Al buscar el nombre de Xavier Guerrero en un navegador de internet, es común encontrar la anécdota que cuenta cómo le enseñó a Diego Rivera a emplear ingredientes locales en la encáustica,1 así como a fijar los pigmentos de sus frescos con baba de nopal. Sin embargo, los textos sobre Guerrero suelen pasar por alto su trayectoria: los murales que pintó son muy poco valorados, su lucha social es desconocida y las innovaciones que aportó en el diseño de muebles han sido desacreditadas.
Me desconcierta que un personaje que participó activamente en el movimiento muralista mexicano, a la par de “los tres grandes” —Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco—, y un artista plástico con una propuesta estética original aparezca casi siempre mencionado de manera tangencial. Para una corriente artística que destacó, entre muchas otras cosas, por colocar personajes indígenas en el plano central de sus creaciones, parece irónico que sea el autonombrado “Indio” quien resultara una silueta borrosa en los anales de la historia.
Investigar sobre él no fue una tarea fácil. La información sobre su vida es escueta, incierta y hasta misteriosa. El libro más completo sobre su obra2 no está en la base de datos de la Biblioteca Digital de la UNAM. Tampoco existen ejemplares en la librería del INBA y en los acervos en los que aparece enlistado, en realidad no lo tienen. Logré consultarlo en una pequeñísima biblioteca de un colegio en la colonia Juárez.
Las imprecisiones en la biografía de Javier Guerrero Saucedo Francisco —será años después cuando comience a escribir su nombre con X— empiezan con el año de su nacimiento: ¿1896 o 1898? Después, lo misterioso es su ascendencia. Que naciera en Coahuila fue un hecho circunstancial, porque su familia provenía de un poblado cerca de Teotihuacán.
Su padre, un hombre liberal, posiblemente masón y un decorador talentoso, le enseñó tres cosas que lo definirían: el oficio de maestro de obras y decorador de muros, la lucha de clases y el orgullo indígena. La única instrucción formal que recibió fue en los talleres de la Escuela de Artes y Oficios, donde aprendió carpintería, herrería, pintura, tornería y escultura decorativa.
Al inicio de la Revolución, la familia Guerrero Saucedo se mudó a Guadalajara. Xavier comenzó a pintar en caballete y a recibir encargos de obra por su cuenta. Así realizó sus primeras exposiciones individuales. Mientras que muchos de los pintores de su generación vivían en Europa, él permaneció en México. Al llegar a la capital, su experiencia práctica en el oficio de encalar muros y techos, junto con su dominio técnico en el uso de materiales, lo volvió imprescindible para el movimiento que se gestaba. Guerrero enriqueció su trabajo observando el de sus contemporáneos; a su vez, los inspiró con su estética popular y sus pinturas monocromáticas.
Su primer contrato como ayudante técnico fue en el Ex-Templo de San Pedro y San Pablo; Roberto Montenegro encabezaba la comisión. Esos murales todavía no presentaban la didáctica revolucionaria que definiría al muralismo mexicano, pero son considerados por muchos académicos como los primeros de esta nueva etapa artística.
Guerrero se forjó decorando casas de hacendados y burgueses (trabajos descritos también como horrores decorativos para satisfacer al patrón), desarrolló su carrera como ayudante técnico de otros muralistas y culminó pintando los suyos en edificios de la Ciudad de México, Guadalajara, Cuernavaca, Chile, y creó unos murales móviles en Nueva York. Participó en exposiciones nacionales y en el extranjero con pinturas de caballete, dibujos y grabados. Fue sobre todo un artista autodidacta cuya obra intensa y particular ha sido descrita como una fluctuación entre las tradiciones prehispánicas y las tendencias emergentes.
A diferencia de otros de sus colegas, Guerrero creció en una clase menos privilegiada. De pequeño ayudó a su padre a pintar anuncios de protesta y lo acompañó a mítines. En la adolescencia fue testigo de cómo los revolucionarios mataban a los dueños de la hacienda en donde trabajaba; le dieron a él un caballo para que se uniera a la lucha. Su afiliación al Partido Comunista de México marcó un parteaguas en sus creaciones. Por un lado, vinculó estrechamente su estética a su ideología política; por el otro, comenzó a dedicarle más tiempo al compromiso colectivo. Esta coherencia política es evidente en los murales de la casa de los directores, en la Universidad Autónoma de Chapingo. Si bien la mayoría son decorativos, otros expresan sus ideas sobre el capitalismo y la justicia social, aplastando a uno y rescatando a la otra. Su activismo fue fundamental en la ruptura con la tradición academicista, pues impulsó valores revolucionarios y la creación de organizaciones y sindicatos para apoyar a los artistas. Él y Siqueiros eran partidarios de El Machete, un periódico de izquierda que marcó la orientación plástica de los pintores de la época. Xavier realizó el grabado del emblema y fungió como editor e ilustrador por varios años.
