Siempre es grata la aparición de un nuevo título en las colecciones universitarias, y es aún más satisfactorio encontrarse un libro de cuentos de Amparo Dávila. La Antología narrativa de la zacatecana, conformada por Héctor Baca, se encuentra tanto en formato digital como impreso y pertenece a la colección Textos en Rotación, de la Dirección General del Colegio de Ciencias y Humanidades (DGCCH) de la UNAM.
En la colección, hay textos fundamentales de la tradición literaria, como La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, La metamorfosis de Franz Kafka, Trilce de César Vallejo, Azul de Rubén Darío y Zozobra de Ramón López Velarde. También está presente la literatura contemporánea con la novela El gran preténder de Luis Humberto Crosthwaite y con Talud, un volumen de cuentos de Yuri Herrera.
Sorprende, sin embargo, la apuesta por textos complejos para el público de bachillerato, que acaso está familiarizado con ellos en el sentido que anunció T. S. Eliot, como el eco de nombres y obras de escritores que muy posiblemente no leyeron, pero que conocen, ya que los poetas construyen la idea misma de patria. Pongamos un ejemplo: si escribo “Juana Inés de la Cruz”, muchos tendremos la imagen de una monja en un billete; otros recordarán algún verso; otros más, verso e imagen; y algunos, nada. Su solo nombre representa la idea de la literatura de nuestro país, no por nada inauguró esta colección al lado de Felisberto Hernández.
Amparo Dávila es la autora que más recientemente aparece en los Textos en Rotación. Estamos ante una escritora clásica moderna del cuento mexicano, heredera, sobre todo, de una tradición literaria principalmente europea del siglo XIX. Por eso encontramos en sus páginas el carácter ominoso presente en los cuentos de Guy de Maupassant y Edgar Allan Poe. La literatura de Dávila es una mezcla de su condición femenina, en una época determinada (la segunda mitad del siglo XX); de sus lecturas oscuras, en el sentido romántico del término; y de sus creencias. Todo ello hace que sus textos representen un tejido cerrado y oscuro que, en general, acaban con un hecho violento o que raya en lo sobrenatural.
Dávila es una de las escritoras más enigmáticas del México contemporáneo porque, junto con Inés Arredondo y Guadalupe Dueñas, hizo una literatura menor en el sentido planteado por Deleuze y Guattari; es decir, exploró los límites; el más relevante es el de lo femenino en el entorno familiar. Lo hizo, irremediablemente, como mujer de su época. Y le dio, de esa manera, un nuevo sentido literario al término ominoso.
En “El huésped”, que gira en torno a la vida de una mujer casada, madre de dos hijos, observamos a la esposa insatisfecha en su matrimonio. Lo dice desde el primer momento: “es un mueble para su marido”; esta reflexión es interesante porque muchas de las características de los personajes están acotadas por el espacio y los objetos. Posiblemente la mujer siempre fue vista como un mueble, pero nosotros nos enteramos cuando comienza su narración. En la casa también están la sirvienta y su chiquillo. Después de un viaje, el marido invita a vivir con ellos a un hombre que inmediatamente asusta a su mujer, pues se siente atacada por el individuo. Finalmente, la mujer y la sirvienta, acosadas y maltratadas, matan al hombre, que recuerda más a una cucaracha que a un ser humano.
Mucho se ha especulado sobre si el huésped es un desdoblamiento del marido de la protagonista, así que propongo hacer un ejercicio para ver qué sucede con el personaje central, también narradora. Pensemos que eso que aterroriza a la protagonista —ese otro que la vigila y no la deja en ningún momento y lastima al chiquillo de la sirvienta— es, en realidad, ella misma.
Si nos guiamos por esta idea surgen nuevas preguntas: ¿habría que defender a los niños de ella? y ¿qué pasaría si ella se fuera? Estas interrogantes pueden ayudarnos a comprender mejor el cuento y acaso también podremos entender un poco de la condición femenina en el siglo pasado. La protagonista tenía que defender a sus hijos aunque fuera de ella misma y no se puede ir, porque no tiene dinero, no es libre.
Si pensamos, por el contrario, que el marido es el huésped, entonces se trata de una especie de doctor Jekyll, cuyos impulsos —su huésped— son el señor Hyde. El marido se convierte entonces en el mal por eliminar, porque también representa la aparición de lo irracional e incontrolable; es de lo que hay que defenderse.
