La cita es en el bar del Hotel Imperial, en la Ciudad de México. Antes de entrar, se me ocurre que los bares han sido el escenario perfecto para una poesía que transita por paisajes urbanos, calles y amores trasnochados. Luis García Montero llega a la mesa donde espero para tener esta conversación. Viene de recibir el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria. Se quita el saco y, ahora que está más cómodo, me dice que se siente muy contento y honrado de haber recibido un premio en cuya lista de galardonados se encuentran Mario Vargas Llosa, Sergio Ramírez, Elena Poniatowska y Eduardo Lizalde.
Un premio gana prestigio en función de los premiados. ¿Cómo recibes este galardón?
La emoción y el agradecimiento dependen de muchas cosas. Tú sabes que cuando a un escritor le dan un premio, si dice que no está contento está mintiendo. Todos tenemos nuestra pequeña vanidad y, en ese sentido, yo estoy muy agradecido. Pero el agradecimiento puede tener muchas dimensiones. Yo me siento muy unido a la cultura poética mexicana y me agrada mucho que el premio se llame Carlos Fuentes, porque es un autor al que no sólo he leído como novelista, sino también en sus reflexiones. Además, tú lo comprenderás, estas cosas se agradecen por la poesía; se trata del reconocimiento a un género que tiene mucho que decir.
Has dicho que la poesía es una forma de reivindicar la libertad.
En las palabras caben muchas cosas. Vivimos, nos comunicamos, nos organizamos a través de ellas. Pensar lo que hay dentro de las palabras es muy importante. Recuerdo ahora una conferencia que Julio Cortázar dio en Madrid, en los ochenta. Él denunciaba los peligros del lenguaje manipulado, reflexionaba en torno a lo que hicieron con las palabras los discursos nazis en los años treinta. Decía: “Bueno, y eso que en los años treinta no existía la televisión. Si hubiera existido la televisión, los discursos manipuladores que invitasen al miedo, al odio, a justificar el poder, serían mucho más eficaces”. Y yo ahora pienso, si don Julio viviera, se le podría decir: “Bueno, lo de que no existiera la televisión era poco, si se compara con lo que han hecho las redes sociales con nosotros”. Yo creo que el poeta que se pone a buscar una palabra precisa, que no es el adorno, sino la manera de nombrar las cosas y hacerse testigo de la realidad, representa a cualquier ser humano que piensa lo que cabe en las palabras para hacerse dueño de su propia conciencia en un mundo de manipulaciones.
Has mencionado en alguna de tus conferencias que el poema de amor puede emancipar al ser humano tanto como un poema político. ¿Cómo es esto?
Nosotros, cuando comenzamos a escribir y a darnos a conocer en los años ochenta en Granada, formamos un movimiento poético que llamábamos “La otra sentimentalidad”1. ¿En qué mundo nace esto? Pues en uno donde la gente ha estado bajo una dictadura y empieza a vivir una España democrática. Entonces, para nosotros, apostar por una transformación social era apostar por una transformación cultural, donde la educación sentimental fuese analizada, porque el amor es fundamental. ¿En qué relaciones se establece un nosotros? ¿Y qué significa respetar la diversidad en la sexualidad, en la dignidad de las personas, en los derechos sociales? Y, claro, nosotros empezamos a decir que apoyar la democracia y apoyar un espacio progresista no era sólo votar cada cuatro años. Era plantearse —y la poesía daba una muy buena perspectiva— la transformación de un país que se había consolidado en el machismo de la dictadura y que tenía que transformar su educación sentimental. Cuando yo era un joven profesor, a principios de los años ochenta, y defendía en la poesía la otra sentimentalidad y el amor como un espacio de revolución, muchos camaradas de mi partido me llamaban pequeño burgués, porque decían que me dedicaba a algo subjetivo y que no hablaba de la lucha obrera. Parecía que para ser progresista había que defender nada más las consignas del partido o una huelga general. Y querer evidenciar los tejemanejes del poder en el amor era subjetivo y de pequeño burgués. Bueno, mis últimos poemas de amor, durante la enfermedad de mi mujer, son una reivindicación de los cuidados. Los seres humanos somos seres vulnerables y el neoliberalismo genera un narcisismo consumista muy fuerte. Se nos olvida que somos seres que necesitamos cuidar y ser cuidados. Y ése es el mejor remedio contra la prepotencia y el autoritarismo. Si de pronto tienes que convivir con la enfermedad y necesitas entenderla, la poesía te ayuda a encontrar una respuesta en la que, por lo menos, puedes sentir que tu historia de amor se ha cumplido hasta el final. Por eso creo que el amor es también una manera de comprometerse en la poesía.
