Bien dicen “no hay que juzgar a las personas a primera vista.” Y es que mi vecino tiene pinta de todo menos de pianista. Su altura es la de un basquetbolista, sus lentes los de un oficinista, sus brazos los de un torterista, y sus manitas las que se sirven en escabeche al centro de la mesa. Nunca hemos cruzado palabra, pero el músico me tiene mucha confianza. Lo conozco en las buenas y en las malas, más aún, lo he visto caer y levantarse. No lo digo en sentido figurado, sino literal; las rodillas del pianista sacaron notas musicales de la tierra. Yo fui testigo gracias al calor del sol y al último recibo de la luz, ambos me tenían con la puerta abierta de mi cuarto. El músico abrió la entrada principal, entonó unos acordes en el piso e ingresó cojeando a su madriguera. Fue la primera vez que lo escuché sollozar. Ahora es costumbre oír a mi vecino llorar y berrear a cántaros. El pianista da sus mejores conciertos cuando le traen despensa sus padres. Los pasos de su madre siempre llegan con prisa y se van con retraso, los de su padre son de sombra de caricatura. Sale detrás de su amada con la ropa sucia del músico, regresa como sombra y se detiene en el pasillo mientras su querida ingresa al cuarto del artista con la ropa limpia. La noche permanece inmóvil detrás de mi ventana mientras el músico se desahoga en reclamos con su madre. Una vez que el concierto termina, finalmente la sombra sigue los pasos de su amada y juntos se retiran sobre ruedas. Mi vecino toca el inicio de Guantanamera cuando está de buenas. Nunca hemos llegado a la primera estrofa porque se le complican los acordes. Pero bueno, el intro basta para mejorar mi humor: soy cubano musicalmente hablando y esta canción me alegra ahora que vivo en el extranjero. Mientras el pianista ensaya yo pienso que definitivamente él es “un hombre sincero” con su madre. Y también confirmo que al artista últimamente le gusta “echar sus versos del alma.” Resulta que mi vecino además de pianista ahora canta en mandarín por las tardes. No entiendo lo que dice, pero nada que ver con el goce del Caribe. El artista es un estuche de monerías y, gracias al COVID-19, ahora lo escucho diariamente. La semana pasada por primera vez el pianista tocó con un camarada en su cuarto. El repertorio fue ajeno para mí, espero oírlos entonar el himno de mi patria pronto. En una de esas la compañía le viene bien a mi vecino y por fin entona el “pá . pá .. Pá . pá pá, Guaáantanamera … guajira Guaáantanamera.” Mejor aún, tal vez el próximo ensayo incluya percusiones e instrumentos de viento. Ojalá pronto yo deje de moverme al son de la pandemia y vuelva a las calles “con el tumbao que tienen los guapos al caminar.”
Mario Morales es licenciado en antropología cultural por la Universidad de las Américas y demógrafo por El Colegio de México. Cuenta con estudios de posgrado en adicciones por la Universidad Estatal de San Diego y la Universidad de California. Actualmente estudia un doctorado en Gobierno y Políticas Públicas en la Universidad de Arizona. Su interés de investigación son las drogas, la violencia y la ilegalidad en México y América Latina.
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Imagen de portada: Clase de piano en Cuba. Fotografía de bogavanterojo, 2006. CC