“Una consecuencia del racismo es que a los blancos les den asco los negros.” Esto fue lo que compartió una participante de un taller que di con el Colectivo para Eliminar el Racismo (COPERA) en Pinotepa Nacional hace algunos años. ¿De qué sirve el asco? ¿Qué nos permite el sentir asco por otras y otros? ¿De qué nos salva? Responder a estas preguntas nos puede acercar a comprender qué es el racismo antinegro y su papel central en el funcionamiento del racismo en México. El reciente furor sobre el racismo es muy bienvenido, sobre todo en tiempos de pandemia. Las desigualdades sociales se pasean descaradamente frente a nosotros, esperando ser vistas y examinadas. Además, parece ser que estamos mucho más atentos a las mociones internas y a las conmociones sociales: las sensibilidades están también a flor de piel. “¡Mira, un negro! Dice que no puede respirar, ¿por qué el policía le puso la rodilla en el cuello?” Perversamente podríamos pensar que la atención al racismo en Estados Unidos llegó como una buena distracción de la pandemia en México. O aún mejor, podríamos considerar que este momento de pandemia es un punto de inflexión tal, que hemos debido hacer una pausa, sentarnos y esperar; un punto en el que estamos listos para escuchar, y para darnos cuenta de nuestros ascos, los que algunos hemos sentido sobre nuestros cuerpos, los que muchos creen sentir hacia otros de manera involuntaria, con la mueca, la boca y la nariz fruncidas, la sorpresa: “¿Hay negros en México? ¿Dónde?”. Dejando la desconfianza de lado, he notado también un interés genuino que logra, aunque tímidamente, decir: “Y nosotros aquí, ¿qué? ¿Cómo es para mí?” Quiero aprovechar esa atención.
De las múltiples conversaciones que he tenido sobre el racismo en estos últimos meses, usualmente se me acaba el tiempo antes de poder hablar de la gente negra en México. Y no es porque no se abra el tema, sino porque me he empeñado en que, ante la pregunta sobre cómo veo la situación de George Floyd y el movimiento Black Lives Matter allá, la respuesta sea una que reconozca lo que pasa aquí y el proceso ya largo, inaugurado por el EZLN en 1994, en el que la preocupación por el racismo en México comenzó a emerger. Es una oportunidad también para examinar cómo el falso orgullo nacionalista de comparación y enaltecimiento propio es un engaño (“¡Los mexicanos no somos así, jamás! ¿Cómo se te ocurre que nosotros podríamos hacer eso?”). Lo anterior nos distrae en dos niveles: nos pone a comparar peras con manzanas y luego nos silencia. También me he empeñado en que el camino que trazo para contestar la pregunta por la gente negra sea uno que primero comience por explicar qué es el racismo como sistema de distribución de opresión y privilegios, luego se detenga un poco en analizar cómo la idea de “raza” es justamente sólo una idea, y cuestionar eso de que las “razas” existen. Por último, me importa que se llegue a comprender que la ideología del mestizaje es la pieza clave para entender cómo funciona nuestro racismo, es decir, el mestizaje es el proyecto racial mexicano. Uno que está caracterizado por la pretensión de la aceptación de la mezcla racial, bajo procesos violentos de asimilación, con pilares fundados en el racismo antiindígena, antiasiático y antinegro.
Este preámbulo me parece crucial para poder ver lo que pasa en Estados Unidos, cuyo proyecto racial es uno de segregación y rechazo a la mezcla; es muy diferente de lo que pasa en México, aunque en los dos espacios, con sus dos proyectos, el asco sea una lógica compartida. En cada lugar el asco hacia lo negro funciona para deshumanizar, y sobre todo para marcar límites con la ideología dominante: en Estados Unidos para mantener a la gente negra controlada y separada; en México para mantenerla en una posición contradictoria excepcional: negada y totalmente visible. La idea de que en México se haya negado que existe población negra, y que cuando ésta se nota, no es reconocida como mexicana, es parcialmente correcta. Sí, mucha gente se sorprende; sí, mucha gente parece no saber que hay negros en el país ni en dónde están. Sin embargo, si hay algo que las y los mexicanos pueden ver es lo negro, lo prieto, lo moreno. Aunque una lógica central del mestizaje es el blanqueamiento, la trampa ha sido que hasta en nuestros análisis también volteamos hacia lo blanco sin reparar que este movimiento implica el alejamiento de lo negro. Lo moreno en México se organiza en esa misma lógica: de lo prieto prieto, moreno, hasta lo güerito y lo blanquito. Si pudiéramos catalogar todas las actividades y actitudes y, más aún, las dinámicas sociales que se moldean para alejarnos de lo negro, llenaríamos varios tomos. A quién amamos, por quiénes sentimos atracción, quién nos da gusto y quién nos inspira miedo, quién nos da confianza y quién es peligroso, quién queremos que se siente en nuestra sala y coma con nosotros, a quién ayudamos, a quién pedimos, quién es fascinante y exótico, quién es admirable y adorable, quién es repugnante y asqueroso.
