El 31 de diciembre de 2019 el gobierno de China informa que ha detectado decenas de casos, en la ciudad de Wuhan, de una enfermedad misteriosa, parecida a la neumonía. Días después, científicos de ese país identifican al nuevo virus responsable de la enfermedad y se confirma su transmisión de persona a persona. El 11 de enero de 2020 China reporta el primer deceso por coronavirus. El 20 de enero ocurren los primeros casos confirmados fuera de China: en Japón, Corea del Sur y Tailandia. El primer caso registrado en Estados Unidos ocurre al día siguiente. (El resto ya es historia.) El 24 de marzo, escasos ochenta y cinco días después de iniciada esta cronología, el editor de Slavoj Žižek anuncia que el filósofo esloveno ha escrito un libro sobre la pandemia de COVID-19. El instant book se publica en los primeros días de mayo, en inglés y en español simultáneamente, y el título original lleva puesto un estridente signo de admiración: Pandemic! COVID-19 Shakes the World. (En español la editorial Anagrama tuvo el buen tino o el buen gusto o la sensatez elemental de quitárselo.) El domingo 3 de mayo mi mamá comenzó a mostrar síntomas de resfriado; el miércoles estuvo segura de haber perdido el olfato. El viernes 8 recibí por correo electrónico la invitación a reseñar Pandemia de Slavoj Žižek. El 10 de mayo mi papá tuvo fiebre por primera vez. Debo confesar que me demoré en aceptar la invitación editorial; mi hermana, en cambio, y por fortuna, reaccionó con toda prontitud a la contingencia familiar. Los síntomas de mi madre no avanzaron más, pero los de mi padre sí: persistencia de la fiebre, debilidad, dolor de cabeza y dificultad para respirar. El jueves 14 se hizo estudios de laboratorio (incluida la prueba de COVID-19) y el viernes 15 una tomografía de los pulmones detectó principios de neumonía bilateral, causada por el coronavirus. Ese mismo día mi padre ingresó al hospital. También el jueves 14 recibí por correo electrónico el libro de Žižek. Lo leí entre el viernes y el sábado, en un estado de absurda autohipnosis: la lectura concentrada me permitía distraerme de la preocupación por la salud de mi papá, al mismo tiempo que la materia del libro me remitía constantemente a la esencia más oscura de esa preocupación: la muerte por COVID-19. Hoy, jueves 20 de mayo, puedo contar esto gracias a que mi padre se recupera favorablemente, a diferencia de las más de 310 mil personas que a la fecha han perdido la vida por causa de esta nueva enfermedad. (Sin embargo, no me quito de encima la sensación de estar parasitando semántica y emocionalmente esta situación para extraer de ella meros caracteres, un relato.) Lo que no puedo hacer, o al menos no fácilmente, es decir de qué trata el libro de Slavoj Žižek que leí hace un par de días. A pesar de mis notas y subrayados, a pesar de la relectura esquemática, el libro me produce una sensación de nubarrón, de densidad y ligereza. Por otro lado, y esto es aún más extraño tomando en cuenta lo anterior, tampoco puedo decir que me haya disgustado. Mi incomodidad con Pandemia tiene que ver con mis propias expectativas, insufladas en parte por las contraportadas virtuales del libro (Anagrama lo presenta como una “reflexión de urgencia sobre la crisis del coronavirus”, y Polity Press se pregunta: “quién mejor que el supercargado filósofo esloveno para descubrir sus significados más profundos”). Esperaba, si bien no una explicación, sí al menos una reflexión coherente o unitaria, y lo que encontré fue una lluvia de ideas, de esas que no mojan pero, ah, cómo ensucian. Antes de continuar quiero aclarar que no achaco ni reprocho ninguna clase de oportunismo a Slavoj Žižek por la publicación de este libro instantáneo: ambas ediciones y editoriales declaran que todas las cantidades devengadas por concepto de derechos de autor serán donadas a la organización Médicos sin Fronteras. Pero esta salvedad tampoco me libra del nubarrón ni de la llovizna. ¿Y cómo iba a hacerlo si el problema radica, como dije, en mis expectativas? Y en parte, también, en la propia sencillez (¿honestidad, quizá?) del libro. Lo que el filósofo esloveno hace en Pandemia es compartir su perplejidad y preocupación ante la actual crisis global. Pues eso es el libro: una especie de narración en tiempo real del naufragio, el comentario de la catástrofe mientras ésta se desarrolla y el comentarista también se ahoga, pero al mismo tiempo tiene que seguir siendo sagaz y relevante.