Puedo ver a ese Luis que iba a la Universidad de Granada, que “se vestía de poeta” y recitaba poemas de amor frente a compañeros que le exigían poemas sociales. ¿Qué papel jugó entonces la poesía en la configuración de tu identidad?
Yo entro en la universidad en 1976, que es el año en que se le hace el primer homenaje a Federico García Lorca en Granada, a cuarenta años de su muerte. Fuimos a un pueblo, Fuente Vaqueros, que estaba rodeado de policías, y el sobrino de García Lorca, que estaba ahí, dijo: “Después de cuarenta años de silencio, nos dan media hora de libertad”. Porque Manuel Fraga Iribarne, que era entonces ministro de Gobernación, se había dado cuenta de la dimensión política del asunto y ordenó a la policía que sólo permitiera media hora de homenaje y después disolviera la reunión. Entre los poetas que estaban allí se encontraba Blas de Otero. Me acerqué porque había sido muy lector de él y le dije: “Don Blas, por gente como usted yo me quiero dedicar a la poesía y venir a eventos de este tipo”. Blas de Otero me tocó la cabeza y me contestó: “Espero que llegues a perdonarme”. Entonces, cuando de pronto me veía en ambientes muy politizados y defendía los poemas de amor, lo que estaba defendiendo era una tradición literaria donde el amor no sólo había sido fundamental en la calidad literaria, sino también en la utilización de la poesía para agitar y transformar una sociedad. Y, bueno, ahí estaba yo, vestido de joven militante del partido comunista de España, recibiendo la herencia de cuarenta años de lucha clandestina contra el franquismo, pero diciendo que la poesía social era también la poesía de amor.
Tengo entendido que tu padre era militar. Un militar muy peculiar, porque leía poemas.
Mi padre era un militar bastante de derechas. Él se había educado en el franquismo y siempre lo defendía, pero, como mucha gente de derecha, tenía una especie de lectura sentimental del mundo y de la patria que, a veces, sustituía a la razón. Tenía una dimensión sentimental muy fuerte, que lo convirtió en lector de poesía. Leía, por ejemplo, la Canción del pirata de Espronceda cuando yo era niño. Siempre digo que conocí la poesía antes de conocer el mar, porque me leyeron la Canción del pirata antes de llevarme al océano. Eso es lo que le debo a mi padre. Y también otra cosa. Discutíamos mucho cuando yo empecé a militar y a defender una España distinta a la que él consideraba la España decente. No obstante, mi padre siempre tuvo un sentido de lo familiar, donde podíamos discutir, pero se mantenían la fraternidad y el cariño por encima de todo. A principios de los ochenta mataron a unos religiosos en El Salvador. Yo fui de los que acudieron al consulado; hicimos una invasión y una sentada en protesta. Apareció en los periódicos de Granada. Ahí salía yo, mientras la policía me detenía para pedirme el carné de identidad. Tiempo después un hombre me contó: “Mira, yo hice la mili y trabajé de camarero en el bar de oficiales del regimiento de infantería de Granada”, que era donde mi padre trabajaba en aquella época como teniente coronel. “Recuerdo que me impresionó mucho un día en que, tomando un café allí con otros oficiales, le dijeron: ‘¡Anda, tu hijo! ¡Qué escándalo, qué me dices! ¡En el periódico, detenido por comunista, por rojo!’”. Y cuenta que mi padre les contestó: “Si os dais cuenta, mi hijo ha hecho lo que yo le he enseñado: protestar cuando matan a un cura”.