El mestizaje en México es, además de un proyecto político y racial de asimilación y blanqueamiento, una experiencia cotidiana que estructura las relaciones sociales y distribuye el poder y los privilegios en la sociedad contemporánea. Históricamente, el mestizaje ha requerido elaborar un minucioso racismo antinegro que permita que la lógica de blanqueamiento que supone tenga sentido. La fuerza, éxito y efectividad del mestizaje en México han sido tales, que aun en este momento de apertura multicultural reacciona y resiste el emergente posicionamiento de la población negra. La historia racial de México y su lógica mestiza nos ayudan a entender el deseo de las personas esclavizadas por alejarse del estereotipo inferiorizado y la experiencia de desventaja que representa(ba) la figura de la persona negra. Ante esto no extraña que la seducción de movernos hacia la blanquedad y alejarnos de lo negro sea una intención colectiva profunda, desarrollada a través del tiempo, que marca la lógica del mestizaje y que alienta el fuego de la mezcla racial hacia lo más blanco. Así podemos comprender cómo el racismo antinegro tiene el encargo de mantener el mestizaje como proyecto racial mexicano operando eficientemente y, por ende, sostiene la estabilidad de la identidad nacional. Es más, una característica permanente y necesaria para que el mestizaje mexicano y su racismo funcionen es una aversión continua a lo negro como idea, y un desfavorecimiento persistente de la población racializada como negra. Es decir, el imaginario del ser mexicano se basa en la idea de que: 1) no hay personas mexicanas negras y 2) hay que distanciarse de lo que representa lo negro. Así, la aparente negación y exclusión de la población negra del imaginario es una estrategia necesaria para el mantenimiento de la identidad nacional, de lo mexicano. El asco hacia lo negro y los negros y negras es el aceite del engranaje del racismo mexicano. Mientras a los indígenas se les quiere integrar, a los negros se les usa de referencia para evitarlos.
Independientemente de lo observable en el cuerpo de las personas —es decir, si se ven o no “negras” o “afrodescendientes”, si tienen o no el cabello rizado, si tienen o no la nariz más o menos ancha, o la piel más o menos oscura, o si tienen o no una herencia cultural denominada negra—, lo que parece ser una característica necesaria para el proyecto racial del mestizaje es la deshumanización del sujeto negro, del sujeto con algo de negro, del sujeto cercano a lo negro. La idea es posicionarlo como el límite máximo al que no se debe llegar y dejar que la idea de lo “negro” se convierta en el filtro para regular las interacciones cotidianas. Son la aversión continua y el desfavorecimiento persistente lo que podemos llamar racismo antinegro. El racismo requiere de ciertas garantías para funcionar, ciertos presupuestos. En el caso del mestizaje como un proyecto racial que se sostiene a partir de la estructuración racializada y racista de la sociedad, sus garantías se basan en asumir que la mezcla racial elimina el énfasis en ideas de “raza” y en el cuerpo, al mismo tiempo que mantiene lo negro como el punto de referencia límite para la regulación de la mezcla misma. Es decir, el mestizaje requiere un cierto arbitraje que asegure que el límite de lo negro sea muy evidente para todos y así proteger esa frontera para no cruzarla, garantizando que la tendencia de la mezcla continúe su camino hacia el blanqueamiento. Ese árbitro es el racismo antinegro, el del mestizaje, que parece querer salvarnos de la vergüenza y la desventaja. Si somos personas negras, el racismo antinegro es el hilo fino de la opresión internalizada. Si somos blanco-mestizos y morenas “claritas” o “güeritos de rancho”, el racismo antinegro está ahí para recordarnos la dirección del camino, los límites. Para esto sirve el asco: nos regula y como malla eléctrica nos aleja con su propia presencia o con una descarga si decidimos acercarnos demasiado.
Imagen de portada: Fotografía de Hugo Arellanes Antonio