dossier Paz DIC.2024

Sophie Esch

El burro entre los escombros y el gallinero dentro del tanque: la obra de Mia Couto

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De todas las imágenes del horror que provienen de los múltiples frentes de guerra en el mundo actual, una en particular se me ha quedado grabada: la de un burro herido, tomada el 11 de octubre de 2023 en Gaza. El burro está sentado, con las patas dobladas, entre escombros y sangra por varias heridas: ijares, ancas y rodillas. Está cubierto de polvo y detrás de él se ve el humo de las bombas recién caídas. Como seña de su aflicción, sus orejas están ligeramente gachas y volteadas hacia atrás, mientras que su mirada parece estar volcada hacia su interior, como si deseara no estar ahí. Está totalmente solo en un mar de ruinas. Es una imagen de desolación total que capta, en ese instante y en esa cara aturdida del burro, la sinrazón de la guerra. Podría parecer aberrante prestar atención al sufrimiento de los seres no humanos durante la guerra, podría tildarse de un sentimentalismo excesivo o de plano ofensivo, como si hacerlo soslayara el dolor de todas las víctimas humanas (niños y adultos), que consideramos más importantes desde el antropocentrismo y el especismo tan casual de todos los días. Pero si hay algo que nos debe enseñar esta guerra aterradora en Gaza, es que comparar los dolores y los traumas, poner la vida de unos sobre la de otros, no lleva a nada, menos aún a la paz. ¿Y si, por el contrario, hablar de este burro significara confrontar en su totalidad el inmenso impacto de la guerra y percibir más claramente los lazos que nos unen? Después de todo, el Guernica, la pintura antiguerra más célebre, tiene un alto poder emotivo porque aborda en blanco y negro el sufrimiento de todos los seres atrapados en aquel sótano: el grito de la madre, el relincho del caballo, el pánico del toro. Es un dolor colectivo y multiespecie provocado por la guerra —cualquiera—, que todo lo toca, envuelve y hiere; no sólo a humanos, sino también a animales, plantas, ecosistemas y a la tierra misma. Bosques y manglares enteros en Vietnam fueron destruidos deliberadamente con toneladas de herbicidas como táctica bélica; hoy, en Palestina, los olivos son otra víctima de la ocupación. Por eso, retar las ecuaciones especistas es un acto de resistencia contra las retóricas brutales de la guerra, en las que la animalización y el desprecio del otro se usan como justificación del pogromo, del genocidio, del borramiento.

Mural de Maputo, Mozambique, © de la autoraMural de Maputo, Mozambique, © de la autora.

​ ¿Cómo imaginar la paz desde el aniquilamiento y el dolor de la multiplicidad de seres y constelaciones que conforman la vida? ¿Qué significaría abordar la guerra (y la paz) a partir de una perspectiva ecológica? El burro entre los escombros y los olivos arrasados me llevan a otra tierra muy sufrida, Mozambique, y a una de sus grandes voces literarias: Mia Couto, ganador, entre otros, del premio de la Unión Latina, el premio Camões, el premio Neustadt y, en 2024, del premio de Literaturas en Lenguas Romances de la FIL Guadalajara. Por lo general, se le celebra su uso ingenioso del portugués, como lo hizo su gran precursor e inspiración: João Guimarães Rosa. También se le conoce por sus mundos fantásticos y por la fluidez de sus construcciones identitarias (desde una nación pluricultural y pluriétnica hasta las transmutaciones de especie). Pero hasta el momento, otro tema clave de su escritura ha recibido muy poca atención crítica: la guerra y su impacto en el medio ambiente y los animales.