Xavier Guerrero estaba orgulloso de su identidad (se declaraba de “origen tolteca puro”) y entendía la artesanía mexicana como una forma de arte utilitario. Rivera lo bautizó el Metate Sagrado, apodo que a él le hacía gracia y que mantuvo hasta su muerte. Trabajó en la conservación de monumentos artísticos, estudió las técnicas prehispánicas de los frescos de Teotihuacán y organizó la primera exposición de arte popular mexicano en Estados Unidos, para la cual seleccionó las piezas e hizo la museografía y el diseño. Esta fue la primera muestra artística posrevolucionaria en el extranjero y su configuración estableció un perfil estético y cultural que aún vemos en las exposiciones de arte nacional.
Como diseñador de muebles realizó encargos para el gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno, y más tarde trabajó en colaboración con su esposa, Clara Porset. En 1941, la pareja participó en el concurso de Diseño Orgánico para Mobiliario Habitacional convocado por el MoMA. Su conjunto de mobiliario rural elaborado con materiales locales resultó premiado. Este y los siguientes proyectos de la dupla creativa Guerrero-Porset revolucionaron el diseño industrial latinoamericano y le abrieron las puertas del ámbito internacional a futuros diseñadores mexicanos.
La experimentación fue una constante a lo largo de su carrera. Por ejemplo, en su último mural, realizado en el Cine Ermita, probó materiales adelantados a su época, que fosforecían cuando se apagaban las luces. Esta obra marcó, para muchos, la culminación del movimiento de la cultura nacionalista; el círculo se cerraba. Con los muralistas, con su esposa y con las generaciones más jóvenes, Xavier fue un generoso maestro; de hecho, los últimos años de su vida los dedicó a la docencia.
¿Cómo es posible que una figura tan activa y con tanto valor para la historia de la plástica haya sido tan escasamente difundida? La casualidad estuvo involucrada. Los murales que realizó en el multifamiliar Benito Juárez fueron demolidos por los daños causados por el terremoto de 1985. Otros en Chillán, Chile, se deterioraron por motivos similares. A varios más, ejecutados en casas de particulares en Cuernavaca, se les perdió el rastro cuando los inmuebles cambiaron de propietarios.
Sin embargo, su filiación política fue quizá más decisiva. En los años cincuenta le impidieron entrar a Estados Unidos para asistir a su exposición en Nueva York, por considerarlo “enemigo del Estado”. Sus murales móviles siguen extraviados. No se rescató la totalidad de su obra en la casa de directores de Chapingo cuando se demolió el edificio. No están claras las razones, pero una teoría es que la propaganda ideológica de sus muros molestaba a los residentes y al gobierno en turno.
Otro motivo pudo ser la personalidad hermética del artista. Era un hombre decidido, pero alejado del individualismo, en línea con su ideología comunista. La humildad con la que emprendía su trabajo lo llevaba a restarle valor y, en consecuencia, no conservó muchas de sus pinturas, bocetos y dibujos.
Me atrevo a sugerir que sus rasgos indígenas y su falta de credenciales académicas pesaron en su contra. Es insólito que hasta su indiscutible colaboración creativa con Clara Porset haya sido borrada casi por completo. Diego Rivera comentó en alguna de sus biografías: “El amor es un arte y en el arte, lo único que cuenta, en realidad, es la técnica”. Y para Rivera, el técnico revolucionario y más legítimo heredero de la tradición plástica mexicana era Xavier Guerrero. Una muestra de amor a la intención del movimiento muralista y a la historia del arte en México sería poner en su justo lugar la vasta obra de este artista coahuilense.
Imagen de portada: Xavier Guerrero, detalle del mural del Museo Nacional de Agricultura, Chapingo, 1920-1924
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La encáustica es una técnica plástica que data del antiguo Egipto. A grandes rasgos, consiste en utilizar cera fundida como aglutinante de los pigmentos. Da un acabado brillante e intenso a los colores, además de que funciona como impermeabilizante, por lo que resultó muy atractiva entre los muralistas del siglo XX. ↩
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Juan Rafael Coronel Rivera y Monserrat Sánchez Soler, Xavier Guerrero (1896-1974). De piedra completa, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2012. ↩