La igualdad es un valor moral, sin embargo, la mayoría de las sociedades contemporáneas son profundamente desiguales. Para resolver esta contradicción, las personas suelen convencerse de que la distribución de ingresos, riqueza, oportunidades y recursos es justa. Para legitimar la desigualdad, la meritocracia es uno de los discursos más populares, esto es, la creencia de que los individuos merecen estar en el decil al que pertenecen no por sus condiciones de origen, sino por lo que hacen.
En México predomina el discurso meritocrático, aunque sea un mito:1 no todos los ricos son más trabajadores, talentosos, creativos o destacados que los demás.2 La investigación empírica ha demostrado de manera contundente que las circunstancias de nacimiento de las personas determinan en gran medida lo que logran hacer en la vida.3 Además, sus logros son hereditarios porque la movilidad social es muy baja en el país.4
A partir de más de cien horas de entrevistas y observación participante,5 analizo cómo las élites mexicanas6 justifican su situación económica. Sus maneras de concebirse les ayudan a creer que son merecedoras de sus privilegios. Por un lado, aluden a la suerte (divina), que los exenta de la necesidad de explicar su riqueza. Por el otro, mantienen creencias que les permiten convertir —al menos, en el discurso— el privilegio de origen en mérito personal, por ejemplo, los valores familiares y las características etnorraciales que heredan; también mencionan el esfuerzo de sus padres o el sufrimiento que han padecido y superado.
¿Cómo perciben sus condiciones de origen las personas beneficiadas por el sistema? Es importante saberlo porque si se acepta como justa su posición social, entonces el statu quo, por desigual que sea, resultará estable y duradero, algo que les conviene aunque al mismo tiempo les plantea el desafío de reconciliar sus privilegios con los valores colectivos igualitarios. Entender cómo las élites superan esta contradicción cognitiva, nos ayuda a comprender cómo se toleran y, por lo tanto, se perpetúan las desigualdades.
La forma en que los ricos perciben la desigualdad se relaciona directamente con sus propios privilegios. Aunque la mayoría no logra ubicarse de forma correcta en la distribución de ingresos —subestiman, por mucho, el decil al que pertenecen—,7 todos coinciden en que se encuentran en la mitad superior, es decir, saben que les va mejor que al cincuenta por ciento del país. Pero, en el contexto de la inmensa desigualdad que hay en México, ¿coinciden en que están en una situación privilegiada? De ser así, ¿en qué basan su apreciación?
A diferencia de las élites británicas, por ejemplo, que consideran positivas o inexistentes las desigualdades8 e interpretan como merecida cualquier diferencia de ingresos, porque implica una mejora económica, quienes participaron en mis estudios son conscientes de la desigualdad y se preocupan por ella. Enfatizan que “en un país como este, haber nacido y haber tenido las oportunidades que yo he tenido es un gran privilegio” (#15).9 Sin excepción alguna, los entrevistados reconocen su buena suerte: se sienten “extremadamente” privilegiados (“muy, de manera que no te puedes ni imaginar”, #2) y afortunados.
Ofrecen dos tipos de explicación al respecto: creen que se ganaron la “lotería” (#5), a veces por intervención divina (#10), o reconocen las circunstancias favorables de su nacimiento, que se deben al duro esfuerzo de sus antepasados inmediatos (#4), a los “valores” transmitidos en su familia (#3, #21), o bien, hacen referencia a condiciones sistémicas más amplias, como tener un perfil etnorracial “blanquito” (#9, #51); incluso aluden a ciertos factores “genéticos” como poseer una inteligencia excepcional (#1).
Resultar “estadísticamente afortunado” —al ser, por ejemplo, el heredero parcial de uno de los principales imperios empresariales del país (#50)— significa lo contrario del privilegio. El entrevistado, en vez de asumir que goza de una ventaja estructural que se ha mantenido entre generaciones, sugiere con esta respuesta que la igualdad de oportunidades existe, que los mexicanos juegan en una cancha pareja donde algunos, por pura casualidad, nacen (para ser) millonarios y otros no.