La pregunta que emerge en ambos casos es si somos capaces de ver más allá de nosotros mismos. Si el marido es el huésped, al morir en la habitación es domesticado y, por lo tanto, nos encontramos ante una fantasía imposible para una mujer en el siglo pasado. Si, por el contrario, la mujer es el huésped, al morir el monstruo desaparece la parte animal en ella y también es sometida, situación más que frecuente en la época de Dávila; por eso la protagonista y la sirvienta pueden pensar en regresar a su vida normal.
En cualquiera de las dos interpretaciones, la pareja logra, con la muerte del agente irruptor, restablecer el orden social; no así el humano, que implica ser individuos, al mismo tiempo que amantes padres de sus hijos en un lugar donde no hay corrupción ni ambigüedad, situación por demás complicada de atestiguar en la vida real. Como sabemos, la mujer mata al huésped y la sirvienta le ayuda. “Hay que domesticarse y, para hacerlo, hay que dejar sin comida y aire al mal que habita en todos”, parecen decir las dos mujeres, convencidas de estar acabando con una especie de demonio.
La literatura de Dávila se presta, como la de los escritores más destacados, a múltiples interpretaciones, porque construye esos ríos subterráneos que vislumbramos en autores como Faulkner y Joyce; hay, en el tejido cuentístico, otra historia que se revela. Por otro lado, es posible encontrar una fórmula narrativa en Dávila; en ésta el dolor es central y se restaura el statu quo. En ocasiones podemos pensar que las situaciones narradas están forzadas, porque nos hallamos ante personajes delirantes que deben regresar al equilibrio con su entorno, aunque sea de manera patológica.
En los textos de Amparo Dávila se convive con el otro mundo —el de los muertos y los fantasmas—, pero ese mundo, aunque se mezcla con el “real”, no se confunde con él. Por esa razón, en sus relatos encontramos lo ominoso en el sentido que anunció Sigmund Freud: la idea de lo familiar en las representaciones estéticas como un territorio desolado, sin bordes, en el que el individuo está condenado a adaptarse o a sucumbir.
En la Antología, hay mujeres de mediados del siglo pasado que no desean casarse, que no quieren integrarse a la vida social como “debería de ser”. Entonces eligen una soledad que en esa época era absurda. También hay las que parecen sucumbir ante la locura. Un rasgo común entre ellas es que todas quieren escapar, aunque quedan ancladas, generalmente, a los espacios.
Las mujeres que leemos en los textos de Dávila viven en un grito de dolor, nos recuerdan a esas estatuas de lava, duras y negras. ¿Qué relación tienen estos personajes adoloridos con los que podemos encontrar en otras obras de la literatura en español? Posiblemente ninguna, por eso los textos de Dávila, en donde el orden sólo se restaura parcialmente, representan un cambio ante sus predecesores.
Hay que recalcar, sin embargo, que el prólogo del libro debió ahondar en la pertinencia de presentar a Dávila en una colección dirigida a estudiantes de educación media superior, pues, si bien no se trata de un texto especializado, era el espacio para propiciar un diálogo abierto con esa comunidad. El reto en el bachillerato consiste en encontrar los espacios pedagógicos adecuados para el intercambio literario y que incluyan una lectura acompañada. Resulta muy importante que se lea en las aulas para apoyar el proceso de conocimiento del mundo; pero, sobre todo, para fomentar el re-conocimiento del otro. Así, en luminosas ocasiones tenemos la sensación de haber escrito el texto que leemos porque habla de nosotros, nos delata; ése es el tipo de lecturas que mejor repercute en los jóvenes.
En particular, la colección Textos en Rotación obedece a un legítimo interés de difundir la literatura compleja; es decir, apuesta —como se ve en la elección de títulos— por un público interesado en lo múltiple y paradójico del alma humana. En la elección literaria ecléctica de la DGCCH está, sin duda, el gusto por la belleza de las palabras que cuentan historias en diversas épocas. Y lo cierto es que ahora Amparo Dávila es un clásico moderno de la literatura mexicana y merece ser leída y reeditada.
Finalmente, aunque el libro presenta varios textos relevantes de la autora zacatecana, como “Alta cocina”, “La señorita Julia” y “Árboles petrificados”, “La carta”, uno de sus textos mejor logrados, hizo falta.
Héctor Baca (ed.), CCH/UNAM, colección Textos en Rotación, Ciudad de México, 2023.
Imagen de portada: Amparo Dávila. Palacio de Bellas Artes, sala Manuel M. Ponce, CDMX, 2018. Fotografía de Javier Narváez.