frase o una palabra sin contexto es otra consecuencia de esto. Hay una policía moral que no está al servicio de las luchas, pues ninguna policía ni forma de control lo ha estado históricamente. Las luchas son desborde y no límite.

​ Las vigilancias de cumplimiento de lo políticamente correcto son formas renovadas de censura en las que elijo ni ampararme ni creer por mucho que, aparentemente, sean formas de defensa de quienes habitamos cuerpos insultados.

Kay WalkingStick, *Two Women II*, 2017. ©Smithsonian American Art MuseumKay WalkingStick, Two Women II, 2017. ©Smithsonian American Art Museum

​ Yo contra el insulto uso brujería y me funciona, no necesito censura que luego se revierta contra mi poesía.

​ Yo tengo un abecedario propio. Un abecedario donde g y j, como suenan igual, se las puede intercambiar según cuál esté más cerca para no demorar en decir que el jesto de dolor de tu cara imprime la mía convirtiéndome en tu espejo; así, mientras yo me miro en ti, tú te miras en mí. Y mirándome como si fuera tu espejo, te secas las lágrimas mientras yo te sonrío. En mi abecedario propio mexclo x con z como lo hacían l@s mexicas, l@s toltecas y l@s olmecas. Mezclo x con z como se mezcla el mango con la sal, el azúcar y el ají en las plazas donde los sabores de la vida no han sido aún sometidos a revisión ni corrección gramatical alguna. Quisiera anular la equis con la que se nos marcó para matarnos, para clasificarnos, para excluirnos, para inferiorizarnos. La misma equis con la que eXigimos salir de todas esas equis. Un abecedario sin letras mudas para que ablar se escriba sin h… y es que de mudes estamos artas.


​ Yo tengo mi propio abecedario

​ No es correcto,

​ No es oficial

​ No goza de reconocimiento

​ Ni es universal

​ Único

​ Ni real

​ Es un abecedario

​ Circunstancial

​ Accidentado

​ Defectuoso

​ Oloroso

​ Un abecedario

​ Con errores ortográficos

​ Como los que cometen quienes se apropian de la lengua

​ Para que no les corten la lengua

​ Con olores gramaticales

​ Como los que despiden los cuerpos que sudando aprenden en la adultez a leer y escribir porque no les dejaron ir a la escuela

​ Es un abecedario atravesado

​ Por lenguas milenarias que lo invaden

​ Y deforman

​ Como el quechua y el aymara

​ Que aymarizan y sazonan las palabras con sabores ácidos

​ Yo tengo mi propio abecedario

​ Me sirve para escribir cartas de amor

​ Me sirve para escribir historias

​ Me sirve para gritar

​ y sobre todo me sirve para inventar palabras nuevas.

Imagen de portada: Kay WalkingStick, Two Women II, 2017. ©Smithsonian American Art Museum