La suerte no se distribuye al azar, sino que depende del contexto.10 Las “afortunadas” coincidencias de provenir de una conocida dinastía “de abolengo” (#51), “no tener que trabajar ni un solo día en [la] vida” (#19), heredar compañías internacionales (#7) o algunos millones para experimentar con varios emprendimientos (#1), conocer a las personas indicadas para entrar a trabajar en el nivel directivo del sector cultural (#11) o legal (#15, #18) no benefician de la misma manera a los estudiantes de escuelas públicas que a los hijos de la élite que cursan una educación privada costosa. Dicho de otra manera, es menor la probabilidad de encontrar una cartera con diez mil pesos en una zona donde ese monto equivale a dos meses de salario que en una colonia donde esa suma representa una fracción del gasto nocturno en antros. La suerte es la hermana menor y menos ostentosa del privilegio.
Incluso quienes responden que se ganaron la lotería tienen cierta conciencia de la desigualdad, pero la disfrazan de una “cuestión filosófica” sobre la que les “encantaría meditar más”. Un joven, con ingresos que lo colocan en la parte baja del 1 % más rico, dice:
Vengo de familia con dinero. O sea, nunca he pasado hambre. Si somos ciento veinte millones de mexicanos y, al parecer, sesenta millones —según las cifras del gobierno—están casi en la línea de la pobreza marginal y los otros sesenta son de clase media, siento que estoy en el decil siete u ocho. ¡Sacaste la lotería! ¿Por qué? Me encantaría saberlo, pero no lo sé (#2).
Para explicar sus orígenes, este director de área recurre a un eufemismo: dice que sus padres cubrieron sus necesidades básicas de alimentación y reconoce que jamás ha sentido el hambre que se padece en el país. No asume ninguna responsabilidad por sus privilegios, pero identifica que vive en una sociedad estratificada.
La mayoría de los entrevistados usa el término afortunado, en lugar de suertudo, para describir sus vidas. Algunos se amparan en lo divino, algo que no requiere explicación, pues ser afortunado es una “bendición” (#10), y los benditos pueden ocupar un puesto sin rendir cuentas a nadie. “Gracias a dios” se han encontrado en una “situación económica” favorable “desde siempre” (#2). Esta justificación difiere de la alusión a la suerte en que se trata de un designio cósmico.
Al referirse a la intervención divina, los entrevistados también recurren a un relato omnipresente: las dificultades a las que se sobrepusieron sus padres o sus abuelos, quienes allanaron el camino del éxito para sus hijos al inculcarles los “valores correctos” (#3). La transmisión de valores justifica el privilegio porque convierte el mérito en un bien transferible. Compartir la moral de sus antepasados y documentar la movilidad ascendente entre generaciones les sirve como garantía del mérito propio.
[Me siento] bendecida, privilegiada y afortunada por haber nacido en el núcleo familiar en el que nací, que tiene valores bien sólidos e inquebrantables. Cada vez que la familia enfrentó una situación delicada, salimos adelante muy rápido por esa unión familiar que [tenemos].” (#10)
Con esta respuesta, la entrevistada se representa como responsable de la situación económica que disfruta y legitima su ingreso mensual, que la ubica en el 0.5 % más rico de México. Además, hace explícita la transmisión de ciertos valores a los descendientes (#3, #10).
Apropiarse de la legitimidad moral de los antepasados desdibuja la diferencia entre el mérito de la generación previa y el privilegio de la actual. También fomenta una cultura que naturaliza a la sociedad estratificada. La reafirmación constante del entorno cómplice, que sabe dónde ubicar a los individuos y cómo tratarlos según su estatus, cimenta la desigualdad y la normaliza en cada interacción cotidiana entre las personas.
A diferencia del discurso teocrático o aristocrático de siglos pasados, los ricos de hoy se legitiman en que han logrado “salir adelante rápido”, una explicación que apunta al mérito de los padres e ignora el privilegio original. Puede resultar irónico que se justifiquen con relatos del tipo rags-to-riches que toman prestados de sus predecesores, pues estos no retratan las enormes posibilidades de ascenso que tuvieron sus familiares ni consideran que la desigualdad del pasado haya tenido algo que ver en el asunto. Por el contrario, parece que idealizan las circunstancias que gozaron sus padres y sus abuelos, como si en ese México hubiera existido la igualdad de oportunidades.