Desde El jardín extranjero y Habitaciones separadas han pasado varias décadas. Ya se perfilaban algunos de tus temas predilectos, como el paso del tiempo, las relaciones humanas y amorosas. ¿Han cambiado tus preguntas por estos asuntos?
Bueno, ha cambiado mi edad y mi perspectiva. El jardín extranjero ganó el Adonáis en el 82. Lo escribe alguien que ha visto el inicio de la democracia y que tiene muchos sueños por delante, pero también la necesidad de encontrar su mundo poético. Habitaciones separadas es un libro en el que, para bien o para mal, ya he encontrado ese mundo poético. Como lector, admiro lo que leo en otros poetas. Lo que siento con mi poesía es que hay algunos poemas en los que me reconozco y me siento cómodo y otros de los que ya me he distanciado. Habitaciones separadas es un libro en el que me reconozco. Me siento heredero de una tradición. La poesía es incompatible con el tiempo como mercancía para usar y tirar, porque somos la herencia que recibimos. Después comprendí que, para buscar tu mundo, no puedes repetir lo que ya han hecho otros, sino que tienes que encontrar tus propias respuestas a partir de lo que han escrito los demás. En ese sentido, tu trabajo busca seguir pasando la antorcha, para que dentro de unos años haya alguien que lea tu poesía como tú leíste la de Blas de Otero, la de José Emilio Pacheco, la de Rosario Castellanos o la de santa Teresa de Jesús. Entonces, a partir de ahí, se establece una relación con el tiempo. Esto me recuerda algo que le debo a Rafael Alberti y a su generosidad: se bajó del altar donde yo lo tenía para interesarse por lo que estábamos escribiendo los poetas jóvenes. A mí me gusta mucho leer a los poetas jóvenes de ahora, porque me recuerdo a mí en los años setenta buscando en la poesía las respuestas que necesitaba para enfrentarme al mundo. Ahora, cuando un poeta joven habla sobre el amor, sobre el trabajo, sobre el futuro, me doy cuenta de que eso es lo que está en juego. Y no es lo mismo que nos jugábamos en los años ochenta.
Parte de tu obra la has dedicado a la reflexión y a la crítica de poesía. ¿Qué búsquedas crees que son propias de la generación de poetas jóvenes?
En comparación con mi experiencia, observo que el desamparo es protagonista. No porque se esté viviendo muy mal, sino porque en este mundo la estabilidad laboral es difícil y no sabemos qué va a pasar con las democracias; también tiene que ver con las relaciones amorosas. Yo creo que mis abuelos estuvieron seguros de que mis padres iban a vivir mejor que ellos. Mis padres estuvieron seguros de que yo iba a vivir mejor que ellos. Pero yo ya no estoy seguro de que mis hijos vayan a vivir mejor que yo, porque se están deteriorando muchas de las conquistas que se consiguieron después de la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo se refleja esto en la poesía?
Pues, a lo mejor, en una manera de pensar el futuro; en cierta forma de pensar en uno mismo. Yo leo mucho a los jóvenes y creo que todos tenéis la comunicación de las redes sociales como una especie de cultura materna. Estáis acostumbrados a eso. Hay mucha gente que escribe poemas en las redes sociales, que pertenecen a una escritura sin pudor ninguno, patética, que refleja un mundo donde las opiniones se convierten fácilmente en insultos o en desprecios y odio y no en meditación. Y, sin embargo, se nota cuando hay poetas que han leído a Baudelaire, a Idea Vilariño, pues tienen un sentido del pudor que hace vivir lo privado y lo público de una manera muy distinta. Porque hablan de la vida cotidiana con palabras de la vida cotidiana, pensando con pudor en los sentimientos de intemperie, de inseguridad o de vocación, que caracterizan la vida de hoy.
Imagen de portada: Fotografía de Emmanuel Moreno para Literatura UNAM.
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El movimiento literario “La otra sentimentalidad” fue conformado, en 1983, por Luis García Montero, Javier Egea y Álvaro Salvador. ↩