La paz como contramáquina: jóvenes, territorios y futuros

PAZ / dossier / Diciembre de 2024

Rossana Reguillo

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En las situaciones reales, los cuerpos que se organizan vuelven siempre disfuncionales a los modelos. Por eso las situaciones resultan infinitamente más ricas y complejas que éstos. Miguel Benasayag y Angélique del Rey


Lo que llamamos futuro son las posibilidades que el presente abre. Miguel Benasayag


En un país que cumple ya dieciocho años de guerra, las preguntas por las juventudes y su relación con la violencia y la paz demandan, a mi juicio, desarrollar dos planteamientos iniciales a modo de contexto y problematización.

​ Primero, hay que asumir que el siglo XXI ha estado marcado por el quiebre o el desdibujamiento de la institucionalidad y los relatos que habían dado cierta cohesión y sentido al pacto social, y que el impacto de esto en los universos juveniles ha ocasionado un esfuerzo constante de los jóvenes por dotar de sentido a la vida, a la cotidianidad, pero también a la muerte. A lo largo de muchos años he investigado los modos, procesos, prácticas, imaginarios y narrativas a través de los cuales los jóvenes han logrado construir estrategias o, mejor, tácticas, en el sentido de Michel de Certeau, entendidas como una “práctica del débil” frente al poder, una chapuza que se fuga de los modelos prescriptivos sobre los modos de ser y actuar para desplegar distintas formas de resistencia.1

​ En segundo lugar, es clave considerar la aceleración tecnológica, el crecimiento expansivo de las industrias culturales, los medios de comunicación digitales y, hoy, la ya ineludible inteligencia artificial. Todos estos elementos han transformado el horizonte en el que se configuran las biografías juveniles. Por un lado, estas tecnologías han permitido el intercambio en tiempo real entre personas de muy distintos lugares, creencias, ideologías y utopías, que han impactado, entre otras cosas, la forma en la que nos relacionamos entre nosotros y el modo en que percibimos el mundo. También han posibilitado la conquista de una voz propia por parte de actores, colectivos y colectivas juveniles en el camino de volverse sujetos políticos.2 Pero, por otro lado, estas transformaciones también han traído la falsificación de la verdad, el linchamiento digital y la diseminación del odio como narrativa orientadora.

​ Partiendo de estos planteamientos, me interesa explorar ahora la idea de la paz como un horizonte posible para las juventudes en México (y en el mundo).

Ilustración de Armando Fonseca.

​ La paz, como bien se sabe, no es lo contrario de la guerra, no es la ausencia de conflicto, no es el consenso absoluto. Sostengo que la paz es, fundamentalmente, una condición y una situación (concreta), no un universal abstracto que, entre otras cosas, posibilita:
– El respeto entre identidades diferentes. – El reconocimiento de la alteridad en condiciones de igualdad. – El derecho al disenso y a la opinión propia. – La libertad de desplazamiento o tránsito. – La certeza de que las distintas adscripciones de las personas (pertenencia a grupos, creencias, ideologías) noserán motivo de ataques o de inseguridad.
​ Alcanzar estas condiciones en sociedades caracterizadas por la desigualdad, la injusticia y el control resulta muy difícil, si no imposible. Por ello, es fundamental asumir que la relación de la paz con la política, la subjetividad e incluso el lenguaje no es sencilla. Esta relación implica constantes ajustes y negociaciones tanto en el plano de lo formal-institucional (lo jurídico) como en el plano de lo cotidiano y lo simbólico.

​ Comprender la relación de los jóvenes mexicanos nacidos a principios del siglo XXI con la paz implica analizar el conjunto de situaciones o, mejor, la multiplicidad de situaciones que marcan e intersecan diferenciada y desigualmente la diversidad de biografías juveniles, pese a que estas juventudes vivan en México y les resulte ineludible abstraerse de la dimensión estructural de la guerra (contra el narco) y sus violencias asociadas.

​ En una investigación en curso,3 trato de analizar tres elementos co-constitutivos de la condición juvenil en el mundo contemporáneo y en el México actual: su relación con el territorio (en sentido amplio, como el mundo ambiente),4 su percepción sobre futuros posibles y sus emociones, principalmente sus miedos y esperanzas. Hasta ahora, en las más de treinta entrevistas con jóvenes de distintos lugares, formaciones, niveles socioeconómicos, ideologías, aspiraciones y vínculos con diversos colectivos, destaca la aparente disparidad en sus percepciones y visiones de futuros posibles, los cuales se vinculan con sus miedos y esperanzas.

