Los desastres impactan el trabajo de las mujeres de múltiples formas. Más allá de los efectos sobre el empleo y los salarios, desastres como huracanes, sismos y pandemias repercuten en un tipo de trabajo que rara vez es reconocido como tal: el trabajo de cuidados. A nivel mundial, los roles tradicionales de género y la división sexual del trabajo provocan que las labores del hogar y de cuidados no remuneradas recaigan principalmente en las mujeres, lo que representa el principal obstáculo para el desarrollo de millones de ellas, pues limita su acceso a oportunidades, educación y autonomía. Por ejemplo, en México, una encuesta hecha durante el primer trimestre de 2021 registró que 2.5 millones de mujeres mostraron interés por conseguir un empleo y no pudieron obtenerlo, debido a sus “circunstancias de vida”1 —la mayoría de ellas se dedica al trabajo del hogar no remunerado—. La provisión de los cuidados se basa en el trabajo gratuito, precario e invisible de una mayoría de mujeres jóvenes y adultas, fuente de fuerza laboral a la que se recurre cuando los servicios públicos colapsan durante un desastre, como ha podido notar Oxfam a lo largo de los años al atender diversas emergencias humanitarias. Sin excepción, la carga de cuidados exacerbada en contextos de desastre ha aumentado las vulnerabilidades específicas para las personas cuidadoras, y en especial para las mujeres. Hasta ahora, esos efectos no han sido medidos ni capturados en las evaluaciones de daños y necesidades (EDAN) realizadas por agencias, públicas y privadas, y organizaciones internacionales. Esta forma de organización social invisibilizada pone a millones de mujeres en riesgo de abandonar su educación y perder su empleo; las expone a situaciones de violencia y las excluye de espacios de decisión cruciales para la recuperación comunitaria. Si no enfrentamos la distribución injusta del trabajo de cuidados antes, durante y después de algún desastre, ésta continuará perpetuando la desigualdad extrema entre ambos sexos, y entre mujeres que nacieron en distintos estratos sociales y en distintas regiones.
¿Qué es el trabajo de cuidados?
Es el conjunto de tareas que se requiere para satisfacer necesidades vitales y cotidianas, como cocinar, lavar, limpiar, administrar el hogar; atender física y emocionalmente a niñas, niños y personas mayores, enfermas o con discapacidad, entre otras. Remunerado o no, el trabajo de cuidados es un pilar fundamental para el bienestar de todas las personas.2 En otras palabras, los cuidados son “el conjunto de actividades que permiten regenerar día a día el bienestar físico y emocional de la gente”;3 de la misma manera, juegan un papel central en el resurgimiento de la vida después de un desastre.
A veces al trabajo de cuidados se le denomina trabajo reproductivo, porque permite la formación de nuevas personas y hace posible que la vida continúe una generación tras otra, en contraste con el productivo, es decir, aquel que produce bienes y servicios para intercambiar en el mercado. También se utiliza con frecuencia el término trabajo no remunerado como sinónimo del primero, porque es una actividad que no recibe un pago dentro de las familias; sin embargo, es importante distinguirlos. Por un lado, el trabajo no remunerado está presente en diversos sectores; por el otro, el trabajo de cuidados a veces sí se remunera. De hecho, el trabajo del hogar es el empleo más común de las mujeres en el mercado laboral mexicano,4 aunque ofrece salarios bajos y condiciones muy precarias. Además, se asume que el trabajo de cuidados se hace “por amor” y, en esos casos, considerarlo una labor digna de un salario se percibe como “cobrar” el cariño. Sin embargo, el trabajo de cuidados no deja de ser un trabajo, y por tanto implica desgaste. Más aún, el trabajo remunerado no es el que sostiene a las personas que se quedan en casa haciendo las labores domésticas y de cuidados, sino al revés: el trabajo de cuidados permite que todas las personas de una familia estén en condiciones de salir a cumplir con sus actividades. En conclusión, las actividades que se desprenden de los cuidados son fundamentales para el desarrollo social. Si no hay alguien que provea alimentación, gestione las dinámicas de funcionamiento de los hogares y genere el espacio y tiempo para que los y las integrantes de un hogar puedan desarrollarse, las sociedades no serían funcionales.
Los cuidados no descansan, ni siquiera en emergencias
Antes, durante y después de un desastre la carga de cuidados de las mujeres incrementa considerablemente. Mujeres y niñas son responsables de salvaguardar la salud física, psicológica, emocional, alimentaria y económica de sus familias e, incluso, de sus comunidades; por ello muchas de ellas descuidan sus propias necesidades de salud y seguridad.
