Dígame tu sangre de dónde ha sacado y vestido/
esas inflamaciones y esos esmaltes de obra maestra, lucífogos/
y a la vez resplandecientes, semillas de una primavera ardiente y frágil,/
despliegues de la vida, de la cual es emblema este aparecimiento.
Cuando me niego a hacer una cosa que repugna a mi conciencia, yo uso la fuerza del alma. Por ejemplo, el gobierno en turno ha aprobado una ley aplicable a mí. Yo no la comparto. Si usando la violencia obligo al gobierno a abolirla, estoy usando la que puede ser definida como fuerza del cuerpo. Si no obedezco la ley y acepto la pena por haberla infringido, uso la fuerza del alma. Ésta implica el sacrificio de uno mismo.