Yo no creo poder salir del barrio nunca, con jales que duran dos días, una semana. No terminé la secundaria porque había que trabajar en lo que fuera. Mi jefa estaba remal de un cáncer —me dice con los ojos entrecerrados—. Ya ahora nomás me queda un hermano chico, pero a ése se lo va a llevar la maña un día de éstos. Yo, la neta, de lo que tengo más miedo, o sea vivo siempre con el miedo de que la policía me ponga una retroputiza, que me deje pendejo como a mi primo, que no había hecho nada, y es que los polis no se meten con la maña, nomás con nosotros… pos que no tenemos cómo defendernos, ni de los policías ni de la maña.

Ilustración de Armando Fonseca.

​ Carlos tiene veintitrés años y su testimonio biográfico da cuenta de la enorme precariedad y de los riesgos que enfrentan las y los jóvenes en contextos marginales urbanos. Está atrapado en un presente permanente, atado a un territorio que no le permite imaginar un futuro distinto.

​ Mientras que para Alicia, estudiante de ingeniería en sistemas en una universidad privada de la Ciudad de México, el futuro es salir del país para estudiar en Europa:

Yo me he esforzado mucho, ayudo a mis papás con mis gastos de la universidad, no somos ricos. Soy la menor de tres hermanos y todos hemos ido a la universidad, pero yo soy la única que anda con el gusanito de salir a estudiar fuera. Cuando me preguntan por qué me quiero ir… es que, en parte, tener un posgrado te abre más puertas, pero la neta es que mataron a una amiga mía, la secuestraron y la encontraron muerta, y a otras dos compañeras de la escuela les han pasado ya varios sustos cuando salimos tarde de clases, y no es que me dé miedo o, bueno, sí me da y entonces pues ando todo el tiempo cuidándome.

​ A sus veintidós años Alicia aprendió a trazar un mapa de desplazamientos que considera más seguros que otros. Su ciudad se achica cada vez más, sus aspiraciones están cercadas.

​ Ernestina tiene veintiún años y es defensora del territorio y del agua. En 2022 participó en la Caravana por el agua y la vida,5 conformada por varios pueblos. Con apenas diecinueve años marchó durante 34 días para visibilizar los problemas derivados de la explotación, la apropiación indebida de recursos, la represión y las formas de organización que se han dado para resistir.

Desde muy niña yo vi la injusticia y la represión… A mi papá se lo llevaron preso tres veces por oponerse, junto con otros comuneros, a que siguieran saqueando el agua de nuestro territorio. De ahí me vino la lucha y el entendimiento de que sin territorio y sus bienes, los árboles, los pájaros, todos los animalitos pues, el agua, pues no hay vida y yo sí quiero vivir y que vivan todas las cosas que hay en esta tierra. Pues, yo miedo, lo que se dice miedo, no tengo, nomás me da apuración que nos repriman, que la empresa que quiere el agua siga echándonos a la policía y que sus abogados nos ganen esta lucha.

​ En este caso, es el mercado el que acecha la percepción de futuro de esta joven.

​ Estar atrapado en el territorio, vivir el territorio como amenaza y defender el territorio son formas de relación con el mundo ambiente que atraviesan las biografías de estos tres jóvenes. Reproduzco apenas un pequeño fragmento de las largas conversaciones para mostrar los que considero dos elementos relevantes. Por un lado, la centralidad del territorio (en sentido amplio) en la configuración de las identidades juveniles y, por otro lado, lo que voy a llamar fuerzas externas, las cuales operan sobre los territorios y cuya amenaza se materializa en los cuerpos y en los imaginarios juveniles.

Ilustración de Armando Fonseca.

​ Volvamos ahora al concepto de paz. Para ello voy a acudir a uno de los pensadores más lúcidos de la contemporaneidad, Jacques Rancière.6 Tomo de este autor una de sus contribuciones más potentes en el conjunto de su obra: el litigio, que Rancière entiende como la disputa constante no por la mera palabra, sino por el derecho a la misma y por los significados que la palabra adquiere en el contexto de una política del lenguaje7 y, en el tema que aquí nos ocupa, en el contexto de determinadas políticas públicas, culturales, económicas y sociales.

​ Hace varios años me interesé en la noción de litigio para analizar las prácticas de interrupción que operan los movimientos sociales en general y los movimientos juveniles en particular. Pienso, por ejemplo, en las marchas del #8M, los nuevos feminismos y la performatividad con la que irrumpen en el espacio público, cambiando el signo dominante, esto es, plantean una disputa frente a un orden percibido como injusto u opresivo, un litigio.