​ Sin embargo, de este tema se ha ocupado Couto desde sus primeros cuentos. “O Dia em que explodiu Mabata-Bata” (1986) narra las muertes funestas de un buey y su joven pastor al pisar minas terrestres, vestigios nefastos del largo periodo bélico de la historia reciente de Mozambique. Primero fue la guerra de independencia contra los portugueses (1964-1975), a la que siguió la postindependentista (1976-1992), tanto civil como subsidiaria, que enfrentó al gobierno revolucionario del Frelimo (Frente de Libertação de Moçambique) contra la Renamo (Resistência Nacional Moçambicana), un grupo reaccionario que contaba con el apoyo de una parte de la población rural en el centro-norte del país y de los regímenes supremacistas blancos de Rodesia y Sudáfrica. Aquel conflicto bélico de dieciséis años fue uno de los más devastadores de la mal llamada Guerra Fría. Destruyó el país y provocó desplazamientos masivos: en una nación que sólo tenía dieciséis millones de habitantes, la guerra y la hambruna mataron entre uno y tres millones de personas y causaron el desplazamiento de seis millones más: cuatro al interior de sus fronteras, y uno y medio millones fuera de ellas. Además, Renamo se dedicó con frenesí a la destrucción de la infraestructura. Cuando terminó el conflicto, Mozambique se había convertido en una de las naciones más pobres y devastadas del mundo. La guerra también tuvo graves efectos en la fauna silvestre. Gorongosa, la reserva nacional más importante, perdió 95 % de sus grandes mamíferos: elefantes, hipopótamos, rinocerontes, ñus, antílopes acuáticos y búfalos. La caza furtiva incluso provocó cambios físicos y conductuales que persisten hasta el día de hoy en las manadas sobrevivientes de elefantes: son muy agresivos con los humanos y, como adaptación genética a la persecución que sufren por el marfil, un número desproporcionado de crías nace sin colmillos. En 2001, Couto, quien es biólogo de profesión, a la par de su notable trayectoria como escritor, incluso colaboró en un estudio sobre el caso: Biodiversity and War.

Eadweard Muybridge, un elefante caminando, _Locomoción animal_, placa 733, 1887. Wellcome Collection, dominio público.Eadweard Muybridge, un elefante caminando, Locomoción animal, placa 733, 1887. Wellcome Collection, dominio público.

​ Pero es su primera novela, Tierra sonámbula (1992), la que ofrece la mejor articulación del autor sobre el impacto de la guerra en el mundo más que humano. Valiéndose de varios sistemas de conocimiento, desde la biología al animismo y tanto de la tradición oral africana y los mitos bantús como de la tradición letrada latinoamericana, Couto crea un desgarrador y poético retrato de la guerra desde una perspectiva ecológica y multiespecie. Tierra sonámbula, seleccionada como una de las doce mejores novelas africanas del siglo xx en la Feria Internacional del Libro de Zimbabue de 2002, es una propuesta desafiante que contiene una multitud de historias, fábulas y aforismos dentro de historias. A través de viñetas entrelazadas, el escritor teje el relato de varios refugiados y da cuenta de un sinfín de criaturas, seres y entidades heridos por la guerra: humanos, animales, árboles, difuntos, espíritus.

​ La visión ecológica se hace presente desde la primera página y sus memorables párrafos de apertura: “En aquel lugar, la carretera había muerto de guerra. En las cunetas se pudren coches incendiados, restos de las rapiñas. En la sabana circundante, apenas los baobabs contemplan el mundo desfloreciendo”. En este entorno apocalíptico deambulan algunos refugiados y sobrevivientes: un hombre viejo, un niño, unas hienas y una cabra perdida. Después un elefante herido atraviesa “la carretera muerta”. Es una de las escenas más desgarradoras del libro. El elefante está sangrando, camina con dificultad y luego se pierde en la sabana. A través de este elefante solitario y moribundo, Couto capta con intensidad poética las muchísimas muertes de mamíferos que produjo la guerra. La imagen de fragilidad del gran paquidermo herido tiene un profundo impacto en los refugiados que lo miran. Les invade una honda tristeza y ellos mismos sienten el dolor de ese animal más muerto que vivo.

