[…] sabemos que nuestra arma más cierta contra la homofobia y las formas de violencia y humillación es la alegría, la osadía; el beso descarado en la calle y el amor desenfrenado en las plazas. María Galindo, Mujeres creando1
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No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragado
y sobrevivido en una de sus playas.
Estos versos del poema “Bitácora” de Cristina Peri Rossi se han convertido para mí en una suerte de clave de identidad, de sutil declaración de principios. Bueno, quizá no tan “sutil”. Lo cierto es que no escondo ni pregono: soy. Punto. Hay gestos de complicidad instantánea, pero también miradas incómodas: ¿¿¿Tú???, me preguntan sorprendidxs. Qué fácil sería para los afanes clasificatorios de mucha gente que yo dijera: “Sí, señorxs, soy heterosexual, o LGBTTTI, o queer, o cis-hetero, o trans o lo que quieran”. Pero no, no lo digo. No escondo ni pregono: soy. Punto. Creo en el deseo y sus derivas, sin fronteras, sin etiquetas; creo en el fluir permanente que no es sustancia sino proyecto. Nomadismo de los cuerpos, dislocación de los binarismos: ni nene ni nena. O sí: ambos y más. Sujeto deseante y por lo mismo ilegible, ininteligible, inclasificable. Más allá o más acá de las esencias: identidades desesencializadas, no despolitizadas sino todo lo contrario. Política del deseo expresada a través de una poética que es, al mismo tiempo, una ética abierta y hospitalaria. Hermandad de lo queer en cuanto raro (“rarito”), marginal, subversivo, recuperando el origen del término. No en tanto concepto fashion y tranquilizador, ¡ay el neoliberalismo “incluyente”! Por eso elijo lo cuir latinoamericano, dicho en nuestro español múltiple, rico, denso, con brillos de náhuatl o de guaraní; elijo la disidencia también campesina, indígena, migrante, precaria, con sus cuerpos fuera de la norma. Elijo los cuerpos otros. Los “prietitos” en el arroz. Elijo lo cutre y provocador como categorías políticas. Aquello indecible que esquiva aduanas y controles, que desafía herencias inquisitoriales quebrando el relato fundacional, y funda así el diálogo con otras formas de resistencia sexual, étnica, de clase.2
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¿De quién es en realidad la vida de uno? Sylvia Molloy3
El deseo es esa fuerza que nos envuelve, que nos empuja, que nos trastorna, mezcla de plenitud y de miedo, de desasosiego y felicidad. A veces es un pulpo que nos abraza dejándonos casi sin poder respirar. Otras, parece un animal asustado y tembloroso. Es canto y es grito. Estremecimiento. Deseo de escritura, deseo de palabras, de voces; deseo de historias y de cuentos. Deseo de pieles. No, quizá no sea de pieles en plural de lo que quiero hablar, sino del deseo de la piel amada. Suave, tibia. Y de pronto no podemos imaginar más hogar que ése. Es de mí de quien estoy hablando, aunque me asuste. Es de mi propio deseo. ¿Cómo podría hablar del de otros si no soy capaz de bucear dentro del mío? Qué pasa en mí, qué pasa en mi cuerpo ante el cuerpo deseado. Qué es aquello que desata mi imaginación y quisiera desatar también mis manos. Un relámpago me atraviesa y me deja muda. “Yo soy para mi amado y su deseo tiende hacia mí”, dice el Cantar de los Cantares. Yo soy para mi amada. Dos chicas de trece años se suicidaron en Michoacán. Se habían enamorado, pero las presiones de la familia, de sus compañeros, de la gente que las rodeaba, las llevaron a preferir la muerte juntas que la vida separadas. Ese suicidio me hizo pensar en mi propio miedo a los trece años. O no. El miedo llegó después. En ese momento no pensaba que enamorarme de mis maestras tuviera algo que ver con “ser diferente”. A los dieciocho o veinte ya empecé a asustarme, aunque no tenía tan claro qué me pasaba. O quizá sí y por eso empecé a asustarme. También había chicos que me gustaban. Tal vez seguía siendo una “perversa polimorfa”, como dice Freud que son los niños. O tal vez, empecé a pensar entonces, al amor y al deseo no les importa tanto el sexo/género del ser que nos estremece. Deriva. Pura deriva. Siempre. Me pregunto si haber elegido En breve cárcel de Sylvia Molloy como uno de los libros centrales que trabajé en mi tesis fue una forma de seguir