Los entrevistados también hicieron referencia a haber vivido “cosas difíciles”, algo que instrumentalizan como si se tratara de una venta de indulgencias.
Me siento afortunado porque, a pesar de que estuve en este estrato [alto] y tuve facilidades, también viví cosas muy difíciles que me permitieron abrir los ojos y no quedarme en ese mundo. Para mí, es [un mundo] muy banal y vacío. (#2)
Pese a que este entrevistado cuestiona lo inmoral de la desigualdad, mantiene en la vaguedad el peso que sus circunstancias de origen tuvieron en su propio éxito. Más aún, su responsabilidad consiste en superar los beneficios materiales heredados para volverse merecedor de la riqueza adicional erigida sobre la fortuna original.
¿Qué efectos tiene esta manera de comprender la desigualdad en una sociedad tan injusta como la mexicana? Por definición, las élites afectan de manera desproporcionada las oportunidades de otras personas. Sus juicios y estilos de vida influyen en la vida económica, social y política. La percepción de la desigualdad que tienen desempeña un papel importante en la toma de decisiones del presente y el futuro, tanto en el ámbito privado como en el público. Estas nociones también influyen en la reproducción del estatus de la élite y de la jerarquía social.
En concreto, su concepción del privilegio tiene dos implicaciones. A nivel individual, legitima su posición al proponer que el mérito es transferible entre generaciones, más allá del trabajo arduo de cada quien o de su extraordinario talento. El anhelo de los ricos de sentirse meritorios, por comprensible que sea en su fuero interno, legitima el statu quo y, por lo tanto, las severas desigualdades sociales. En realidad, esta percepción, además de justificarlas, las empeora. Si los hijos de las élites aumentan su fortuna, las oportunidades se concentrarán aún más entre ellas: su esfuerzo por superarse no reducirá la desigualdad, sino que provocará el efecto contrario.
Debido a las condiciones del país, si los ricos no usan su posición privilegiada para abogar por una redistribución profunda (por ejemplo, a través de la justicia fiscal para financiar un Estado de bienestar general), tendrán que seguir encontrando justificaciones, en vez de reducir la injusticia de la desigualdad.
Imagen de portada: Fotografía de Santiago Arau, cortesía del artista
Alice Krozer, “La mentira de la meritocracia: para ser rico hay que nacer rico”, Nexos, 27 de agosto de 2019. Disponible aquí. ↩
A. Krozer, “El privilegio del talento”, Nexos, 1 de marzo de 2020. Disponible aquí. ↩
Patricio Solís, Braulio Güémez Graniel y Virginia Lorenzo Holm, Por mi raza hablará la desigualdad. Efectos de las características étnico-raciales en la desigualdad de oportunidades en México, Oxfam México, 2019. Disponible aquí. ↩
Mónica Orozco, Rocío Espinosa, Claudia Fonseca y Roberto Vélez, Informe de movilidad social en México, Centro de Estudios Espinosa Ylgesias, 2019. Disponible aquí. ↩
Para conocer los detalles metodológicos, véase A. Krozer, op. cit., 2020. ↩
Los participantes se ubican en el 1 % de la distribución de ingresos y tienen posiciones de liderazgo en sus profesiones. ↩
A. Krozer, “Seeing Inequality? Relative Affluence and Elite Perceptions in Mexico”, Occasional Paper 8, United National Research Institute for Social Development, 2020. Disponible aquí. ↩
Katharina Hecht, “‘It’s the value that we bring’. Performance pay and top income earners’ perceptions of inequality”, Socio-Economic Review, 2021 Disponible aquí. ↩
El numeral indica el número de entrevistado, pues sus nombres se mantienen en el anonimato. ↩
Robert Frank, Success and Luck: Good Fortune and the Myth of Meritocracy, Princeton University Press, Nueva Jersey, 2016. ↩