​ El ambiente de la novela es onírico y fantasmagórico. Los ecos de Rulfo se hallan por todos lados, al igual que las incertidumbres y contradicciones de los mundos literarios de Guimarães Rosa. Además, Couto echa bastante mano de lo que algunos intelectuales africanos, como Pepetela y Harry Garuba, han denominado “realismo animista”, un realismo literario que incorpora las fuerzas vitales del mundo de los espíritus. ¿Quién cuenta o sueña la novela? ¿Serán los baobabs, árboles míticos de la conexión entre el mundo de los vivos y de los difuntos y asociados con el arte de narrar? ¿O es la misma tierra sonámbula y lo que leemos es su sueño febril? Porque lo que queda claro es que la tierra, si bien se encuentra gravemente herida, está viva. Se sacude y anda. Los dos refugiados humanos notan que, aunque a veces no se mueven en lo absoluto, el paisaje alrededor de ellos cambia. Aparecen y desaparecen árboles; el paisaje se torna de sabana a bosque, marisma o costa. Es una tierra en convulsión.

Un elefante asiático. Fotografía de Thermal Vision Research. Wellcome Collection, Creative Commons 4.0Un elefante asiático. Fotografía de Thermal Vision Research. Wellcome Collection, Creative Commons 4.0.

​ En ese sentido Couto captó en la literatura lo que años más tarde, y del otro lado del mundo, se consagraría por primera vez en ley. En 2011, Colombia hizo historia al reconocer el territorio como víctima del conflicto armado del país, con base en epistemologías afroindígenas (más recientemente, en 2023, también se declaró víctima al río Cauca). Fue un hito para la jurisprudencia en derechos de la naturaleza y un logro para los que abogan por las epistemologías y ontologías no occidentales. También Couto busca exaltar en su novela esos otros saberes para contrastarlos, por un lado, con el marxismo científico del Frelimo de antaño, que los consideraba un mero oscurantismo que debía ser eliminado en el proceso de modernización de Mozambique y, por el otro, con las ciencias naturales que no toman en cuenta las diferencias y taxonomías culturales que impactan los modos de convivencia entre los humanos y otros seres.

​ La tierra en Couto es animada y poderosa. En varios momentos, la novela parece insinuar que la tierra herida no necesita al ser humano, y menos aún que éste la cure, habiendo sido responsable de su destrucción. Una de las múltiples minihistorias del libro, la de Nhamataca, el Hacedor de Ríos, es una alegoría del antropoceno antes de que se creara dicho término. Nhamataca está intentando excavar un río para sanar la tierra. Será un río que no permita que lleguen armas al país (hundirá a todos los barcos que las transporten). Pero mientras cava, empieza a llover y el lecho se llena de agua, el río crece y se lleva al hombre. Después toda el agua se desvanece en la tierra árida. La moraleja es clara. El ser humano, en su soberbia (bien intencionada en este caso), intenta cambiar la superficie de la tierra, pero opera una entidad mucho más poderosa y lo barre de la faz de ésta. Nombrar a los territorios y los ríos como víctimas de conflictos armados es un importante reconocimiento de la magnitud de la guerra y una poderosa ficción legal. Sin embargo, mantiene a estas entidades en un lugar pasivo. En contraste, Couto destaca en la ficción literaria, y desde su biocentrismo, a una tierra que tiene agencia y que, llámese clima o fuerzas naturales, actúa de motu proprio.

​ Después de Tierra sonámbula, Couto siguió publicando novelas que se ocupan de los conflictos bélicos y del legado de la violencia en Mozambique. Las armas de fuego funcionan como una sinécdoque de la guerra para el autor. Un tema constante en su obra es el intento de deshacerse de ellas e impedir que se lucre con los conflictos armados. En El balcón del Frangipani (1996), una alianza entre humanos, difuntos y animales logra desvanecer un almacén lleno de armas contrabandeadas. El último vuelo del flamingo (2000) narra un proyecto para desminar el territorio y la misión fallida de los Cascos Azules de las Naciones Unidas en el país. En Jerusalén (2009) aparece un personaje llamado Kalash, un exsoldado cuyo cuerpo traquetea al caminar debido a todas las balas que contiene. Kalash necesita sacudírselas. La confesión de la leona (2012) aborda la violencia de género y los conflictos entre humanos y animales. Y en la trilogía Las arenas del emperador (2015-2016), Couto se remonta al siglo XIX para relatar la historia violenta del Imperio de Gaza y, con ello, explorar los mitos nacionales y las razones históricas de los interminables conflictos (migraciones y diferencias étnicas, colonialismo, tráfico de esclavos).