Ahora bien, si algo deja claro Žižek en su descripción de la caída es cuán hondo habremos de caer y me parece que éste es el principal valor de Pandemia. Estamos demasiado inmersos en el problema como para poder tener una perspectiva general de sus dimensiones y alcances. Estamos demasiado preocupados por las noticias, por nuestra propia salud y la de nuestros familiares, por el trabajo, por el dinero, por el cuidado de los hijos, por nuestras añoranzas, por nuestra trastornada vida sexual, por la montaña de trastes sucios, por el dolor de espalda, por eso que llamamos día a día, como para darnos cuenta de que la vida ya cambió para siempre, justamente por la suma de estas razones, y que nunca volverá a ser igual:
No habrá ningún regreso a la normalidad —dice Žižek —, la nueva normalidad tendrá que construirse sobre las ruinas de nuestras antiguas vidas, o nos encontraremos en una nueva barbarie cuyos signos ya se pueden distinguir. No será suficiente considerar la epidemia un accidente desafortunado, librarnos de sus consecuencias y regresar al modo en que hacíamos las cosas antes, realizando quizá algunos ajustes a nuestro sistema de salud pública.
Si esto es así, si ya habitamos las ruinas de nuestras vidas anteriores al coronavirus, ¿qué podemos hacer para reconstruirnos? ¿Sólo nos queda esperar a que la oleada de contagios disminuya y nos permitan hacer fila en el Zara más cercano? Para Slavoj Žižek la única ruta viable es, justamente, la contraria: pensar y actuar fuera de la lógica de mercado, ensayar alianzas globales y mecanismos de cooperación locales. En otras palabras: una nueva forma de comunismo. Un comunismo que sea más solidaridad que programa político y que no ahogue las libertades. Para Žižek, esta aspiración de un comunismo reinventado no es un sueño abstracto, no es una simple fantasía idealista o ideológica, sino la más urgente necesidad de sentido común. La alternativa es radical: comunismo o barbarie —es decir una nueva forma de capitalismo recargado—. Dentro del nubarrón de Pandemia, éstos son los asideros más concretos: la iluminación de la caverna, de la gravedad de la catástrofe y la propuesta de una salida. Todo lo demás es esa lluvia de ideas, no malas, pero sí demasiado sueltas, difíciles de retener en la memoria. Muchas resultan atractivas, subrayables, pero acaban sintiéndose más bien ociosas: como cuando Žižek nos hace notar que en el contexto de la epidemia global actual la biología recuperó del ámbito digital el uso de las palabras virus y viral, en una especie de reconquista semántica de lo real sobre lo virtual. Insisto, es una idea atractiva, que tiene todo el glamur de un tuit exitoso, pero poca relación con el discurso integral del libro (porque ese discurso es muy tenue) y, más aún, que poco aporta a la dilucidación de la crisis que vivimos. En otro momento Žižek plantea la siguiente cuestión: “La epidemia de coronavirus ha suscitado una interesante pregunta, incluso para alguien como yo que no es experto en estadística: ¿dónde acaban los datos y empieza la ideología?” Y sin duda es una pregunta fundamental, pero el supercargado filósofo no aventura siquiera una respuesta provisional. Y esto resulta, cuando menos, un poco frustrante. Ante la incapacidad o dificultad de entender, nos conformamos, por supuesto, con sobrevivir.
Imagen de portada: Mujeres de acero en Sheffield. Fotografía de Tim Dennell, 2020