Antes de un desastre se realizan tareas de preparación: guardar documentos importantes, asegurar la vivienda; salvaguardar los huertos, el cultivo y a los animales de traspatio; procurar reservas de alimentos; mover a la familia a algún albergue cercano si la casa no es segura o buscar asilo con vecinos, familiares o amistades. Durante una emergencia, las mujeres se encargan de cuidar a sus familiares: son ellas quienes dan contención, consuelo y calma; están atentas a cómo evoluciona la situación, revisan constantemente el estado de sus hogares y prevén un posible movimiento para resguardarse en otro lugar. Una vez que pasa el desastre es necesario reorganizar la vida: limpiar, recoger escombros, lavar ropa, recuperar pertenencias, conseguir y cocinar alimentos, proveer agua (que suele escasear en estos contextos), agotar los ahorros y las reservas hasta conseguir un empleo, formal o informal, para recuperarse. La carga de trabajo se duplica o triplica cuando las mujeres se involucran —muchas veces, sin reconocimiento— en procesos comunitarios de reconstrucción y recuperación. Por ejemplo, tras el sismo de 2017, en el Istmo de Tehuantepec las mujeres se encargaron de administrar recursos para la reconstrucción de sus hogares, dieron seguimiento a la búsqueda de apoyos económicos y materiales e incluso se endeudaron a través de créditos. Estas acciones resultaron en tiempos de descanso muy reducidos.
Con el paso del huracán Grace por Puebla y Veracruz, por ejemplo, observamos cómo las mujeres de ambas regiones volcaron sus esfuerzos en hacer rendir el poco alimento disponible. En ocasiones limitaron sus propias raciones y se saltaron comidas para que sus familias tuviesen suficiente e invirtieron hasta una hora en acarrear agua para lavar y bañarse. El incremento de la carga de labores para las mujeres está relacionado con la cantidad y la calidad de los servicios públicos de cuidados disponibles para la población. ¿Una escuela se inundó? Las niñas y niños estudiarán en casa con la guía de sus madres o hermanas. ¿Las clínicas y centros de salud se saturaron? Las mujeres cuidarán a las personas enfermas, con discapacidad y a los adultos mayores. ¿Los alimentos o agua escasean? Las mujeres caminarán grandes distancias para conseguirlos o serán voluntarias para instalar cocinas comunitarias. La crisis por el COVID-19 implica otra situación de emergencia que ha incrementado de un momento a otro el trabajo de cuidados en el hogar y en el sector salud en general. A raíz del cierre de escuelas, espacios de trabajo y centros de salud, aumentaron drásticamente las labores en casa: más comidas por cocinar, más ropa que lavar, más apoyo para las tareas escolares, más enfermedades tratadas en casa para evitar el contagio. Y, aunque los datos sugieren que al principio los hombres aumentaron su participación en las labores del hogar, también muestran que no sólo estamos volviendo a la misma distribución de antes de la pandemia, sino que los efectos negativos en el mercado laboral han persistido más tiempo para las mujeres.5
Las amenazas naturales no tienen género, los cuidados sí
En nuestra sociedad la crianza y el trabajo del hogar están fuertemente asociados con la feminidad; es decir, se considera que son actividades “propias de mujeres”. A ellas “les queda mejor” la comida, ellas “saben mejor” cómo tranquilizar a los bebés, ellas “disfrutan” tener la casa limpia. En consecuencia, las mujeres con hijas e hijos menores de edad dedican en promedio 33 horas a la semana al trabajo productivo y otras 62 horas al trabajo del hogar y de cuidados, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT) de 2019. La feminidad asociada al cuidado se expresa también en el mercado laboral, donde sectores como el trabajo (remunerado) del hogar emplea casi exclusivamente a trabajadoras mujeres (97%)6 o en el sector salud, donde ocho de cada diez enfermeras son mujeres.7 Si sumamos todas las formas de trabajo que realizan las mujeres, ellas dedican en promedio diez horas más a la semana que los hombres.8 Adicionalmente, los roles de género imponen estereotipos tan arraigados que muchas mujeres no se sienten cómodas renunciando o reduciendo su carga de cuidados para incorporarse al mercado laboral, a costa de su descanso, salud mental y desarrollo individual. Esto también tiene un impacto en la brecha salarial. Ya sea que las mujeres opten por jornadas de medio tiempo o con horario flexible —frecuentemente precarizados— para atender los cuidados en casa, o que enfrenten discriminación por parte de sus empleadores, ellas comúnmente reciben una menor remuneración por hacer el mismo trabajo que los hombres. Cuando los ingresos son muy bajos, una de las pocas maneras de ahorrar es supliendo bienes y servicios con mano de obra familiar, y son las mujeres quienes ponen la mayor parte de este trabajo (por ejemplo, remendando y confeccionando ropa). Sin embargo, las familias no reconocen esas aportaciones como trabajo, sino como actividades que llevan a cabo en su “tiempo libre”.
¿Hacia dónde caminar?