​ Lo que intenté mostrar con los fragmentos de los testimonios citados es que, pese a la diferencia entre ­biografías y condiciones socioculturales, se trata de jóvenes que viven en un estado constante de litigio, de disputa con fuerzas que acechan y minan sus espacios de libertad y alteran sus relaciones con el mundo. Alicia, por ejemplo, no ve esas fuerzas que amenazan su condición femenina y la de sus amigas, pero intuye que el achicamiento de su espacio seguro no es producto de su imaginación, sino que hay condiciones y actores que la obligan a “litigar” diariamente con el territorio y los actores que lo habitan. Ernestina puede ubicar con claridad a la empresa que altera su concepción del territorio y del futuro; su activismo es un litigio que busca transformar ese estado de cosas. Carlos es un experto litigante: sus desplazamientos por el barrio y su lectura ágil de posibles situaciones de peligro no le permiten cambiar la situación, pero puede interrumpir constantemente lo que amenaza su existencia.

​ Propongo, entonces, entender la paz como una práctica de interrupción, como un litigio nunca acabado que está tejido a la resistencia y a la capacidad individual y colectiva de volverse agentes. Considero que entender la paz como un horizonte de posibilidades es una manera de salir-romper con las concepciones positivistas de la paz, que suelen ser pensadas como un estado idílico de ausencia de conflictos.

​ La pregunta que es necesario formular, por lo tanto, gira en torno a la posibilidad de que la paz se convierta u opere también como un mecanismo de articulación y vinculación. Lo hemos visto muy claramente en el caso del genocidio en Gaza y la forma en que, desde cuerpos situados e imaginarios compartidos, numerosos jóvenes se han apropiado del espacio público en distintas ciudades del país para litigar el sentido de lo que se denomina “guerra”.

Ilustración de Armando Fonseca.

DISPUTAR EL PRESENTE

He sostenido que hoy estamos frente a la explosión de numerosos ismos juveniles: ecologismos, indigenismos, feminismos, activismos, hacktivismos, colectivismos que re-organizan el sentido del litigio y re-definen las controversias, los cuales, desde la condición juvenil, siempre histórica y situada, se asumen como horizontes de un posible futuro.8

​ A manera de hipótesis, pienso que es posible entender esos ismos como un síntoma de la época. Si, como mostré en diferentes investigaciones, las dos últimas décadas del siglo XX ­caracterizaron a las culturas juveniles por la búsqueda incansable de identidad y estilo —lo que entiendo también como un síntoma epocal—,9 entonces el cambio en los procesos y prácticas en el acuerpamiento juvenil se vincula, propongo, de manera directa a la crisis civilizatoria por la que atravesamos: el extractivismo predador, el agotamiento del planeta, la dislocación de las geometrías políticas, la emergencia de autoritarismos de izquierda y de derecha y ­el ­crecimiento de los discursos antiderechos, entre otros desgarramientos. El mundo y el país se vuelven incomprensibles también para los jóvenes.

​ Estos colectivismos buscan actuar sobre el presente, pero es importante enfatizar que estas formas de acción política operan sobre universales concretos: la defensa de un bosque, la búsqueda de reconocimiento de la diversidad, etcétera. Esto significa que las búsquedas de sentido, el litigio y la disputa se libran a nivel micro. Microsismos que interrumpen de forma intermitente el orden de lo instituido, lo que deja en suspenso el poder destituyente que muchos movimientos juveniles han tenido a lo largo de la historia contemporánea. Ello exige, a mi juicio, cambiar no sólo las preguntas sino el lugar de las preguntas. Se trata de hacer aproximaciones a la heterogeneidad de la condición juvenil, pero también a las dimensiones estructurales que definen un paisaje social lleno de sombras ominosas.

​ Hoy más que nunca es necesario y urgente interrogar las resistencias juveniles (aún a las más precarias, como es el caso de los muchos “Carlos” que habitan esta geografía), pero no desde una concepción positivista de la participación ni de la institucionalidad adultocéntrica. Considero que el desafío está en afinar la escucha para percibir ese murmullo que se hace piel y grafiti, cuerpo y código, tatuaje y nota, calle y redes. Porque tal vez, en el proceso nunca acabado de construir la paz en un país en guerra, las juventudes son las portadoras de una potencia de actuar, como diría Spinoza,10 de preservar la existencia, de afectar y dejarse afectar por el mundo y por las relaciones que establecen con el mundo.