Dan Hadani, unos niños jugando en los restos de un tanque de guerra egipcio capturado durante la guerra de independencia,1967. Biblioteca Nacional de Israel, Creative Commons 4.0.Dan Hadani, unos niños jugando en los restos de un tanque de guerra egipcio capturado durante la guerra de independencia,1967. Biblioteca Nacional de Israel, Creative Commons 4.0.

​ Lo que ocupa a Couto en todos sus libros es cómo pensar la comunidad imaginada de la nación (nueva, además) desde las cenizas de la guerra. Para él, la búsqueda de la paz no sólo significa exorcizar las armas, sino sobre todo encontrar otras formas de convivencia, lo cual no incluye únicamente a los humanos. Es necesario despojarse de la noción de la superioridad humana (que provoca tantas guerras) y establecer alianzas entre especies. Vale la pena notar que en muchas de sus novelas y cuentos, son las alianzas sobrenaturales y multiespecie las que logran desprenderse del bagaje (literal o figurado) de las armas. Tal vez la concepción de Couto sea demasiado literal al centrarse en metralletas y municiones, pero su fijación en ellas no sorprende si se considera que Mozambique es un país que no sólo nació de la lucha armada anticolonial, sino que, además, como memoria de su hazaña heroica luce una AK-47 en su bandera. Es una nación que ha tenido dificultades para sacudirse las armas de encima (o, mejor dicho, de adentro), ya sea por los cuarenta años de guerra continua, por el peligro invisible y latente que representaron las minas terrestres (hasta 2015, cuando Mozambique fue declarado libre de minas, tras años de esfuerzos) o por el resurgimiento de grupos armados locales en el siglo XXI.

​ Con todo, la literatura de Couto es, por lo general, una literatura de esperanza y no de amargura. También en Tierra sonámbula, a pesar de haber sido escrita cuando la guerra seguía en curso y de la desolación que describe, hay esperanza y un deseo de curar las heridas. En el libro hay muchos gestos de sanación, algunos fallidos, como el de Nhamataca, pero todos sinceros. Hay señales de un renacer de la tierra por todos lados. Las personas ntentan sembrar y llevan a cabo ceremonias de curación. Aparecen también los Naparama, un movimiento espiritual de guerreros tradicionales (que existió en la vida real), que hacia finales de los años ochenta consiguió pacificar zonas del norte del país, en parte porque su líder curandero aseguraba haberlos inoculado contra las balas y porque tenían prohibido usar armas de fuego (otro exorcismo de ellas).

Dan Hadani, un burro-taxi, 1966. Biblioteca Nacional de Israel, Creative Commons 4.0.Dan Hadani, un burro-taxi, 1966. Biblioteca Nacional de Israel, Creative Commons 4.0.

Tierra sonámbula es una novela sobre el apocalipsis pero también sobre el génesis. El renacimiento después de la destrucción alcanza incluso a un tanque destartalado que ya no tiene sus ruedas de oruga. Un personaje que ha perdido sus extremidades inferiores siente afinidad con el tanque: dice que ambos son guerreros en convalecencia que han perdido sus piernas. Decide darle otra vida, habilitándolo como gallinero: un hogar para docenas de gallinas que ponen huevos y que resuena con el piar de las aves. Así, un vehículo de destrucción y muerte se transforma en un refugio y un santuario para la vida. Nace un nuevo ecosistema desde los escombros de la guerra. Ésta es la visión de paz de Couto: ecológica, en el sentido de convivencia y relación. Es una mirada urgente en tiempos de antropoceno y guerra sin fin. La paz tendrá que ser ecológica y multiespecie o no será.

Imagen de portada: Dan Hadani, un burro-taxi, 1966. Biblioteca Nacional de Israel, Creative Commons 4.0.