Actualmente mucha gente aún piensa que el movimiento de 1968 solamente tuvo como base la masiva aniquilación de centenares de estudiantes el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas; empero, desde julio del 68 comenzaron las injusticias, desapariciones, los arrestos injustificados y muchas otras violaciones a los derechos humanos en contra de miles de estudiantes. Hace cincuenta años, Ramiro Cristóbal Romero Ayuso trabajaba como auxiliar de intendencia en el plantel número 7 de la Escuela Nacional Preparatoria “Ezequiel A. Chávez” y, al mismo tiempo, estudiaba el bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria número 2 “Erasmo Castellanos Quinto”. A continuación, relata su experiencia sobre este suceso, como testigo y miembro activo del comité de huelga estudiantil de la preparatoria número 2:
Recuerdo que en la preparatoria número 4, que en ese entonces se encontraba ubicada en la Ciudadela, se estaba organizando un mitin, entonces, pasó un carro de granaderos. Los estudiantes empezaron a insultar a los granaderos, así que los granaderos se bajaron y se metieron a agredir a los estudiantes dentro del plantel. Ése fue el motivo, según recuerdo, para que empezaran las protestas primero en contra de la policía, ya que entraron a la preparatoria a amedrentar al estudiante. Y como primeros puntos del pliego petitorio se pedía principalmente la destitución de los jefes policiacos, que eran el general Luis Cueto Ramírez, el subjefe Raúl Mendiola y el teniente Armando Frías. También se pedía la derogación de los artículos constitucionales 145 y 145 bis, que eran los que hablaban de la disolución social. Así fue como se fue armando un pliego petitorio, que después fue directo en contra del gobierno y el sistema. A mí, como universitario, me tocó vivirlo tanto en la prepa 7 como en la prepa 2. Yo estudiaba en la prepa 2 y trabajaba como auxiliar de intendencia en prepa 7. Cuando inició el movimiento, la sociedad lo veía con muy buenos ojos, o sea que nos decían que éramos la única masa estudiantil que se podía enfrentar al gobierno y nos alentaban a seguir. Veían que el movimiento iba creciendo mucho. Específicamente, mostró un gran apoyo hacia nosotros los estudiantes en lo económico. Así pues, como andaba en el movimiento por formar parte del comité de huelga del plantel, me desempeñé en prensa, propaganda y boteo del movimiento. Por eso mismo, anduve la mayor parte del movimiento en la calle. En muchas ocasiones, mis compañeros y yo nos subíamos a los camiones a pedir dinero y nuestros botes se llenaban rápidamente. Me tocó ver cómo muchos compañeros eran perseguidos y detenidos por la policía. Ya que, si te encontraban en la calle con un bote o propaganda sobre el movimiento en los espacios públicos, te detenían. En una ocasión, a mí y a un compañero nos arrestaron. Yo encontré la manera de escaparme como pude, me zafé del cinturón con el que me tenían amarrado, corrí entre la gente y me libré de esa manera. Pero, aun así seguí participando. No había estudiantes en contra: los que no querían tomar parte se mantenían al margen. Pero influyeron algunos factores externos por parte del gobierno que disturbó el movimiento. El gobierno empezó a disfrazar personal del ejército y policía como estudiantes y los enviaban a causar disturbios, agredir a los pasajeros, robar, a quemar los transportes del gobierno y de esa manera así boicotear el movimiento. De esto nos dábamos cuenta porque su aspecto físico era muy diferente al del estudiante. Por ejemplo, yo observaba que tenían el cabello muy corto y se veían más grandes y musculosos que mis compañeros. Esas acciones, que no realizábamos nosotros los estudiantes, provocaron una reacción totalmente distinta por parte del pueblo. Nos insultaban, ya no nos apoyaban económicamente, nos tenían miedo y repulsión. Tuve el placer de conocer a varios de los miembros del comité central de huelga que estaban en CU, como el Ing. Heberto Castillo y Luis González de Alba, entre otros. En la prepa 7, me tocó estar en un enfrentamiento con la policía y ahí cayeron varios heridos. Una consigna era que no permitiéramos que la policía se llevara a los estudiantes o heridos, ya que, si los recogían, los llevaban a la Plaza de Tlaxcoaque, donde estaba la policía de tránsito, o al campo militar número 1. En la Plaza de Tlaxcoaque tenían unos separos en el subterráneo. Y ahí sufrieron las compañeras agresiones y violaciones masivas. Y los muchachos fueron golpeados y torturados como verdaderos animales. Mientras que los estudiantes, que trasladó la policía al campo militar número 1, ya muy difícilmente salían de ahí. Los heridos que recogíamos los estudiantes eran