Ilustración de Armando Fonseca.

CODA

Llamo #Contramáquinas a las prácticas, estéticas y dispositivos de intervención sobre lo público que buscan desmontar las narrativas normalizadas de las violencias, visibilizar y nombrar personas, situaciones e injusticias que permanecen silenciadas, y alterar los mapas de lo posible.11 En suma, resistir el necropoder que extiende sus tentáculos y mina nuestra potencia de actuar.

​ Existen entre los colectivos juveniles caminantes que bordan semana a semana por la paz, con hilos infinitos de solidaridad, los nombres de las y los desaparecidos, de las mujeres víctimas de feminicidio, prestando manos y corazón para no permitir el olvido.

​ Hay #Contramáquinas entre las juventudes que acompañan y participan en organizaciones para la defensa de los derechos humanos, entre jóvenes expertas y expertos en derecho internacional y en derechos humanos que suman sus cuerpos como bloqueos amorosos contra la barbarie y la impunidad.

​ Hay jóvenes que caminan el cerro, los barrios, las colonias para hacer del grafiti y el rap elementos para la emancipación de esas y esos otros jóvenes que cada día son sometidos a la evidencia de que son prescindibles.

​ Quizás la paz sea no parar de crear #Contramáquinas y, en medio del estruendo, habrá que saber reconocerlas.

Imagen de portada: Ilustración de Armando Fonseca.

  1. Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano 1: Artes de hacer, Universidad Iberoamericanaiteso, México, 1996. 

  2. Rossana Reguillo, Paisajes insurrectos. Jóvenes, redes y revueltas en el otoño civilizatorio, NED Ediciones, Barcelona, 2017. 

  3. Rossana Reguillo, “Mundo ambiente y fractalización de la condición juvenil”, en Juan Romero, Juan Antonio Pérez Islas, Melina Vázquez y Mónica Valdez González (coords.), Nuevas generaciones de América Latina y el Caribe: Persistencias y emergencias de las desigualdades, Clacso/UNAM/CINDE/SIJ, Buenos Aires-Ciudad de México, 2024, pp. 25-48. 

  4. “Según el biólogo Jakob von Uexküll, para cada especie, ese medio, el Umwelt, puede resultar diferente, ya que no denota todo lo que existe, sino la combinación entre la percepción y las formas de actuar que cada especie desarrolla. En relación con la existencia humana, es uno de los tres vértices donde ésta transcurre; los otros dos son el mundo interpersonal o común y el mundo personal o propio. Hasta la primera mitad del siglo pasado, ese medio aparecía casi siempre como un telón de fondo de la historia humana […], como especie hemos producido un salto de escala, y ese salto nos ha puesto en una nueva relación con el ambiente: ya no es un telón de fondo, si es que alguna vez lo fue, sino que el medio, natural y técnico, constituye plenamente nuestro mundo”. Ver Flavia Costa, Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, Taurus, Madrid, 2022 y Giorgio Agamben, Lo abierto. El hombre y el animal, Titivillus, Buenos Aires, 2002. 

  5. Ver el sitio web de Pueblos Unidos de la Región Cholulteca y de los Volcanes. Disponible aquí. Consultado el 14 de abril de 2023. 

  6. Jacques Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 1996. 

  7. Me baso en el desarrollo que Rancière presenta en El desacuerdo, y menos en el reciente libro que escribió con Javier Bassas, El litigio de las palabras. Diálogo sobre la política del lenguaje, NED Ediciones, Barcelona, 2019. 

  8. Rossana Reguillo, “Mundo ambiente y fractalización de la condición juvenil”, op. cit. 

  9. Una época caracterizada por el fracaso de la modernidad y su promesa de un futuro provisorio, de los ajustes estructurales. Las culturas juveniles se acuerparon alrededor de los símbolos identitarios, la vestimenta, la música, las escenas que crearon los metaleros, los punks, los ravers. Para profundizar en este tema, ver Rossana Reguillo, Culturas juveniles. Formas políticas del desencanto, Siglo XXI, Buenos Aires, 2012. 

  10. Baruch Spinoza , Ética. Tratado teológico-político, Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuantos, México, 1977. Primeras ediciones: Ética (1677), Tratado teológico-político (1670). 

  11. Rossana Reguillo, Necromáquina. Cuando morir no es suficiente, NED Ediciones, Barcelona, 2021.