El primer paso para reducir las desigualdades originadas por la carga de cuidados que pesa sobre las mujeres es reconocerla como una actividad valiosa y fundamental para la existencia de la vida y su recuperación. La reorganización del trabajo de cuidados (quién lo hace, cómo y cuándo) debe ser prioritaria para echar a andar una sociedad más equitativa, inclusiva y justa. Sus resultados no beneficiarían exclusivamente a las mujeres: tendríamos la oportunidad de generar un estado de bienestar capaz de hacer frente a las necesidades de su población, incluso en los contextos más adversos. Hablar sobre trabajo de cuidados en los desastres es fundamental porque durante las emergencias salen a relucir las vulnerabilidades más profundas de familias y comunidades; se evidencian las brechas en la atención, los servicios y el acceso a derechos básicos que deben ser atendidos para impulsar el desarrollo. Sin embargo, primero necesitamos identificar las dinámicas de poder y de género dentro de los hogares para evaluar cómo emplea su tiempo cada uno de sus integrantes. La limitada participación de las mujeres en espacios de toma de decisiones y en cargos públicos es prueba de que la carga de cuidados desproporcionada limita su autocuidado y vulnera sus derechos de participación y representación.
La creación del Sistema Nacional de Cuidados abre la oportunidad de generar mecanismos que apuesten por su redistribución, no sólo dentro de los hogares, sino involucrando a todos los sectores (público, privado y comunitario) y, a su vez, impulsa un mercado laboral para todas las personas y permita su desarrollo sin obstáculos. A pesar de los avances en la inclusión de una perspectiva de género, derechos humanos e interculturalidad, en el marco legal y programático de la Gestión Integral del Riesgo de Desastre y Protección Civil, el tema del trabajo de cuidados está rezagado. Hay un amplio camino que recorrer. Para generar sociedades que prioricen el cuidado y el bienestar de todas las personas hay que cambiar las dinámicas dentro de las familias, separar el cariño del trabajo y repensar los estereotipos de género. Uno de los retos más grandes es legitimar la expresión del cariño materno de formas alternativas, que no se midan sólo con base en el trabajo de cuidados no remunerado; igualmente, es imprescindible que los hombres puedan cuidar a cualquier miembro de su familia sin ser juzgados. Para tener una sociedad de cuidados más justa es indispensable que las relaciones familiares sean diversas. Avanzar en una distribución equitativa del trabajo de cuidados, tanto en el día a día como en contextos de desastres, es un reto complejo y requiere soluciones integrales. En Oxfam México hemos incluido recientemente un análisis de cuidados para identificar todas las brechas e impactos de las situaciones de emergencia en la vida de las mujeres, con la finalidad de impulsar una recuperación verdaderamente inclusiva. Por lo mismo, creemos que como individuos tenemos la responsabilidad de visibilizar la extenuante labor que realizan millones de mujeres y llamarlo por lo que es: trabajo. Es crucial reconocer que esto es un problema estructural y las soluciones aisladas no tienden a detonar cambios reales. No basta con generar soluciones individuales. No basta con, por ejemplo, delegar el trabajo de cuidados a una trabajadora del hogar para facilitar que otra madre salga a trabajar. Tampoco con ofrecer dinero a las mujeres que están realizando trabajo adicional de cuidados a raíz de un desastre. Esto únicamente remedia el problema de manera temporal o transfiere la carga de cuidado a otra mujer con vulnerabilidades propias. Se requieren soluciones colectivas, servicios públicos de mayor calidad, mecanismos colectivos de cuidados: romper las normas sociales basadas en el género. Retos que sólo afrontaremos ejerciendo una ciudadanía activa.
Este texto fue escrito por Griselda Franco Piedra, Estefanie Hechenberger Zavaleta, Ana Heatley Tejada y Luz Rodea Saldívar.
Imagen de portada: Khristian Muñoz de Cote, de la serie Leche, 2021. Cortesía de la artista
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INEGI. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) primer trimestre 2021, México. Disponible aquí ↩
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Oxfam México, Trabajo de cuidados y desigualdad, México, 2018. Disponible en este link ↩
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Amaia Pérez Orozco, “Cuidado, Resbala”, Colectivo La Mirada Invertida, Madrid, 2013. Disponible aquí ↩
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A. Heatley Tejada, “Trabajadoras del hogar en México: análisis y propuesta de mejoras al programa piloto de incorporación a la seguridad social”, Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS), Ciudad de México, 2020. Disponible en este link ↩
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Ana Escoto, Vivir al día: Qué (no) hizo el Estado y cómo la pandemia afectó la desigualdad, Oxfam México, 2021. Reporte en proceso de publicación. ↩
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A. Heatley Tejada, art. cit., p. 8 ↩
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Instituto Belisario Domínguez, Senado de la República, “Las remuneraciones del personal de salud en México: entre el amor al arte y los esfuerzos débilmente recompensados”, Ciudad de México, 2021. Disponible aquí ↩
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INEGI. Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT), Ciudad de México, 2019. Disponible en este link ↩