llevados al campamento 2 de octubre, que era un campamento de paracaidistas. Donde los estudiantes de medicina atendían a los heridos. Yo me retiré del movimiento porque el día 1 de octubre de 1968 la policía civil tomó por asalto la preparatoria número 2. Tras haber recibido golpes y maltratos por parte de agentes policiacos, por suerte, un grupo de compañeros y yo tuvimos la oportunidad escapar. Esto sucedió porque el comité de huelga tenía una clave para poder ingresar en el plantel en la noche, pero ya había traidores insertados en el movimiento, que le dieron la contraseña a la policía. Utilizando nuestra contraseña, entró en promedio un total de cincuenta agentes de la policía civil, armados al plantel. De repente empezamos a escuchar los alaridos, palabras altisonantes y gritos de los compañeros que eran golpeados y agredidos en la planta baja. Pude escaparme con cinco de mis compañeros, ya que nos encontrábamos en la parte alta de la prepa, en lo que se llamaba el paranimbo, así pues, nos subimos rápido a la azotea y conseguimos salir por la calle de Moneda. Sin embargo, a muchos compañeros que no se pudieron librar, los detuvieron, los golpearon y de la mayoría ya no se supo nada de ellos, no los pude volver a ver. En realidad, no recuerdo haber visto la autonomía de mi universidad tan violada y a punto de desaparecer. Después de la matanza en Tlatelolco, muchos de nosotros recibimos amenazas. Prueba de ello sería la película Rojo amanecer, que se realizó para amedrentar al estudiantado para que no se enfrente al Estado nunca más. Al final, varios de nosotros perdimos la relación y no volvimos hablar del tema. Es verdad que el movimiento se desvaneció conforme las Olimpiadas captaban los reflectores de todo México y el mundo. Además, desafortunadamente, desde el movimiento del 68, ningún otro movimiento estudiantil ha podido prosperar como el de hace cincuenta años. Considero que se debe en gran parte a los medios de comunicación y la “prensa vendida”, que hasta el momento continúa censurando la verdad. Pero aun así estoy convencido de que nosotros, los estudiantes que participamos de alguna u otra manera en el movimiento, logramos una trascendencia social como nunca antes México había experimentado. Como primer punto, se logró fortalecer un lazo de unidad entre la UNAM y el Politécnico, como también entre las distintas instituciones que se sumaron a nuestra lucha. Supimos cómo organizarnos y juntos formar una sola voz, que se vio reflejada en el pliego petitorio que juntos, como jóvenes estudiantes, acordamos. En segundo punto, para mí, las señoritas estudiantes que participaron en el movimiento influyeron en las siguientes generaciones como punto de partida para que se les tomara más en cuenta. Al saber ellas mismas las consecuencias a las que se podían enfrentar, siguieron de pie, manifestándose y haciendo valer sus derechos hasta el final. En mi caso al estar en las calles, tras horas de caminar, asoleándome, perseguido, insultado e incluso maltratado físicamente. Conseguimos que los espacios públicos fueran eso, públicos. Sólo manifestábamos nuestras opiniones y queríamos conseguir que nos escucharan y reconocieran. No me arrepiento de nada, llegué hasta donde tenía que llegar, aporté mi granito de arena para que muchos derechos que exigíamos con el tiempo nos fueran otorgados y respetados. Por último, me atrevo a decir que, durante todo el movimiento, los estudiantes evidenciamos a un gobierno mexicano cobarde y debilitado; esto se pudo ver en la masacre de Tlatelolco, ya que las autoridades no veían otra manera de pararnos, no podían contra nosotros, así que tuvieron que recurrir al acto más cobarde y humillante que puede existir: la masacre. Consecuencia de su temor ante lo que los estudiantes podíamos conseguir. Como muchas personas me llegaron a decir alguna vez que nosotros los jóvenes estudiantes éramos los únicos que podíamos enfrentarnos al gobierno, ahora no me queda la menor duda. Al estar estudiando ejercemos nuestra libertad y, de esa manera, somos capaces de juntar nuestros espíritus y defender lo que es nuestro; ya que, los estudiantes fuimos y serán los únicos que podrán lograr un verdadero cambio en México.
Este texto fue el ganador de la categoría A (15 a 19 años) en el género “Testimonio” del concurso Tinta de la Memoria, lanzado con motivo de la conmemoración de los 50 años del movimiento estudiantil de 1968 por la Cátedra Extraordinaria de Fomento a la Lectura “José Emilio Pacheco”, en vinculación con la Dirección de Literatura, la Dirección de Teatro, Radio UNAM, TV UNAM y la Revista de la Universidad de México.
Imagen de portada: Estudiantes politécnicos en un mitin.