buscando señales de lo que yo sabía que me estaba pasando y prefería no ver (alguna vez me lo reclamaron). Quizá porque no había aparecido aún la piel que me hiciera querer sumergirme en ella. Pero apareció. Y en ese momento empecé a sentirme completa, plena, enamorada. Perdí el miedo, la sensación de ser distinta. La vergüenza de sentirme diferente. El arcoíris pone nerviosos a muchos. Lo sé. A veces hay que disimular, sonreír, “Vengo con una amiga”. No. Me rehúso. Nunca más disimular. Nunca más mentir. Soy una abanderada del respeto a las elecciones de los demás, de la tolerancia, de la alegría que une al deseo con los cuerpos. Tal vez por eso todos los días celebro la vida y pienso —con fuerza, como nos decían de chicos que teníamos que pensar para que los deseos se cumplieran— que lo que yo quiero es morir de muy, muy, muy vieja abrazada a la mujer que amo.4
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No olvidemos que “México ocupa el segundo lugar a nivel mundial en crímenes de odio por homofobia, lesbofobia y transfobia”.5 Nuestro espacio de elección y disfrute, nuestro “beso descarado en la calle” y nuestro “amor desenfrenado en las plazas” es un derecho del que gozamos muy pocxs.
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También de esto se trata el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. “Vivas nos queremos”, gritan miles de chicas en las calles. Nuestro cuerpo sigue siendo botín de guerra: violaciones, secuestros, feminicidios. Las cifras son escalofriantes. “Género y violencia son prácticamente sinónimos”, dice Rita Segato. No estamos hablando de la intimidad, sino de lo político. Contra la pedagogía de la crueldad, una pedagogía de los vínculos, de la empatía, del afecto, del cuidado. Hablo del margen, de la disidencia, de la deriva y del nomadismo. Hablo de la solidaridad y de la sororidad. De abrazar en las calles a todas: a las que nacieron mujeres y a las que lo eligieron, a las que aman a otras mujeres y a las que buscan construir otra relación con los hombres. A los hombres que rechazan el mandato de violencia, a los que aman a otros hombres, a los que crearon su propio cuerpo. Así lo escribe Francesca Gargallo: “Como feminista considero que no hay sexualidades normales y otras raras, sino que todas las sexualidades son”.6 Cuerpos atravesados por múltiples violencias (raza, clase, etnia, género, geografía) que eligen lo diverso, lo cutre, lo no normativo, lo fuera de lugar, lo fluido, lo transgresor, como acción de resistencia y transformación política.
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Pero sí, también hablo de perder el aire frente a la mujer amada. No escondo ni pregono: soy. No es elección, es vértigo de las pieles. ¿Y la lengua? Afásica, tartamuda, despaisada, irreverente, quebrada, apátrida, dolida, fuerte, luminosa, mestiza, híbrida, migrante. Matria acogedora y tibia para nombrarnos: A ti y a mí. A mí y a vos. A nosotras. A nosotrxs.
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Pura deriva. Alegre y osada deriva de los cuerpos. Porque el naufragio será feliz.
Imagen de portada: Gustave Courbet, Le Sommeil, 1866. Colección del Musée des Beaux-Arts de París
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María Galindo, “Gorda, libre, boliviana y terca; es decir GLBT”, en Diego Falconí Trávez (ed.), Inflexión marica. Escrituras del descalabro gay en América Latina, Egales, Barcelona/Madrid, 2018. ↩
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Diego Falconí Trávez, op. cit. ↩
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Patricio Lennard, “La palabra en la boca. Entrevista a Sylvia Molloy”, Soy, suplemento de Página 12, Buenos Aires, 25 de septiembre de 2009. ↩
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Una versión de este fragmento fue publicada como “Miedo y deseo”, Milenio, 25 de junio de 2016. Le agradezco a José Luis Martínez la invitación a escribirlo. ↩
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Informe alternativo para el cumplimiento de la CEDAW en México, julio 2018. ↩
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Francesca Gargallo, “A propósito de lo queer en América Latina”, Blanco móvil, México, 2009, núms. 112-113, pp. 94-98. ↩