El origen del EZLN se remonta a veinte años antes del levantamiento del 1 de enero. A mediados de los años setenta, con la asesoría de varios grupos políticos y la diócesis de San Cristóbal, surgieron organizaciones campesinas e indígenas que exigían, con métodos pacíficos de lucha, soluciones a sus demandas agrarias, sociales y económicas. Algunas veces la respuesta del gobierno fue limitada, otras fue represiva y violenta. El subcomandante Marcos describió los saldos de ese periodo en un texto que no se publicó sino hasta 1994; en otras palabras, dos años antes del estallido, Marcos ya denunciaba la muerte de más de 60 mil chiapanecos por enfermedades curables acaecidas durante los primeros cuatro años del gobierno de José Patrocinio González (1988-1993).1
La situación política en el mundo había cambiado tras el derrumbe del bloque socialista en Europa y la derrota de los movimientos armados en Centroamérica, pero las condiciones en Chiapas seguían siendo apremiantes. Para los zapatistas, el gobierno estaba cancelando el futuro de miles de campesinos indígenas. Su desesperación era tal que en 1992 las bases del EZLN se reunieron en más de una ocasión para discutir la pertinencia de declarar la guerra.
Durante más de dos años, el presidente Carlos Salinas de Gortari había promovido las virtudes del libre comercio: México sería un destino atractivo para la inversión extranjera y las mercancías nacionales se exportarían a Estados Unidos y Canadá —principalmente, al primero—, pero su afán de “entrar al primer mundo” tuvo consecuencias negativas. En el campo ya se sentían los efectos de las políticas neoliberales que allanaban el camino del TLCAN. El gobierno desmanteló los programas dirigidos a los pequeños productores y no intervino ante la caída del precio internacional del café en 1989. Las reformas al artículo 27 constitucional, aprobadas por el Congreso de la Unión en 1992, abrieron las puertas a la privatización de las tierras comunales, poniendo punto final al reparto agrario. Miles de campesinos indígenas y mestizos reaccionaron en contra de la previsible importación masiva de maíz estadounidense, y Chiapas no fue la excepción.
En medio de ese panorama, dos sucesos debieron haberse interpretado como avisos del levantamiento. El 12 de octubre de 1992 la Alianza Nacional Campesina Independiente Emiliano Zapata (ANCIEZ) hizo su primera aparición pública en una manifestación pacífica contra el TLCAN en San Cristóbal. Sus miembros derribaron la estatua de Diego de Mazariegos, conquistador español y fundador de la Ciudad Real. En realidad, eran integrantes del EZLN —en ese momento, un grupo clandestino—. La marcha sirvió de práctica para tomar la ciudad, como finalmente ocurrió.
Después de la manifestación, en enero de 1993, las comunidades se reunieron una vez más y votaron a favor de declarar la guerra. Dedicaron los meses siguientes a las tareas logísticas y militares necesarias para la rebelión. Fue entonces cuando ocurrió el indicio más importante de que se estaba organizando un movimiento armado en Chiapas. El 22 y el 23 de mayo de 1993 hubo dos enfrentamientos entre guerrilleros y soldados del Ejército mexicano en la sierra de Corralchén, una región de difícil acceso en plena Selva Lacandona. Según fuentes militares, murieron un subteniente del Ejército y un insurgente del EZLN; otros dos oficiales y un zapatista resultaron heridos. El Ejército federal había descubierto un campamento zapatista en la zona. En vez de seguir enfrentando a los guerrilleros y aniquilarlos —como era de esperarse—, los soldados se retiraron por razones políticas.
La hipótesis más probable es que Salinas quiso evitar que la guerrilla saliera a la luz. El TLCAN enfrentaba una dura oposición en el Congreso de Estados Unidos. Desatar un conflicto armado a mediados de 1993 habría sido un desastre para él. El gobierno estadounidense también sabía de la existencia del EZLN gracias a los trabajos de inteligencia de sus agentes, y prefirió callar, junto con el gobierno mexicano, para no entorpecer el delicado proceso legislativo del tratado, que se aprobó en el Capitolio el 20 de noviembre de 1993.
El alzamiento zapatista constituyó entonces una rebelión anunciada, tanto por los conflictos que arreciaban en Chiapas —originados por la pobreza y agravados por el TLCAN— y la represión en las décadas previas a los noventa, como por la evidencia que iba dejando una organización que preparaba una guerrilla. El gobierno estaba enterado de estos indicios, pero decidió negarlos hasta el final. Así, el día en que entró en vigor el TLCAN más de tres mil campesinos indígenas del EZLN tomaron seis cabeceras municipales en la Selva Lacandona y los Altos Centrales, incluyendo San Cristóbal de las Casas.
Nota del autor: Agradezco a mi esposa, Wendy Harvey, por su ayuda en la corrección de estilo de este artículo y por su acompañamiento y apoyo en la investigación del zapatismo en Chiapas.
Imagen de portada: Dyg’nojoch, Encarnación 1, 2020. Galería Muy
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Subcomandante Marcos, “Chiapas: el sureste en dos vientos, una tormenta y una profecía”, EZLN: Documentos y comunicados, vol. 1, Ediciones Era, Ciudad de México, 1994. pp. 49-66. ↩